La Dama que duerme.
Publicado en Nov 17, 2012
Prev
Next
La Dama que duerme.
 
La copa de cristal se sentía única. Delicada. Tallada cuidadosamente. Era evidente que un maestro en el oficio había logrado su mejor trabajo. Orgullosa de ser el centro de aquella vitrina. Siempre estuvo sola. Nunca se vio rodeada de pares. Apenas algunas otras compartían esa forma, pero carecían de alcurnia. Las veía como bastardas. Ni siquiera tenían su altura.
Mientras Magda observaba el cristalero pensaba en el origen de aquella hermosa y distinguida pieza de cristal. Siempre había estado allí. Le traía recuerdos de su niñez.
Las reuniones familiares en las que la importante mesa se vestía de gala y que su padre encabezaba con su característica postura altanera, regresaron a su memoria. Esa copa siempre estaba delante de aquel hombre que por momentos la hostigaba, en ella servía los más exquisitos elixires de la época. La joven  lo observaba disfrutarlos. Uno tras otro. Magda sabía que el final de la velada se acercaba cuando el rostro de Anselmo Barrios comenzaba a mutar, lentamente, trago a trago.
Con sus catorce años era una niña inquieta, estridente y muy despierta a la hora de pensar. Hacía ya cuatro años que comprendía lo que estaba ocurriendo en aquella casa.
Su madre, dormía.
Siempre estaba dormida. Era raro que salga de su habitación. Era la muchacha quien organizaba las veladas con amigos y socios de Anselmo. Se había convertido en una experta en relaciones públicas.
Algunas veces, Cristina, la mujer que duerme, como la llamaba despectivamente su padre, la reclamaba desde su cuarto para solicitarle algo. Y repetía la misma situación. Al  abrir la puerta del mismo, la encontraba dormida.
La señora de la casa se levantaba y vivía de noche. Al  menos eso suponían. Nadie sabía cuántas horas se mantenía despierta, si así era. Trataban de hallarla vagando por las amplias dependencias de la residencia para poder hablar con ella. Pero de alguna forma se las arreglaba para desaparecer de inmediato y retornar a su lecho a dormir. A  su pequeño mundo. Un lugar perfecto, mullido, cálido e inexpugnable. Era un monarca en su fortaleza.
Quién podría arrebatarle su reinado?
Quién querría ser el soberano de una cama?
Nadie tenía ingerencia en sus dominios.
Así había sido desde que su única hija nació. Magda fue amamantada por una prima de Cristina quien había dado a luz unos meses antes. Esa niña, Rita, hermana de leche, se convirtió en la única persona con quien Magda compartía su vida. Era su confidente. Conocía todos sus secretos. Menos uno.
Nadie veía a Cristina tomar alimentos, ni agua. No la veían bañarse ni caminar. No se peinaba, no tenía ropa.
Ella sólo dormía.
En qué momento estaba activa? Cuándo hacía lo que todos hacen?
Magda había dejado de preocuparse por ello. Había dejado de esperar que se levante por las noches. Simplemente dormía, días, meses, años sin abrir los ojos. Pero al verla en el lecho podía apreciar lo bella que era. Su cabello, lejos de estar enmarañado por el permanente contacto con la almohada, se mostraba siempre impecable. Tanto así como su aspecto general.
A veces, la niña se sentaba en una banqueta al costado de la cama y soñaba con ver a su madre despierta y contarle lo que le sucedía, cómo era su vida, imaginaba que paseaban juntas por la ciudad, lejos de la casona perdida en medio del campo y de la que nunca había salido. Era su padre quien le enseñaba, según sus dichos, todo lo que debía saber.
Sólo en esas reuniones veía otra gente. Pero a ella no le gustaban. Conocía la manera en que culminaban aquellos ágapes.
 
Abrió el cristalero y saco la copa, la tomó entre sus manos, la pasó suavemente por su mejilla, de manera de sentir el frío de aquel especial vidrio de sublime estructura. La llevó a la mesa. Con sumo cuidado descendió a la bodega.
Buscó entre los sucios estantes colmados de vinos, cubiertos de polvo y telas de araña, parecía que nadie, en siglos, había bajado a esa cava. Encontró lo que buscaba. Una botella del vino preferido de su padre. Habían pasado tantos años desde que estuvo allá abajo por última vez!
