Faltaban solo cinco minutos para el encuentro. Después de esperar toda una eternidad, ese pequeño lapso se hacía casi eterno. Sentí seca la garganta y un sudor frío me recorría la espalda en un vértigo de miedo. Pasaron por mi mente en un instante, todas las vivencias que habían logrado transformar mi vida de una existencia opaca y gris, en un destello resplandeciente, en un sueño de colores y en un mundo repleto de fantasías. Recordé la primera vez que la vi. Sus bellos y limpios ojos tenían la profundidad y el misterio del universo, su cabello era sencillamente la brisa acariciando mi rostro y su piel definía con exactitud el terciopelo. Por unos segundos, todo lo que me rodeaba se esfumó, transformándose el entorno en una extraña dimensión de poemas desconocidos, sonidos nuevos y melodías diferentes. Floté como en una nube, me hundí en un torbellino de emociones y ya no pude volver a estar en paz nunca más, pues nació en un segundo un cataclismo de sentimientos que fue creciendo sin detenerse, arrebatándome cualquier vestigio de cordura y creciendo y creciendo, destruyendo los recuerdos e instalándose por completo en todos los espacios de la memoria, convirtiendo la sensatez en la más profunda de las locuras. Hasta ese momento pensaba que sabia muchas cosas, dominaba muchos temas y controlaba cada aspecto de mi existencia, pero en esa fracción de tiempo y en el determinado instante de dar la vuelta de regreso, se hizo la luz y pude comprobar sorprendido que hasta ese instante no sabía absolutamente nada de nada y después de haber olvidado por completo el sencillo acto de llorar, llegué a convertir aquel lugar, por la nostalgia, en todo un océano de lágrimas!
Pasaron otros minutos y la corta espera hizo que las nieves del tiempo pusieron blancos mis cabellos. Las últimas luces se apagaron y la soledad vino a decirme, que quizás nunca fueron ciertos aquellos recuerdos, tan solo se trataron de las luces boreales del más bello de los sueños...

Caracas, Marzo 2006