Más allá (Donde los ángeles nacen).
Publicado en Oct 29, 2012
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I
Un mar de estrellas.
 
En una habitación de cierta casa de cierto reino, se podía respirar ese aire de tristeza y desolación, era un frío mes de otoño, una estación donde parecía que no solo las hojas caían. En aquella habitación se encontraba un chico de cabello negro y ojos perezosos, con un semblante triste y a la vez serio; el abrazaba a una chica de piel pálida y ojos azules, la cual estaba llorando de manera discreta, controlándose lo más que podía ante lo cruel que puede ser el destino. Al lado de ellos estaba una chica pelirroja con los brazos cruzados, los ojos cerrados, apretando los dientes con tal impotencia, la impotencia de no poder disponer de la vida, de no poder parar con su propia fuerza el paso cruel de la dama de velo negro; todos ellos observaban con culpa a aquella luz que comenzaba a desvanecerse en la eternidad.
 
— Quiero… que disfrutes… por mí… ­— dijo ella a aquel que tanto amo, con la voz desvanecida.
— No quiero… — le respondió a secas, con cierta amargura, él se negaba a seguir un camino sin ella a su lado.
— Disfruta el mañana que la vida te regala… — le pidió aquella chica con dulzura, tomando su mano con delicadeza, para ella también era una situación difícil, pero tenía que resistir, a cada suspirar se le partía más y más el corazón, pero sabía que si comenzaba a llorar haría aún más amarga la despedida.
— ¿Qué es el mañana sin ti? — le respondió con la furia e indignación que causa el no poder remediar la situación, de no poder ser más que insignificante mortal dependiente de la caprichosa voluntad de la naturaleza.
 
Postrada en una cama, cubierta en sábanas blancas se encontraba una chica de piel pálida, cabellera rubia y ojos castaños, vivos como la luz de la luna, de confección delgada, vestida con un camisón del color de su inocencia. Ella tenía tan sólo 19 años, pero su salud era ya una flor marchita, deteriorándose a cada paso que daba el tiempo, marchitándose mientras se esconde el sol tras el ocaso. Al lado de ella se encontraba un chico de piel un tanto maltratada por el sol, cabellos castaños y ojos profundos con un tono oscuro, con la mirada llena de ternura y a la vez con tortura la observaba; era ella la mujer de su vida, la causa de sus sonrisas, era su todo, y en esos momentos, aquel ángel que intentaba ser mortal era reclamado a gritos por el cielo, ella se estaba desvaneciendo, estaba a punto de irse, su dama de cristal, frágil y hermosa, una luz que brillaba incluso en la noche más oscura, ella era todo su mundo, y nunca había tenido antes el valor de declarárselo, de decirle cuán importante era ella dentro su vida, de darle a entender que todo lo que él quería era pasar la vida, la muerte y la eternidad del silencio a su lado.
 
Ella podía sentirlo, el momento se acercaba, el momento de decir adiós, el momento de romper las cadenas que nos limitan y convertirlas en alas para volar libre por los cielos infinitos.
 
¿Me recordaras el día de mañana?   le pregunto la chica, esperando una respuesta que tranquilizará su atormentado corazón.
 
— Más allá de la muerte… — le contesto aquel con una lucida sonrisa.
 
El rostro de la chica reflejo una amarga sonrisa llena de culpa, acompañada de un silencioso dolor.
 
— No quiero ser el ancla de tu dolor. —  le sugirió con cierta amargura agachando la mirada.
- Es cierto, eres la causa de mi dolor, aun así, siempre te recordaré, porque esa ancla es mi amor, mi razón para continuar y luchar…
 
El dolor por fin venció la voluntad de aquel chico, como si se hubiera librado una dura campaña entre sus confundidos sentimientos, él era una persona fuerte físicamente, siempre indiferente ante cualquier situación, pero en ese momento, la realidad era otra… rompió en llanto ante tal adversidad, en cada ocasión la vida se había propuesto despojarlo de todo aquello que él quisiera más que a su propio ser; en esta ocasión, le estaba arrebatando lo que él más amaba, aquello que había protegido como a su mayor tesoro, pero esta vez, por más que lo deseara, por más que lo quisiera, por más que luchara, era algo que estaba fuera de sus manos… ¿Cómo carajos se puede vencer a la muerte?, ¡es imposible!, se cuestionó una y otra vez queriendo encontrar alguna respuesta, algún milagro, pero él nunca había sido un hombre con ese tipo de fe y eso era algo que hacía aún más pesada la carga de sólo poder mirar cómo se le escapa la vida a aquella pobre chica.
 
