Mi amigo Javier
Publicado en Nov 18, 2012
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El flaco Javier es un amigo, un verdadero amigo. De
esos que nunca te abandonan.


Nuestra amistad, comienza  ese día que me presento en la agencia de
remisses y ante la  ausencia de la dueña
me atiende él, que en ese momento trabajaba como   operador.


_ ¿Qué se le ofrece señor? ­_ Me trató de usted el
Flaco. Todo respetuoso.


_  Estoy  averiguando si no están haciendo falta autos.
Ando sin trabajo y creo que con este auto podría trabajar. A Ud. ¿qué le
parece?_ También lo traté de usted.


_ ¿Por qué no se da una vuelta a la tarde?, sé que
están necesitando uno. ¿Qué auto es?


_ Ese, un 505 modelo 91.


_ Si, es ideal para esto. Pase a la tarde y hable
con Susana, la dueña.


Esa tarde pasé 
y me tomaron para la noche que no tenían autos. Comencé al otro día a
las doce de la noche y otra vez estaba el Flaco como operador.


_ Pasa (comenzó
a tutearme
) recién se va el último y nos quedamos nosotros solos, ¿tomamos
mate?


Y así empezó todo esto, el Flaco atendía el teléfono
y me pasaba los viajes.


Trabajamos en esta agencia de esa manera, hasta que
consiguió, el Flaco, un auto para trabajar. Al cavo de un año, la agencia
comenzó a tener problemas ya que la dueña se peleaba con el marido, eso hacía
elevar las esperanzas del flaco que le tenía unas ganas bárbaras a la veterana.
Porque a Javier, siempre le gustaron las veteranas y eso le traía muchos
problemas con su esposa.


Fue tal la decadencia de esta agencia que terminamos
sin operador, atendiendo el teléfono y haciendo los viajes nosotros dos.


Por supuesto tuvimos que conseguirnos otra empresa.
Entramos en una familiar en donde había tres autos, el de la familia y los
nuestros. Aquí comenzaron nuestras locuras. Le metíamos de día y de noche. Los
viernes nos cansábamos de llevar chicas a los distintos boliches de Rosario,
eso nos ponía loco y nos llevaba a dejar de trabajar y quedarnos en alguno de
ellos. De a poco nos hicimos de la noche bolichera y nos gustaba. Imagínate,
dos tipos de cuarenta con unos mangos en los bolsillos, auto y algo de parla,
pocas veces  salíamos de las confiterías
solos. En ese tiempo Javier tenía una tía que vivía sola en una casa por la
calle Rioja y Francia. Trabajaba de noche y era tan gamba que le dejaba las
llaves al flaco para que la usáramos cuando quisiéramos, porque ella me conocía
y me quería mucho.  Hace unos años murió
la tía del flaco, me dio mucha pena, pobre, nos aguantaba tantas cosas.


Más de una vez prendíamos el fuego a las tres o
cuatro de la mañana y poníamos unos chorizos de campo que le mandaba el padre
del flaco, un conocido médico de Mugueta, judío como el flaco pero tan oveja
negra entre los judíos como el flaco, los parientes no los querían mucho por la
habilidad en derrochar la guita que tenían. Bueno en esas choriceadas que nos
mandábamos, siempre teníamos un par de locas que por esos chorizos unos vinos y
unos whiskys estaban dispuestas a cualquier cosa.


Recuerdo una vez que salimos con dos hermanas de
Villa Diego, las llevamos en un solo auto, el mío, pues el otro lo dejamos en
lo de la tía del flaco, hasta la casa de una de ellas, separada,  la otra era casada.  Con dos botellas que compramos en el camino,
seguimos con el baile y nos pasábamos la compañera uno al otro hasta que
terminamos uno en cada dormitorio de la casa. A las once de la mañana nos despiertan
unos gritos de la calle. Llegó el marido 
de la casada,  armando  quilombo porque esta, no había ido a dormir a
la casa y preguntaba de quién era el auto que estaba en la puerta. La separada
le explicaba que estaba ella con un amigo. Nunca me puse la ropa tan
rápido.      


_ Flaco ¿qué mierda hacemos ahora?


_ No sé, no asomemos la nariz porque somos boleta.


_ Y si a este se le da por romperme el auto?


