Dos viejas que vivían solas desde muchos años atrás, la comidilla de todo el pueblo, lejos de todo, fuera de cualquier cosa, en una casa de humo y hermoso carmesí... Las encontramos borrachas, tumbadas en un viejo sofá, su televisor en marcha, el periódico del día deshojado por el suelo; entramos todos de puntillas aún cuando no hacía ninguna falta.
Cada uno de nosotros inspeccionó una habitación, luego nos reunimos en la sala, cambiamos el canal del televisor, recogimos el periódico para quemarlo, las botellas para romperlas y sembrar los cristales en el jardín, las despertamos a ellas y les dijimos: Hola, hemos venido.
La alta y flaca pareció coger miedo, la gorda se abrazó a Beth, sollozó, la puso en su falda y la apretó contra sus senos: Habíamos vencido. Así pues, antes de que anocheciera cogí las latas de gasolina y derramé su contenido en el río cercano. En un primer impulso estuve a punto de tirar también la caja de cerillas. Sin embargo la volví a guardar en uno de mis bolsillos y regresé a nuestra casa.