LA POBRE JUANITA
Publicado en Nov 10, 2012
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                                       ! P o b r e     J u a n i t a !  
 
                                                                            Merida,  Mayo de 1.989 
 
-Juana, llama al señor González y dile que amanecí con fiebre….. que no puedo ir a trabajar…. Que voy pal seguro… ¡Y dame algo pa este dolor de cabeza  del coño que me está matando…..!
- Pero, ¡tampoco vas a ir a trabajar hoy, Ramón? Acuérdate de todo lo que debemos, ¡párate hombre, no seas flojo….!Vamos,  párate, anda….
          Y tomándolo  por un brazo la mujer trataba de levantarlo del catre donde estaba tirado, y que hacía las veces de cama matrimonial, desde que, hace ya dos años, se vieron en la necesidad de vender todas sus cosas y mudarse a este rancho inmundo  de una sola pieza donde ahora  mal vivían ellos dos, sus dos pequeños hijos y Susanita, la hija de ella, quien con sus doce años cumplidos ya era casi una mujercita. Todos juntos en este cuarto miserable donde duermen, cocinan y hacen sus necesidades, en un hacinamiento y una promiscuidad espantosa.
          Mas tarde, dada por vencida en su lucha por, Juanita, recostada en la triste mesa que sirve para separar aunque sea un poco su catre del de los tres niños, y que junto con sus cuatro sillas es el único mobiliario del rancho, mira entristecida al hombre que enratonado, ronca sobre el catre, se deja caer, agotada por el eterno cansancio de sus ocho meses de embarazo, el excesivo trabajo y la mala alimentación en una de las sillas y recostando su cabeza entre los brazos apoyados en la superficie rugosa y manchada  de la mesa, se deja llevar por sus recuerdos, los tristes hechos de su vida que a través de tantos sufrimientos la han traído hasta ese momento.
          Recuerda como hace trece años, teniendo ella  solo diecisiete, había llegado a este país desde su pueblo natal de la costa colombiana, atraída por las noticias de los fabulosos sueldos que aquí pagaban a las empleadas domésticas. Así que, acompañada por una amiga se había escapado de su casa y por las “trochas” había pasado a Venezuela, llegando enseguida a  Maracaibo. Allí habían trabajado juntas en un hotel de esos “malos”, tratando de reunir lo suficiente para pagarse el pasaje hasta Caracas, la capital de la República, el “sueño dorado de todas las sirvienticas colombianas”
          Tras varios meses de trabajo agotador, había conocido a Jacinto, chofer de un camión de mercancías. ¡Jacinto! Hermoso mulato con cuerpo de boxeador, sonrisa espléndida de dientes muy blancos y grandes, boca carnosa y ojos pícaros que enamoraban. ¡Y que labia! Siempre la convencía de todo lo que quería, sin que ella pusiese nunca en duda sus palabras. Le había dicho que era dueño del camión que manejaba y ofrecido llevarla a Caracas y establecerla allí en una buena casita en donde vivirían los dos una eterna felicidad….. ¡Y ella le había creído! Y no había podido resistirse a sus deseos. ¡Que va! Y además, para que? Ella lo deseaba tanto o mas que el a ella y no veía motivos para no creerle ni para no entregársele con todo amor.
-Nos vamos pa´ Caracas, negra. Y allí te busco un buen trabajo… pero no pa´ quedarte a dormir, claro. Yo te quiero juntico a mi todas las noches – le decía, y ella, ruborosa y enamorada, había aceptado, diciendo a todo que si.
          Habían viajado en el camión, pero tardaron mas de tres días en recorrer los 800Km mas o menos que separaban las dos ciudades, porque el se detenía a cada pueblito o caserío, para buscar una pieza y hacerle el amor….Quería estar “jugando” como decía, todo el tiempo con ella. Y Juanita, admirada y cada vez mas enamorada de ese hombre ¡tan hombre!, lo complacía orgullosa y apasionada.
          Cuando al fin llegaron a la capital, encontraron a un amigo de Jacinto, según este, pero que los esperaba impaciente y disgustado, reclamándole de mala manera la tardanza y el hecho de que por su culpa había perdido un nuevo encargo y había quedado mal con la entrega pautada con un cliente muy importante.  Entonces fue cuando Juanita se enteró de que Jacinto no era el dueño del camión y de que le había dicho muchas mentiras. Pero ya, locamente enamorada   nada le importó. Ni sus mentiras ni sus engaños.  Al final, el dueño del camión le pagó a Jacinto solamente la mitad de lo acordado, dándole apenas lo suficiente para una noche de hotel y algunas comidas.
          Al día siguiente, luego de otra apasionada noche de amor, salieron juntos en busca de un trabajo para Juanita. Pero, según el le comentó, sus planes ya habían cambiado totalmente.
-Mira Juanita, - le dijo- por ahora no tengo plata pa´ ponerte el  rancho que te prometí. Ya viste con lo que me salió mi compadre. Así que tendremos que buscarte un empleo con cama adentro. Pero, no te pongas así – continuó rápidamente al ver el gesto de tristeza que ensombrecía los rasgos casi infantiles de Juanita -  Será por poco tiempo. Ya verás que pronto encuentro una buena “chamba” y podremos instalarnos juntos tal como lo hemos planeado – y dándole un tremendo beso que aflojó las piernas de la negrita, añadió poniéndose serio – Y ahora, vámonos Tenemos mucho que caminar pues hoy mismo tenemos que conseguirte ese trabajo. ¡Yo no tengo plata ni para una noche mas! Ah, y mira que voy a decir que somos hermanos… Si saben que soy tu marido, seguro no te dan el trabajo –
- Ajá. – Contestó Juanita, aceptando todo lo que el decía.
          Y salieron en su búsqueda. Caminaron y caminaron hasta que la suerte los llevó hasta un abasto, donde el dueño les comentó, al enterarse de su intención, de una de sus parroquianas que esa mañana le había comentado que necesitaba urgentemente una empleada. Enseguida les dio la dirección, y hacia allí se fueron ilusionados Jacinto y Juanita.
          Era muy cerca, y al tocar el timbre los atendió una señora blanca, gorda y mal encarada.
-Que quieren? –
- Buenos días, señora – contestó Jacinto con una tímida sonrisa – nos dijeron que usted está necesitando una muchacha para trabajar, y como mi hermana está recién llegada y está buscando trabajo…-
- Tu hermana? – y la señora miró desconfiada a la pequeña Juanita, con su piel renegrida y su pelo prieto, y luego, escrutadora, miró a Jacinto, atractivo, mulato claro, fuerte y pelilacio -  Seguro que son hermanos?
- Claro, señora – contestó este con una gran sonrisa desvergonzada.
