Epitafio
Publicado en Oct 26, 2012
En los primeros años de mi adolescencia recuerdo que me visitó aquella musa casi a diario, envolviéndome con su luz en el más hermoso de los idilios y en el cual permanecimos casi ahogados, sumergidos en un limbo de diálogos y conversaciones infinitas, sobre las diferentes posibilidades de los sueños. Incluían toda una variedad de sensaciones, entre las cuales sobresalía las producidas por la más fuerte de todas: el amor. Siempre estaba allí mientras la mirada trascendía las distancias y se perdía en las profundidades del tiempo. Sin saber como, en un abrir y cerrar de ojos pasaron los años y de pronto me encontré absolutamente solo en medio de la nada, mientras transitaba el camino casi recorrido de la vida y sin la más remota idea a donde se había ido todo. En el espejo tranquilo de aquel piélago, solo alcancé a ver la figura gastada de aquel anciano cargando a cuestas la maleta de los recuerdos.
Dónde esta el amor? me pregunté con desaliento mientras las arenas del tiempo sin poder evitarlo se me deslizaban irremediablemente entre mis dedos.… Al hacer reminiscencias, me encontré hace un tiempo, rompiendo papeles inservibles y antes de eliminarlos por completo, unas líneas que ya no recordaba en absoluto el haberlas recibido. Hoy, después de muchos años cuando ese sentimiento se ha perdido en las marismas de los recuerdos, releo esta carta amarillenta y arrugada por los años y aún me alegra el corazón el pensar, que la ilusión llego una vez y quizás sea posible que a alguien pudiera llegarle en cualquier otro lugar y en cualquier otro tiempo. Entendí que se trataba de ser un ilusionista, entendí de que se componen los sueños y de como si conservamos en el fondo un poco de la inocencia de niños, podemos incluso amar y ser ingenuamente felices…Entonces es posible que alcancemos a comprobar que la Soledad se puede convertir al final, en nuestra única compañía… Estas líneas decían más o menos así: “Amor mío: Cuando escribes para mí esas palabras tan bellas, cuando me haces sentir el centro de tu universo, cuando me siento tan feliz de que me hayas escogido a mí entre tantas personas, siento un poco de escalofrío y de miedo. Miedo de no dar la talla suficiente de cubrir tus anhelos; estoy amándote como nunca lo hice en la vida y sólo quiero que te sientas inmensamente feliz, quiero darte todo lo que tengo por dentro sin guardarme nada, así como tú dices, sin dolor, sin traumas, sin malos recuerdos, sin nostalgias. Quiero hacer florecer de nuevo todo esto que tengo guardado desde hace millones de años, desde la adolescencia, quiero hacerlo ahora todo bien, entregar las cosas bellas que llevo dentro de mí y entregártelas por completo. Cielo mío, creo que definitivamente eres un milagro de esos que algunas veces suceden, algo casi mágico, casi celestial y lo que mas me confunde es que aunque parezca increíble, estas reservado únicamente para mí, para disfrutarte aquí y ahora, así como se está presentando. Creo que todas las experiencias anteriores eran necesarias para poder descubrir ahora este mundo mágico, lo maravilloso que puede ser este sentimiento, lo grandioso que puede ser amar sinceramente y sentirse tan profundamente correspondida al mismo tiempo como me siento hoy. Quiero que seas inmensamente feliz y quisiera formar parte de esa felicidad. Tengo miedo, pero por encima de todo, te amo muchísimo, más de lo que imaginas y me encantaría que te dieras cuenta pronto de ello. Quiero que descanses, piensa en nuestro próximo y grandioso encuentro, cada uno de ellos se convierte en un hermoso renacer, en explosión de bengalas, en erupción volcánica, en cataclismo, en big bang o cualquier definición no cuantificable. Solo quisiera poder exclamar a los cuatro vientos como esa vieja canción Mediterránea: Dios, cuanto te amo...!” Después de esta carta, se despidió y aun hoy, después de muchos años cuando la nieve del tiempo ha blanqueado por completo mis cabellos, aún la espero… Valencia, 27 de Febrero 2012.
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