La bsqueda de Herminia.
Publicado en Nov 17, 2012
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Herminia  tenía casi dieciséis años, un cuerpo de señorita perfectamente formado, intacto, e inocentes pensamientos.
Se había criado en el campo y estaba acostumbrada al trabajo duro, de sol a sol, era parte de su vida, estaba en su sangre, no conocía otra cosa; por la mañana se levantaba cerca de las seis, su desayuno consistía en una taza de mate cocido, algo de leche y unas rodajas de pan casero del día anterior, el del día estaría horneado cerca de las ocho, al tiempo de darle de comer a las gallinas.
Con una rápida y practicada contorsión, arrancaba el “codito” de la hogaza aún caliente, Marta, su madre se enojaba  todos los días y la perseguía hasta la galería en una demostración de agilidad que casi le cuesta a “la Hermi” varios coscorrones.
Los quehaceres no tenían fin durante las horas de luz, añoraba cuando todavía concurría a la escuela y podía detenerse unos instantes en el camino a oír el canto de alguna calandria u observar las copas floridas de los lapachos, de vivo amarillo, decorar su senda matutina hacia el conocimiento.
Esa vida terminó el día que su padre y su hermano cayeron en el zanjón de Alonso luego de una lluvia como hacía años que no caía, y se ahogaron, la camioneta se encajó en las paredes con sus ruedas mirando el cielo en forma exacta y no lograron abrir las puertas, con mas de un metro y medio de profundidad no les dio tiempo siquiera a reaccionar, aturdidos  por el sacudón, los desdichados sólo atinaron a bajar los vidrios, acelerando el ingreso del fluido, no quedaba lugar para salir.
Lograron sacarlos a las dos horas, luego de un esfuerzo conjunto de caballos y tractor. Herminia tenía diez años, corría el setenta y cuatro.
Tenía dos hermanas menores, de nueve y once años, quienes colaboraban en las tareas con dedicación y no tuvieron la dicha de conocer un pupitre.
La subsistencia era difícil, pero una gran unión familiar ayudaba para mitigar la adversidad.
Largo cabello negro, tanto como sus ojos, blanca y tersa piel que a pesar de la incesante exposición al sol  se negaba a tomar color, sólo en sus labios gruesos y alrededor de la nariz se notaba el efecto de la rudeza de su vida y sus manos clamaban por cuidados, pero ella no se fijaba en esas cosas, su preocupación se centraba en el trabajo, su diversión comenzaba por las noches cuando apoyaba la cabeza en la almohada y soñaba con una casa blanca con tejas rojas y grandes ventanas, veía un hombre, robusto, de claros y largos cabellos, se veía con tres chicos que crecían sanos y se parecían a su papá. Se dormía con una sonrisa, por las noches moraba en un mundo diferente  y disfrutaba de la tranquilidad de su propio lugar. A su modo era feliz. No conocía otra manera de vivir.
Una mañana, a la misma hora de siempre, se levantó y notó que algo no estaba como de costumbre, su madre no amasaba para que pudiera más tarde birlarle un pellizco del tibio pan. Caminó por la cocina vacía, no había bollo leudando cubierto con un repasador, ni siquiera estaba la bolsa de harina abierta y lo que queda desparramado a su alrededor al meter la palita en ella, todo se encontraba como ella misma lo había dejado la noche anterior,  acomodado y bien barrido.
 No existía otra forma de mantener el piso de ladrillos colocados de plano encima de una cama de barro, no admitían una limpieza descuidada, era perfecta o no era,
Salió por la puerta trasera hacia el patio, gritó para llamar la atención de su madre, nadie contestó, volvió lento su andar, apoyaba sus pequeños pies firme pero suavemente, sin duda alguna parte de su primitivo ser le alertaba acerca de un  peligro latente, su instinto no la aconsejaba mal, notó algo inusual a un lado del horno de barro; se acercó con temor de comprobar lo que supuso, vio el bolso de lona donde Marta guardaba la lana y las agujas para la confección de la ropa de abrigo de sus hijos, el pulóver verde a medio terminar asomaba insinuando algún suceso desafortunado.
