A travs de los ojos de un lobo
Publicado en Nov 19, 2012
Abrí los ojos muy despacio, mi mamá se había levantado y parecía alerta. Me asusté al oír un ruido, venía del bosque. Ya había salido el sol, pero aún así, tenía mucho sueño y me pesaban los ojos.
Hacía tres semanas había visto por primera vez la luz del sol. Mi mamá lloró, yo creo que de la emoción de verme por primera vez. Mi papá también estaba, cuando le vi, quise parecerme a él. Era muy grande y fuerte. Protegía a todos mis hermanos y hermanas, pero sobretodo a mi mamá, a la que quería mucho. Escuché un aullido muy alto, en las montañas de detrás de nuestra cueva. Lo reconocía, era de mi papá y parecía enfadado. Todos mis hermanos se despertaron y fueron corriendo a encontrarse con él. Yo, mientras, permanecía quieto en nuestra cueva al cuidado de mis hermanas. - ¿Qué pasa Suna? – le pregunté a la mayor de mis hermanas. - No te preocupes, Tor, no pasa nada. - Eso es mentira, papá esa aullando, mamá se ha ido y los demás también. ¿qué pasa? – volví a preguntar. - Deja ya las preguntas, pequeñajo, mantén el hocico cerrado hasta que te digamos.- me dijo Lana, otra de mis hermanas. - Pero, yo quiero enterarme. - ¡Sh! – mis tres hermanas me dirigieron una mirada que me daba miedo, así que cerré el hocico, tal como me habían dicho. Intenté dormirme de nuevo, pero estaba demasiado nervioso como para cerrar los ojos y concentrarme en soñar. Además, no podía dormir si mi mamá no estaba a mi lado. Miré a mis hermanas, estaban también nerviosas, lo notaba. No paraban quietas, estaban todo el rato dando vueltas por la cueva. Al cabo de un tiempo, mi mamá y mis hermanos, aparecieron en la entrada de la cueva. Me alegré mucho de verlos y fui corriendo hacia mi mamá. - Mi pequeño. – dijo mirándome. - ¿qué ha pasado mami? – pregunté algo preocupado. - Aún eres pequeño para saberlo, te lo contaré cuando crezcas. Tenía muchas ganas de ser mayor y poder proteger a mi familia, como mis hermanos o mi papá. Pasaron los días, y yo seguía metido en la cueva, no me dejaban salir. Estaba ya cansado de no poder hacer nada más que quedarme ahí quieto mirando la entrada de la cueva. Un día, me escondí detrás de una roca para escuchar a mis hermanos y hermanas hablar, pero lo que oí no me gustó nada. - Suna, no debéis salir de aquí hasta que os avisemos. Os traeremos comida cada día, por eso no os preocupéis. - ¿Es por los cazadores, Rus? - Sí, cada vez están más cerca de encontrarnos, pero nuestro padre se está poniendo en contacto con otras manadas, para distraerlos y que se alejen de una vez por todas. - ¿Crees que lo conseguiremos? - Estoy seguro, hermanita. – se miraron y sonrieron. Había peligros, los llamaban cazadores y debían ser muy malos, porque si no, Rus no estaría tan preocupado. Me tumbé en el suelo frío y me dormí. Pasó mucho tiempo, yo ya había crecido un poco, tenía cinco meses, y el peligro había pasado. La primera vez que salí de la cueva, acompañado por Rus, me encantó todo. - Mira, Tor, eso es una planta, y eso de allí flores. – me explicaba mi hermano mayor. - Son muy bonitas. - Sí, lo sé, pero ahora no te despistes, tenemos que encontrar caza. - ¿Caza? ¿Qué es eso? – pregunté algo confuso. - Vamos a buscar comida, a atraparla y a devorarla. - Vale. – contesté con alegría, aunque seguía sin entender muy bien lo que me decía. Echamos a correr por el bosque y vimos unos animales, eran blancos y muy gorditos. Mi hermano me miró y sonrió. - Ésta es nuestra comida. – me dijo. – Sígueme. Y eso hice, le imité en todo lo