- Y, quien les dijo que yo necesitaba una sirvienta?-
- El dueño del abasto de la cuadra siguiente, señora. Y también nos dio la dirección –
- Si, es verdad. Yo hablé ayer con el – contestó la doña suavizando un poco la expresión de su rostro – Está bien, pasen para que hablemos –
          Y así consiguió Juanita su primer trabajo en la capital. Le pagaban bien pero tenía que trabajar muy duro. La señora alquilaba piezas a hombres solos, y Juanita, además de la cocina y de la limpieza de toda la casa, tenía que atender también el lavado y planchado de la ropa de todos los inquilinos. Pero ella no le tenía miedo al trabajo. Y menos, teniendo el incentivo de que el dinero que ganaba ayudaría para que su hombre pudiese ponerle pronto el rancho que le había prometido. Y mientras tanto, todos los domingos se reunían en casa de unos amigos de Jacinto y allí, tras el almuerzo y la siesta que disfrutaban, le hacía el amor apasionada y violentamente, como era su costumbre, enloqueciéndola cada vez mas de amor.
          Cuando ya habían pasado mas de dos meses desde que empezó a trabajar, una mañana Juanita se levantó sintiéndose muy mal. Estuvo vomitando toda la mañana, mareada y sin lograr retener nada en el estómago, pero cuidando mucho de que su patrona no se percatase de nada. No sabía  por que pero instintivamente comprendía que no podía esperar compasión ni ayuda de su parte.  Al pasar los días y seguir sintiéndose muy mal, Juanita recordó que desde que estaba con Jacinto, no había tenido la regla, así que, asustada, comprendió que estaba “preñada”. Fingiendo ante su patrona logró que esta no se diera cuenta de nada, y ese domingo, cuando se encontró con su mulato, mientras estaba entre sus brazos, le dijo:
-Jacinto – comentó confiada en el amor de su hombre – Vas a tener que darte prisa con lo del ranchito, porque estoy preñada…vamos a tener un hijo…-
- ¡Preñada!!! – casi gritó el hombre.- ¡Pero, mujer, que mal momento escogiste para esto!!! - ¡Preñada!!!- y sacudía la cabeza como si no pudiera creer lo que la negrita le decía. Pero al observar  la desolación y tristeza que se plasmó en el rostro de la pobre muchachita, enmendó  y agregó, recomponiendo el suyo – Vamos, no te pongas así. No te preocupes. ¡Todo saldrá bien!  Yo me encargaré de todo!!!- Y abrazándola de nuevo apasionadamente, le hizo de nuevo el amor.
          Luego, antes de separarse, tal como  siempre,  Juanita le entregó la quincena que acababa de cobrar. El siempre le decía con tono de gran sinceridad, que esa platica era sagrada para el, ya que era el pequeño aporte que ella insistía en darle para colaborar con la instalación de su “nidito de amor”. Y la pobre Juanita,  después de esas maravillosas palabras y del hermoso rato de apasionado amor, regresaba a su trabajo sintiéndose cargada de nuevas fuerzas para luchar cada vez mas para ayudar a su Jacinto en la consecución de sus sueños.
          Pasaron los meses y llegó el momento en que Juanita ya no podía esconder su incipiente barriga. Y la patrona, mujer avisada y maliciosa, observándola un día con mas atención, le preguntó:
-Juanita, ¿Qué te está pasando? Cada día estás mas gorda. ¿Es que estás comiendo mucho? Voy a tener que poner mas cuidado pues parece que te estoy sobrealimentando…?- Terminó con sonrisa irónica y maligna. Y al momento, una luz de comprensión brilló en sus ojos. Y mientras la miraba escrutadora, esperando una respuesta, que ya adivinaba. Pero Juanita, avergonzada, bajó la cabeza y no respondió nada. Ante lo cual la patrona dejándose ya de indirectas, la atacó de frente
- ¡Ya se lo que te pasa, negra sinverguenza! ¡Es embarazada!!! ¿Verdad…? ¡Contesta, mujer! – añadió ante el silencio de la muchacha.
- Si señora – respondió la pobre criatura, encogiéndose aún mas ante la furia de su patrona.
- ¿Y que? ¿Ahora sientes vergüenza? ¡Ya para que! – la ripostó con  ironía y desagrado la mujer, y agregó, incisiva – Pero lo que si te voy a decir es que no cuentes conmigo para apoyar esta sinverguenzura. Y entiende  bien esto porque te voy a poner de una vez los puntos sobre las ies. Desde este momento solo te pagaré la mitad de tu sueldo pues en estas condiciones cada día harás menos de tu trabajo…!Ya has desmejorado bastante! Y nada de venirme con que te sientes mal o que tienes nauseas o que se yo que te intentes inventar, porque te pongo de patitas en la calle…. Así que, ¡ya sabes! Te pones las pilas  porque ni no, ¡te vas!-
          Y la pobre Juanita, callada, asintió, aceptando todas las condiciones que le imponía la patrona. Pensaba, para consolarse, que esto sería por poco tiempo, ya que no debía faltar mucho  para que su Jacinto le cumpliese lo que le había prometido.
          Pero, ese domingo, cuando se encontró con el, estaba de nuevo con el camión. Tenía, según le dijo, que emprender un viaje que ¡ahora si! Les dejaría lo suficiente para acomodarse por una buena temporada. Y con gestos de cariño y amor le pidió lo que tenía de la quincena, añadiendo, que sería solo para los primeros gastos, que en quince días estaría de regreso con el dinero suficiente para instalarse definitivamente. Ella no quiso comentarle nada de lo que le estaba pasando en su trabajo, para no mortificarlo y amargarle el viaje. Así que le entregó el dinero que le pedía, como siempre. Y con un beso y una caricia, se despidió de su amor.
          Y esa fue la última vez que lo vio. Durante mas de un mes la pobre Juanita se dirigía todos los domingos, religiosamente, a su lugar de reunión. Y allí molestaba a todo el mundo preguntando por Jacinto. Que si lo habían visto. Que si no habría tenido un accidente. Que si no sabían nada  el, etc. etc. etc. Pero al fin se resignó y comprendió que había sido engañada como una tonta. Y que además de haberla engañado Jacinto en sus sentimientos, le había quitado malévolamente, todo el dinero fruto de su  trabajo. Y ahora la había abandonado dejándola sola y desamparada cuando esperaba un hijo que tendría que criar y levantar sin ninguna ayuda. Y lloró por días, desconsolada.
          Pasaron los meses, y cuando llegó el momento del parto Juanita fue llevada a la maternidad por una amiga cuyo novio era taxista. Allí todo fue fácil y a las pocas horas nació una hermosa niña, renegrida como su madre pero de pelo lacio y ojos grandes,  avellanados y brillantes como su padre. Juanita lloró cuando se la pusieron entre sus brazos, cual un pedacito de carbón reluciendo entre las blancas sábanas. Y desde ese momento su vida se vio signada por el intenso amor que su negrita despertaba en su corazón.
          Cuando salió de la maternidad con su niña en brazos, se dirigió presurosa hacia la pensión, pensando reintegrarse de inmediato a su trabajo, pero al llegar al abasto de don José este le contó que su patrona le había recogido todas sus pertenencias en una paquete y se lo había enviado a el,  para que se lo entregara cuando ella regresara después del parto, pidiéndole que le advirtiera que no quería verla mas por su casa
Y que no se le ocurriese  ir a cobrar la última quincena pues como ella había abandonado el trabajo sin aviso previo, no le debía nada y había además perdido todos sus derechos.