Levantó y acomodó lo que había hallado sobre la térrea cúpula todavía fría, anhelante de yesca, no pudo más que mirar adentro, algunos papeles y abundante paja estaban ya dispuestos para encenderse, no veía nada más que la preocupe en sus alrededores, giró hacia un lado y otro, nada, sólo unos pollos marchaban presurosos y despreocupados en una fila perfecta hacia el pequeño montecito de aromos que se levantaba ralo e irrelevante hacia el sur...y el silencio, todo el lugar y ella anhelaban ecos de subsistencia, quedó inmóvil sin saber hacia dónde dirigirse, miró al cielo como si hubiera alguien que le indicaría qué hacer, por supuesto que no encontró respuesta, el firmamento era el artífice, el director de la muda orquesta de vida, sollozó…
Regresó sobre sus pasos, pero evitó ingresar por la cocina, buscó el frente de la pintoresca casita, estaba abierto, no fue ella quien quitó la traba de la puerta de pinotea, añosa pero resistente, miró hacia la máquina de coser a pedal, estaba afuera, como ellos decían cuando se disponían a realizar alguna costura.
-Sacá la máquina!- lo que significaba que debían levantar la tapa de madera que la transformaba en una útil mesita de labores domésticos y alzar el artefacto hacia arriba y calzarlo con una madera provista por el mueble de forma que quede sosteniendo todo, para así poder utilizarla firmemente emplazada.
 
Notó que la correa cilíndrica que llevaba el movimiento desde el pedal hasta la rueda que movía todo el mecanismo de la “Singer” no ocupaba el lugar predeterminado, ambas poleas se hallaban vacías.
Eso le dio la seguridad de que la sospechada anomalía era real, continuó su lento andar hasta el dormitorio de su madre, quien dormía con su hermanita menor, Etelvina.
Cuando abrió la puerta, sintió que algo tomaba su brazo, una mano muy fuerte, que la introdujo a la habitación y la arrojó sobre la cama, dos hombres, altos y seguramente muy vigorosos la observaban encapuchados mientras ella gritaba alienada por la situación, peor fue cuando giró su cabeza y vio a su madre y a su hermana, con la correa de la máquina arrollada en sus cuellos, con sus caras pegadas, mirándose y la expresión de terror en los ojos abiertos.
La desesperación, la tristeza y la impotencia se confundieron en un solo grito que no se detuvo.
La tomaron de las piernas y los brazos y la inmovilizaron, en silencio le quitaron la poca ropa que llevaba encima y el más alto la penetró salvajemente, el otro sólo jadeaba y apretaba sus muñecas, en un momento las miradas del violador  y la víctima se cruzaron, ella trató de recordar esa mirada. Ella sintió que se desgarraba, corporal y espiritualmente, la sangre corría por su entrepierna, tibia, roja, mantuvo los ojos cerrados y sin embargo veía lo que percibía su piel.
El exagerado miembro del agresor se hundía y emergía acompasadamente mientras ella agotaba todo su caudal de lágrimas, comenzó a distanciarse de la escena, de pronto comenzó a sentir una agradable sensación que nunca había sentido, el sufrimiento se había convertido en placer, alcanzó un orgasmo sin reconocerlo, no gritó, sólo tensó la musculatura de su abdomen y apretó vergonzosamente las piernas alrededor de la cintura del desalmado, él percibió el inesperado desenlace, sonrió con la parte derecha de su boca y se retiró satisfecho.
-te salvaste porque gozaste conmigo, o no?- preguntó vanidoso el repugnante personaje.
Ella no dijo nada, dio vuelta su cara en un claro gesto de desprecio, sin más los dos se fueron, en silencio como seguramente habían ingresado mientas las mujeres dormían, de pasada el otro rozó su pubis con sus dedos y luego los lamió, se fueron riendo. De soslayo, alcanzó a ver que los hombres calzaban borceguíes, y luego de salir de la habitación, a pesar de la obnubilación, oyó un nombre, no le dio importancia en el primer instante, Ramón, luego supo que se trataba de su ineludible  futuro.
La chica se quedó tirada, sin pensar, su mente en blanco no lograba iniciar un proceso racional, casi media hora permaneció sobre las sábanas ensangrentadas, inmóvil, hasta que recordó a su hermanita, con quien generalmente compartía su habitación, pero la noche anterior decidieron acurrucarse y dormir las tres en la cama matrimonial, dejando a la hermana mayor sola con sus sueños.
Se asomó hacia un costado de la cama y la pequeña yacía con la mirada perdida, respiraba entrecortadamente, no parecía lastimada pero no emitía sonido, ella le hablaba y sólo obtenía como respuesta monosílabos guturales, sin sentido; descendió del lecho, la alzó y la llevó al cuarto contiguo, con la cama libre de perversidad y la acostó, la tapó y se recostó a un lado hasta que la niña concilió el sueño; luego se durmió ella.
