Ese domingo, al igual que todos los anteriores, a media mañana un intenso olor a flores se sintió en el ambiente, inundándolo todo y convirtiendo cualquier duda en una extraña certeza: no sabíamos cual era la fuente, se sentía en todas partes y al mismo tiempo en ninguna. Fue entonces, que la evidencia me golpeó en plena frente. Ya lo había leído en varias oportunidades, recordé entonces mi promesa de visitarla con frecuencia… Aún no había ido esta semana, pero era imperativo hacer la corrección de inmediato.
Dejé la pereza descansando en casa, tomé una taza de café en su honor antes de salir, coloqué una selección de música de los años setenta y ochenta en el equipo del auto y conduje sin mucha prisa con los primeros rayos del tibio sol de la mañana, hacia aquel jardín de almas situado en la parte más alta de la ciudad…

Caracas, insolar, 27 julio 2008.