          La pobre Juanita tomó en sus manos la bolsa con sus pertenencias y  tras despedirse del bueno del señor José quien la veía marchar con ojos llenos de tristeza, , se echó a la calle  buscando desesperada un trabajo donde la aceptaran con su niña, aunque fuese solo por un cuarto y la comida, pues no tenía ni siquiera donde pasar esa noche. Caminando lentamente, aún adolorida por el reciente parto, comenzó a tocar en las puertas de las casas cercanas, buscando cobijo para las dos.
          Dentro de todo, tuvo suerte. Ya mediada la tarde luego de mucho caminar llegó a una casa de gente buena donde fue contratada de inmediato y donde la trataron, desde un principio con consideración y cariño. Allí trabajó por mas de diez años, sintiéndose amparada y apreciada. Pero jamás olvidó el daño que le había hecho aquel “mal nacido de Jacinto”, como lo nombraba siempre. Y eso la resguardó, pues como dice el viejo refrán popular…”a quien lo pica culebra, le tiene miedo a bejuco…”, y durante todos esos años se dedicó exclusivamente a su trabajo y a criar a su negrita adorada, sin poner atención a ninguno de los tantos hombres que se le acercaban para “calentarle la oreja”
-¡Déjame! – les decía – Yo no quiero nada con hombres. El daño que me iban a hacer, ya uno me lo hizo. Y no habrá otro que pueda decir que me lo volvió a hacer – Y mirándolos retadora se alejaba del susodicho, dejándolo con cara de idiota desilusionado y hambriento, pues con los años y el trabajo Juanita se había convertido, como todas las de su raza, en una real hembra.
          Así fueron pasando los años, llenos de trabajos y satisfacciones. Su hija crecía cada día mas bonita y mas buena. Y su patrona, mujer de gran bondad se había encariñado profundamente con la chiquilla y se había hecho poco a poco cargo de su educación, enseñándole a  Susanita, que así se llamaba la niña, las letras, los números y los principios morales y religiosos de una instrucción cristiana, hasta llegar a prepararla para que realizara su primera Comunión, momento emotivo y clave en la vida de la niña. Todo era paz y tranquilidad en la vida de Juanita y su pequeña. Y ella, firme en su resolución, no permitía que nadie la distrajese de su meta de seguir trabajando seria y responsablemente para asegurar su futuro y el de su pequeña Susanita.
          Luego, un día, hacía ya de eso casi cuatro años, se le acercó su patrona, confiándole, como siempre,  una de sus frecuentes  preocupaciones:
-Mira Juanita, ya tu sabes que estamos pensando remodelar la casa y ahora necesito un favor. Justo hoy, cuando tengo una cita en el salón de belleza, me llama el señor Juan para decirme que esta tarde viene a la casa el representante de una compañía  constructora para hablar conmigo sobre los cambios que queremos realizar en la casa, revisar la construcción y elaborar el presupuesto para el trabajo. Yo no quise decirle que ya tenía planeado salir, tu sabes como se pone y que no entiende lo que cuesta encontrar cita en este salón de belleza, entonces se me ocurrió que yo te explico a ti todo lo que queremos, de todas maneras tu has escuchado nuestras conversaciones y tienes ya una idea clara de todo,  y tu me atiendes al señor, le muestras toda la casa, todo lo que quiera ver y le das todos los informes que te solicite. Yo trataré de llegar lo mas pronto posible y el si puede que me espere. Pero, eso si, negra, no lo vas a dejar solo ni por un minuto. Vas todo el tiempo con el, lo acompañas constantemente. Recuerda que no se puede confiar en nadie y mas vale ser precavidos. Entiendes?-
- Si, señora María. No se preocupe por nada. Vaya tranquila que yo me encargo de todo.-
          Y así fue como Juanita conoció a Ramón Morales. Margariteño de cuarenta años, serio, formal  y trabajador. Lo primero que le gustó a Juanita fue lo respetuoso que era. Educado, decente y también, por que negarlo, muy bien plantado. Ojos grades y aguarapados, cuerpo fornido, templado por el duro trabajo, cabello castaño muy abundante y aunque mulato también, mucho mas claro que aquel “mal nacido de Jacinto”.
          Ramón tuvo que frecuentar la casa diariamente por mas de tres meses pues el trabajo de remodelación de esta era largo y complejo, y el era el encargado y albañil principal de la obra. Así que poco a poco fueron conociéndose y la simpatía  que desde el primer momento brotó entre ellos se fue convirtiendo paulatinamente en algo mas profundo y serio. Juanita se sentía emocionada por el respeto que el le manifestaba y el trato cariñoso y paternal que usaba para su pequeña Susanita. Poco después, cuando ya se acercaba el final de los trabajos en la quinta, una tarde, luego de concluidas las labores de ambos, se sentaron Ramón y Juanita, tal como acostumbraban, a tomar un cafecito y charlar un rato en la mesa de la cocina.  Ese día el le habló seriamente.
-Mira Juanita, tu sabes lo que siento por ti. Yo quisiera que me aceptaras y que nos casáramos. Yo te quiero mucho y quiero también a tu hija, y creo que lo nuestro podría resultar muy bien. Soy bastante mayor que tu, ya lo se, pero dicen que así es mejor. Tengo una buena casa en un barrio decente y aunque es algo pequeña, es cómoda y bonita. Allí podríamos ser felices los tres. También tengo un buen trabajo y soy muy apreciado por mis jefes, tu lo has podido constatar, ya que tienen completa confianza en mi. Y tu si quieres, podrías seguir trabajando aquí, con esta familia que te aprecia tanto. ¿Qué me dices?  Si necesitas tiempo para pensarlo, toma el que quieras. Yo estoy dispuesto a esperar lo que sea necesario…-
- ¡No seas tonto, Ramón! Yo no tengo nada que pensar. Ya está todo pensado y consultado con la señora María. Mas bien – añadió con sonrisa pícara – teníamos una apuesta para ver  cuanto tiempo tardarías en hablarme….!claro que acepto! Tu también me gustastes desde el primer momento y a la señora María y a mi nos pareces hombre en el que se puede confiar …-
- ¿Aceptas, Juanita? - ¡Que bueno, mujer, que bueno! – y tomándole las manos por encima de la mesa, añadió – Ya verás que nunca te arrepentirás. ¡Te lo prometo! Voy a comenzar mañana mismo los trámites legales para que nos casemos lo antes posible. Y también comenzaré a arreglar los papeles necesarios para adoptar a Susanita, para que no quede ningún cable suelto y seamos una verdadera familia –
 -¿De verdad, Ramón? ¿Harás eso por mi hijita? – preguntó ella con lágrimas en los ojos .
- ¡Claro, mujer! ¿ No te he dicho ya que la quiero como si fuera mía? – Y levantándose ambos, emocionados, se estrecharon en un fuerte y cariñoso abrazo, quedando sellados así sus futuros.