Subió la escalera de quejosos escalones, añorantes de pasos; allá abajo la soledad era demasiada.
Halló un trapo sobre la mesada de la cocina, quitó la  mugre con él.
Lo destapó con el mismo quitacorchos que otrora utilizara su padre.
Por unos minutos dejó que tome aire. Recordaba todo a la perfección.
Sirvió menos de la mitad sin derramar una sola gota, sin que ninguna se descuelgue hacia la mesa. Rió. Era como antes, cuando era una nena.
La sonrisa devino en congoja cuando recordó lo demás. El dolor. La indignación.
Sacudió la cabeza para sacar los recuerdos que le hacían daño. Se dirigió a la ventana más amplia de la gran sala. Desde allí se podía disfrutar de una vista incomparable.
En los sillones que aún se encontraban allí se sentaban  junto a Rita. Pobre Rita. Un día sólo desapareció. Jamás regresó a visitarla. Tenían dieciséis años.
Su padre no la quería demasiado.
-es una mala influencia para ti!-  Repetía el viejo que se hacía llamar Conde.
-pero es mi prima, es..es…mi hermana, yo la quiero mucho señor!-
Era en vano. Anselmo era de hierro. Ella lo sabía. Fue  cuestión de tiempo para que la niña con quien compartieron la lactancia desaparezca.
Cerró lo ojos y los apretó fuerte, caminó sin mirar hasta el cuarto donde dormía. Así lo hacía cuando era pequeña. En la oscuridad se levantaba para hallar a su mamá despierta, cocinando o tomando un baño, abrazarla y contarle todo lo que tenía guardado en su pequeña cabeza.
Continuó con los ciento veintidós pasos que la llevaban a su lugar. Todo estaba en su mente. Como si hubiera sido ayer. La habitación se encontraba revuelta, los vidrios rotos permitieron el ingreso de animales en busca de cobijo, aves sobre todo.
Su pequeño armario parecía nuevo, los escasos vestidos con que contaba aún colgaban del barral de arce, en sus perchas de la misma madera. Los sacó, los sacudió y se sentó en la cama dura. De a uno los hizo recorrer su piel ajada, mucho tiempo corrió por aquellos canales, un gran caudal de años marcó aquella delicada y tersa piel. Se incorporó y acomodó la vetusta ropa en su lugar, pacientemente los dispuso de la forma en que los encontró.
Regresó a la sala por la copa de vino, no se perdería por nada el sabor añejo del mejor vino que hubiera probado. Setenta años después se pudo dar el gusto de sentirlo en su paladar, en su lengua, llenar su boca de un placer desconocido.
Lentamente, se acercó al dormitorio de Cristina.
La puerta entreabierta la invitaba a cruzarla. La empujó suavemente y halló la misma disposición de los objetos, extrañamente nada ni nadie había ingresado allí desde el día en que su madre despertó para morir.
Recordó el momento. Como otras veces, un alarido de la somnolienta mujer llamó su atención, sin apurarse fue hasta el cuarto.
Cristina estaba cruzada en la cama con sus ojos abiertos. Muerta.
Sólo abrió sus ojos para morir.
Había dormido por veinte años.
-Entonces, mi mamá está muerta?
Y mi padre? Y Rita? Dónde estoy yo?
 Su memoria fallaba, había sufrido desde el primer día que recuerda ver a su madre tirada en el lecho, inmóvil, sin responder a ningún estímulo.
-Anselmo, mi papá- dónde está?. No había registros en su mente acerca de su deceso, ni nada que le brinde algún indicio de su paradero.
El sol estaba bajo ya, las sombras comenzaron a tomar posesión de la realidad, ella lo conocía muy bien. Ese mundo no le gustaba. Salió del cuarto tan rápido como le permitían sus cansadas piernas. Añoraba las corridas entre las sillas, sola. A  veces salía al parque a respirar el aire limpio del campo, se paraba a orillas del pequeño lago y llenaba sus pulmones juveniles de esperanza, algún día su vida sería distinta. Recordó lo bien que se sentía con cada bocanada de pura libertad afuera de la casa.
Dejando de lado el temor a la oscuridad, descendió los tres escalones de la puerta principal de la residencia del Conde, como la llamaban los lugareños, y caminó los trescientos dieciocho pasos hasta el ahora destartalado muelle.
