EL VUELO
Publicado en Nov 16, 2012
Abro, cierro, abro; los ojos. Sin embargo, no existe diferencias entre uno u otro, siempre es el mismo resultado: la oscuridad. Creí estar ciego o quizás encerrado dentro de una enorme caja de cartón sin un solo agujero, creí también en la posibilidad remota que esa enorme caja era donde había muerto. Debería decir que estoy cansado, harto de esperar a alguien todo el sábado sentado frente a esta mesa llena de grasa. ¿Sabrán ellos acaso lo que significa que te olviden? ¿Sabrán al menos lo que significa estar aquí? No. Nunca sabrán lo que se siente, así me repitan lo mismo cada sábado, ya no quiero volver a escucharlos. Ya no quiero demostrarle a nadie que he cambiado, porque no lo he hecho. Ya no quiero despertar por un bochorno, no quiero secarme la espalda llena de sudor, ya no quiero sentarme y escuchar a la asistenta social decirme que mi familia es lo más importante, porque son precisamente ellos los que me han olvidado. He enterrado al tiempo, ya no distingo el mundo, mi mundo es esta cocina que yo mismo hice con un ladrillo y alambre, son los mueblecitos de madera que hice para mi hija, son los libros que me trajo mi hijo, son mis manos tocando mis piernas mientras espero alguna visita. Pero vuelve algo, como un destello dentro de mi conciencia, el recuerdo de mi esposa en la cocina de mi casa, mis hijos en el patio, el recuerdo de ese día como si fuera el único día de mi vida que se repite una y otra vez. A veces vuelvo a cerrar los ojos y la veo a ella riendo, otras la veo llorando, maldiciéndome, otras odiándome. Hace siglos que he dejado de contar las horas en esta prisión, todos los días son los mismos, la ducha fría a las seis, las mañanas en el taller escuchando la radio vieja del colombiano, las tardes de la asquerosa paila mirando una película de lucha, los miércoles de la psicóloga, las palabras de aliento en la capilla evangélica. Es como si el tiempo se hubiera detenido y yo estaría envejeciendo. Los únicos momentos en que el mundo parece avanzar son los sábados. Mi hermana viene a veces, siempre trae una bolsa de pan, sé que le molesta que le pregunte sobre mi mujer, pero nunca dejo de hacerlo y ella siempre me dice lo mismo, que está bien, que la vio en el paradero o entrando a mi casa. Me contengo cuando puedo y la mayoría de veces solo lloro. Sé que las cosas deben haber cambiado ya no creo reconocer la calle, ni la forma de la puerta, ni de qué se siente al entrar. Mi hermana me dice que pronto saldré, sé que debo de creerle, quiero creerle, pero la espera mata la fe, ya no quiero seguir muriendo en este día eterno. Por eso hoy, que es sábado, he decidido dejar de hacer lo que solía hacer, he decido no volver a esperar, no volver a llorar ni a suplicarles que me amen, si ellos regresan, será por su propia voluntad, no gastaré una sola moneda más para implorar que aparezcan. Ya no, nunca más. Me levantaré, miraré a todos y ellos lo harán también, caminaré y no iré a recoger mi plato de comida, seguiré de frente, entre reos y camarotes alineados, me toparé con algunos rostros hoscos con un taper en la mano. Llegaré a la puerta y leeré por última vez el estúpido refrán en pared, contaré los segundos del reloj para saber cuánto demora una eternidad – y exhalaré – tan fuerte que empezaré a temblar. Saldré de la sala, saldré lejos de este automatismo, lejos de ellos, luego subiré las escaleras tocando la pintura verde pálida de la pared, arrastraré mi dedo índice hasta desaparecerlo, doblaré mi rodilla hasta quebrarla. Y recordaré, me recordaré a mí mismo el por qué estoy aquí, la traición de mi mujer, recordaré a ese niño recién nacido que no era mío, recordaré mi perdón, recordaré un vez más ese día en que yo era feliz solo porque ellos lo eran. Llegaré al último escalón y me quitaré las zapatillas negras que eran de mi hijo, sentiré la loza calentada por el sol, la solides de la realidad, creeré en las palabras de mi hermana, de a la psicóloga y la asistencia social, creeré que aún puedo ser feliz con mi familia. Miraré el cielo completamente y me cubriré. Miraré en el horizonte, posiblemente mi casa, a mi mujer y mis hijos sentados en la mesa mientras ríen de alguna broma. Miraré al mundo moverse sin celdas ni policías, sin condenas ni muertes dentro de su memoria. Y será en ese momento en que volveré a ver lo que le hice a mi familia, la tina con agua, , mi cuerpo quieto en frente suyo viéndolo dormir, su mirada adormilada, mirándome como si yo fuera su padre, mi cuerpo sentado en el sofá, él solo dentro del agua. Caminaré hacia delante y escucharé sus gritos de dolor, sus puños tratando de herirme, sus sollozos de súplica al pedirme que le regrese a su bebé, el llanto de mis hijos, su silencio frio dentro de la caja de cartón. Miraré una vez más el encuentro, observaré como lo saca de la caja como si durmiera, el hilo de agua por su nariz, sus lágrimas, su canto mientras lo secaba con su toalla que ella había comprado para él. Pero en ese último paso y viendo el abismo a mis pies, olvidaré todo, mis manos, olvidare el cielo, el sol, mis pies calientes acariciando el cemento, olvidaré el día que logren perdonarme, olvidaré mi culpa porque ya no existiré. Alzaré mis manos simplemente, cerraré mis ojos, en la oscuridad de mis parpados miraré el abismo y olvidaré que en aquel día eterno… Aprendí a volar.
Página 1 / 1
|
antonia rico mendez
Samsagaz
DEMOCLES...(Mago de Oz)
Samsagaz
daniel contardo
Laura Torless
En general es una buen historia, pero la segunda parte lo enfanga y el cierre es una salida falsa (no para el personaje, sino para el relato). Yo no creo que deba terminarse de este modo escapista. Pero es cuestión de gustos formales.
Samsagaz
gracias por leerme.
Nahir
genial!! ^^
está muy bueno!!!
muy buenoo!!
Samsagaz