          Quedó así todo acordado. Cuando hablaron con la señora María, esta, después de felicitarlos de todo corazón. Aceptó que Juanita trabajara a partir de la boda, como servicio externo, para que pudiese regresar a su casa todas las noches, y además, ofreció aumentarle el sueldo para ayudarlos en los comienzos de su vida en común. También pidió ser la madrina de boda, lo que Juanita y Ramón aceptaron orgullosos y agradecidos. Poco después, cuando los papeles estuvieron todos en regla, se casaron. Y entonces, comenzó una nueva vida que se auguraba plena de felicidad y paz para la ahora “señora Juanita”
          Al comienzo todo salió bien.  Ramón era un marido cariñoso y un padre amoroso y responsable para su hijastra. La casa, situada en un barrio humilde pero muy decente, tenía las comodidades mínimas necesarias para vivir feliz una familia unida y feliz. . Y Ramón aprovechando unos materiales sobrantes que consiguió en una construcción donde trabajaba, le realizó, para agrandarla y hacerla mas cómoda, un porche trasero que por lo fresco y lo acogedores convirtió en el lugar preferido de la familia. La pareja era ejemplo entre sus vecinos y amigos, sintiéndose muy estimados por todos.
          Algunos meses les sobraba algún dinero que ellos aprovechaban para darse un pequeño gusto, como el de ir a ver alguna película o reunirse con sus amigos en un bar cercano para tomarse unas cervecitas  y charlar un rato. Pocas, porque a Ramón no le gustaban las bebidas. Su padre había muerto alcoholizado a los treinta años, después de haber hecho pasar a su esposa y a su hijo por terribles momentos de violencia y dolor, cosa que el jamás había podido olvidar, marcando su psiquis infantil para siempre.
          Y algunos domingos por la tarde iban los tres a visitar a la señora María, quién siempre preguntaba por Susanita y reclamaba que se la llevaran de vez en cuando para disfrutar de su compañía.
          A los tres meses de casados Juanita se dio cuenta de que estaba embarazada, y un poco temerosa se lo comunicó a su marido. La alegría de este fue indescriptible:
- Pero, ¡Juanita! ¡Un hijo! ¡Que alegría, mujer! Yo pensaba que ya no tendría familia, no por mi edad, claro, sino porque aunque he tenido mujeres en el pasado, nunca supe que ninguna saliese embarazada….!Que alegría!- finalizó, abrazándola estrechamente e incluyendo a Susanita en el abrazo.- Gracias, Negra, gracias por este maravilloso regalo…!Gracias!-
          Y ella, comparando esta reacción con la que había tenido el “mal nacido de Jacinto” en idéntica oportunidad, se echó a llorar como una tonta y elevó una oración silenciosa, agradeciendo a Dios por su inmensa felicidad.
          A su debido tiempo llegó el momento del parto, y sin ningún problema nació un hermoso varón al que pusieron el mismo nombre de su padre. La pareja desbordaba de felicidad y Susanita, orgullosa, paseaba a su hermanito, mostrándoselo a sus vecinos y sintiéndose ya una madrecita cuando ayudaba a su mamá en el cuidado diario del bebé.
          Tras varios meses de trabajo y felicidad, Juanita volvió a quedar embarazada, naciendo al cabo del tiempo otro hermoso varón a quien bautizaron con el nombre de Juan, por su mamá  y por el patrón de esta, el esposo de la señora María, quienes tan generosos habían sido siempre con ellos. Este nacimiento los incomodó un poco pues ahora la casa se les hacía  un poco pequeña, al igual que los sueldos. Pero la felicidad de Juanita y el agradecimiento a Dios por sus hijos tan bellos y sanos, y por el amor de su marido era tan intensa que no le permitía temer al futuro, y pensaba que nada ni nadie podía romper la armonía y la felicidad de su familia.
          Meses después, cuando Juanito ya tenía  casi siete meses de edad, la desventura se abatió sobre el hogar de la negra Juanita. Ellos siempre habían oído hablar sobre “la mala situación que se avizoraba en el país”, “sobre la inflación”, término que no comprendían del todo, “la deuda externa etc. etc. etc” y muchas cosas mas.  Pero para ellos estos problemas eran ajenos a su realidad, extraños y lejanos.  Siempre habían sido pobres y para el pobre  nada de eso tiene demasiada importancia. Claro, sabían que la comida estaba cada vez mas cara y que los sueldos ya no alcanzaban para vivir. Pero como gente acostumbrada a los sacrificios, “se apretaban un poco mas el cinturón”, estiraban aquí, dejaban de gastar allá y así iban saliendo del paso sin mayores perjuicios. Pero, ese día, cuando Juanita salió de su trabajo vio a Ramón que la esperaba en la esquina de la casa de sus patrones. De inmediato supo que algo malo había sucedido.
-Y tu, que haces aquí, Ramón? ¿Qué pasa?- preguntó angustiada.
- Tengo malas noticias, Juanita. – contestó el, cabisbajo – Me despidieron  del trabajo…-
- ¿Te botaron? Y ¿por qué? Que pasó, cuéntame…-
- Bueno, tu sabes como están las cosas. El señor Perez dice que no es por mi culpa ni por mi trabajo, que este sigue siendo excelente, que es por la mala situación. No consiguen contratos suficientes  y dice que la construcción está…..colapsada – añadió lentamente sin seguridad en estar pronunciando bien esa extraña palabra que no comprendía, y que si las cosas siguen así tendrá que cerrar la compañía y despedir a todos los empleados. Ahora, para empezar, despidió a los que mas ganábamos, que somos siete, esperando así poder con la nómina, pero no está seguro de nada…!Figúrate, Juanita! Siete empleados despedidos al mismo tiempo. Se formó un zaperoco pero no hubo nada que hacer. Además, todos sabemos que los que nos dicen es verdad y que últimamente las cosas han ido muy mal   
- Bueno hombre, no te mortifiques – le contestó Juanita, tratando de tranquilizarlo  mientras yo tenga mi trabajo no hay que desesperarse. Y tu, conseguirás otro muy pronto. En el ramo todos te conocen y saben lo bueno que eres. ¡Ya verás que tengo razón¡ Y ahora, vamos pa´casa que los muchachos nos esperan –
          Y así, con los corazones entristecidos, pero sin perder el optimismo, regresaron juntos a su casa para atender las últimas labores del día. A la mañana siguiente, muy temprano, se levantó Ramón y le dijo a su mujer:
- Tenías razón anoche, negra. No nos debemos preocupar demasiado. ¡Estoy seguro de que hoy mismo consigo empleo! Yo tengo muy buenas relaciones y se que mis amigos me ayudarán a conseguir trabajo muy pronto, y así todo volverá a ser igual que siempre. Ahora me voy. Deséame suerte – y con gran confianza se despidió  de Juanita y los tres niños con cariñosos besos y salió a la calle en busca de trabajo.