-ahh- inhaló todo lo que pudo de una sola vez. En verdad se sintió bien. El fluido gaseoso ingresó devolviéndole vitalidad a sus tejidos. Se sintió de quince años otra vez. Cuántos años tenía?
Regresó a la casona y bebió una vez más de la copa sin terminar el vino que contenía.
La noche trajo el frío. Había leña que en verdad estaba seca, había perdido la humedad de forma gradual durante una vida. Quizá haya sido recolectada por ella cuando era una niña. No sabía. O por Rita.
Otra vez Rita dando vueltas en sus pensamientos. Magda extrañaba a su otra mitad, casi formaba parte de ella. La recordaba ajena a su cuerpo; no  a su conciencia. Pero al mismo tiempo percibía que no estaba completa. Algo le faltaba para ser plena.
Encendió el fuego en el hogar. La chimenea era muy alta, sobresalía del techo de tejas del primer piso por casi dos metros. Las llamas trajeron algo de claridad al recinto que se mantenía en penumbras. El calor reconfortó a la mujer que se acomodó en uno de los sillones de dos cuerpos, que aunque roto, aún servían para recostarse  unos minutos, seguramente dieron cobijo a algún animalejo.
Cerró los ojos y se dispuso a descansar antes de cenar. Cenar?
En la casa no había nada para cocinar. Estaba en ruinas. Se levantó lo más rápido que sus rodillas desvencijadas le permitieron.
-Cómo fui tan descuidada de no traer nada para guisar.
Deberé  esperar que me traigan las provisiones que pedí- pensó.
- papá debe estar al caer. Es casi la hora.
No, papá esta muerto, o se fue?-
Por las ventanas faltas de vidrios ingresaban,  violentas y desalmadas saetas heladas que laceraban piernas y brazos de la mujer que con su anciana juventud se defendía frotando las manos por sus extremidades sin lograr el calor ansiado. El fuego brillaba pero parecía estar muerto, como una gran estrella a punto de extinguir su vida casi eterna. Se acercó a la chimenea pensando que se hallaba demasiado lejos de los leños pero no se trataba de eso. Las llamas emanaban frío, tan gélido como el exterior, que ya comenzaba a descolgar escarcha de los tejados. El reloj marcaba las diecinueve horas.
-de qué día? De qué año?
Decidió ir en busca de un abrigo. Regresó al cuarto de su niñez, hurgó entre la ropa y halló un viejo tapado de paño rojo.
- ah! Tenía quince años cuando lucía esta delicada prenda. Debe ser chico ahora.-
Sin embargo y para su sorpresa le quedó perfecto, su mirada se tornó juvenil frente al gran espejo que reflejaba una imagen que ya había olvidado. Su carita rozagante y el cabello renegrido contrastaban con el vivo bermellón de su prenda.
-pero...- exclamó atónita por lo que observaba.
Pensó que la luz de la vela que llevaba y que había depositado sobre la mesa de noche,  a su espalda, la engañaba, originando una especie de ilusión debido a la escasa luminosidad que emanaba. Giró, tomó el candelabro pequeño y se acercó al espejo. Vio lo que esperaba, un rostro cansado y sorprendido. Su cabello gris, sus mejillas blancas por el frío y la marca del tiempo en su mirada la convencieron que todo estaba como debía ser.
Trató de hacer memoria. Quería recordar cómo había arribado a la casona.
- cómo llegué acá?-
Porqué todos habían desaparecido sin dejar rastros? El  recuerdo de su madre muerta sobre la cama era el único dato que sostenía su historia en esta vivienda. Y la copa. Aquella maravillosa copa que ahora le permitía beber por primera vez un sorbo del mejor vino.
En verdad era delicioso. Fue por más.
En la sala, el clima había cambiado. Estaba sumamente cálido, agradable.
Agregó algunos troncos más a la hoguera. De inmediato tomaron fuego.
Eso la tranquilizó.
El nerviosismo devino en letargo. Somnolienta debido al alcohol, se acurrucó como pudo en un rincón del sillón.
El Conde llenaba su cabeza, la imagen aterradora de aquel hombre regresó a su vida, sobresaltada se despertó, su padre estaba parado en la puerta de ingreso que se hallaba abierta de par en par. Un grito de terror salió de su garganta gastada, apagado, grave. El hombre se acercó con claras intenciones de tomarla de los brazos, parecía joven, parecía que los años no habían pasado para él. Odió esa situación. No podía ser cierto. No lo podía creer.
