El Uritorco
Publicado en Nov 16, 2012
Arrancamos mal desde el principio. El Bocha dijo que iríamos en su auto y se apareció a las cuatro de la mañana en el utilitario de la fábrica del padre diciendo que sería más cómodo. En el asiento de al lado venía ya acomodado Santiaguito, pues lo había pasado a buscar primero. Beto, Cacho y yo, estábamos juntos ya que vivímos cerca. Los tres subimos en la parte de atrás, donde el Bocha había puesto tres sillas a manera de butacas. Ni bien arrancó, mi silla se fue para atrás, se tumbó y yo fui a dar de cabeza contra la rueda de auxilio. Luego de las respectivas carcajadas de mis amigos, el Bocha detuvo la chata y me preguntaron, _ ¿estás bien gordo?_ Yo que me había quedado sin aire por el golpe en la espalda y veía estrellas por lo de mi cabeza contra la rueda, me incorporé, acomodé la silla y dije _sigamos, está todo bien _.
Terrible el frío que hacía en esa Trafic, aparte era ensordecedor el ruido a chapas y parecía que se iría a desarmar. Eso y hacer trescientos cincuenta kilómetros sentados en una silla que se mueve para todos lados, solamente al Bocha le podía resultar cómodo. Lo fui insultando todo el viaje. Para mitigar el frío, Santiaguito sacó de la mochila una botella de ginebra a la que le dábamos un trago del pico de vez en cuando. Como el Bocha no tomaba debido a que estaba manejando, comenzó a romper las pelotas para que empezáramos el mate, me ocupé yo de eso y les aseguro que no fue una tarea simple y agradable como compartir unos mates con amigos en la casa de uno. Por empezar, no podía acomodar la yerbera y azucarera en un lugar de fácil acceso, eso hacía que para cargar el mate me tirara yerba por todo el cuerpo. Me quemé dos o tres veces con el agua del termo. Cuando llegamos a Villa María, bajé de la camioneta hecho una porquería, lleno de yerba, mojado y con una ampolla en la mano izquierda, a parte todavía me dolía la cabeza y la espalda por el golpe de la salida. En el trayecto de Villa María a Córdoba, se nos cruzó un perro en la ruta. El Bocha pegó una frenada tan grande que terminamos todos los de atrás, contra los asientos de adelante, en una gran pelota de carne y caños, enredados en las sillas, mochilas y equipo de mate. No es que yo sea mala onda, pero todavía no me explico de qué mierda se reían los boludos de mis amigos. A esta altura yo tenía dolor de cabeza, de espalda, la mano quemada, la ropa sucia, mojada y ahora una raspadura en el muslo derecho desde la rodilla al culo que ardía como la hostia. Ya estaba a punto de volverme en colectivo si no fuera por el Beto, que me convenció diciéndome que no podía perderme lo que venía, que escalar el Uritorco sería algo único, una experiencia increíble. _ ¿Te trajiste buenas botas para escalar? _ me preguntó Cacho. _ Las zapatillas_ le contesté. _ No loco, hay muchas piedras, te vas a lastimar, yo te aconsejaría que en Córdoba te compres un par de botas tipo borcegos, con buena suela. _ Le hice caso y antes de seguir para las sierras, me compré las botas. Estaban muy buenas, las pagué trescientos pesos, en doce cuotas con tarjeta de crédito. Decidimos parar a comer en el camino a las sierras, en un comedor chiquito al costado de la ruta. Comimos algo liviano y rápido para seguir viaje cuanto antes. Cuando vamos a partir, la camioneta no quiere arrancar, insistía el Bocha, pero nada, estaba muerta. Aunque ninguno sabía nada de mecánica automotor, abrimos el capot y mirábamos como cinco opas, tocamos los cables de bujías, la batería, y volvíamos a intentar el arranque. No pasaba nada. Estuvimos casi tres horas parados sin saber que hacer. _ Bocha _ dijo alguien _ ¿le pusiste nafta? _ Si boludo, en Córdoba, ¿no viste? La cuestión es que a las tres horas, cuando le estábamos por pedir al dueño del comedor que nos llame un auxilio, a Santiaguito se le da por probar el arranque y comenzó a andar el motor como si nunca hubiera fallado. Los muchachos se reían y decían que los marcianos del Uritorco habían descompuesto la chata. Seguimos para Capilla del Monte, el lugar donde el Bocha había reservado alojamiento en una posada familiar, que según él, estaba muy buena. El viaje por las sierras fue medianamente tranquilo, aunque entre tantas subidas y bajadas, curvas y contra curvas, las sillas se iban de un lado hacia otro y nosotros teníamos que viajar casi en cuclillas. Cuando llegamos tenía las piernas acalambradas y me dolían los dedos de las manos de tratar de agarrarme de la chapa de los costados de la camioneta. Al final un viaje que debería ser de seis horas, fue de doce, una locura. La