Expulsados al atardecer y dejados como sombras en los campos a dos millas de la población. Se van los coches de nuestros padres, se puede mirar al cielo pero mejor no hacerlo: tampoco allí nos aguarda nadie, los cielos están con ellos, juegan en su bando. Juntos como un pequeño rebaño, con la ventisca empujándonos, los caminos, la carretera, nos circundan pero no debemos tomarlos. ¿A dónde vamos ahora?