En el forcejeo el sillón cayó hacia atrás y la vieja mujer logró escabullirse por detrás del mismo. La puerta era la única salida posible, debía alejarse de aquel demonio. Bajó torpemente hacia el lago. La oscuridad era total, apenas algún destello oportuno le permitía imaginar el sendero que la llevaría a  la orilla. Se percató del origen de la luz; la luna aparecía fugazmente entre las tormentosas nubes que cubrían el cielo casi por completo. 
-Seguramente lloverá- pensó mientras apuraba la marcha.
Anselmo la seguía a veinte pasos de distancia, sin duda la alcanzaría. Apuró, trató de correr. Se sorprendió al notar que lo lograba, sus piernitas fuertes y vigorosas aventajaban a las gruesas y pesadas del viejo conde. Mientras se alejaba, se reía como antes. Miraba hacia atrás y si bien había sacado cierta ventaja, la fantasmal figura no cejaba en el intento de darle alcance, continuaba la persecución a la distancia. Eso le dio cierto tiempo para buscar un escondrijo. De pronto se encontró trepada a un árbol. Desde allí divisó el inconfundible contorno de su padre, alto, anchos hombros, su pipa.
Descendió agitada, sus rodillas no la sostenían más, pensó en rodear el espejo de agua y regresar a la casa para encerrarse en la bodega, en el lugar en el que pasaba horas escondidas cuando su perverso papá requería su presencia luego de beber por horas.
La niña corría sin descanso, la anciana caminaba a paso vivo. Alcanzaría la tranquilidad del sótano?
Al mirar para atrás nuevamente, de soslayo, vio a Anselmo transformado, parecía más alto aún, detenido entre dos árboles que habían sucumbido al frío entregándoles sus hojas al húmedo suelo, el reflejo de la agotada luna mostró un rostro deforme, la nariz era enorme, su boca inmensa, sus manos parecían garras y sus piernas largas achicarían la distancia mucho más rápido.
El terror la dejó inmóvil, otro destello luminoso, traidor, le mostró al viejo la posición de la niña del tapado rojo sangre, era el único color que la oscuridad permitía, todo lo demás era gris o negro. Como el cabello de la niña, como el de la anciana, como el alma del Conde.
Apenas se veía desde la costa de enfrente la intermitente claridad del fuego a través de la ventana de la sala, había unos doscientos metros entre ella y su salvación.
Un monstruo la acechaba en las sombras, antes era su padre. O siempre fue él un abominable y execrable animal?
Notó que su perseguidor estaba demasiado cerca, pensó en su niñez y la fuerza regresó a sus piernas. Corrió los últimos metros hasta la puerta trasera. Estaba cerrada. Debió regresar a la entrada principal. Se detuvo apenas un segundo para ver a su padre acercarse, tan cerca que notó el rojo de sus ojos, tanto como el paño de su juvenil atuendo.
El interior aún ofrecía calidez, la copa estaba rota en el piso, la botella vacía a su lado.
-no debe alcanzarme, no lo podría soportar una vez más!
Descendió a la bodega, cruzó hacia la pared contraria a la escalera y abrió una tapa que parecía formar parte de la pared. Allí se metió con la agilidad y la destreza de sus dieciséis años.
Sintió el golpeteo en la escalera, alguien descendía por ella, algo muy pesado. La oscuridad era total. Las pupilas estaban abiertas a su máxima capacidad, a través de un imperceptible resquicio entre las maderas notó el débil resplandor que la pipa del viejo irradiaba cada vez que el Conde succionaba,  iluminaba su rostro de manera aterrorizante, estaba parado justo frente ella. Ahora parecía más viejo.
Accionó su encendedor de bencina, el destello casi la deja ciega. Cerró los ojitos negros y así quedó mientras su padre, con los nudillos, golpeaba las tablas de las paredes en busca de un sonido diferente. Ella estaba segura que no tardaría mucho en dar con la tapa disimulada en el muro.
Los segundos parecían horas. De a ratos el encendedor se apagaba y volvía  a encenderlo, de pronto el silencio…todo quedó en penumbras.
Al rato comenzó de nuevo, la anciana oía lo que la niña no deseaba oír, el golpeteo en las maderas, algún indicio. El  sabía que ella estaba allí.
