EL MOMENTO DEL ADIOS
Publicado en Oct 13, 2012
Ese viernes, como todos ellos, en la terminal de transporte, todo era apresuramiento y carreras. Al entrar al autobús, el ambiente con un nada silencioso acondicionador de aire, nos colocaba por espacio de casi tres horas, en otro mundo. Afuera, el vaho caliente mantenía inmersa a la ciudad en algo pastoso, convirtiéndolo todo por momentos en un río que no era tinto sino de sudor. Fue en ese preciso momento en que llegué a tener conciencia de la terrible pérdida. No volvería a ver nunca más su luminosa sonrisa alegrando mis mañanas, ni recibiría la humeante taza de café de sus arrugadas y tiernas manos. El beso en la frente, la mirada limpia que solo transmitía bondad, ni ese amor tan puro como la lluvia. Tan solo me quedaba el recuerdo escrito en letras de oro en el alma por el tiempo que me restaba de vida. Era la última de su estirpe fraguada a fuego lento en el crisol del trabajo diario y de amor al prójimo, tal como lo ordenaba la Santa Madre Iglesia. Al principio me sentí solo en medio de ese inmenso jardín, pero al cerrar los ojos y poner más atención pude percibir varios detalles: el rumor de un río de tinto desde alguna parte de México, la brisa fresca de un poema que venía de las pampas Argentinas, un reflejo de luna desde el altiplano bogotano, un rumor de tambores desde Sudán en África, un viento helado desde el monte Fuji en Japón, unos tacones lejanos desde la península Ibérica, unas salpicaduras como de lluvia de la Fontana Di Trevi, un olor fresco como a pino canadiense, sonidos de barcos atravesando el canal panameño, una caravana de camellos pero esta vez, en vez de Libia recorría de punta a punta Venezuela y tantos otros sonidos y aromas, que en unos segundos se entrelazaron como si fuesen manos, uniendo el mundo con un primer círculo de cariño y ya no sentí la Soledad, aunque muchas veces pensé que esto era contradictorio porque siempre en los momentos importantes estaba a mi lado con una palabra de consuelo y aliento y por supuesto el sentimiento hecho pasión huracanado, tumba puertas y arrasador de la bella gochita, quien encerraba en su inmenso corazón, el resumen de los más hermosos. Un manantial incontenible de lágrimas de aquellas personas reunidas en ese último adiós a la abuela adoptiva, a la madre de todos, a la persona que día a día alegraba sus momentos con una palabra, con una frase de aliento con una mirada cargada de bondad y sentimiento. Había partido en su último viaje, pero esta vez sin retorno a los confines del tiempo y solo sobreviviría en el recuerdo de aquellas personas que la quisieron y que disfrutaron en algún momento de su presencia. Había llegado el momento de decirle adiós a la abuela de todos, adiós a la anciana amada, adiós para siempre a la adorada madre mía… Caracas, insolar, 2 Julio 2007.
Página 1 / 1
Agregar texto a tus favoritos
Envialo a un amigo
Comentarios (0)
Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.
|