La despertó el ruido de los vehículos, la encontraron unos vecinos que venían de visita.
Pasaron seis meses entre esa noche y el día en que Herminia no despertó sobresaltada, esa primera mañana sintió renacer, algo había cambiado, pero en su interior, la necesidad de venganza comenzaba a crecer, desmedida, decidió hacer algo con lo que sentía; sus tíos habitaban una granja cerca de la casa de su familia, les rogó que la dejen quedarse unos días con ellos, al equipo de profesionales les pareció una buena idea. Así fue, su hermanita quedó en la clínica, al cuidado de los médicos, poco a poco se recuperaba del colapso nervioso que vivió en su propia casa.
En los primeros días, la joven se comportó correctamente, pero con el paso de los días su carácter devino irascible, durante una discusión con su tío, hermano de su padre, decidió irse de la casa; necesitaba libertad… y cumplir lo que prometió a su madre luego de fallecida, vengaría su muerte.    
Se perdió por caminos oscuros, los iluminó con agraviantes fiestas, su vida se convirtió en una permanente necesidad, no soportaba el vacío de su sexo, debía calmarlo colmándolo; su obsesión era el calzado de los hombres con los que tenía relaciones, aún no alcanzaba los diecisiete años.
Cambió el color de su cabello a un castaño claro, deseaba perderse entre la gente y no ser reconocida, encontraría a ese Ramón y haría lo suyo.
El pequeño cuchillo con el que pelaba las papas en su vida anterior era el único lazo que quedaba con la Herminia niña e inocente, carente de odio y toda dulzura, durante las noches, sus sueños nada tenían que ver con la idea de un marido ni de felices hijos, Morfeo la vencía mientras ella afilaba la pequeña hoja.
El tiempo pasó y casi perdió la esperanza de hallar al hombre de los botines militares, el nombre retumbaba en su cabeza cada vez que lo recordaba y se convencía que él vivía feliz en algún lugar cercano, ignoraba si  se trataba de un policía rural o  de un soldado en maniobras.
Pero una tarde, en el bodegón de Porta, a escasas cinco leguas de su vacía morada, mientras hablaba animadamente con la mujer que vivía con él y que era esposa y amiga, ayudándolo a soportar la soledad de aquellos parajes, Herminia observó un Jeep, de la guardia rural, de él bajaron tres policías, la presencia de los botines la centró en su pensamiento retórico hastiado de revancha.
Ver a una preciosa mujer, sola, en el medio de la nada inició el normal proceso de seducción en los que arribaron, se sentaron juntos en una mesa de madera, marcada por años de botellas resbalando sobre ella y miles de codos desahuciados, sin futuro y quizás sin pasado  y pequeña, apenas cabían los vasos y el porrón de ginebra y no soportaron la inquietud que les provocaba esa mujer tan deseable, tanto que se creyeron soñando.
La invitaron a sentarse en el cerrado círculo, ella aceptó sonriente, debería probar, necesitaba saber si alguno de ellos poseía la llave que abriría la reja que dejara su alma al fin libre, si su eterno cancerbero estaba frente a ella, desconociendo el poder que ejercía desde hacía casi un año.
Le pareció haber escuchado alguna vez la risa de uno de los uniformados, miró el calzado, borceguíes, se esperanzó, mientras hablaban animadamente entre ellos, la chica observaba sus miradas, en otro notó un brillo padecido, le preguntó distraídamente el nombre.
-Ramón- expresó indiferente, al pasar.
-yo soy Herminia, me gustan los policías.
-sos muy linda, cuantos años tenés?- preguntó por pura curiosidad, y para extender el diálogo.
- veinte, tenés nombre de macho, me gustan los policías duros- desafió Herminia intentando seducir y que no queden dudas de su intención.
- debo ir hasta el puesto, los muchachos se quedan acá, me acompañas?- respondió al duelo el hombre.
-seguro, me muero por probarte, seguramente las mujeres “mueren” por vos, no es así?- sentenció mientras se mordía el labio inferior recordando esa mañana, en su otra vida.
- sí, así es. Te gusta que así sea?- atropelló Ramón.
- estás perdiendo el tiempo hablando, no creo que puedas ni siquiera una vez- azuzó sonriente esperando verlo decidido.
