Que en paz descanses...
Publicado en Aug 02, 2009
Érase una triste tarde campesina
Con la familia sentada en torno al brasero, La madre cebaba dulces mates y sus hijos sonreían en silencio. De pronto se oyó un sonido Y en la casa, por dentro, corrió el eco. El menor fue a abrir la puerta, Con su sonrisa, de niño travieso. Al abrir la puerta, Jesús dijo: ¡Que curioso! No hay nadie... ¡será el viento! Al volverse y mirar a los suyos, todos lo miraban en silencio. Viernes fue el día de la semana, Quince, fue la hora, que aún recuerdo. Catorce primaveras en su frente, Y en trece minutos quedó muerto. La carroza, va al frente con mil flores, De blanco y no de negro, fue su séquito, Compañeros y amigos del colegio, No encuentran, aún respuesta a ese misterio. La autopsia fue precisa y concluyente, Paro cardio-respiratorio, sin misterios. Suele ocurrir por diversos motivos. ¿Por qué murió Jesús? No estaba enfermo... La casa y sus hermanos y sus padres, Vistieron luto, fuera y dentro. Murió Jesús, el niño hermoso. Con él, morimos, un poco dentro. Viernes, fue el día de la semana. Siete días, se cumplía del trágico hecho. El silencio era frío, casi denso. Rezábamos por fuera y por dentro. La casa de mis amigos, era oscura, O tal vez, así, hoy la recuerdo. Quince campanadas, dió el reloj, Y golpearon la puerta. Lo recuerdo. Cristian vaciló, ante al déjà vú, Tomó coraje y la abrió, sin miedo. Un viento penetró, como una bala, Y un frío glacial, le copó el cuerpo. Quince fue la hora en la tarde, Treinta segundos y cayó al suelo. Cuarenta y cinco eran los grados, Que hervían en su frente, como el fuego. Sesenta minutos tardó la ambulancia, Eternidades, de dolor y miedo. Nada logró, bañarlo en agua fría, Nada logró, agregar hielo. Murió Cristian, murió la risa, El coraje, el valor y entendimiento. Todos lo recuerdan calmo y vivo, Yo, solo recuerdo, su rostro yerto. María, pobre niña asustada, Diecisiete años y sin su gemelo, En su rostro, antes dulce y brillante, Mutó, en gris pálido, sin quererlo. Los padres parecían dos fantasmas, Caminaban casi sin tocar el suelo... Nunca vi hasta entonces, tanta pena, Salvo en otra ocasión. Dolor perfecto. Dolor absoluto y total fue, El que denotaban los rostros sinceros, Los que no querían demostrar nada, Se escondían en sus casas...por el miedo. En el espejo de los sueños, son mortales, Todos los que se reflejan en él, pero... En la ventana de la vida a veces pasa Por frente nuestro, un largo duelo. ¿Fue largo el duelo por Jesús o Cristian? No, fue demasiado corto. No hubo tiempo. La desgracia se había instalado en esa casa, Había un asesino...esperando en silencio. Siete aciagos días, con sus siete amaneceres, amaneceres iguales o distintos.¿cómo saberlo?. Cuando el dolor convoca nuestras lágrimas, El llanto borra, la noción del tiempo. Golpearon la puerta y los golpes, Sonaron lúgubres, sus duros ecos. Todos esperaron, conteniendo el aire, Y yo abrí la puerta... con recelo. Era la triste María, que llegaba de la iglesia, Un rosario, en sus manos y en su boca un rezo. De última fe y de esperanza ante el dolor, Me senté. Y a sus espaldas, golpearon de nuevo. María miró rápidamente a los presentes, Aún no sé lo que pensó, en esos momentos. Los cinco pasos hacia la puerta fueron lentos, Las pisadas atronadoras y el tiempo eterno. María, mujer de fe, así fue siempre. Invocó al altísimo y sin un ápice de miedo, Abrió la puerta y como esperando, Levantó e hizo girar sus cabellos, el viento. Sonrió, y presumimos por un instante, Que la sucesión malévola de trágicos hechos, Se había cortado. Y sonreímos, tibios y francos. Siete pasos hizo y cayó, como un edificio viejo. Para que recordar, las corridas inútiles, Los millones de pasos, hasta llegar a su cuerpo, La desesperada carrera hasta un hospital, Y los ojos desolados de doctores y enfermeros. Nuevo ataúd, nuevas coronas y el panteón, Que en tres semanas, cobijaba más cuerpos, Que en toda su oscura utilidad, desde un siglo. No deseo recordar, sus padres, en el cementerio. Tres hijos muertos, en menos de un mes, Enloquecen a cualquier padre, eso lo entiendo. ¿Porque no morí yo, y murieron ellos?, Decía el padre, don José, el carpintero. No es natural, sobrevivir a los hijos, Eso esta mal, ellos eran jóvenes. Yo viejo. ¿Dónde estás Dios mío, en este dolor? ¿Por qué, nos castigas? ¡Mátame! Eso quiero. Doña azucena, nada decía. Ella, la mujer firme. La luchadora. La olvidada madre. La del duelo. La sin descanso. La que no se rendía. La mama. La fuerte. Parecía una hoja, tirada por el suelo. Apenas, emitía un gemido, como herida... Sus gemidos parecían los de un niño pequeño. Deshacerse de dolor, nunca vi a nadie, Pero esos padres, casi lo hicieron. Lo peor de todo era el silencio. O tal vez, los pésame, de los vecinos o compañeros: -no, somos nada- decían. Mientras en su mundo, Los castillos de cristal, seguían erectos. No distingo y nunca lo logré, ni un instante, Reconocer a alguien cínico o sincero. Yo prefería no ir al velatorio, pero fui. La culpa, pesa más, que el mundo entero. Ciento sesenta y ocho horas después, O a siete días del fatídico hecho... Murió azucena, la madre triste y dolida. De tristeza dijeron. Yo culpo al viento. Y el padre...José... ¡ay don José! Que ningún mal, a nadie había hecho, Vio desaparecer a su familia en instantes. Y su casa, convertirse, en un desierto. Lo hallamos, una semana después, En su casa, en la parte de atrás, con los ojos abiertos. El médico, dictaminó hipotermia, Todos sabemos...que mentira fue aquello. Nadie puede vivir, con los fantasmas, De su esposa y sus hijos, mucho tiempo. La casa aquella que cobijó tanta vida, Se fue derruyendo con el tiempo. A veces, cuando paso, por su lado... Un escalofrío...recorre mis cimientos. Aún se recuerda, en el pueblo algunas veces, En las noches frías, ese horror sin paralelo. Y nombran al viento, en voz baja, Y cierran bien las puertas con recelo. Ninguna persona sabia, abre a las tres, Aunque las puertas, se estén rompiendo. Hoy pasé otra vez, por el camino, Donde está emplazado, el oscuro monumento. La curiosidad y el morbo absoluto, Pudieron contra la razón y el sabio miedo. Llegué hasta la puerta oscura y tenebrosa, Se abrió fácil y se cerró con un gemido siniestro. El reloj, marca las tres en punto. Son las tres y Golpean. Aterrador, ahí afuera, ruge el viento.
Página 1 / 1
|
RAL FERNANDO TORRES
Sergio Pellegrini