Mi noviazgo de algunos meses era un verdadero cuento de hadas.
Con Felipe nos habíamos conocido en un paseo a Valparaíso.  Ambos habíamos cruzado nuestras miradas en el ascensor "Lecheros".  Desde aquella vez, fue muy difícil vivir separados.
Las tres semanas que duró nuestras vacaciones, en el mes de la patria, fueron disfrutadas mágicamente, hasta que llegó el momento de la despedida.  Cada uno tuvo que volver a su ciudad.  Él a Arica y yo a Santiago.
Nos contactábamos a través del celular e internet, pero no era lo mismo.
Estaba terminando mi carrera de diseñadora de vestuario y sólo faltaba mi tesis.  Tenía muchas ideas en mi cabeza, pero aún no había decidido el tema a exponer.
Felipe trabajaba en una empresa naviera, en la gerencia de  finanzas.
Después de dos meses separados, un sábado de noviembre, apareció en la puerta de mi casa, con un anillo de compromiso y un libro "Los Cinco Lenguajes del Amor", de Gary Chapman.
Sólo atiné a abrazar su cuello, besar sus labios y llorar. 
Había solicitado un traslado a Santiago y nuestra historia comenzaba a escribirse. 
Esto me dio la idea de realizar mi tesis basada en los distintos tipos de trajes de novias, no tradicionales.
Aún no sería mi boda, pero me prepararía con anticipación.
Busqué en internet algo que llamara mi atención.  Dibujé trajes hechos con materiales de la naturaleza.  Uno de algodón que parecía espuma y otro de plumas de ganso y perlas.
Mis diseños eran maravillosos.
En una de las páginas de búsqueda, algo llamó profundamente mi atención.  Había una fotografía de un hermoso vestido blanco, tejido a crochet.
Me casaría en verano y con Felipe deseábamos una fiesta especial, en la bahía del puerto de Valparaíso, que viera nacer nuestro amor.
Ese vestido estaba hecho para mí.
El link había sido visitado por tres personas.  Me pareció extraño que algo tan hermoso, pasara inadvertido ante los ojos de los visitantes.  Asimismo, me agradó este descubrimiento.
Tomé nota del celular que aparecía y el domicilio.  Llamé unas cuatro veces, pero al momento de contestar mi llamada, el silencio se hacía eterno.
Al comienzo pensé que era una broma, de algún ocioso.
Me propuse ir a la dirección que allí indicaba, junto a mi mejor amiga, Cecilia.
Un día, en que ambas no fuimos al gimnasio, nos dirigimos hacia la comuna de Huechuraba. 
Llegamos a una antigua casa, donde se leía "Modas Lita Hernández".
Busqué el timbre y lo accioné.  Salió una señora mayor, quien gentilmente, nos hizo pasar a un largo pasillo, donde a un costado había un gran espejo.
Cinco maniquíes ocupaban parte del espacio.  Telas, hilos, una máquina de coser (que además bordaba), cajas plásticas con hilos de bordar de distintos colores y otros artículos que se necesitan para diseñar y confeccionar vestuario.
Revistas con moldes en español y francés.  Además, en las paredes, se encontraban fotografías de grandes modistos nacionales e internacionales.
Todo estaba meticulosamente ordenado y limpio.
Sus paredes eran de color violeta, pues despertaba la creatividad del ser.
Frente a mí, estaba el vestido blanco de la fotografía de internet.  El hilado era magistral y los dos matices de blanco encantaban junto al diseño.
Era ajustado hasta la cintura.  Luego, venía una vaporosa caída, con una cola tejida a la perfección, de unos tres metros de largo.
En el busto, su tejido era un verdadero corsé.
Imaginaba cómo se vería en mi cuerpo y lo feliz que estaría Felipe al verme como una princesa de cuentos.
Cecilia se había asombrado con un traje verde musgo, compuesto de una falda ajustada y un peto con tirantes floreados.
La señora que saliera a saludarnos era la dueña de casa y nos contó que su nieta había heredado sus dones y era quien diseñaba y confeccionaba esos modelos.
Su nieta se llamaba Karina.  Tenía 27 años.
Era el momento de conocer a esta gran diseñadora.  La señora Lita la fue a buscar. 
Al cabo de unos minutos, apareció acompañada de una joven delgada, de cabellos castaño que le llegaban a los hombros, ojos color avellana, una linda nariz respingada y una grácil figura.
En sus manos traía una agenda color lila.
Se sentó en un amplio sillón de brocato.  Nos observó por unos segundos y preguntó lo que queríamos, dirigiéndose sólo a su abuela, en un lenguaje que costaba entender.  La señora Lita iba repitiendo lentamente, cada palabra, hasta unirlas en una oración.
Estuvimos casi dos horas en compañía de esas dos unidas mujeres.
La abuela nos contó sobre el autismo que padecía su amada nieta.
Ella la había traído a su casa, porque en el campo, sólo trabajaría en las cosechas.  A su lado, ella había aprendido el arte de la moda y era su total pasión.
Aprendió a comunicarse a través de las texturas, colores, diseños, etc.
Finalmente, decidí comprar el vestido blanco a crochet. 
Karina haría mi cintillo, compuesto de flores violetas y blancas, confeccionadas con unos hilos delicados y brillantes, traídos de Italia.  Mi ramo, también sería similar, pero tendría matices en cuanto a los colores citados.
Ese día, tomé mi segunda decisión: Karina trabajaría en la empresa que conformaríamos con Felipe.  Un don así, debía salir a la luz.
Me titulé con honores, porque quien me había inspirado, despertaba otras ideas en mí.
Realicé trajes con aromas frutales, florales y cítricos.
Los matices de colores se mezclaban, se difuminaban y desaparecían en una suave brillantez.
Llegó el día de mi matrimonio y fui la novia más linda, gracias al hermoso traje que diseñó Karina.
De esta historia, ha pasado cinco felices años. 
En unas semanas más, iremos a París, junto a mi marido, a Lita y a Karina, porque hemos ganado un lugar, en el "Fashion France Été" y presentaremos nuestros diseños.
Los milagros existen y Lita sabe de ellos.
También espero mi milagro... tener un bebé... si Dios quiere...