PROHIBIDO FIJAR CARTELES
Publicado en Nov 16, 2012
Hay un cartel por calle Tucumán, a unos pocos metros de peatonal San Martín, que en la ciudad de Santa Fe es la zona de los bancos y las tiendas de ropa, de los negocios de electrodomésticos y las casas de decoración, del pulular de gente, del ir y venir, del sol que cuando asoma en verano deja un surco en el medio al que nadie se le anima. Es un graffiti, una leyenda. Pintada con aerosol rojo sobre pared blanca. Pide: “Más amor, por favor”. Sentada, tirada contra ese mismo muro, como si los límites de la humillación y de la ironía más cruel se tocaran en algún álgido punto desconocido, está la mujer. La mujer con el niño. “Una monedita, por favor”, pide la mujer. “¿Señor, tiene algo para dar, por favor?”. El amor, en ese momento, en ese lugar, es una monedita. El niño, muy pequeño, me mira a los ojos. Tiene la cara muy sucia y llena de mocos y los ojos tan enormes y expresivos que terminan por esfumar el resto de sus facciones y al final todo lo demás y el mundo entero son esos dos ojos que miran el mundo, reflejándolo. La mujer tiene los ojos vencidos, apagados por la miseria. En el niño vive aún la llama del asombro. Esas palabras escritas sobre su cabeza son los brazos de su madre, la leche que lo alimenta, los colores y los movimientos tan variados de todo lo que vibra ahí afuera y que no tiene significado alguno.
Yo sé bien que esas palabras no solo piden. Imploran, ruegan. Todo el mundo habla de economía. De la macroeconomía. De la economía doméstica. De hacer mucha guita. De que la guita le falta. De que por la plata baila el mono y de que es el dinero lo que hace mover al mundo. Que no sea ingenuo. Que pobres hubo siempre. Que se pongan a laburar y no a pedir. Que vas a ver después, cuando ese guachito crezca va a empezar a pedir él, y su madre a explotarlo. Que después en el barrio lo van a educar y va a ser la birra y el porrito y después poxi y paquito, y el primer choreo, la prueba de fuego, y la adrenalina que da. Esa especie de alegría furiosa, de éxtasis, de picazón. Pero mirá, si les puedo oler el miedo. Basura, te hago mierda. No valés nada, y yo tampoco. No. No es la economía. Es el amor. Pero no el bobo amor de las novelas de la tarde y los romances de los programas de chimentos, que desalman a millones de muertos vivos, anestesiados frente a la caja de pandora. No el amor del toma y daca. Del quiero que me quieras. No el amor ombligo, que centrifuga y pierde. No. La gente sigue pasando. Yendo y viniendo. La mujer sigue esperando, pidiendo y pidiendo. El niño sigue mirando, desde sus órbitas brillantes aún conectadas con lo simple, con la naturaleza y con el misterio. Un detalle más. En uno de los márgenes de la pared, otra leyenda, más pequeña, más prolija, administrativa, señala: “Prohibido fijar carteles”.
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Guille Capece
es estupenda.
Pero los oidos que tienen que oir no leeran lo que escribiste: por favor, mas amor.
Lo que hace falta es una revolucion.
Hermoso
Guillermo
Mastropiero
Abrazo
Mastro