posada se veía buena, nos salieron a recibir una pareja joven. Altos, rubios de piel muy blanca, vestidos con ropa sueltas al estilo jípies. Las habitaciones eran pequeñas pero cómodas, para tres personas cada una, con una cama simple y dos en cucheta. En una se alojaron el Bocha, Santiaguito y Cacho, en la otra Beto y yo. Entre que nos bañamos y nos cambiamos de ropa se hicieron las nueve y media de la noche, entonces decidimos ir a cenar ya que el alojamiento era con desayuno, almuerzo y cena. El comedor se veía acogedor, con sahumerios perfumados como en toda la posada, las paredes adornadas con cuadros de diferentes lugares de las sierras de Córdoba, con repisas llenas de piedras de distintos colores y en una de ellas tres piedras en forma de pirámides y un porta sahumerios al lado. Nos acomodamos en una mesa redonda donde entrábamos los cinco. Cuando tomo la carta para ver la comida me quise morir, eran tres menúes; uno, tarta de calabaza, otro, milanesas de soja con ensalada de remolacha y papas, y el último, guiso de berenjenas, zanahorias, cebollas y nabos. _ ¿Qué es esto? _ pregunté _ ¿y la carne? Lo quería matar al Bocha cuando me dijo que esa era una familia de suizos que habían puesto esa posada con comida vegetariana. Yo que había comido poco al medio día, pensando que a la noche le daría duro al asado, algún chivito, chorizos y algunas achuras, me tenía que conformar con tarta de calabazas?. _ La puta que te parió Bocha. ¿Desde cuando sos vegetariano vos? El imbécil dijo que se lo habían recomendado por la ubicación, la comodidad y el precio. La cuestión es que después de esa cena "VEGETARIANA" nos tomamos unos vinos y nos fuimos a caminar por el centro. No duró mucho ese paseo, ya que el centro tenía tres cuadras, los negocios estaban cerrados a esa hora y nosotros teníamos que ir a dormir, para levantarnos temprano a la mañana, pues teníamos que escalar el famoso cerro Uritorco. El desayuno no estuvo mal; café con leche, media lunas, tostadas y una linda variedad de tortas. A las nueve de la mañana partimos para el pié del cerro en la camioneta. Con las indicaciones que nos dieron en la posada, llegamos sin problemas. Estábamos los cinco vestidos de forma parecida. Con las botas, pantalón de gabardina color camuflado, de esos que usan los militares, remera, buzo y una campera del mismo tipo que los pantalones, pero forrada para el frío. Me llamó la atención que antes de subir teníamos que pasar por una oficina para anotarnos. El Beto me explicó que es un parque nacional y llevan un control de la gente que sube, pero lo que me asustó un poco, es que te hagan firmar un papel donde vos te haces responsable por lo que te pudiera pasar. Comenzamos el asenso por un sendero entre la vegetación que parecía fácil. Santiago se puso en la punta, detrás iban; el Bocha, Cacho, Beto y yo. En un momento la subida se puso más empinada y el camino era de piedras. Los tres de adelante avanzaban más rápido, el Beto y yo, quedamos más rezagados. Me costaba subir, tenía que agarrarme de los pastos para no patinar con las piedras. Ya llevábamos una hora subiendo y comencé a sentir dolor en los pies. Claro, a mi se me ocurre solamente ponerme a escalar un cerro con botas nuevas. En uno de los manotazos que pegaba sobre los pastos, agarré un espinillo, cuando sentí el pinchazo, largué justo en el momento de dar el impulso para subir. Una piedra se movió bajo mis pies y rodé por el camino unos cinco metros hacia abajo. Cuando pude incorporarme me dolía todo. El pantalón estaba hecho pedazos, debajo de cada rotura tenía una lastimadura, de pronto ciento algo tibio que me corría por sobre el labio superior, debajo de la nariz, me toqué y era sangre. Cuando me toco la nariz, pego un salto, era impresionante el dolor, me había quebrado el tabique, no me paraba de sangrar, para colmo el Beto no se dio cuenta que me caí y siguió subiendo. Pasaron unos chicos de una escuela y me dieron un poco de algodón que me lo puse como tapón en la nariz, eso me detuvo la hemorragia. Seguí subiendo, pensando que al llegar arriba, me lavaría las heridas en el baño y tomaría algo fresco, ese pensamiento me daba más fuerza. Después de una hora y media más de asenso con varios golpes y tropiezos llegué a la cima. Allí estaban los muchachos que me miraban de arriba a bajo y se miraban entre ellos. _ Gordo, ¿qué te pasó? Estás hecho mierda. _ me dijeron. _ vamos al bar_ dije yo _ que quiero lavarme _ que bar boludo?, aquí no hay bar, estamos arriba de una montaña._ y se cagaban de risa. Casi me vuelvo loco. Miraba para un