 
La lluvia comenzó a caer furiosa, de repente. Relámpagos trazaban un mapa de terror en el negro telón, por la puerta ingresaba algo de esa fuerza asombrosa que iluminaba todo afuera. El reflejo sobre el lago incidía, por la dirección de la tormenta, sobre la casa.
El agua comenzó a inundar los alrededores. Por algún lugar del techo se filtraba el incontenible líquido. Corría por el pasillo interno que llevaba  a los dormitorios y caía en forma de cascada por la escalera de la bodega. En su interior comenzaba a acumularse en los bajos.
El hombre continuaba con su búsqueda. Magda pensó que había salteado esas tablas en la negrura del recinto, que había sido la providencial oscuridad lo que la había salvado. Pero él regresó sobre sus pasos para cerciorarse de haber cubierto toda la superficie de aquella sospechosa pared.
El golpe sonó hueco frente a la nariz de la anciana, la niña se sobresaltó.
Comenzó a golpear la tapa con intención de romperlas, de astillarlas, pero a pesar de los años eran muy resistentes.
La anciana calló, pero la joven gritó de miedo. Eso le dio certeza al viejo que allí estaba su presa. El agua cubría todo el piso.
La vieja retrocedió todo lo que pudo, la niña recordó que había una salida detrás de ella, había sido olvidada por la añosa dama que se sorprendió al verse atravesando una pequeña e inesperada puerta salvadora .
Se escabulló por ahí. El viejo continuaba con los golpes al resistente muro.
Magda se vio en la parte de atrás de la residencia, libre pero sin lugar donde ir, el túnel la había alejado apenas unos metros
La lluvia se detuvo. La tormenta se retiró y dejó el gobierno de la noche a una brillante y gran luna llena.
Estaba exhausta, le dolía todo el cuerpo. A gatas llegó hasta la puerta de la bodega y la cerró con el pasador de hierro que se incrustaba en la pared para mantener el acceso obstruido.
Apenas unos segundos después oyó a su padre golpear la puerta desde el interior al darse cuenta que había sido engañado.
El hombre de las manos como garras pateaba y arañaba, en silencio, nunca la anciana oyó su voz.
Decidió esconderse en su cuarto. Debajo de la cama. El Conde no podría escapar de la improvisada cárcel. Se sintió segura. Apenas aclare se encaminaría hacia el pueblo.
El cansancio venció a la mujer de cabello gris.
Se durmió debajo de la cama. Esperando  que el sol ilumine su vida, que le muestre la verdad.
Entre sueños, a lo lejos, una voz conocida la trajo nuevamente al mundo real, o no?
-Magda! Magda! Despierta! Levántate!-
-mmmm, qué pasa? Debo correr, mi padre me alcanzará!-
-Soy Rita, tu papá salió en busca de las provisiones para la cena de esta noche-
-ah, la cena. Sus amigos. Otra vez esos viejos asquerosos harán de la suyas. Debemos irnos Rita!-
- no puedes, te encontrará, tarde o temprano te hallará. Estamos muy lejos de todo-
-mamá?-
- duerme, como siempre.-
- ahora la entiendo-
- a qué te refieres Magda, apúrate. Debemos preparar todo ahora-
-déjame sola!-
- cuando regrese lo vas a lamentar! No quiero me dejes con él!-
- a ti vendrán a buscarte, nadie hará nada por mí, jamás.-
Rita se marchó sin estar convencida del comportamiento de su hermana. Pero ella tenía razón. El deseo permanente era que un carro venga por ella más tarde.
La dejó a Magda en su cuarto, con sus pensamientos e ideas.
El Conde arribó a la casa al mediodía. La casa estaba desierta. Intuyó que la niña estaba en el cuarto.
Con su cabeza en alto y su porte distinguido, a paso lento pero firme se dirigió hacia allí.
Magda dormía, bella, agraciada.  Con una sonrisa en sus labios. Tranquila. Rita desapareció para siempre.
La niña había logrado huir.
 
Página 1 / 1
Foto del autor GAINEDDU CLAUDIO
Textos Publicados: 11
Miembro desde: Nov 17, 2012
0 Comentarios 406 Lecturas Favorito 0 veces
Descripción

Palabras Clave: sueo dormir miedo amistad padre nias casa.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



Comentarios (0)add comment
menos espacio | mas espacio

Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.

busy