Mi Lord
Publicado en Nov 18, 2012
Te escribo en el desolar de la negra madrugada. Sé que no quieres recibirme por eso te dejo este as debajo de una de tus puertas.
Tal vez así, mañana, al menos, abras una de ellas y te enfrentes con este minúsculo papel antes que con el sol, el verde valle y las flores multiformes. No quiero pecar de arrogante, ni siquiera quiero enfrentarme contigo. Aunque mi tono te parezca altivo y soberbio, no le hagas caso. Estoy sufriendo y lo sabes. Llegar a tu casa se me ha transformado en un laberinto de mil jardines, en un sendero sin escala, en una vida sin sentido de acunados ruegos que caen en el vacío de un mundo muerto. Y sí…vos en tu mundo y yo en el mío…ya ves; estoy resignada. Estoy seca de lágrimas y el alma árida por caer en el absurdo suplicio de entenderte y no poder siquiera callar. Cómo explicarte que se me ahueca el pecho y que acobijo allí los vaivenes del ser carente del amor más íntegro: el tuyo; y luego de eso: las fluctuaciones, los zarandeos que me llevan a los cabeceos de la negación sin alternativa, sin chance. Te escribo todo esto porque la última vez que hablé contigo, reconozco, me enojé mucho. ¿Acaso no conoces aún mi talante? Sé que te herí pero créeme mi dolor es mayor cuando no escuchas… sé que siempre niegas esta afirmación de mi parte por eso esta vez yo emprendí la retirada…sentí que me seguiste un par de pasos y, la verdad, no tenía ganas de ser tan servil…en esta ocasión necesitaba que me hablaras. En fin, no quiero entender más tus silencios, tu omisión perpetua, tus reservas póstumas y tus ausentes elocuencias. Me gustaría que me respondas al menos, una vez. Discierno, casi con bronca en mis dientes, lo que dirás: que todo está escrito… que no hay nada de que hablar…que todo lo has dicho y te voltearás y callarás. Entonces, mira: mi decisión ya está tomada. Tú sigue en tu mundo pero, por favor, te lo suplico, no me digas que me amas; al menos, entiéndeme. Sabes perfectamente que tus leyes, tus códigos en mi tierra no encajan y aceptarlas sería extraviarme en un edén que desconozco y que tal vez detesto. En verdad esta carta no quería ser un mar de reproches, sin embargo no puedo evitarlo y siempre me has pedido que sea, por sobre todo, franca contigo. Percibo que alejarme de ti me traerá aparejado mucho sufrimiento…mucha culpa…muchas cavilaciones filosóficas “esas” que vos mismo engendraste. Puedo imaginarte en el sopor de la tarde, leyendo estas infames líneas profanas y riendo palparás lo mundano y vano en mi escritura. Siempre ríes de mí cuando me enojo pero esta vez estoy demasiado encabronada tal vez sonreirás y dudarás si me perdiste, si es una histeria más o echarás un manto de piedad a esta mediocre humana que no para de parlotear. Pero tú lo sabes y por eso ríes y por eso perdonas y por eso exhortas y olvidas. Por todas esas razones; yo, una simple criatura, se inflama al desafiarte. Mira a su alrededor, siente nauseas, se marea…blasfema aúlla quiere pelea Saca una daga que cree filosa la muestra y a gritos proclama una verdad que tiene atragantada. Pero tú lo sabes, por eso ríes y te hamacas Llamas a un par de blancos alados y me los envías por las noches para que mis nuevas lecturas no me atrofien, no me cercenen el último rincón iluminado del alma. Yo que te conozco…siento sus alas y veo tu jugada. Yo sonrío, también, porque tengo otro as en la manga…después de todo…una simple humana NUNCA ENTIENDE A DIOS. Sólo escribe pequeñas cartas.
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Wulfrano Ruiz Sainz
“Mi querida esposa:
El lápiz se me cae de la mano, no sé si escribirte o no hacerlo: digo esto porque si te escribo, quizá vaya a aumentar tus dolores; si no te escribo te formarás el concepto de que no te amo, de que no me acuerdo de ti ni de esos hijos tesoro de mi existencia por quienes he derramado abundantes lágrimas.
Voy a decirte: ¿Tendrás valor para escucharme? El 27 de abril de 1927 salí como te dije en una carta que a México te escribí de Tepalcatepec, y creo que recibirías, salí de San Isidro a Coalcomán a verme con don Guadalupe Lucatero, con el objetivo de arreglar el asunto del ganado que tú supiste; pero a mi llegada a dicho lugar, encontré que el señor Lucatero andaba levantado en armas, y una multitud, por no decir que todos, lo secundaron, inclusive el señor que tu sabes. Llegar yo y ver aquel regocijo, que el pueblo en masa aclamaba a Cristo que expuesto en la Custodia veía quizá con sonrisa placentera el entusiasmo de sus hijos deseosos de su Dios, al que hombres sin conciencia querían expulsar de las iglesias, de los hogares, etc.
