Caminamos, somos, caminamos
por las intersecciones del jardín.
Las camelias viejas se agostaron
como todo se agosta.
Las rendijas de la casa regresan y nos miran.
Los cruces de tierra disimulan su apariencia
para que conversemos en el nocturno.
Díscolos ruidos se detienen en las vallas
y bajan los ojos de las sombras
para ver nuestros cuerpos ancestrales.
Cuerpos quebrados que una vez cantaron
cuando la juventud era nuestro oro.
Cuando el cuarto se nos llenaba de amor.
Yo blandía mis puños ante las injusticias
y a golpes aquietaba a los hombres bizarros.
Nadie disentía de mis convicciones:
Todos en la paz perseveraban.
Todo era convergente y transparencia.
Era el guarda del pueblo y debía velar y celar.
Mas los años me han borrado
de los daguerrotipos y las memorias.
Mi cabellera azabache ahora es blanca.
Sólo me quedan fuerzas para estar en silencio
en el silencio de la noche contigo y tu mano ténue.