El Destino
Publicado en Nov 17, 2012
Todo laberinto tiene una entrada y una salida, me recuerda a la vida en sí. Naces, recorres un camino lleno de curvas, baches, puertas cerradas y al final, final del todo, encuentras la salida hacia un mundo mejor… o eso dicen.
Recuerdo aquellos días en que una sola palabra, incluso una mirada me hacia sonreír como un idiota. Tú me abriste una de esas puertas bloqueadas del laberinto, la única que necesitaba para ser completamente feliz. Me abriste tu corazón y me reconfortaste entre tus brazos, protegiéndome y cuidando siempre de mí, me amabas, nos amábamos… Aún queda en mi memoria aquel instante en que tropezamos y manchaste mí camisa favorita de café, ahí pude ver por primera vez tu bello rostro, el cual no me cansaba de ver cada mañana al abrir mis ojos. Adoro verte dormir, se te ve tan…inocente. Desde el primer momento fuiste lo más importante para mí, me entregué en cuerpo y alma a la relación que teníamos para demostrarte que realmente lo que sentía era cierto. Nunca había estado enamorado, y estaba confuso… eras con la única persona que me sentía bien, que realmente me hacía sonreír. ¿Era eso el principio? Puede que sí, bueno, ahora si lo sé seguro… fue el principio de lo que era mi gran amor, mi vida… lo hubiera dado todo por ti, como intentaba hacerlo cada día. Mientras tú trabajabas, limpiaba la casa, ordenaba tus cosas y te cocinaba. Recuerdo que más de una vez te desquiciaste porque para tenerlo todo bien ordenado te cambiaba las cosas de sitio… mil perdones te pedí y aprendí a no hacerlo, no quería verte enfadado y menos por mi culpa. Al menos, no te duraba mucho, y me abrazabas enseguida diciendo un “no importa”, pero si importaba. Todo importaba. Tus manos sobre mi piel, recorriendo cada punto de mi cuerpo mientras me estremecía y retorcía, me gustaba como lo hacías, como conseguías hacerme sentir en el cielo con tan solo una caricia. Me hacías tuyo casi todos los días, jadeos, gemidos y grandes orgasmos que me hacían perder el sentido mientras me agarraba fuerte a las sábanas de la cama. Me encantaba que me poseyeras, sentirme completamente tuyo… cada uno de esos momentos siguen en mi mente, y al cerrar mis ojos siento como tu piel roza la mía, erizándome. Dios… como te extraño… Fui idiota, lo sabes ¿verdad? Por mucho que me suplicaste que no me subiera a ese avión, lo hice. Realmente me sentía estúpido e inútil, metido todo el día en casa y sin poder contribuir económicamente. A veces, aunque a ti te iba muy bien, el dinero tardaba en llegar y pasábamos apuros. Yo quería ayudar y por más que buscaba algún trabajo decente no lo había… los que encontraba, me hacían vestirme de chica, con sus trajecitos… sé que eso no te gusta, no quería que te encontraras molesto por ello, por eso los rechazaba. Ya sabes el hobby que tenía con la fotografía y la decoración… gracias a eso y unos títulos que tenía, conseguí un trabajo. ¿Lo peor? Tenía que estar tres meses fuera de casa. Me suplicaste que no lo hiciera, que estaría todo bien. Pero no te hice caso. Hice las maletas mientras tú estabas sentado en el sofá fumándote un cigarrillo con mala cara, estabas enfadado, mucho, y yo trataba de no derramar las lágrimas que ahora mismo luchaban por salir. Era débil… más de una vez estuve a punto de correr al teléfono y negarme a irme, pero no… me contuve y salí de la habitación maleta en mano, quedándome frente a la puerta, desde dónde te miraba. Te pregunté si me acompañabas… no obtuve respuesta. No esperé más, el silencio hacía que mi corazón se encogiese cada vez más, saliendo de allí lo más deprisa que mis píes podían, bajando las escaleras con cuidado de no