OFERTA LABORAL 2.0
Publicado en Oct 12, 2012
Mientras reviso los avisos de ofertas de trabajo de enfermería, mi teléfono celular suena al ritmo de un tema de Adele.
La verdad, no ha dejado de sonar desde hace unas semanas. Unas semanas que cambiaron mi vida... Todo comenzó hace siete meses, cuando ingresé a trabajar al Consultorio Municipal "Vive Sano". Allí, ingresé al área de Pediatría y estaba a cargo del vacunatorio. Me sentía feliz de tener tan magna responsabilidad, sabiendo el significado que tiene en la vida de un infante, el ser vacunado, frente a distintas enfermedades, que atacan su pequeño ser. Cuando coloqué una vacuna por primera vez, realizando mi práctica, tuve sentimientos encontrados, entre la pena del llanto del bebé y la alegría de la inmunidad. Mi vida transcurría tranquilamente y juntaba dinero para comprar mi primer automóvil. Vivía en un céntrico departamento, a sólo cinco cuadras del lugar de trabajo. Todo era perfecto. Desde hacía unos años, me acompañaba mi mascota, "Claudio". Cuando lo encontré vagando en la calle, tenía unos dos meses y sus orejas estaban lastimadas. Lo curé, cuidé y finalmente nos hicimos cómplices. Tenía una cierta intuición con quienes eran prospectos, para ser mi pareja. Un ladrido significaba que no le gustaba. Dos ladridos era signo de sufrimiento emocional. Tres ladridos eran la señal de peligro inminente y un lamido y hacer bailar su cola, era síntoma de que podía probar algún tiempo si la relación funcionaba o era un caos. Una mañana, estaba revisando una orden de ingreso de vacunas, y de pronto escuché un grito desgarrador, que provenía de la sala de espera. Cuando me asomé, la mujer se lanzó sobre mí gritando improperios. Dos guardias la tomaban del brazo y la quitaban de mi lado. De primero me asusté y quedé atónita. Cuando su frágil figura desaparecía de mi vista, me senté nuevamente en el escritorio y no podía concentrarme en la orden de trabajo. En mi mente, sonaba como eco "Asesina de realidades"... "Asesina de mentes infantiles"... No supe por qué esa mujer me había insultado y cuando terminé la jornada, les pregunté a los guardias sobre lo sucedido, pero sólo insinuaron que la mujer estaba loca. No habían tomado su nombre, por lo que no había antecedentes de ella. La auxiliar de enfermería, que trabajaba en el turno de mañana, tampoco sabía del tema, porque estaba en el casino, buscando un café. Reconozco que esa noche costó mucho que el sueño y la tranquilidad llegaran, para darme el merecido descanso. Esas frases no se borraban y se repetían una y otra vez. Al día siguiente, continué con la labor que había dejado pendiente, sobre la recepción de las dosis de nuevas vacunas. Mientras transcribía una nota al computador, un trozo de papel cuidadosamente puesto entre los informes, llamó mi atención. Estaba dirigido hacia mi persona. Quien firmaba era "Anónimo". Leí cuidadosamente y sentí un escalofrío en mi espalda. Se trataba de un reportaje sobre las vacunas que se colocaban a los niños, en los consultorios municipales. Allí, mencionaba que éstas contenían una gran dosis de mercurio y producía distintas patologías a los menores. Un grupo importante, estaba padeciendo de autismo y coincidentemente, esto comenzaba a relacionarse con la llegada de las vacunas a Chile, el año 1943. En el relato, se publicaba un link, donde un grupo de médicos, políticos y padres de menores con autismo, luchaban por promulgar una ley, que exigiera que las vacunas bajasen su nivel de mercurio. Al momento de terminar mi lectura, ingresó a la oficina la auxiliar de enfermería, con una madre y su hijo de dos meses. Vacunarían a otro menor. Mi silencio se hizo interminable. Me puse de pie y el llanto del bebé, sólo hizo que saliera de la sala y fuera al baño. Allí lloré en un llanto ahogado. Terminó mi jornada, pero quise permanecer un poco más allí. Tendría que averiguar quién había puesto la noticia, en medio de mis informes. Esperé una hora más, pero no hubo alguien que se acercara a mi oficina. Salí y me dirigí a la pequeña parroquia, que estaba a una cuadra del recinto de salud. Me arrodillé y pedí a Dios me guiara. Estaba entre mi ética, mis valores y la responsabilidad que tenía en el trabajo. Ahora, que estaba al tanto de lo que ocurría con las vacunas, nacía un sentimiento de