_ Uno tendría que salir y decir que es el amigo de
Estela (la separada)


_ Salgo yo que el auto es mío, en todo caso si me
tengo que ir doy una vuelta y te paso a buscar más tarde.


_ Dale yo de aquí adentro no me muevo ni loco.  ja ja 
(se cagaba de risa el flaco)


Me quedé más tranquilo cuando salí y vi que el tipo
era flaquito y no medía  más de un metro
sesenta. Lo tranquilicé diciéndole que era amigo de Estela, de Buenos Aires que
en un rato tenía que seguir viaje porque estaba trabajando.


El tipo se fue y se llevó a Mónica, su señora
esposa.


Fue gracioso verlo al flaco, cuando entramos, metido
en un cuartito que guardaban herramientas.


Salimos luego con mucho cuidado porque  Mónica vivía a solo dos cuadras de allí y nos
podían ver.


Parecía que todo era muy divertido, y que
éramos  unos piolas terribles, pero el
problema empezaba   cuanto llegábamos a
casa, diciendo que habíamos trabajado toda la noche y sin un peso en los
bolsillos.


Este tipo de situaciones fue deteriorando nuestras
respectivas parejas. En verdad la de Javier, la mía se había deteriorado hacía
rato.


La esposa del flaco, empezó a hacerle la guerra. Las
peleas eran constantes y Javier no lo podía soportar, a tal punto que llegó a
deprimirse de tal forma que no trabajaba y llegó a hacer barbaridades, como
manejar borracho a Mugueta, hasta que un día se llevó por delante un caballo.
El no sufrió graves lesiones pero destrozó el auto que no era de él y no tenía
permiso para salir de Rosario, a parte se comprobó que estaba alcoholizado
porque no paraba de decir boludeces. 
Pobre la gorda dueña del auto, nunca pudo reponer ese coche.


Un día voy a buscarlo a la casa de la tía y lo
encuentro tirado en la cama barbudo con la ropa toda sucia y arrugada.


_ ¿Qué estás haciendo boludo? Mirá que desastre que
sos. ¿Qué mierda te pasa?


_ No puedo más gordo, la negra me rajó de casa, y
encima no tengo trabajo. La guacha no me deja ver a mi hija. Se pudrió todo
gordo.


_Dejate de hinchar las pelotas, levantate, afeitate
y vamos. Estoy en otra agencia y necesitan 
un operador. ¿Tenés alguna ropa limpia?


_Si, pero está arrugada.


_Bueno dale, planchala, yo voy a comprar algo para
morfar. ¿Cuánto hace que no comés?


_ no sé, tres días.


_Mirá hijo de puta, te chupaste toda la botella de
whisky  que teníamos guardada. Dale
bañate y afeitate que ya vengo.


Nos comimos unas costeletas a la plancha y unos
tomates y lo saqué de ese encierro. Ya se lo veía mejor al flaco. En el camino
le dijo algunas guarangadas a una veterana que caminaba con un bolsito por la
vereda.


_ Pará gordo que me dio bola.


_Vos no perdés las mañas la puta que te parió


_ Y si ya me echaron 
a la mierda de mi casa. ¿Qué puedo perder?


_ Vamos a buscarte laburo boludo.   


Empezó como operador en la agencia del rengo Mario,
donde yo, ya estaba trabajando desde que nos echaron al carajo, ese día que nos
quedamos dormidos en lo de las hermanas de Villa Diego y  dejamos a la agencia  sin autos toda la noche y toda la mañana.


El rengo Mario había puesto esa agencia con la guita
que cobró por la pérdida de una pierna en un accidente laboral en la fábrica de
aceros donde trabajaba.


Este rengo era un hijo de puta que nos tenía
cagando. Nos hacía trabajar con corbata cosa que yo odiaba. El flaco no se
encontraba cómodo tampoco ya que el rengo se quedaba con él y le hacía dar los
mejores viajes a su hermano que manejaba el auto de él.


