EL PULGUI
Publicado en Nov 05, 2012
Seguramente era verano .Porque recuerdo con exactitud los paraísos con sus sombras abundantes y frescas, las siestas obligadas y el no ir a la escuela.; pero no la fecha, ya que los niños no retienen los años, meses o días, sólo los acontecimientos que los marcan, para bien o para mal.
Un día de ésos, innombrable, él apareció en medio de la calle de tierra. Flaco, cola al suelo, colores indefinidos y mirada perdida y asustada. Nuestra pequeña barra de chicos y nenas – dispuesta sólo para los juegos- lo ignoró primero y lo adoptó después, trayéndole pequeños pedazos de galleta, alguna excepcional masita o quizá un huesito sobrante del puchero diario. Poco a poco fue tomando confianza, corría tras nosotros, incluso sabía – quién sabe cómo – la hora en que terminaba la siesta y empezaba la larga tarde de juegos. Fue partícipe obligado de la payana, queriendo morder las pequeñas y lustrosas piezas cortadas con primor infantil; nos descubría cuando llegaba la hora de las escondidas, por lo que el “¡ piedra libre!” nos era cantado de inmediato y aguantado con paciencia; al jugar a la mancha iba de un lado al otro sin saber bien a quien correr y a quién detener…¡pero igual se divertía!. No le pusimos nombre. Se lo pusieron. Una de las madres le gritó un dia un ¡fuera pulguiento! Y así lo empezamos a llamar. El nombro se acotó de día en día, hasta que el Pulgui respondía a su nombre con la sonrisa de su cola y el amor de sus ojos. Hasta aquella calurosa tarde en que llegaron miles de mariposas que volaban y hacían cabriolas para evitar nuestras varas peladas con especial saber, y con nuestros frascos para guardar las inocentes víctimas. El Pulgui entendió el juego de inmediato y tiraba mordiscones a aquellas bellezas voladoras, que elegantemente y sin esfuerzo esquivaban a chicos y perro .En nuestro entusiasmo, de pronto todos gritamos ( creo que a su manera el Pulgui también) “¡¡ las lecheritas!!!”, que para todo aquél que se precie de haber sido niño en nuestra época, eran las mariposas blancas inmaculadas, y tal vez por eso, las más preciadas. Pulgui dio un salto, luego una corrida de lado a lado de la calle y – para nuestro pavor- quedó frente al único camión que traqueteando y levantando polvareda, pasaba por una calle nunca transitada. Por un segundo interminable y silencioso, todos nos convertimos en dolientes estatuas, imaginando cada uno a su manera el final de nuestro perro. El camión rugió, aceleró y se alejó. Del otro lado de la calle, el Pulgui nos miraba con sus ojos pícaros, su cola ventilada a toda velocidad y totalmente intacto. Su agilidad y rapidez callejeras lo habían salvado; y ahí estaba, como si nada hubiese pasado. Esperaba que dejáramos nuestra imbecilidad y siguiéramos persiguiendo a las mariposas. Pero antes de volver a tan difícil tarea, como un solo cuerpo y una sola alma, corrimos hacia el Pulgui y lo abrazamos muy fuerte. Y aunque nada entendía del motivo de tanto cariño, aceptó goloso nuestras caricias. El tiempo y el verano pasaron…nosotros crecimos y el Pulgui también. Hasta que un buen día, como ocurre siempre, cada uno de nosotros íncluido nuestro Pulgui, siguió su camino. Pero es seguro que él nunca nos olvidó, como yo jamás olvidé mi primer amor de perro.
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juan roberto martinez
MARTA GIANOTTI
juan roberto martinez
Gustavo Adolfo Vaca Narvaja
Felicitaciones
MARTA GIANOTTI