 - Qué voy hacer si el día de mañana no estás a mi lado… - le decía el chico mientras secaba las lágrimas de sus mejillas.
 
- Yo siempre estaré contigo, junto al ancla de tu dolor aunque me lleve una eternidad, ahí estaré, esperándote, - dijo con calma - porque yo te amo y te amare mas allá de la muerte - le respondió mientras alzaba su delicada mano para acariciar la mejilla de su amado.
 
El silencio hizo acto de presencia, esas palabras retumbaban en toda la habitación, en la mente de todos los presentes, pero sobre todo, dentro de aquel chico que se encontraba a su lado, bastaron dos palabras, el chico no sabía qué hacer, una noticia así en esas circunstancias eran confusas, ¿sentirse sollozante de felicidad o desbordante de tristeza e impotencia?, qué sentir… qué pensar… simplemente… no habían matices grises, un sentimiento tenía que ser más fuerte que el otro, porque en la luz y en la oscuridad no siempre existe el equilibrio… aquel joven la abrazó, la abrazó como nunca lo había hecho en su vida, logrando detener el tiempo en ese instante, percibiendo una vez más esa esencia tan suya, sintiendo sus cabellos dorados entre sus dedos, paseando por vez primera las puntas de sus dedos sobre sus mejillas, susurrándole al oído cosas hermosas, con el idioma del alma, la poesía más hermosa, palabras que venían directamente, de lo más profundo de su corazón. La chica le correspondió el abrazo haciendo lo mismo, recargando su cabeza en el pecho del chico, sintiendo su reparación, escuchando el palpitar de su corazón, cerrando lentamente sus ojos, dejando salir todas sus lágrimas en silencio. Sin siquiera pensarlo, las otras personas que estaban ahí se fueron, en esos momentos es cuando se desea estar solo con esa persona, ellos ya sabían lo que esos chicos sentían el uno por el otro, sabían que era cuestión de tiempo para que saliera a flote, además, sabían muy bien, no podían sentir el mismo dolor que ellos al despedirse, por el simple hecho de que su corazón emitía una canción que sólo ellos podían escuchar… aquellos chicos se amaban y la vida les había puesto la prueba más difícil, un amor intenso, un amor mutuo, un amor de leyenda, pero sobre todo… la maldición del sol y la luna. Un amor imposible.
 
Había pasado tiempo desde que los dejaron solos, ellos estaban sentados sobre la cama, uno al lado del otro apoyando sus espaldas en la pared (que estaba detrás de ellos). La chica recargaba su cabeza en el hombro de su príncipe mientras sujetaba con sus pálidas manos la de aquel joven, apretando con suavidad, sintiendo el calor tan confortable que ésta trasmitía; el, sólo observaba por una ventana cómo anochecía, con su cabeza recargada sobre la de la mujer que tanto amaba, había tanto silencio que se podía escuchar el latir de los corazones de los dos enamorados, había tanta paz y armonía que parecía un lugar fuera del tiempo, fuera de la realidad, poco a poco cedieron ante los encantos de la luz de luna para poder entrar al reino de los sueños.
 