Un  día me
volví loco cuando el flaco me pasó un viaje a San Nicolás ida y vuelta y el
rengo me llamó él mismo para anulármelo y pasarme uno a la Florida, ya que
según él ese de San Nicolás le tocaba a su hermano. Como estaba a una cuadra
del cliente no le di bola y lo levanté yo. Apagué el handy  porque me llamaba constantemente. A mi
regreso estacioné el auto frente a la agencia y le tiré el aparato desde la
vereda, con tanta suerte que pegó en un televisor que tenía sobre una mesa y se
destruyó la pantalla. El flaco solidario se hizo eco de mi bronca y de un
manotazo le tiró el equipo base al suelo, salió a la calle se subió a mi auto y
nos fuimos cagándo.


_ Gordo.... ¿este rengo puto no nos denunciará a la
policía?


_  No creo.
Tiene muchos autos truchos y no te olvides que el hermano ya estuvo en cana. No
le conviene ni arrimarse por allí.


Otra vez quedamos los dos sin trabajo. Para colmo la
mujer de Javier seguía sin darle bola, este se rayó y se fue para Mugueta.


Yo entré en una remissería de la zona sur  que se llamaba San Antonio y era de un milico
retirado. El viejo tenía todo muy bien organizado y era muy estricto con los
turnos de cada uno. Trataba por todos los medios de no quedarse sin autos, por
eso la vez que se me rompió el auto y estuve parado unos quince días, el guacho
tomó otro auto y cuando regresé me dijo que no tenía lugar para mí.


El flaco me vino a ver cuando volvió a Rosario.
Estaba amargado porque no tenía un mango y los tíos de Moisés Ville  (los únicos que vivían en Mugueta eran los
viejos)  no lo querían habilitar con una
moneda.








Yo no lo podía ayudar, también estaba en bancarrota,
sin laburo  y viviendo solo ya que un
tiempo atrás había decidido dejar mi matrimonio que no daba para más.


_ Que hacemos flaco. Está todo mal.


_ No sé, vos por lo menos todavía tenés el auto


_ Si.... a no ser que choque con una caja fuerte y
se me caigan todos los billetes dentro del auto le voy a tener que pasar  vaselina y metérmelo en el culo.


Cuando dije lo de la caja fuerte se me ocurrió la
idea.


_ ¿Te animás a chorear un banco? Le dije


_ Gordo seguro terminamos los dos en cana


_ Tengo una idea para hacerlo sin armas y sin
lastimar a nadie.


_ ¿Qué estás diciendo loco?


_ Verdad. Hay que estudiarlo muy bien, pero es buena
idea. Si estamos muertos, en la lona.


El flaco es tan buen amigo que si yo le decía me voy
a tirar al río el se tiraba conmigo.


Nos pusimos a estudiar el asunto, no era sencillo
nos llevaría tiempo. Pero eso nos sobraba. A todo esto la tía del flaco viajó a
Buenos Aires a pasar una temporada con una hermana de Florencio Varela  que no andaba muy bien de salud  y eso nos sirvió para instalarnos en su casa


_ Flaco lo primero que tenemos que hacer es caminar
y elegir el banco.


_ Estoy un poco cagado gordo, pero  te tengo confianza y le doy para adelante.


Nos pasamos una semana recorriendo todos los bancos
de la ciudad y algunos de los alrededores de Rosario.  Nos gustó uno de Mendoza al cuatro mil.


Al final el auto nos sirvió pues teníamos que
averiguar el domicilio de un cajero que manejaba la cuenta corriente en
dólares. Primero conseguimos el nombre, se llamaba Mariano Acosta, era un
flaquito alto, joven de unos treinta y cinco años pero de cabellos canosos. Nos
tomamos el trabajo de seguirlo a la salida del banco, hasta saber bien que
vivía en la calle Gorriti al dos mil cien.


La esposa era una gordita culona llamada María
Cecilia Renso y tenía un hijo de once años llamado Martín Mariano y entraba a
las ocho menos cuarto al colegio Boneo, lo llevaba la madre en colectivo.


Todo este trabajo nos llevó casi un mes, para ser
más preciso veintisiete días. Ya no sabíamos de donde sacar unos pesos para
comer y para el GNC del auto.


Conseguí un Dentista que viajaba dos veces por
semanas a Casilda y me pagaba treinta pesos por viaje solamente de ida, eso y
cincuenta que le mandaba el padre del flaco de vez en cuando, lo estirábamos
como goma  para poder vivir.


