El estaba muerto
y no lo sabía.
En la soledad perforada
un coche pasó junto a él
rumbo al infierno
arrojando caracolas de fuego.
Lo miró a través
del paisaje posado
y no le dió importancia.
El había muerto en el nocturno
y no lo sabía.
He aquí la ignorancia de la muerte
he aquí un hombre en ignorancia.
Caminaba en la soledad
de las latas.
Vió pasar dos espectros
usando escobillas
para pintar, a zancadas,
la comarca.
Siguió de largo.
Estaba muerto y giraba
en el aire, como una anécdota.
Oía todo al revés.
El aire tísico le tosía en las orejas.
Era el hijo predilecto de su madre:
El más avaro.
Más que a los dioses
buscaba el Oro de los dioses.
Ya cuarenton nunca quiso hijos...
Ni sus hijos lo habrían querido a él.
Sólo el aire albo lo acompañaba
y desapareció en una voz
sin dejar testamento.