El tiempo pasó sin rendir cuentas, hasta que por fin el chico de cabellos castaños despertó, abriendo lentamente sus ojos, notando la total oscuridad de la noche. Se había quedado dormido sin siquiera notarlo, en ese momento pudo sentir el peso de algo recargándose en él, rápidamente giró su cabeza con preocupación para observar a aquella chica, ella estaba profundamente dormida, o tal vez ya…
 
— Helena…
 
Dijo este sacudiéndole un poco del hombro, pero la chica no parecía responder, eso provocó que el chico comenzara a preocuparse, él siguió y siguió intentando, pero la chica no respondía, fue cuando no pudo más y se dio por vencido. Él rompió en llanto pronunciando una y otra vez el nombre de la chica, la abrazó deteniendo su cabeza contra su pecho, con tanta impotencia que no parecía caber en él. Tantas cosas pasaban en su cabeza en esos momentos que era imposible saber qué era lo que pensaba. Una vez más, pareciera que la vida lo odiaba, entonces así, cerró los ojos con fuerza, deseando que todo fuera un mal sueño.
 
— ¿Por qué lloras?
 
El chico abrió rápidamente los ojos sin creer lo que escuchaba, agachó la mirada y vio fijamente a ese par de ojos castaños que tanto amaba, ojos que también lo miraban, ambos perdiéndose unos dentro de otros, intercambiando sentimientos, miradas que reflejaban el verdadero amor que puede sentirse sin necesidad de palabras, así estuvieron mirándose, ignorando el tiempo y la misma noche, hasta que por fin sucedió, afirmaron sus sentimientos del modo más puro, sellaron su amor con el silencio de un tierno beso a la luz de la luna, con ésta como único testigo.
 
II
Donde los ángeles nacen
 
A la mañana siguiente la chica murió… la noticia se dispersó rápidamente por todo el pequeño reino, en cuestión de tiempo la chica comenzó a ser preparada para ser llevada a su eterno lugar de descanso, un lugar que encontraba en la parte trasera de la iglesia del reino, el cementerio de una iglesia con toques barrocos. El funeral fue al siguiente día, a pesar de ser otoño era un día más frío y oscuro de lo normal, grandes nubes grises inundaban el cielo, anunciando la lluvia próxima, impidiendo el paso a la luz del sol, el viento llevaba consigo la nostalgia que tenía envuelta a aquella iglesia. El tiempo pasó y más gente comenzaba a llegar, era de esperarse, era una chica muy querida y conocida, siempre dulce y gentil mostrando su sonrisa a todo aquel que la necesitara.  La lluvia empezó a caer sobre las ropas negras de los presentes, pero aun así, eran pocos los que comenzaron a irse. Entre todas las personas había alguien que faltaba, alguien que estuvo con ella hasta el último minuto, aquel que había estado cuando todo pasó y dejó de pasar, me refiero a aquel chico que la amaba. Él no estaba en la iglesia, ni siquiera cerca, él estaba sentado en la esquina de un barranco que daba el límite al mar, él miraba cómo las gotas de lluvia caían sobre la inmensidad de aquel charco gigante de agua. En ese momento él deseaba mirar las estrellas, pero las nubes le impedían mirar el cielo, le impedían observar el mundo más allá de nuestras tierras.  Fue con un reflejo de luz atravesando entre las nubes y posándose sobre el mar, esa luz era de aquella, su único testigo de lo que paso esa noche, la luna. Con la caída de la lluvia sobre el mar y aquel rayo de luz, pudo presenciar la piedad del universo, un espectáculo, como si el mar y la luna estuvieran tratando de ayudarle con su pesar, era como si el mar estuviera llenándose de estrellas, “un mar de estrellas”. Él recordó un viejo dicho que llegó a sus oídos de tierras lejanas, “hay personas que marcan nuestras vidas, cuando se van se vuelven uno con el firmamento, convirtiéndose en estrellas, para indicarnos el camino, para convertir en luz la oscuridad.” Recordando aquella frase, se pregunto, ¿cuál de todas esas estrellas era ella?
 
 En las manos del chico había una hoja de papel con algunas cosas escritas, esa letra era de la chica que amaba, aún podía percibir la esencia y la textura de sus tersas manos en aquel pedazo de papel, se trataba de una carta, al parecer la escribió antes de morir, el último testimonio de ella en vida. La carta decía cosas que harían llorar a cualquiera, reflejaba los sentimientos más hermosos de la chica, sentimientos que fueron posibles gracias aquel chico.
 