Para colmo esto me provocaba una ansiedad tan grande
que me devoraba los cigarrillos, porque yo me hacía el que la tenía bien clara,
pero tenía más cagazo que el flaco. Imagínate que nunca había hecho algo ni
parecido a esto. Jamás pensé que me iba a embarcar en semejante aventura, (si
se lo podía llamar así). Creo que la desesperación hace estragos en la mente
del ser humano. Qué loco, ¿no?.


Tuvimos situaciones en donde exponía mi cara para
averiguar todo esto,  por ejemplo:
sabíamos que el pibe jugaba los sábados al fútbol en las canchitas de Juan
XXIII y no teníamos los nombres de ellos. Entonces, me presenté un día en la casa
como directivo de las divisiones inferiores de Rosario Central, interesados por
el chico para ficharlo en el club. Allí tomé los datos del padre, la madre y
del hijo que me lo dieron con gusto y entusiasmo  pensando, 
como todos los padres, que podían tener un Maradona en la casa. Les dejé
de regalo un llaverito  para cada uno y
una taza para Martín con el logotipo del club, una inversión de diez pesos que
hacía todo más creíble.


Ya teníamos los datos de todos, ahora había que
planificar el golpe, algo complejo que provocó varias discusiones fuertes con
Javier. Tal vez por el miedo, el flaco siempre encontraba fallas en lo que le
planteaba y eso me ponía loco.


Primero teníamos que ver cual era el día del mes en
donde entraba más guita a la caja de Mariano y en que horario se juntaba más
gente dentro del banco, ya que de eso dependía la perfección del golpe.


 Los días de
mayor recaudación eran los primeros tres o cuatro días del mes y la hora de más
aglomeración en el banco; de 11:30 a 13:30 horas.


Estábamos en el mes de noviembre, ya se ponían los
días pesados,  el comedor de la casa era
el lugar más fresco ya que se trataba de una casona antigua de techos altos y
pisos de madera, allí con un pequeño ventilador discutíamos  con el flaco sobre el modo de hacer este ¨
trabajo ¨.


_ Flaco pensa lo que te digo. Nadie va a sospechar
nada porque el cajero va a estar todo cagado y le vamos a asegurar que si sigue
las instrucciones no le va a pasar nada ni a él ni a la familia.


_ ¿y si hace algo antes de leer la carta? Estamos
frito.


_ Por eso tiene que estar bien redactada y con la
información más temerosa al principio, para que siga leyendo. No te olvides que
el va a recibir la hoja con algunas facturas por debajo para que no se note que
es una carta.


_ Pero cuando nos dé la guita ¿no se van a dar
cuenta?


_ ¡Pero flaco! ¿Para qué mierda estuvimos horas
adentro de ese banco? Boludo.... ¿no viste la gente que se llevaba los sobres
gorditos con la tela en su interior? Ahora tenemos que pensar ¿qué ponemos en
la carta? Tiene que ser  corta, clara y
que diga todo.


_ Cuando salgamos va a llamar a la mujer


_ ¿Qué importa?, nosotros ya no vamos a estar allí y
aparte eso nos va a dar más tiempo para rajar 
lejos antes  que dé la alarma. Por
otro lado al banco voy a entrar yo solo. Vos vas a esperar con  el auto en marcha.


Nos habíamos olvidado de algo. No estudiamos el
lugar para estacionar con una salida más directa y sin transito ya que el banco
estaba ubicado en una zona netamente comercial. Lo solucionamos de inmediato. A
la vuelta por Alsina teníamos un lugar especial frente a una obra en
construcción.


Yo en esos días me sentía  mal, tenía un nudo en el estomago, comía algo
y vomitaba. No le contaba nada al flaco para no ponerlo nervioso a él también.
Tampoco podía dormir, de eso se daba cuenta porque él tampoco dormía. Nos
tomábamos litros de mate durante la noche.


_Hoy es doce flaco, lo tenemos que hacer  el mes que viene.


_¿Y si esperamos un poco más gordo?


_Diciembre es especial Javier. La gente está
enloquecida por las fiestas. Tenemos que aprovechar eso para perdernos entre la
multitud.


Unos de esos días decidimos ir a Mugueta a lo de los
viejos del flaco a comer un asado, para despejarnos un poco y porque hacía rato
que comíamos porquerías. Además el viejo siempre nos invitaba, por
supuesto  no tenía ni idea en que
andábamos.


