Niña desmembrada
Publicado en Aug 04, 2009
Me encontré a una niña desmebrada:
era una pequeña, aún en sus vestidos. Sus sandalias casi subterráneas, eran negras y evocaban la santidad de un duelo. Tenía el tamaño de las puritanas de catorce o quince años, a lo sumo. Tenía el semblante triste de una vírgen y la forma trunca de las argamasas. Sus miembros estaban mezclados con la tierra todavía olía a perales y a membrillo. Su cabeza y sus brazos eran añicos en el barro ¿ Para qué sirve la mocedad si se arrancan sus gestos? Una hilacha de sangre salía de su garganta dejando pantanitos de sangre en el estero. Su cara era un desierto, sus ojos se borraban como se borran los ojos de los canallas ebrios. Doblado como un cuarzo, su diminuto vientre mostraba por sus huecos enormes cornamentas. ¿Quién sería el rufían que la asediaba? ¿ Quién cortó la vida de este tulipán alegre? Llamé a los parsimoniosos policias de plástico que hunden sus manos en la grasa de su barriga. Los que sólo se horrorizan si les queman las hamburguesas con el agravante de una mostaza rancia en el Hot-Dog. Metódicamente la colocaron en una bolsa negra las mismas bolsas en que carretean basura los conserjes. Ella había tenido la misma mordaz despedida que da el cianuro en las bocas de los traidores. No recabaron pistas ni buscaron indicios: Ni siquiera levantaron una escena del crímen. Era un cadáver más, una uva más de un pámpano... Somos tan prescindibles como un desvarío y a nadie le interesa sembrar una respuesta porque los reporteros lanzarán cien preguntas. Al margen de todo, en la sordidez, sólo somos cenizas que se esparcen al viento.
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