Ver yo aquel alboroto y sentirme entusiasmado, todo fue uno. La sangre hervía en mis venas,¿y? ¿quieres que te diga?, ¿no te enojas?, hubo unos instantes que me olvidé de mi esposa y de mis hijos, y enchido de febril entusiasmo también yo salí y grité con toda la fuerza de mis pulmones: “¡VIVA CRISTO REY!” -Desde ese instante soy soldado de Cristo, y ya verás que tu esposo no rayando a sus sirvientes, no tratando de ganados, no haciendo negocios, sino lo verás con el arma en la mano defendiendo la fe de mi esposa, de mis hijos y la mía. ¿No es esto una prueba del amor que te tengo?… Aquí estoy cumpliendo con un deber de cristiano, y abrazado con una cruz tan pesada que apenas puedo con ella. ¡Cuántas cosas! Hambres, fríos, persecuciones y calumnias, pero lo que más me duele y hace sufrir, es el recuerdo de ustedes… Sé que sufres mucho, querida mía, tú, no acostumbrada a ningún contratiempo de la vida, la única en tu casa y tratada siempre con el mayor esmero!
Y ahora ser yo el autor de tus sufrimientos. ¡Pero que digo, si sé que también eres cristiana y secundarás mi obra en forma distinta!
Yo con el arma y tú con la resignación, yo tostado del sol y hambriento y tú con tus plegarias, estamos fundidos en el mismo crisol trabajando por el mismo ideal y nuestra vista fija en el mismo punto… Dios… Imagínate que hay veces que tenemos combates que duran sin cesar 24 horas y que a diestro y siniestro caen sin vida nuestros valientes soldados. Muchos han muerto en mis brazos y al morir ¿sabes cuál es su última palabra?: “¡VIVA CRISTO REY!” Y enseguida van a recibir su palma a la Gloria… Yo tengo la esperanza de verlos a ustedes aquí en la tierra, pero si muero ten el valor de la señora Gutiérrez” -doña Carmen Alfaro Madrigal viuda de Navarro Origel- “No me llores, por el contrario ofrece a Dios el sacrificio de mi vida, y ¡vive Dios! que si me pierdes en la tierra me tendrás más solícito velando por ustedes en el Cielo. Desde aquella mansión de paz rogaré por ustedes y por todos aquellos que le hagan bien… Por acá se habla de arreglos; ojalá, ojalá y esto sea como lo hemos pedido. Nosotros no cejaremos ni un momento: vencer o morir, así lo hemos pretendido, ofrecido con juramento, y de no ser como lo hemos pretendido, que Dios mejor me quite la existencia.
Te abrazo desde estas regiones desoladoras, y aunque personalmente no estoy con ustedes, sí estoy con pensamiento y los ideales. No te he abandonado, estoy contigo; pero una fuerza superior e irresistible me obliga a dejarlos. Hay algo más grande que la esposa, los hijos y los bienes, y es Cristo por quien lucho, por quien sufro, por quien se debe dejar lo más querido de este mundo. Tocó mi corazón una vez, otra más, y entonces corrí como Saulo y le dije: “¿que quieres, Señor de mí?” “Anda” me dijo, “defiéndeme porque mis enemigos me acosan” . Sin esperar más y sin vacilación ninguna, dejé cuanto tenía: intereses, negocios, y lo más grande, lo más querido: mi esposa y mis hijos. Es muy dulce sufrir por CRISTO REY.
En nuestros sufrimientos tenemos mucho de consolador. Sabemos que nos dicen: bandidos, salteadores, en fin un cúmulo de calumnias. Pero ¿qué importa?, también a Cristo lo calumniaron, ¿y no El mismo ha dicho: “bienaventurados los que padecen persecución por la justicia?”… Por mi no te aflijas, al contrario, vive satisfecha de tu esposo. No te preocupes por el porvenir. Dios estará contigo. ¿Crees que dejará a la familia del que todo lo dejó por El? Imposible. Ya tengo hecho mi pacto con Dios: casi a diario, por no decir todos los días, lo recibo en mi pecho y todo se reduce a hablarles a ustedes… A mis hijos, hazles ver que si los dejé, fué por Dios, no vayan a creer que fueron abandonados por otra causa. Háblales siempre de Dios…
Adiós, mi querida compañera, único depósito de mis sinsabores y dichas; contigo abrazo a mis queridos hijos y sabes que si no nos vemos en la tierra, viviré para ustedes en el cielo.
Tu esposo, José María Fernández.
Dios y mi derecho.
¡VIVA CRISTO REY! ¡VIVA NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE! ¡VIVA EL PAPA!
daniel contardo