El Vacío
Publicado en Nov 20, 2012
Mirar al cielo nunca antes había sido tan doloroso. Es una noche sin estrellas, sin lunas. Ni siquiera es noche. ¿Qué es aquello que observo? Un cielo que se convierte en vacío y cae, cae como si llorara ante la ausencia de sus amadas estrellas. El vacío que tengo sobre mi cabeza ha perdido la vida, ya no es más que el sufrimiento divino, sólo es el vacío de la muerte. A la vez reflejaba mi propio ser incompleto en mi pecho que sufría la distancia. Aquello que amaba no estaba más en este mundo y mi cielo se había vuelto vacío. Cuando pensaba en ello me daba cuenta que el derruido cielo que veía era mi propio yo y tampoco lo era porque en ese mundo aún quedaba una escapatoria. Eran los rayos de sol que entre las nubes negras se escapaban para permitir que los ángeles bajaran por tal camino de luz, aunque a veces, simplemente sospechaba que esos caminos divinos abrían paso a los ángeles caídos porque los que de verdad eran santos debían de cantar a su dios.
Yo ya no tenía ningún dios. Nunca lo tuve. ¿Por qué tenerlo? La idea de la vida eterna para mí no resultaba placentera. La vida no me importaba, no tenía razones para vivir. El cielo ya no era el mismo, mi corazón estaba lejos de ser normal, yo no era yo porque mi yo se había ido. Tan distante estaba que yo ya no sabía decir quién era la existencia que portaba mi nombre. Por eso, tal vez, tan sólo tal vez, sea yo una sombra. Las sombras se apoderan del mundo cuando no hay luz de luna o estrellas, por eso cada vez que miro el cielo, el mundo es gris, oscuro. Si soy una sombra me pregunto a qué pertenezco. Pero cada ocasión que veo a mi alrededor no hay nada, por eso soy una construcción pragmática donde soy y no soy, donde tengo nombre y a la vez no, ¿Qué soy? ¿Una sombra? Pero una sombra sólo existe cuando hay un “algo” del que sostenerse, del que enlazarse. Así como la luz se enlaza a la oscuridad yo debo estar atado a un “algo”. Los caminos divinos tampoco me otorgan una respuesta porque cuando los veo desaparecen. Quizá soy una construcción maligna, algo distante de la luz que se disuelve cuando los caminos al cielo se abren. Debo serlo. ¿Y quién es ese algo al que estoy unido? Las preguntas vienen cada instante en el que obtengo una sola respuesta. La hermosura del instante en que mis dudas son respondidas se destruye y todo se vuelve fealdad como un reflejo en un espejo roto. Mi otro yo es distante, soy incapaz de verlo, por eso sigo solo. ¿Me llevarán los ángeles caídos al camino del cielo? ¿O deberé ir con ellos hacia el infierno donde seré más grande y poderoso? El mundo subterráneo me parece buena idea, así ya no lloraría con ese vacío sobre mi cabeza.
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