          Pero las cosas no salieron tal como Ramón pensaba. En todas las compañías y las construcciones que preguntaba, el cuento era el mismo. Que habían tenido que despedir personal por la mala situación, que no había contratos y que pasara la semana siguiente para ver si había algo para el. Ya a las cinco de la tarde regresó  a esperar a la negra cerca de la casa de sus patrones, para enterarla de las malas noticias.
          Los días fueron pasando, luego las semanas y los meses. Y el calvario continuó. El carácter de Ramón se fue amargando poco a poco de tal forma que ya su regreso a casa era esperado con temor por Juanita y los niños. ¡Nunca estaba satisfecho con nada! Le disgustaba la comida que la negra preparaba con lo poco que podía comprar; le molestaba el ruido que hacían los niños con sus juegos; el sonido de la televisión etc.  Días después tuvieron que comenzar a vender algunas de las cosas que con tanta ilusión habían comprado cuando se casaron. Primero fue la radio, luego la licuadora y hasta el juego de ollas que Ramón le había regalado ese año por el día de la madre. Y así fueron saliendo,  poco a poco, de todos los enseres de la casa. Hasta que llegó el momento en que solo les quedaban las camas y la mesa de la cocina con sus cuatro sillas.  Y el televisor, que por ser el único medio de distracción con que contaban lo habían conservado hasta el final, especialmente por los niños. Al final tuvieron que vender este también y las camas, comprando entonces los desvencijados catres con que las habían suplido.
          Ramón seguía saliendo todos los días en busca de trabajo. Pero ya no se limitaba a buscar solo en las constructoras o compañías del ramo. Ahora buscaba en cualquier parte, cualquier trabajo, de lo que fuese. Como jardinero, camionero, cargador de bultos en el mercado, guachimán etc. Cualquier cosa la aceptaba agradecido.  A veces encontraba algo para quince días o un mes. Pero esto era solo una solución momentánea, no resolvía nada definitivamente. El lo que necesitaba era algo que le brindara la estabilidad que anteriormente disfrutaba. Pero, justamente, eso era lo que no encontraba. Se fueron llenando de deudas en el abasto cercano ya que el sueldo de Juanita no les alcanzaba ni para mal vivir. Al llegar a este punto tuvieron que decidirse a abandonar la casita que tanto querían y donde tan felices habían sido, y buscar algo mas barato, que ella pudiese pagar.  Una tarde, cargando en un carro prestado las pocas cosas que aún les quedaban, se mudaron para el mísero rancho, de una sola habitación y sin instalaciones sanitarias, que un amigo de Ramón les había alquilado y que era por el momento lo que podían pagar. Juanita llena de vergüenza, tuvo que comunicarle la mudanza y los motivos a su patrona, y esta, dolida por la situación que vivía la negra que tanto quería, le regaló una pequeña cantidad de dinero. Ellos también estaban siendo golpeados por la dura situación económica del país y para colmo el esposo de la señora María se había enfermado gravemente del corazón y lo poco que podían ahorrar era para gastarlo en medicinas y consultas médicas.
          Luego llegó el día en que cuando Juanita regresó a las ocho de la noche de su trabajo (ahora se quedaba hasta después de la cena, para ganar un poco mas) encontró a los tres muchachos solos ya que Ramón no había regresado aún de su diario vía crucis. Con el paso de las horas Juanita se preocupó pues no era costumbre de su marido llegar tan tarde, así que salió a preguntar a sus nuevos vecinos. Y cual no sería su sorpresa cuando le dijeron que lo habían visto desde temprano bebiendo en el botiquín de la esquina. Hacia allí se dirigió la asombrada Juanita, confirmando al llegar lo que le habían dicho. Allí estaba Ramón completamente borracho, riendo a carcajadas de los malos chistes de un grupo de amigos, todos igual de borrachos que el, mientras trasegaban cerveza tras cerveza. Disgustada Juanita lo increpó:
- ¡Ramón! ¿ que es esto? ¿Así es como  buscas trabajo ahora? ¿Desde cuando estás aquí? ¡Vamos pa`la casa ahora! –
 - ¡Déjame negra!¿ No ves que estoy celebrando? Conseguí un trabajito en el mercado…¡vamos, déjame celebrar!....-
- Pero Ramón, si mañana tienes que levantarte temprano para ir al mercado, es mejor que te vengas a acostar ahora…Ya es muy tarde…-
- ¿Tarde? Y, ¿Qué hora es?
- Son mas de las doce, Ramón. Ven, vamos pa`la casa –
- ¿Las doce? Si, en verdad que es tarde. Tienes razón negra. Es mejor que no vayamos pa`la casa a dormir – y volviéndose hacia sus compañeros de mesa - ¡Adiós, amigos! Y, gracias por los tragos- y apoyándose trabajosamente en su mujer, se dirigió trastabillando y farfullando hacia su mísero rancho.
          En ese último trabajo estuvo solamente quince días pues era solo una suplencia. Al pasar estos días quedó de nuevo en lo mismo. Sin trabajo. Sin esperanza. Ya su carácter había perdido la firmeza y la seguridad de antes y cuando salía a buscar trabajo no lo hacía, como antes, a primeras horas de la mañana. Solo salía luego del mediodía y al caer la tarde, cuando se cansaba de caminar, se reunía con sus amigotes en el botiquín a tomarse unas cervezas, y allí amanecía, retirándose casi a la salida del sol, totalmente borracho, despertándose, como era de esperar, cerca del mediodía del día siguiente enratonado y de terrible humor. La pobre Juanita no podía creer lo que estaba pasando.¡Después de tanto como el había hablado  en contra del abuso del alcohol y todo lo que había contado sobre su padre, ahora el, lo poco que ganaba en los contados trabajos ocasionales que conseguía, se lo gastaba todo, emborrachándose noche a noche¡
          Y Juanita no le tenía paciencia. Cada vez que lo veía en esas condiciones le formaba unos pleitos tremendos, reclamándole lo que estaba haciendo con ella y con toda la familia. Y estos pleitos y esta desagradable situación, aparentemente sin remedio, fueron acabando  con el amor y el respeto que siempre habían sido la base de su relación, llegándose el caso, cada vez mas frecuente, de que el la agrediera físicamente golpeándola con los puños entre el escándalo de ellos mismos y los gritos aterrorizados de los muchachos.