 Comimos esa
noche como animales y por suerte no me cayó mal la comida, se ve que estaba más
relajado, en familia, escuchando las andanzas de don Saúl (el padre del flaco)
cuando estuvo en Barcelona veinte años atrás. Sara, la esposa de don Saúl nos
sirvió café con una torta de chocolate  
y nueces que hacía ella.


Después de una larga sobremesa salimos a caminar por
el pueblo con el flaco. Cruzábamos la plaza hacia la confitería de la esquina
cuando nos encontramos con una flaquita rubia tetona.


_Hooola Javi!... ¿Qué hacés por el pago?


_Hola Mirta. Este es mi amigo Roberto de Rosario


_Mucho gusto, Javi siempre te nombra, por fin te
conozco. ¿Qué hacen?


Estamos al pedo dijo el flaco


_Yo voy a lo de Marisa nos vamos a juntar a
guitarrear un rato.  ¿Por qué no se
vienen?


_¿Quiénes van?


_Nosotras, Zulema, Marquito, Gachy, Agustín y  la Silvia


_¿Vamos gordo?


Por supuesto que me enganché enseguida, Marisa vivía
en Arminda y para allá fuimos.


Estaban todos reunidos en un patio grande con
pileta, tomando cerveza. Me presentaron a todos y me dieron un vaso bien
helado  y espumoso.


El flaco me hablaba siempre de la flaca Silvia, que
era el amor de su vida, que estaba loco por ella, que una vez le había pegado
una apretada y ella no se resistió, pero que tenía novio y se le ponía en
difícil. Yo me imaginaba una mina linda, pero solamente el flaco podía
enamorarse de semejante vagarto. Debería tener alrededor de cincuenta años,
flaca como una garza, narigona y la cara surcada de arrugas. Aparentaba tener
sesenta y pico. Ya te dije, este flaco es un bagayero.


Se armó la guitarreada esa noche. Tocaban Marisa y
Agustín,  un homosexual de veintisiete
años, que me hacía cagar de risa. Imaginate un puto cantando folclore, no lo
podía creer. Pero la pasamos bien, empezamos cantando, continuamos bailando y
terminamos a las cinco de la mañana metidos todos en la pileta, medio en bolas,
ya que nadie tenía traje de baño.


A mi se me había 
pegado  la Mirtita  toda la noche, cantaba a mi lado y me hacía
cantar a mi también. Cuando comenzaron a tirarse a la pileta se sacó delante de
mí la remara y el vaquero. El diminuto corpiño que tenía no alcanzaba a cubrir
semejantes tetas y así se tiró al agua. Me llamaba  desde adentro y no lo dudé, tiré mi remera y
mi pantalón en una silla y me zambullí en slip. 
       


Jugábamos en el agua como chicos entre todos pero
cuando podía le metía alguna mano a ella, que no tenía problemas en dejarse
tocar. Me agarré tal calentura, que ella lo notó cuando en un momento me apoyó
el culito y sintió mi dureza. No sabía que hacer,  pues éramos muchos y parecía que el único
caliente era yo. Ella se reía y se me tiraba encima cada rato yo pensaba como
salir de la pileta sin que se dieran cuenta. Salí por la esquina más cercana al
baño y corrí hacia allá. Me estaba secando cuando escuché unos  golpecitos en la puerta, Era ella, la hice
entrar y pasó lo que tenía que pasar.


Nos despedimos prometiéndonos volver a ver.


Viajamos a Mugueta un poco alcoholizados a las ocho
de la mañana de ese domingo soleado, el flaco no dejando de hablar de la
Silvia. Yo pensando en las tetas de Mirta.


Llegamos a lo de don Saúl,  doña Sara 
nos recibió con dos tazones de café con leche y facturas recién
compradas, lo devoramos y nos acostamos a dormir.    


No sé si por el alcohol, por el cansancio o porque
estaba muy relajado sin pensar en lo que teníamos planeado, que dormí sin
sobresaltos como hacía rato no me pasaba, hasta la una de la tarde, cuando don
Saúl nos despertó para almorzar .


En la mesa había una fuente grande con tallarines
caseros y otra con albondiguitas  con
salsa muy tentadoras.