Salieron en el destartalado vehículo rumbo al asentamiento, él pensaba brindarse un banquete de primera, estas cosas no abundaban por los pagos.
El edificio se encontraba vacío, planeaba poseerla una y mil veces, ella demostraba desearlo, apoyados en  el escritorio comenzaron a besarse en forma candente, la sangre de ambos comenzó a  llenar cavidades específicas; se quitaron la ropa, la alzó y la colocó suavemente de espaldas sobre el escritorio, ella extendió su cuerpo desnudo apoyando sólo los glúteos y los hombros, un lascivo arco entre ellos le permitía al amante pasar sus brazos por debajo y tomarla de la fina y delicada cintura que se estremecía cada vez que legaban a ellas las caricias rítmicas, que subían y descendían lentas, erizando la adolescente y candorosa piel; Ramón la besaba sin tomar aire, el fuego devenía en alimento para sus pulmones, ella jadeaba sin detenerse con voz apagada, eso lo excitaba aún más, estaba listo, su mano derecha se deslizó por el paraíso anhelado y lo encontró deseoso de ser anfitrión; cuando se dispuso a ingresar en él, ella lo detuvo con su mano y al oído le susurró- no, acá no, vamos al sofá de tu jefe, quiero que sea especial- solicitó pausadamente la niña.
Así como la sostenía, la elevó como a una criatura y ella lo tomó de los anchos hombros, el sonrió pensando que era irresistible, se trataba en verdad de un hombre con características admirables para una mujer…y despreciables también.
Suavemente, la depositó en el sitio indicado, señalando el cielo, le prometió amor eterno, trató de parecer sincero, ella lo tomó y lo atrajo hacia sí, debió recostarse sobre la mujer, quien separaba sus piernas y las mantenía en el aire para abrazarlo con ellas cuando contundente, la posea.
Siempre al oído y con susurros, le rogó que gire, que la dejara hacer lo que sabía, él aceptó, no cesaba en su sonrisa, ella tomó la posición superior, podía observar su pequeño bolsito colgado en el respaldo del sillón que oficiaba de ardiente nido, vacío de amor, colmado de lujuriosa aversión, mientras él mantenía sus ojos cerrados, ella deslizó su mano en furtivo ademán, tomó un destello metálico y lo mantuvo en su mano… y esperó…paciente…esperó, hasta que el hombre comenzó a mostrar su intención de brindarle su ser, se agitó aún más, apretaba sus caderas y sus piernas, apuró su ritmo y profundizaba cada embestida con decisión última, comenzó a emitir un sonido entre triunfal y eufórico, alcanzaba lentamente el clímax, en ese momento ella bajó su mano y el destello se hizo carne, de un solo movimiento y aprovechando la separación necesaria de los cuerpos, separó al hombre de su virilidad, sólo percibió un ardor, ella deseaba levantarse y él, aún ignorante, sólo deseaba proveerle su simiente, ella saltó a un lado del sofá, él levantó la cabeza, la sensibilidad había desaparecido, la vio parada a su lado con la entrepierna sangrante, pensó que la había lastimado, ella sonrió y le mostró su pequeño cuchillo de pelar papas, lo único que le quedaba de su vida anterior, lo único con la virtud de regresársela, lo guardó para conseguir lo que todavía retenía en su interior…Ramón abrió los ojos cuando se percató que su inseparable, hasta ese momento, amigo, ya no le pertenecía, trató de incorporarse y apenas lo logró; ella se calzó el pantalón y la blusa por su revés y salió corriendo, al fin había llenado el vació que le provocó ese depravado, le había dado su castigo, Ramón gritaba desesperado desde el interior, ella lo oía y se regocijaba, ni siquiera le había permitido el goce final. Se alejó sonriendo, cruzó la calle y notó que un hombre la observaba desde la vereda del frente, supuso que había notado el hecho, apuró su marcha para alejarse impune, el otro la siguió unos metros y la alcanzó…la detuvo, miró los pies del desconocido y calzaba borceguíes, sintió que se le anudaba el esófago, lo miró a los ojos.
-volviste putita, me buscabas a mi?- dijo el hombre mientras ella reconocía su repugnante pero confundible mirada.
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Foto del autor GAINEDDU CLAUDIO
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Descripción

Palabras Clave: venganza dolor amor miedo botas mirada recuerdos cuerpo.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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