          Todo esto fue convirtiendo en insoportable la vida en el rancho, siendo motivo de chismes y burlas de mal gusto entre los vecinos. También los patrones de Juanita sospechaban algo pues ahora era muchas las veces que ella faltaba al trabajo, con excusas diversas, presentándose al día siguiente llena de moretones y rasponazos que ella trataba infructuosamente de esconder con la ropa y algo de polvo facial. Pronto llegó el día en que después de faltar varias jornadas a su trabajo,  Juanita se presentó un día a sus labores con toda la cara amoratada, una venda de yeso cubriéndole la nariz y un brazo en cabestrillo pues en el último pleito , Ramón, con un golpe le había fracturado el tabique nasal y le había causado una pequeña fractura en la muñeca de la mano izquierda, siendo auxiliada Juanita por unos vecinos que la llevaron hasta el puesto de salud mas cercano donde le habían realizado las curas necesarias. En cuanto sus patrones la interrogaron Juanita estalló en amargo llanto y les contó toda la verdad sobre su terrible situación actual, verdad que ya ellos comenzaban a sospechar. Horrorizados los buenos señores la reconvinieron por no haber hablado antes con ellos contándoles todo lo que estaba pasando. Y luego, prometieron ayudarlos.  De primer momento el señor Juan le dijo que se regresara a la casa, que así en esas condiciones no podía trabajar. Y que enseguida le enviara a Ramón para hablar con el y tratar de encontrarle un buen trabajo. Y antes de que se fuera para su casa le regalaron algo de dinero para las mas urgentes necesidades. Juanita, agradecida por la generosidad de sus patrones salió presurosa hacia su rancho, esperando encontrar a Ramón antes de que este saliera a su diario peregrinar y a emborracharse como todos los días.
          En cuanto llegó le contó todo a su marido. Y este, conmovido al ver su carita negra donde resaltaba el blanco del yeso que cubría su nariz, y su brazo enyesado también, y espantado por el ratón moral al contemplar lo que había hecho a su mujer, se sintió profundamente avergonzado y disculpándose le explicó que lo enloquecía el hecho de que fuese ella sola la que estuviese manteniendo la casa ante su imposibilidad para encontrar un empleo fijo, y que en el alcohol era en lo único que encontraba olvido y consuelo. Pero que estaba totalmente horrorizado de haber caído en este terrible vicio viendo lo que lo llevaba a hacerle. Y entre lágrimas de arrepentimiento le prometió que si el señor Juan le conseguía el trabajo que le había prometido a ella todo iba a cambiar y a volver a ser lo que al principio de su matrimonio había sido.
-Entonces, Ramón – le dijo ella, entusiasmada – prepárate y ve a hablar con el señor Juan, que me dijo que te esperaba hoy mismo para hablar –
- Si negra, me baño y me voy de una vez –
          Y así fue.  El señor Juan, luego de una seria y larga charla con Ramón lo envió a hablar con un amigo suyo que tenía una fábrica de calzados, y este, atendiendo a su pedido, le dio a Ramón un trabajo por tres meses de prueba, prometiéndole que si demostraba ser formal y cumplido lo contrataría y lo metería en nómina. Estaba necesitando una persona para una labor de absoluta confianza y su compadre Juan lo había recomendado  de manera especial.
          Ramón llegó esa tarde a su casa desbordando felicidad, cargado con un gran mercado que había sacado fiado en el abasto cercano. Ya se sentía tranquilo y seguro del futuro, de nuevo, confiado en sus capacidades y en su propósito de enmienda. Estaba seguro, le dijo a la negra, de que lo peor ya había pasado y que lograrían ser dichosos otra vez. Y en el rancho todos sonreían, agradecido por esta nueva oportunidad.
          Ramón tomó muy en serio su nuevo trabajo. Juanita lo veía y le parecía que todo ese tiempo terrible que habían pasado había sido solamente una oscura pesadilla que no se repetiría jamás. Semanas mas tarde Ramón llegó con la noticia de que su patrón el señor Gonzales estaba tan satisfecho de su trabajo que ya lo había contratado en firme y le había ofrecido para muy pronto un aumento de sueldo.¡Todo era felicidad y alegría en el rancho de Juanita! Especialmente para ella que veía como  su marido, poco a poco, volvía a ser el hombre bueno, serio y responsable que ella había conocido y de quien se había enamorado.
          Solo tenían unos enemigos. Los amigotes de farra de Ramón, que no perdían oportunidad para burlarlo, llamándolo “varón domado” y que le gritaban cada vez que lo conseguían por las calles del barrio: ¡Ah Ramón!......Ahora si que me lo tienen pisao……¡Quien lo hubiera dicho……!
          Pero Ramón se les reía en la cara y les contestaba
: -¡Déjenme tranquilo! Si ustedes tuviesen a su lado una familia como la mía y amigos que solo se les acercan para ayudarlos, también hubiesen aprovechado esta oportunidad, como yo. ¡Déjenme, déjenme solo, que así estoy bien!- Y seguía fiel a su propósito de mejorar de vida y hacer de su hogar, nuevamente, un lugar feliz para vivir.
          Tiempo después, cuando ya Ramón tenía casi un año trabajando en la fábrica de zapatos, Juanita se dio cuenta de que estaba de nuevo embarazada. Ramón, aunque se preocupó un poco al saber la noticia, ya que la situación no estaba por completo solucionada y el no había logrado aún sacar a su familia de ese barrio desagradable y peligroso, tal como era su deseo, demostró mucha alegría y trató de tranquilizar a la pobre Juanita diciéndole que un hijo siempre era una bendición y que ya vería ella como pronto todo se terminaría de normalizar en sus vidas y que para cuando naciera el bebé ya estarían instalados en la nueva casa que el buscaría en un barrio mas decente, tal como le había prometido.
          De tal modo pasaba la vida de estos seres humanos que, luchando contra las adversidades, trataban de crear, bajo las mas adversas condiciones, un mundo decente en el que vivir.
          Ramón perseveró en sus buenas intenciones por un tiempo mas. Pero en cuanto Juanita estuvo barrigona y muy deformada por este tercer embarazo, se comenzó a notar cierto cambio en el. Ya no pasaba mucho tiempo en casa, demostrando una marcada adversión hacia la pobre mujer, a quien la gestación en tan malas condiciones de salud y de higiene, no favorecía mucho. Así que fue tomando de nuevo la costumbre de al regresar de su trabajo, detenerse en el botiquín cercano para charlar con los antiguos amigos. No es que emborrachase como antes. No. Eso no. Eso solo lo hacía los sábados por la noche de forma que el lunes ya amanecía bien para ir a trabajar. Constantemente les decía a sus amigos y a su mujer que el cuidaba mucho ese trabajo porque no quería pasar de nuevo meses tan terribles como los que había vivido  y había hecho vivir a su familia. Así que durante esos ratos que pasaba con sus amigos conversaba mucho y se tomaba algunas cervezas, pero luego se marchaba a su casa a dormir tranquilo.
          Pero como siempre pasa, sus buenos propósitos se fueron relajando, dejándose llevar por la desidia, la irresponsabilidad y la abulia, bebiendo cada día mas y recomenzando la antigua rutina de su peor época, faltando constantemente al trabajo y enviando a Juanita para que inventara alguna excusa plausible que evitara que su jefe lo despidiera de una vez. Y ella, cada vez mas desilusionada contemplaba el derrumbe moral de su marido, sufriendo de nuevo las torturas que el año anterior habían hecho de su vida una pesadilla y que ahora amenazaban de nuevo con destruir su tan difícil recuperada tranquilidad. Así pasaba las noche esperando el temido regreso de Ramón o yendo ella misma, en compañía de Susanita a buscarlo en la madrugada al botiquín, en donde siempre se formaba tremendo escándalo entre los insultos de el, que no quería regresar a su casa, las burlas de los amigos y el llanto de las dos mujeres por los golpes que recibían durante la lucha por sacarlo de allí.