“Me alegra que fueras tú quien se quedara con mi corazón al final y me duele desde lo más profundo de mi ser esta despedida, contigo nunca necesite alas, simplemente me bastaba una sonrisa tuya para tocar las estrellas”.
 
Esas últimas palabras rebotaban en su cabeza, ¿Cómo podía sonreír si su felicidad se la llevó?, acaso, ¿no era suficiente tener que aprender a lidiar con el final?, sin verlo venir, el viento le arrebató de las manos aquellas palabras, llevándoselas lejos, donde no las podía alcanzar, aun así, él no hizo nada, estaba devastado y no tenía ni las ganas ni las fuerzas para ir por ella, sin embargo, las cosas siempre pasan por algo, y, como si se tratase de un trueque, parecía que el viento le había dado algo a cambio, el viento le habia dedicado un verso al oído. 
 
— Puedo escuchar tu voz… — susurro al vacío del cielo y el espacio.
 
El chico seguía en el mismo lugar, el haber escuchado su voz una vez más parecía haberle aliviado, tal vez se estaba volviendo loco, o tal vez, en verdad, ella seguía a su lado, tal vez ella nunca se fue de él, tal vez… solo tal vez.
 
Tiempo después…
 
Mirando fijamente la inmensidad, era un día de primavera,  él observaba el ocaso sentado en aquel barranco junto al mar, habían pasado ya 2 años desde que la perdió, desde entonces siempre hacía lo mismo, día con día. Sus ojos perdidos en la nada, sumergidos en sus pensamientos, recordando el tiempo pasado, recordándola a ella, esa que fue toda su vida. Su rostro despojado de sonrisas, pedía a gritos felicidad, él disfrutó su vida con aquella de ojos castaños, cada día recordando que disfrutó al lado de ella, cada día deseando su muerte, añorando tomar su mano una vez más, y esta vez… esta vez se lo diría, le diría cuánto la amaba y todo aquello que sólo se puede decir con las frases más profundas del corazón, disfrazadas en un beso, todo ese tiempo sin ella se había dado cuenta no solo de su amor por ella, sino también qué hubiera querido pasar el resto de su vida, compartir sus existencias y caminar con ella a través del oscuro sendero, tomados de la mano, ella sería su luz, con ella jamás se perdería en aquel camino forjado por su amor.
 
-¿Te has cansado de venir a verme?... – le cuestionó al viento, su fiel confidente.
 
Miró una vez más al cielo, las estrellas comenzaban a aparecer sobre el firmamento, él cerró lentamente los ojos, una sonrisa se dibujaba debajo de su mirada oculta, fue cuando él cayó por el barranco, hacia el mar. Desde ese entonces nunca más se le volvió a ver, su cuerpo nunca fue encontrado, era como si hubiera desaparecido… ¿Por qué lo hizo?... júzguenlo ustedes… en el momento que se dejó caer había una sola idea en su cabeza.
 
 …No quiero esperar más… iré a buscar el ancla de mi dolor, donde me prometiste siempre estar…
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Foto del autor David Refugio Arredondo Saavedra
Textos Publicados: 3
Miembro desde: Oct 29, 2012
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Descripción

En realidad es una tragedia romántica con un final "feliz"...

Palabras Clave: Amor Romance Tragedia Tristeza Suicidio Muerte

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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MILDRED CABRAL

Al morir al pasado, al morir al futuro, al morir al "YO", al morir a "mi" y al morir a lo "mío" sentimos la esencia de la mente, que está vacía de toda noción de identidad, de todo concepto y de todo pensamiento. Lo único que en tal caso, perdura de esa potencialidad de la que sumerge todo pensamiento y toda emoción, es la sensación de que esa persona está viva "AQUI" en la temporalidad del ahora. ME GUSTO MUCHISIMO TU RELATO. Felicitaciones amigo David. Sigue publicando.
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October 29, 2012
 

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busy