lado, miraba para otro, montañas, todo montañas. Me preguntaba ¿por qué seguí subiendo en vez de regresar cuando me caí? Los muchachos me llevaron a una vertiente y allí me pude lavar un poco con agua fresca. Estaba muy lastimado, me miré la cara en el espejo de los lentes de Cacho y me asusté, tenía la cara hinchada, la nariz manchada de sangre, el ojo derecho se empezaba a poner negro y los pelos los tenía revueltos, lleno de palitos y piedritas, un asco. No me quise sacar los tapones de la nariz por miedo a que me sangre de nuevo. Tenía un raspón en cada rodilla y un corte en la canilla derecha, aparte se volvió a raspar el muslo que ya tenía raspado. Se me estaban haciendo ampollas en los pies por culpa de las botas nuevas, que a esta altura ya no parecían nuevas. Cuando mis amigos decidieron regresar, yo estaba buscando un lugar más seguro para bajar, por eso les dije que bajaran que yo los seguiría. Di algunas vueltas por arriba, hasta que me pareció que encontré el lugar. Comencé a descender por una cuesta menos empinada y con más vegetación. Era un camino en zic-zac entre medio de algarrobos y espinillos más plano que el de ascenso, caminé durante una hora por ese medio bosque, tenía los pantalones llenos de abrojos pero por lo menos podía caminar. De pronto se termina la vegetación y me encuentro con un despeñadero como de doscientos metros de profundidad, que macana, no sabía que hacer, si regresaba me moría, pues había tardado una hora en bajada, en subida tardaría dos o más. Caminé una media hora por el costado del precipicio hasta chocar con otro cerro con mucha más vegetación, entonces tomé por un camino no muy marcado en subida que parecía el sendero de animales. No sé cuanto caminé pero ya se estaba ocultando el sol y me di cuenta que me había perdido. Me senté en una piedra a descansar, pues me dolía todo, _ y ahora que mierda hago_ me preguntaba. Cuando estaba por ponerme a llorar de bronca, escucho a alguien que silba una canción, no muy lejos, pegué un grito _ Holaaa! _ no sé si fue para que me escuchen, de desesperación o de alegría, la cuestión es que a los cinco minutos se apareció de entre los espinillos un guarda parques con cara de asombro preguntando que me pasaba. Le contesté que estaba perdido y con más cara de asombro caminó hacia arriba y me dijo _ bajó nada más que cincuenta metros. Lo seguí y me di cuenta que había dado toda una gran vuelta cuando después de subir un trecho, salimos de los espinillos, y nos encontramos en la cima, en la vertiente donde me lavé. Después que el guarda parque me dio una lección con respecto a las consecuencias de alejarse del grupo y no leer las indicaciones, se prestó a acompañarme en la bajada, pues me vio demasiado maltrecho para dejarme bajar solo en la oscuridad, que a esa hora ya era total. Cuando los muchachos vieron que venía llegando con este hombre, se fueron a esperarme a la camioneta. Me preguntaron por mi demora y les mentí, diciéndoles que me había hecho amigo del guarda parques y me quedé charlando con él hasta que no quedó nadie arriba y luego bajamos juntos. Me hubieran cargado hasta Rosario si les decía la verdad. Llegamos a la posada. Lo primero que hice fue darme un baño, me quité los tapones de la nariz y por suerte no me sangró más, pero me dolía mucho. Al sacarme las botas, miré mis pies, los tenía ampollados, en los talones y encima de los dedos. Después de ducharme, me tiré en la cama y no me desperté hasta el otro día. Beto me llamó para cenar pero dijo que no pudo despertarme. A la mañana, mientras mis amigos desayunaban, hice algo que nunca hubiera hecho. Robé...si, robé. Saqué un colchón de una habitación de al lado del estacionamiento que estaba abierta, y lo puse en la Trafic. Retorné al comedor y desayuné yo también. A las diez de la mañana, pagamos, cargamos las mochilas en la chata y nos fuimos. Los muchachos se morían de risa cuando me vieron tirado en el colchón y no se explicaban de donde lo había sacado. El regreso fue tranquilo. Dormí casi todo el viaje. Solo me desperté en un momento, cuando Cacho se me cayó con silla y todo, sobre mis piernas lastimadas. Ahora en casa, me parece que estoy en el cielo. Me estoy atendiendo todas las heridas. Realmente no la pasé bien. Los muchachos están preparando un viaje al Champaquí, para el mes que viene. Que se vayan a la concha de su madre. Yo me voy a las termas de Entre Ríos, que son más tranquilas. Aunque ya tuve una mala experiencia con el agua caliente y mis hemorroides... pero esa es otra historia.
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