          Y así llegamos al comienzo de esta historia. El día en que la pobre Juanita intentaba levantar a su marido para que fuese a trabajar, tras una noche de especial parranda y desafuero.. Lo agarraba por un brazo y tiraba de el haciendo el poco esfuerzo que su avanzada preñez le permitía, diciéndole desesperada:
-¡Vamos, Ramón,¡ ¡Levántate¡ Ya es tarde. Te van a votar, y con este otro niño en camino, no se como vamos a hacer….- ¡Levántate, hombre¡-
- No me jodas mas, Juana. ¡Déjame tranquilo¡ Ya te dije que no voy. ¡Me siento muy mal¡ Y si no quieres que me boten anda y llama al señor González e invéntale una buena excusa…si no, será peor para ti, ¡bruja¡ Yo tengo sueño y voy a seguir durmiendo.- Y safándose de  un fuerte tirón, la estrelló contra la esquina de la endeble mesa que se rompió y ella cayó despatarrada entre sus maderas, cruzando sus brazos sobre su abultado vientre, gritando:
- ¡Carajo, Ramón¡ ¡Que golpe me has hecho dar…ojalá no tenga consecuencias…Así si que pondríamos la torta completa…-
          Al verla tirada en el suelo, como una muñeca de trapo, quejándose lastimosamente, rodeada por los dos chiquillos y la muchachita que lloraban desconsolados, Ramón se condolió de la pobre mujer y levantándose, la ayudó a ponerse de pie, acostándola enseguida en el catre mas cercano, mientras, arrepentido, le pedía disculpas por su brusquedad. Luego viendo que Juanita no se recuperaba y comenzaba a sentir dolores muy fuerte, haciendo sospechar que el parto se había adelantado debido a la caída, salió en busca de ayuda para llevarla hasta la maternidad, después de haber dejado a la pequeña Susanita encargada del rancho y de sus hermanitos. Una hora después dejaba instalada a su mujer en la sala de pre-parto del hospital y luego de suplicarle, de nuevo, su perdón por su brusquedad y mal genio, perdón que ella nuevamente le concedió,  partió rápidamente hacia su empleo, arrepentido realmente de sus malas acciones para con esa buena mujer que tanto le había soportado. Y allá quedó la pobre Juanita, sola en su cama de hospital, esperando el nacimiento de su hijo y pidiéndole a Dios que los golpes y los sufrimientos no tuviesen consecuencias en la salud de la criatura que estaba por nacer.
          Al llegar a su trabajo, Ramón le explicó a su patrón lo acontecido, sin entrar en muchos detalles, claro está, de forma que este no le reclamó su tardanza en llegar. Y ya tranquilizado a ese respecto, Ramón se abocó a su tarea, trabajando con toda seriedad y eficiencia durante todo el día. Al  salir, a las seis de la tarde, se fue directamente a la maternidad, donde se encontró con la noticia de que era nuevamente papá de otro varoncito que, aunque había nacido prematuramente, estaba en perfecto estado de salud. El médico le comunicó que por las condiciones del parto tanto el niño como la madre tendrían que permanecer por varios días en el hospital, así que hasta el domingo no se los podría llevar a casa. Juanita es taba muy mortificada por esto ya que la angustiaba dejar solos por tantos días tanto a su Susanita como a los otros dos pequeños. Pero Ramón la tranquilizó, convenciéndola de que tenían que hacer caso a lo que el médico decía ya que era por la salud de los dos. Que no se preocupara por nada ya que el se encargaría de que todo fuese bien tanto en el rancho como con los niños. Y que también le avisaría a su patrona para que supiese lo ocurrido. De esta forma tranquilizada, Juanita se resignó a estas vacaciones forzadas y a las siete, cuando finalizó la hora de visita, se despidió de su marido con un cariñoso beso, partiendo este lleno de las mejores intenciones.
          Al llegar al barrio y pasar frente al botiquín Ramón se encontró con sus amigos quienes lo invitaron a entrar para festejar el nuevo nacimiento del que ya estaban enterados. El aceptó y se dispuso a tomarse unas cuantas cervecitas para festejar el hecho, siendo felicitado por todos los presentes. Pero, muy consciente de la promesa que había hecho a su mujer, luego de acompañarlos con tres brindis, se despidió de todos, dirigiéndose al rancho para acompañar y cuidar a sus hijos.
          Al día siguiente, jueves, siguió la misma rutina. Su trabajo, la visita al hospital y luego las dos o tres cervecitas con sus amigos, antes de dirigirse al rancho a cuidar de su familia.  Todo marchaba perfectamente bien, en apariencia, para la pobre mujer hospitalizada. Luego, el sábado por la tarde, Ramón no se presentó a su cotidiana visita al hospital, pero esto no preocupó demasiado a Juanita ya que el le había comentado que era posible que se quedase a trabajar horas extras para ganar algún dinerito de mas, que tanta falta les hacía. Así que pensó que eso era lo que había sucedido. Sin angustiarse, se dedicó a preparar todas sus cosas para estar lista para su salida al día siguiente. Ya el Doctor le había firmado el alta y temprano en la mañana podría irse a su casa.
          Pero las cosas no habían sucedido tal como ella se las imaginaba. Ese sábado al mediodia, cuando Ramón llegó al barrio, sintiéndose muy ufano por lo bien que se había portado esos días anteriores, se detuvo como siempre en el bar para tomarse las consabidas cervecitas con sus amigos. Pero, esta noche las cosas se le fueron de las manos y las tres cervezas se convirtieron primero en seis, luego en doce y al final, ya no llevó la cuenta. De esta forma comenzó a recorrer la ruta ineludible hacia la tragedia. Hacia el mas profundo y doloroso abismo.
          Cuando Susanita se dio cuenta de que ya eran mas de las once de la noche y Ramón no había regresado, preocupada se acercó al botiquín, en donde lo encontró completamente borracho. Valientemente aunque atemorizada, entró en el lugar y llegándose hasta el le pidió que la acompañara al rancho, que sus hermanitos estaban solos y que ya era muy tarde. Pero Ramón la despachó entre maldiciones e insultos, gritándole que no lo fastidiara. Pero ella insistió, como tantas veces había visto hacer a su madre, recordándole que sus hermanitos ni ella habían comido nada desde el almuerzo y que los pequeños se habían dormido llorando de hambre. Pero Ramón de un empujón la dirigió hacia la puerta, haciéndola casi caer y gritándole que lo dejara en paz, que ella no era quien para decirle la hora en que debía acostarse y que bastante tenía con aguantar a la bruja de su madre para que ahora ella viniera también a molestarlo. Ante esto los amigotes estallaron en groseras carcajadas, felicitándolo por “romper las cadenas” con que la negra Juana lo tenía amarrado. Y  así entre bromas groseras y risas  de borrachos fueron empujando a la niña hasta sacarla del local. Y ella llorando aterrorizada, se dirigió hacia su rancho, donde, abrazada a sus hermanitos se durmió de nuevo, entre sollozos y suspiros, con el sueño fácil de los niños.