caerme. Llegué al taxi, coloqué la maleta en el maletero y subí, indicándole que me llevara al aeropuerto. No sé cuanto tardó, ni siquiera miré la hora, pagué y me bajé a por la maleta. Ahora, caminaba lentamente hacia el interior de aquel gran edificio, buscando la puerta de embarque. Ya había subido al avión, había apagado el móvil y abrochado el cinturón. Miré por la ventanilla hacia los cristales del edificio, desde allí se veía a la gente que se despedía de los suyos, tenía la esperanza de que estuvieras… maldita esperanza que hacía crear ilusiones… desvié mi mirada hacía el asiento delantero y cerré mis ojos, acomodándome. Suspiré. No me gustaban mucho los aviones, pero esto lo hacía por los dos, pero supongo… que sobre todo lo hacía por mí mismo, por sentirme útil y aportar algo a nuestra vida. Mí querido Miyavi… Miy… ya te echaba de menos, no sabía si iba a poder soportar aquellos tres meses sin poder abrazarte. El avión se puso en marcha y apreté mis manos en el asiento. Cuando las pequeñas turbulencias del despegue acabaron abrí lentamente mis ojos, buscando con la mano mis auriculares, necesitaba distraerme. Maldije por lo bajo por la primera canción que sonó, era tuya… ya no pude aguantarlo más y mis lágrimas comenzaron a bajar por mis mejillas mientras miraba de nuevo por la ventanilla, observando cómo me alejaba de Tokio. Creo… que pasó una hora, o tal vez dos… cuando comenzamos a notar nuevas turbulencias. La gente empezó hablar, preocupada. Miraban por las ventanillas tratando de descubrir que era lo que pasaba mientras las jóvenes azafatas trataban de calmarles. Estábamos en medio del mar… ¿qué demonios pasaba…? Noté como el avión se sacudía más, y más… El piloto informó que volvíamos al aeropuerto por un fallo en uno de los motores. Un bebé lloraba. Vi tierra de nuevo por la ventanilla, pronto el temblor en el avión fue mayor. Miré por la ventanilla, de uno de los motores salía fuego. Ahora sí, comencé a asustarme, aunque suspiré un poco más aliviado al ver cómo nos acercábamos de nuevo a tierra. Sonreí, pensando de nuevo en ti. “Eso fue lo último que recuerdo… después de eso no sé qué ocurrió, o sí… observo el lugar dónde estoy, son solo tumbas. La mía tiene una inscripción con las fechas y mi nombre… y una frase… no consigo leerla bien desde aquí, creo que pone algo como << En el momento en que te convertiste en una estrella, hice una promesa. No necesito un Dios, estás allá arriba, si sólo te hubieses quedado...>>. Sé que es tuya… sé que tú escribiste esas palabras en una de tus canciones… sé que esa canción me la dedicaste a mí… y sé qué lloras con cada una de las palabras. Hace dos días viniste a dejar flores en mi tumba, te sentaste enfrente de ella quitando las hojas de encima del mármol y comenzaste a narrarme todo lo que te había pasado esos dos días que no habías venido. Tú no me viste, pero estaba a tu lado, tratando de secarte las lágrimas. Más de una vez cerraste los ojos como si realmente notaras que estaba ahí, ojalá no hubiera cogido aquel avión. Ahora mismo estaríamos en casa, abrazados, contando lo idiota que había sido de tan solo pensar en irme, mientras me acurrucaba entre tus brazos y cerraba mis ojos, pero, ya nunca jamás lo podré hacer… Hoy volverás a verme, volverás a contarme lo que te ha sucedido. Ya te veo desde aquí, vienes con la guitarra… veo que cumplirás tu promesa de volver a cantar esa canción para mí… volver a escuchar tu dulce voz… volverte a ver. Te amé, te amo… y aunque esté muerto, te amaré por toda la eternidad. Te estaré esperando, Takamasa Ishihara. Mi Miyavi…” Takeru
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Sergio Hernandez Arenas
karen