culpa. Estaba permitiendo que niños sanos, se enfermaran más. Mi misión era inmunizar. Por otra parte, me cuestionaba el por qué, si el Estado sabía de esta anomalía, continuaba permitiendo su inoculación. Esa noche, no pude conciliar el sueño. Sólo atiné a buscar más y más información en internet. Terminé por creer cada palabra del artículo leído. Llegué a mi jornada laboral, pero mi sonrisa había desaparecido. ¿Cómo podría vacunar a un bebé, sabiendo que le haría daño? Tuve que callar lo sabido, pero cada llanto, se hacía propio. Mi pesar se aminoraba cuando a quien se vacunaba era de sexo femenino, pues las vacunas dañaban, en un porcentaje mayor, a los bebés de sexo masculino. Me comuniqué vía teléfono celular, con un amigo que trabaja en un laboratorio de gran tecnología y le comenté lo sucedido. Me pidió una muestra de vacuna, para lograr su análisis. Esperé que fuesen las cuatro de la tarde y permanecí en la oficina, más tiempo de lo habitual. Quise quedarme nuevamente, para tomar una de las vacunas y llevarlo donde Raúl Cuando había guardado dos muestras en mi cartera, al salir de la oficina tropecé con la auxiliar que hacía el aseo. Ella ingresaba para retirar las jeringas, envases de vacunas, algodón y todo lo del tacho de basura. Nuestras miradas se cruzaron y mi corazón latió aprisa. Tuve la intuición de que ella había sido la informante de la tragedia, de la cual, ahora yo era cómplice. La saludé y continué mi marcha. Después de haber caminado unos metros, regresé disimuladamente, con la finalidad de que hubiese un motivo para charlar con ella. Dije que había olvidado el diario que entrega el Metro. Me lo pasó en mis manos y sonrió. No me atreví a consultar si había sido ella. Al llegar al departamento, me recosté en mi cama, cansada, angustiada, con deseos de obtener respuestas certeras, desde premisas inciertas. Después de un tiempo, me levanté a buscar un vaso de leche tibia, a la cocina. Tomé el diario, para dejarlo en la terraza y lo utilizara mi perro. Claudio había acertado en un porcentaje alto con el tema de los galanes. Me hubiese gustado poder charlar con él y me ayudara a decidir, qué hacer. Cuando me hinqué para colocarlo en el suelo, advertí que voló un trozo de papel. Era otra noticia sobre las vacunas. Esta vez, los políticos tomaban parte activa de este evento y buscaban solución. Leí el artículo completo y no cabía duda. La auxiliar de aseo, Yolanda, debió dejarlo para mí. El viernes yo no trabajaba. Me dirigí a Echeñique 2563-A, de la comuna de Providencia, donde estaba "MercurioAust". Era la institución que estudiaba la relación entre autismo y vacunas. Entré allí y esperé en una amplia sala, donde existía un archivador con muchas noticias y reseñas del tema. Su director me hizo pasar y conversamos dos horas, aproximadamente. Mis dudas se disipaban y también lo que debía hacer, laboralmente. No quería continuar trabajando en un sistema, donde todos eran mudos, mientras existía el silencio de los inocentes. Esto no era el título de una película, era una realidad. Pasé al laboratorio de mi amigo y busqué los resultados. El grado de mercurio en las vacunas, era mayor que el estándar europeo y norteamericano. Llegó el lunes y me presenté ante la directora del consultorio. Entregué un informe y mi carta renuncia. Pasé por el vacunatorio y a las madres que estaban esperando con sus niños, les entregué un folleto, donde había diez líneas dedicadas al tema. Algunas se fueron murmurando entre sí. Otras, se habían quedado esperando el turno de la inoculación de su pequeño. Para algunos, esto era sólo una ficción. A los pocos minutos, llegaron los guardias y exigieron que me fuera del recinto. Dignamente, caminé delante de ellos y saludé a quienes me conocían. Afuera del consultorio, me esperaban las madres que hicieron caso de mi folleto, además la señora del aseo y la mujer que había sido retirada con guardias, días anteriores. Juntas empezábamos una lucha, para dar a conocer esta realidad y evitar nuevas patologías. Mi teléfono no dejaba de sonar y mi correo seguía acumulando personas que opinaban al respecto. Algunos a favor y otras contradiciendo mis palabras. Lo importante, es que mis valores prevalecían y mi ética profesional seguía intacta.
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