          Ramón siguió bebiendo desaforadamente. Ya ningún pensamiento de consideración o remordimientos cruzaba por su mente alcoholizada,  así que  con un despectivo encogimiento de hombros, decidió quedarse allí y seguir la parranda con sus amigos. De esa forma fueron pasando las horas sin que en ningún momento ese hombre, otrora tan honesto y bueno, recordara a su pobre mujer y a los hijos que tenía abandonados en el cercano rancho, solos, sin dinero y sin nada para comer.
          Mas tarde, mucho mas tarde, Susanita despertó de nuevo atormentada por el hambre  y decidió acercarse de nuevo al bar para  tratar de llevarse al marido de su madre a la casa. Pero, no fue un hombre lo que esta  vez encontró. Fue una bestia. Al suplicarle, llorando, algo de dinero para comprar comida para los niños, lo que recibió fue un tremendo puñetazo en el medio de la cara, con el que la lanzó  contra una esquina de la habitación. Luego, la fiera se volvió hacia sus amigos  que festejaban la salvajada con brutales risotadas y continuó bebiendo, en los ratos en que la inconsciencia alcohólica se lo permitía.
          Cuando Susanita se recuperó del golpe, salió  del botiquín casi arrastrándose, sollozando lastimosamente y se dirigió al rancho donde se acomodó de nuevo en el catre, entre sus dos hermanitos tratando de calentarse mutuamente e intentando dormir para que el sueño le hiciese soportar los tormentos del hambre que atenazaban sus intestinos.
          Faltando poco para el amanecer se presentó Ramón en el rancho, completamente trastornado y envilecido por la bebida. Arto ya de alcohol, acosado por el hambre y exacerbados sus peores instintos por la intoxicación, llegó dando grandes gritos, buscando algo de comer,  despertando bruscamente a Susanita para que lo atendiera. Al no conseguir nada de alimentos, se dirigió vacilante al catre donde los tres niños lo miraban aterrorizados y tomando a la pequeña por un brazo, la levantó en vilo, sacudiéndola brutalmente. Paralizada por el terror, Susanita solo atinaba a balbucear medias palabras, pero el hombre, enloquecido por no poder satisfacer sus necesidades, la emprendió a golpes contra la pobre criatura, ensañándose con su endeble y pequeño cuerpo, mientras pensamientos lascivos y lujuriosos invadían su trastornada mente.
          El domingo por la mañana, muy temprano, Juanita despertó sobresaltada sin motivo aparente, sintiendo una nefasta premonición, como si una sombra tenebrosa se posara sobre su alma. Después de la visita del médico de guardia, quien le confirmó su alta para ella y su bebé, se dispuso a esperar la llegada de su marido, tal como habían acordado. Pero al pasar las diez de la mañana y este no aparecer, decidió no seguir esperando. Y tomando a su hijo en sus brazos se dirigió, aún maltratada por el parto hacia la casa de sus patrones, quienes vivían muy cerca de allí, quienes, como siempre, la recibieron con gran cariño y tras felicitarla por el hermoso bebé, le dieron una lata de leche que ya le tenían, algunos pañales y algo de dinero para los primeros gastos. Y luego la embarcaron en un taxi para que la llevara rápidamente a su rancho. Y ella, agradeció, desesperada ya por llegar estar entre sus hijos.
Eran ya cerca de las doce cuando llegó al barrio. En medio del silencio dominical se dirigió a su rancho, sintiendo nuevamente como la angustia atenazaba su corazón. Extrañaba no ver a sus pequeños hijos jugando en la calle en compañía de sus amiguitos, aprovechando el poco tráfico del día de asueto. Al llegar y entrar al rancho, le costó acostumbrar la vista a la penumbra reinante ya que los postigos de las ventanas estaban cerrados. Cuando al fin sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, vio que reinaba allí un gran desorden. Los catres estaban volcados y destrozados; la mesa y las sillas patas arriba y todos los enseres del hogar tirados por el suelo en gran confusión. Luego divisó a sus dos muchachitos temblorosos y acurrucados en un rincón, con los ojos muy abiertos cuajados de lágrimas y casi en estado de shock    Mas allá, en el rincón opuesto vio a su marido tirado en el suelo, despatarrado boca a bajo, roncando ruidosamente, rodeado de un espero hálito alcohólico. Dominada por el pánico, buscó desesperada a su Susanita a quién no lograba ver en ninguna parte. Se acercó a su marido para despertarlo y preguntarle que había pasado allí y donde estaba su hija,  cuando aterrorizada vio que bajo la inmensa humanidad del hombre asomaba el pequeño cuerpo de su hija, desnudo, con la entrepierna sangrante y el rostro contraído en un terrible rictus de dolor y asombro, con los ojos muy abiertos, como interrogando a la vida sobre lo que le estaba pasando.
          Juanita se inclinó sobre el cuerpo maltratado de su hija y al tocarle  amorosamente la infantil carita deformada por el sufrimiento, sintió  el frío intenso de la muerte que traspasaba sus manos y llegaba a su corazón. Entonces comprendió lo que había pasado. Y sin dejar escapar ni un sollozo de su garganta ni permitir que una lágrima brotara de sus ojos, se volvió lentamente, colocó al bebé que aún llevaba en sus brazos al lado de sus hermanitos, en el suelo, protegido por unos trapos. Enseguida se dirigió hacia la volcada mesa y asiéndose fuertemente a una de las patas, la arrancó de cuajo con un solo movimiento. Y con ella en las manos se dirigió de nuevo hacia el rincón donde su marido había perpetrado el horrendo crimen, y con todas sus fuerzas descargó el duro madero una y otra vez sobre la cabeza del hombre, deteniéndose solo cuando se convenció de que ya estaba muerto.
          Cuando los vecinos entraron poco después, acompañados por la policía,  atraídos por los gritos de los pequeños, la encontraron sentada en el suelo junto a sus hijos, amamantando al recién nacido y diciéndole a los pequeños que aún lloraban aterrorizados:
-ssshhh, ssshhh,  ya todo pasó. ¡Tranquilícense! ¡Ya todo terminó!-
La policía le quitó los niños, entregándolos al Consejo Venezolano del Niño para que viera de su futuro. Los encargados se llevaron los cadáveres a la morgue donde les sería realizada la necropsia de ley. Y la pobre Juanita fue llevada a una institución de salud mental donde deberá pasar el resto de su vida pagando el precio por haber dado muerte a su marido para vengar el alevoso e imperdonable crimen cometido en contra de su adorada hija Susanita.
    
      
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Foto del autor Margarita Araujo de Vale
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Miembro desde: Oct 25, 2012
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Descripción

Vida de una inmigrante ilegal colombiana en Caracas, Venezuela.

Palabras Clave: Sirvienta Inmigrante Ilegal Vivencias Tragedia.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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