Después de ese rico almuerzo volvimos a Rosario.
Nunca me voy a olvidar de ese fin de semana, de la bondad  y 
hospitalidad de los padres del flaco, tan generosos como su hijo.


De la buena 
gente  de Arminda, de la fogosidad
de Mirtita, que después me contó Javier que era casada y ella no me lo dijo.
¡Qué cosa!, parece que en los pueblos, el 
gorreo, es el deporte nacional, o será que en todos lados es igual y
allí se descubre más rápido por lo pequeño del lugar. Como dice el refrán  "Pueblo chico, infierno grande" ¿No?


Cuando volvíamos comencé a tener palpitaciones y a
ponerme ansioso otra vez,  como si
fuéramos a dar el golpe al otro día y todavía teníamos quince días por delante
y muchas cosas por planificar .       


Al otro día la mujer del flaco le permitió ver a la
hija, este se fue para la casa  al medio
día y volvió a las dos horas con una cara de culo terrible.


_ ¿Qué pasó flaco?


_ La negra casi me denuncia a la policía.


_ ¿Por qué?


_La nena no estaba, nos pusimos a hablar y en un
momento la abracé y me la quise voltear. Hizo un quilombo bárbaro, empezó a los
gritos y yo no aflojaba, entonces me dio una piña  y dijo, 
siempre a los gritos, que me iba a hacer meter en cana, y que no me
quería ver más por allí. Cuando salí de casa, los vecinos estaban todos afuera,
mirando con cara de "allí va el violador". Caminé hacia la parada del bondi sin
mirar a nadie.


_ ¡Qué boludo!!! ... y a tu hija ¿no la viste
entonces?


_ ¿No te digo que no estaba? Estaba en la casa de
una amiga.


_ Flaco sos una máquina de hacer cagadas


_ Si ya sé...no hago una bien...encima esta vez a mi
hija no la veo más.


_Javier tenemos que seguir con lo nuestro y quiero
que te concentres porque esta nos tiene que salir bien, y con guita en la mano
la conquistas de nuevo.


_ Gordo vos siempre tenés razón. Vamos a darle para
adelante.


_ Vamos a confeccionar la carta que es lo más
importante ahora


Nos llevó varios días ponernos de acuerdo con la
carta pero al final la terminamos, ya te voy a contar que decía.


El treinta de noviembre estábamos casi listos,  solo tenía que ver la ropa que me pondría y
que me haría en el pelo.


_ Necesito una tintura bien negra, para parecer más
joven, flaco


_ ¿Y una peluca?


_ ¿De a donde vamos a sacar una peluca? Aparte se
nota mucho cuando alguien lleva peluca.


_ Y ¿vos sabes algo de tinturas?


_ No,  pero
tiene que ser una que se vaya con un lavado de cabeza.


Nos fuimos a un negocio que venden insumos para
peluquerías  de la Florida y dijimos que
teníamos una casa de disfraces y un cliente nos pidió algo así para el disfraz
de Drácula. Por suerte lo conseguimos a treinta pesos.


La mañana del 
cuatro de diciembre se presentaba muy calurosa, con el flaco tomábamos
unos mates en el patio, a la sombra de una parra y ultimábamos  detalles. Eran las ocho y a las diez y media
saldríamos para el banco. Nos invadía una excitación terrible. El flaco se
paraba, iba hacia la cocina, volvía, caminaba a la puerta de calle, volvía,
estaba muy loco.


_  Javier,
pará un poco, sigamos con esto, estás muy nervioso, si el que va a entrar al
banco soy yo boludo.


_ Es que yo no hice nunca esto, ¿qué querés gordo?


_ Y yo ¿que? ¿Pensas que lo hago todos los días?


_ Vos también estás nervioso


_Si, pero tratemos de calmarnos porque vamos a hacer
cagadas.


Diez y cuarto salimos para el banco. Yo tenía puesto
zapatos negros, pantalón vaquero, una camisa de seda negra y un saco negro de
verano.


En ese tiempo usaba el pelo largo, así que le puse
la tintura negra y con gel lo dejé bien aplastado y la parte de atrás metida
por debajo del cuello de la camisa, eso hacía que para girar la cabeza, girara
también los hombros, como si fuera un robot.


Subimos al auto, el flaco se sentó al volante.