que pude, y así cacé por primera vez en mi corta vida. Todos los días hacíamos lo mismo, y a mí me encantaba el sabor de esos animales blancos. Después de alimentarnos, me fui a dar un paseo, por entre las flores y las plantas de color verde. Me gustaba mucho su olor y me hacían cosquillas en la nariz, cada vez que me acercaba. Volví a casa cansado de tanto correr, y me tumbé al lado de mi mamá a dormir. A la mañana siguiente, mi hermana Rina me despertó. - ¿Qué pasa Rina? - Ha venido la manada de al lado, a hacernos una visita. - Vale, voy. Me incorporé y me estiré. Mi hermana, me arrastró fuera de la cueva, donde estaba mi familia y la otra manada esperándonos. - Este es mi hijo menor, Tor. - Es un placer conocerte. – me dijo el que parecía el líder de la manada, por tanto el padre. - Lo mismo digo. – dije muy educado. No sabía por qué, no podía quitar los ojos de una lobita, de la otra manada, era de color gris claro y me encantaba. - Esta es mi hija, Carena, tiene tu edad. – me dijo la que parecía su madre. - Hijo, lleva a Carena a jugar contigo. - Sí, mami. Fui hacia el bosque y me adentré en él, Carena me seguía, no dejaba de mirarme. La llevé en el sitio donde estaban mis amigas, las flores y estuvimos correteando y jugando con todas ellas los dos juntos. Cuando la manada visitante se fue de nuestros terrenos, me dio algo de pena, me lo había pasado muy bien con mi nueva amiga, Carena. Los meses fueron pasando y yo cada vez era más mayor, pero no sabía aullar, por eso no podía comunicarme con Carena, la echaba de menos. Una noche, mi papá, me llevó a lo alto de la montaña y me hizo mirar hacia abajo, se veía todo el bosque, solo que desde arriba. Los árboles no se veían altos, y no se reconocían las flores. Mi papá empezó a aullar y en seguida aparecieron mis hermanos, y aullaron a su son. Les tenía envidia, así que intenté aullar yo también, pero no me salía la voz. - Tú puedes, Tor. – me dijo mi hermano mayor. - Yo puedo. Y aullé, por fin lo conseguí, con ocho meses. Aullé de nuevo, no me cansaba. Mi padre me miró y aulló más fuerte. - Estoy orgulloso de ti, hijo. Eso me hizo mucha ilusión y me motivó aún más de lo que ya estaba. Mi madre y mis hermanas no tardaron en aparecer. Estaban radiantes, porque su pequeño, había crecido y ya sabía aullar como cualquiera de sus hermanos. Un año después, volví a encontrarme con Carena, correteando por los bosques. Estaba muy guapa y más mayor, como yo. Fui hacia ella y acaricié su pelaje rozándolo con el mío, era muy suave. Me gustaba estar con ella, en su compañía. Pasamos bastante tiempo juntos, jugábamos, corríamos, cazábamos y nos lo pasábamos estupendamente. Varios meses después, Carina y yo nos dimos cuenta de que queríamos unirnos para siempre, formar una familia y disfrutar de todo el tiempo del mundo juntos. Nuestros padres estuvieron de acuerdo y tener nuestra propia manada, aunque iríamos a ver a nuestra familia. Mis hermanos también encontraron unas lobas para ellos y mis hermanas unos buenos ejemplares de los de nuestra especie. Dos años después, Carina y yo tuvimos nuestro primer hijo, le llamaríamos Balto, como mi padre. El día de su llegada al mundo, me subí a lo más alto de la montaña, donde subía mi padre, y aullé, lo más alto que pude, para que todo el mundo se enterase de que había tenido un hijo. Con cuatro patas y siendo un lobo, estaba orgulloso de mi vida, con todo lo que conllevaba. Peligros, carreras, caza, pero sobretodo una manada, mi manada.
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