Mariela del Mar
Publicado en Nov 20, 2012
Mi amigo Moisés había vendido su lanchita “Nataly”, con su motorcito de 12 caballos, en la cual paseamos y pescamos mil veces. Ahora teníamos que conformarnos con “pescar a pie”.Nos llegábamos los viernes por la noche, en mi Nissan Patrol hasta Boca Vieja, más allá de Sotillo.Crisanto, el margariteño tarrayaba un montón de lisitas. Guardábamos una porción para el desayuno del sábado; el resto las usábamos como carnada. Es fácil, se engancha una lisita en el anzuelo, se mete uno hasta que el agua le de por la cintura. Haciendo círculos con el nylon y ayudado por el peso del plomo se lanza a lo lejos, dejando que el carrete libere. Después, a esperar que los feos bagres empiecen a picar.Por cada pescado que sacábamos, un viaje a las cavitas de anime. Una para guardar el animal, la otra para sacar una cervecita.De ese modo transcurría la noche. Ya a las cuatro de la madrugada teníamos una cavita casi llena y la otra casi vacía. Era el momento de avivar la candela en la improvisada fogata, sacar del carro la botella de ron y el cuatro “sancochero”. De pronto vimos acercarse a una mujer que caminaba por la orilla de la playa. Iba vestida con una blusa que dejaba al descubierto los hombros y permitía adivinar unos hermosos senos, también llevaba una amplia falda blanca que, por estar parcialmente mojada, traslucía su desnudez; se le calcaban el vello de Venus y las firmes nalgas.
–Esa catira como que anda mas perdía que Adán en el día de las madres, –Comentó Crisanto con su chispa pueblerina e ingenua –Hola muchachos—Dijo la hermosa rubia de ojos verdes y abundante melena ondulada. – ¿Cómo la están pasando?–Pues aquí muñeca, libando una melaza y cantando unos valses, mientras amanece para empezar a preparar un sabroso Corbullón de bagre, sudao con tomate –Le respondió Moisés, dejando de lado el sancochero y ofreciéndole una banquetica a la recién llegada. –Gracias amigo, me sentaré un rato cerca del fuego para quitarme el frío. –Y esto también ayudará—Le dije ofreciéndole un vasito con ron seco. –Pescaron bastante ¿no? Y veo que también gustan de la música y el “Roncayolo”, como le dice mi papá. —Comentó la joven soltando una sonrisa cantaríina como una fuente. –¡Ah si mi niña! Tú sabes que esta es una tierra de músicos. En este país lo que abundan son los borrachos, los músicos y, mejorando lo presente, las mujeres bellas. ¿Y tú qué andas haciendo “poráhi” solita?—Interrogó “El Lobito” —Ah, es que es una noche de despedida—Suspiró con gran tristeza—, y me apeteció caminar un poco. Luego apuró el trago de ron y mirando al cuatro de Moisés preguntó. –¿Puedo? Moisés asintió con un gesto de cabeza y de inmediato la muchacha comenzó a puntearlo a modo de introducción, para seguidamente entonar Alfonsina y el Mar, con una dulce y muy afinada voz de contralto, de la manera más profundamente melancólica, que he escuchado en mi vida, se puso en pie y dándonos las gracias, se fue caminando en la misma dirección por donde había aparecido minutos antes. Cuando estaba a una distancia, en que apenas era audible su voz, se dio media vuelta y nos gritó: –¡Espero que no me olviden, me llamo Mariela del Mar! –Y se perdió en la oscura madrugada. La canción de la joven nos conmovió a tal punto que estuvimos callados largo rato. Al amanecer seguimos con nuestra rutina sin confesar ninguno cuánto nos había marcado la presencia de la linda y bronceada rubia.Después de desayunar, nos dispusimos a limpiar el pescado con tanto desgano que decidimos repartirlo, para llevarlo a nuestros hogares y dar por terminada la actividad. No estábamos de ánimo para elaborar nuestro plato favorito ni seguir tomando. Regresamos a Caracas mucho más temprano que de ordinario y quedando para el fin de semana siguiente.Habían transcurrido varios meses, un año exactos sin que tuviéramos conciencia de ello. Estábamos el sábado por la tarde terminando de almorzar, cuando el motor de una motocicleta que se acercaba interrumpió nuestros chistes y chanzas. El vehículo se detuvo en la orilla de la carretera de tierra y de él se apeó un joven de como veinticinco años, quien después de quitarse los zapatos y arremangarse el pantalón, se dirigió hacia nosotros a través de la arena caliente. –¡Buenas tardes señores!—Dijo acercándose y poniéndose en cuclillas. –Buenas joven –saludamos los cuatro a coro. –¿Una cervecita fría? –le ofreció Crisanto. –Sí, gracias. Con este calor… Nos contó que desde hacía un año, todos los fines de semana iba allí, buscando lo que podría ser un milagro imposible. –¿Y se puede saber cómo es eso? –le pregunté, tratando de no parecer indiscreto. –Espero no aburrirlos con mi historia, lo que ocurre es que el año pasado vine aquí con la que, para mí era la mujer más bella de este universo, y cuando les digo bella, es en todos los sentidos. Tenía veintidós años y era mi novia adorada. Nos amábamos como sólo se puede una vez por siglo. Pero cometí la estupidez de mi vida. –El muchacho miraba al horizonte mientras hablaba y su voz se hacía más profunda y triste–. Mi novia y yo, habíamos decidido no tener intimidad física hasta después del matrimonio; eso en estos tiempos parece ridículo pero no quisimos dañar nuestro amor y así fue la determinación que tomamos. Soy humano después de todo y tenía mis apetitos intactos, de manera que caí en la tentación de hacer el amor con una compañera de la universidad, que siempre estuvo dispuesta. Ustedes entienden. –Sí, chamo –dijo Moisés—la carne es débil. –Demasiado débil, tanto que a veces nos impulsa a asumir conductas autodestructivas. El caso es que esta amiga mía resultó embarazada y tanto ella, como su familia me presionaron para que me casara con ella. Siempre fui un hombre de principios y consideré mi deber hacerlo. Traje a mi novia –prosiguió—a pasar el fin de semana y buscar un momento propicio para darle la infausta noticia. Lloró mujo, imploró y se rebeló. Fue terrible para ambos, realmente terrible. “Si vas a ser de otra, ¿qué sentido tiene que sigamos amordazando a nuestro amor y a ese inmenso deseo que nos devora desde que nos conocimos?”, me dijo con los lindos ojos verdes enrojecidos de tanto llorar. Y con una mezcla de amor y rabia, me entregó la pasión más enloquecedora que jamás tendré de nuevo. Finalmente entre sollozos, se quedó dormida y yo al rato, también. En la mañana, cuando la luz del sol me despertó, ella no estaba. Salí de la carpa para buscarla, pero después de pasar en ello toda la mañana, decidí ir a las autoridades para que me ayudaran con su búsqueda. A los dos días, los bomberos encontraron el cuerpo de Mariela, enredado con unos cabos, cerca de Carenero. –¡Mariela del Mar! –dije sobresaltado y mirando a mis tres amigos. Ninguno de nosotros quería ser el primero en contarle al joven de la moto, el breve encuentro que tuvimos con su hermosa novia. Fin.
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