Yo llevaba un sobre negro de cuero en la mano, de
esos con hebilla de metal en el frente. Adentro tenía la carta entre dos
facturas, una de luz y otra de gas, que sacamos un día de un local vacío en la
zona sur y una agenda color gris.


Javier venía de vaquero, remera celeste y zapatillas
blancas. En ese momento pensé que me gustaría estar en el lugar de él.


Llegamos a la calle Alsina, como lo veníamos viendo,
frente a la obra en construcción no estaba nadie estacionado, pues tenía un
cartel que decía  "Entrada y salida de
camiones". El banco estaba a la vuelta por Mendoza. Tenía que caminar treinta
metros hasta Mendoza, girar a la derecha y caminar otros treinta metros  hasta el banco.    


Le dije a Javier que no dejara el auto en marcha,
que prestara atención, cuando me viera doblar en la esquina que lo haga
arrancar. Para que no se le recaliente.


Nos miramos con el flaco, nos dimos un abrazo, le
dije _ si no vuelvo desaparecé _ y me fui.


El salón del banco no era muy grande, serían unos
veinte metros de frente por treinta de fondo, precisamente en el fondo estaba
la hilera de cinco cajas, a la derecha había cuatro escritorios donde atendían
los plazos fijos, tarjetas de crédito, cuentas corrientes y algunas otras
cosas. A la izquierda tres computadoras para los saldos y la garita del
policía, el policía estaba parado afuera. Me temblaban las piernas y
transpiraba  como loco, me sequé la
frente con el pañuelo. Trataba por todos los medios de que no se me notara el
nerviosismo.     


Todas las cajas tenían colas de veinte o veinticinco
personas. La de Mariano Acósta  tenía
doce (los conté) Me fui a las computadoras, hice como que miraba el saldo y
anotaba en la agenda. En los escritorios también había gente esperando. Fui
caminando lentamente como leyendo algo en la agenda y me puse en la cola de la
ventanilla de Mariano.


Estaba el aire acondicionado encendido, pero yo no
paraba de transpirar. Era un manojo de nervios y escucho la voz de Javier por
detrás... _Gordo, es un trámite como otros, tranquilo.


Sin darme vuelta le digo _ ¿Qué haces aquí?  ¿boludo!


_ Quería tener una 
idea de lo que ibas a demorar.


_ Andá al auto ¡la puta que te parió!!!


_ Bueno, quedate tranquilo.


Caminó lento hacia otra cola, miró la de al lado y
con toda tranquilidad se fue. El flaco tenía esas boludeces que te sacaba de
las casillas, pero esta ves me tranquilizó.


Comencé a decirme yo solo _  esto es un trámite, esto es un trámite. _ Y
así me relajé un poco.


Tenía todavía tres personas adelante, miré hacia
atrás y se juntaron unas diez más. Disimuladamente miro al guardia y estaba
hablando con una rubia de trajecito azul y unas carpetas en la mano. Charlaban
animadamente y él estaba desatento a lo que pasaba alrededor, yo pensaba que
ojala se quedara un rato esa rubia para distraerlo.


Me tocaba a mí y el cana seguía con la rubia. Saqué
del sobre las facturas con la carta en el medio.


Esperé que me llamara ya que el primero tenía que
esperar a dos metros de la caja en una barrera hecha con  cadenas 
de plástico.


Me temblaban las manos y es increíble la
concentración que tenía para no estar nervioso y actuar con naturalidad...


_ El que sigue _ llamó Mariano.


Me acerco y le extiendo las facturas con la carta
arriba, él toma los papeles en forma automática. Cuando vio la carta iba a
levantar la vista y le dije entre dientes sin mover los labios _ leé y no hagas
ni un gesto.


Comenzó a leer y se iba poniendo colorado, eso me
asustó un poco. Miré hacia las otras cajas disimuladamente y cada cual estaba
en lo suyo, miro al policía y seguía charlando con la rubia.


Y Mariano seguía leyendo la carta que decía:




"Mariano, tenemos a María Cecilia y a Martín con
nosotros, no les pasará nada si seguís las instrucciones que te damos y yo
salgo sin problemas del banco.


Te paso un sobre y meté los dólares que entren. No
mirés a nadie. Dejate  la carta allí con
vos te va a servir para no perder el laburo.


Cuando salga de aquí, esperá tres minutos y llamá a
tu casa.




Terminó de leer 
y levantó suavemente la cabeza hasta el mostrador. Le pasé el sobre y le
dije,


_ Tranquilo, llenalo 
con mucha tranquilidad, sin movimientos bruscos y cerralo.


Sacó del cajón varios fajos de billetes de cien y
los fue acomodando en el sobre, que vos viste, esos que son tipo fuelle.


Quedó gordo el sobre, no tenía idea cuanto era. Me
lo pasó y le recordé _ Esperá tres minutos después que salga, tu familia va a
estar bien.


Miré a mi alrededor y me di cuenta que nadie se
percató de lo que estaba pasando. El milico seguía de jarana con la rubia y los
demás empleados estaban con sus trabajos.


Caminé lentamente a la salida con el sobre bajo el
brazo, antes recogí un volante con propagandas del banco, de una pilita del
mostrador de las computadora de saldos y salí haciendo que lo leía.


Al salir del banco caminé a paso rápido para la
esquina entreverándome con la gente que a esa hora era mucha y al doblar la
esquina casi corriendo llegué al auto que el flaco ya había puesto en marcha.


Entré del lado de la vereda por la puerta de atrás y me
tiré entre los asientos, el flaco me tapó con una lona vieja que llevamos para
eso y arrancó hacia  la calle Tres de
Febrero dobló a la derecha hasta Lavalle. Manejaba tranquilo sin apuro para no
levantar la perdiz. Por Lavalle siguió hasta Córdoba, cuando cruzamos Mendoza
pasaron dos patrulleros con la sirena a toda velocidad, _ Se armó el bolonqui.
_ Dijo el flaco, en Córdoba dobló hacia 
Francia y de allí hasta Rioja. Estacionó frente a la casa de la tía y
después que se aseguró que no había nadie me abrió la puerta y nos fuimos
adentro.


Puse el sobre arriba de la mesa del comedor y me
alejé unos pasos, nos miramos con Javier, estábamos los dos temblando.


_ ¡Lo hicimos gordo!.


_ ¿Cuánto habrá?


_ Abrílo vos dale.


Lo abro y saco siete fajos, cuento uno y son de diez
mil dólares


_ Flaco diez mil por siete... ¡son setenta mil!!!


Nos abrazamos, 
saltábamos como chicos, llorábamos


Estábamos contentos. El flaco corrió a la cocina y
se vino con una botella de vino blanco espumante helada. _ Lo guardé para este
momento gordo.


La tomamos del pico. Javier daba saltitos con un
fajo en cada mano.


Me saqué la ropa y me metí en la ducha, me lavé la
cabeza para sacarme la tintura y me afeité la barba _ Pareces un pendejo gordo
ja ja. _ se reía el flaco.


Sacamos doscientos dólares y escondimos el resto,
nos fuimos al centro a cambiarlos. Nos dieron en esa época novecientos pesos
(estaba a cuatro cincuenta el dólar) nos pusimos en el bolsillo cuatrocientos
cincuenta cada uno. Esa noche  fue
inolvidable.


Yo te cuento esto a vos porque también sos un amigo
y sé que no lo vas a contar a nadie y junto con el flaco son los únicos que me
vienen a visitar.


A Javier no lo agarraron. Piensan que lo hice solo.
Yo me sigo declarando inocente.


En el banco había cámaras de video y entre el cajero
y otro empleado que parece que me conocía y me reconoció cuando le mostraron la
filmación, me mandaron en cana.


El flaco viene día por medio y no deja que me falte
ni puchos ni comida buena. Dice que la guita no la está tocando, que está bien
escondida.


El abogado me dijo que me quede tranquilo que el
video no es prueba condenable,  que ya
voy a salir.


La estoy pasando realmente mal aquí, pero gracias a
Javier y a vos que me visitan, los días no se me hacen tan largos.


Bueno hermano después te cuento que va a pasar con
todo esto. Si lo ves al flaco dale un abrazo y decile que lo espero mañana, Que
me traiga una campera , que de noche se pone frío por aquí.









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Foto del autor Roberto Funes
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Descripción

esto est dedicado a mi querido amigo Javier. Que Dios lo tenga a su lado.

Palabras Clave: carbn autopista jardn

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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