Mialqui.
Publicado en Aug 07, 2009
Se acercó lentamente. Era como si desde el fondo de su alma quisiera no volver a hacerlo. El tiempo se veía reflejado en su rostro, lleno surcos; marcado por la amargura y sus recuerdos. Mientras se agachaba extendiendo su mano, pasaron en segundos por su mente los más hermosos momentos de su infancia feliz. Se vio correr por la única calle de Mialqui. Era su pueblito perdido en la cordillera del norte chico. Era el único lugar en que disfrutaba como si los días de vacaciones fuesen los últimos de su vida. Corría descalzo, dándole con una varilla de membrillo a un zuncho de quizás que antiguo barril de vino tirado por allí. Vio el pueblo cuando aún no tenia luz y el agua había que acarrearla en baldes desde un canal de fango eterno y lamas verdes y pegajosas. Había que hacer equilibrio sobre un tablón que oficiaba de puente, a veces eran varios palos que parecían más un trampolín. Recordó incluso que tenia un tronco delgado que cual ruin traidor, se giraba cada vez que uno ponía un pie sobre el. Una sonrisa brotó espontánea en su boca cuando recordó las veces que se cayo al agua tratando de levantar del fondo barroso las gamelas de latón y cuantas veces, además, se vio obligado a devolver el agua al canal para deshacerse de las tijerillas que era incapaz de sacar con la mano.
Cuando se iniciaba el verano llegaba con su familia, y el último día de la primera semana de clases, partían. En ambas ocasiones Gargantúa y Pantagruel se hubiesen sentido corroídos por la envidia al ver las comidas familiares. Era lo típico para celebrar tamaños acontecimientos. Todos juntos en la casona de la abuela. Nunca supe que culpa pagaban las vacas y los cerdos, tampoco el porque de tanto vino tinto. Así era; mucha carne y mucho para tomar. Las verduras para las ensaladas eran las mejores, recién cortadas del huerto. Siempre se comió más la chilena. Lo mejor siempre al final, la ida al baño. El baño de la casona no era cualquiera. Era un orgullo, sin duda, era el mejor del pueblo, era una caseta hecha de madera en bruto, trabajado por las manos de los peones de la casona. A su abuelo, que siempre fue medio burgués, se le ocurrió dividirlo en dos y con una tiza que mas parecía un pedazo de yeso le escribió a la primera puerta "baño de hombres" y a la segunda que nunca se pudo cerrar bien por que las lluvias del invierno y los calores del verano habían torcido los palos le escribió "y de mujeres". Siempre le llamo la atención hacia donde caían los desechos, mas grande tiraba papeles encendidos con los fósforos que robaba de encima de la leña; para poder ver los lodos que año tras año subían de nivel. Nunca supo cuantos metros de mierda habían antes de llegar al fondo, pero lo que si sabia, era que por un extraño embrujo, el baño nunca se llenaba. Saco sus manos del bolsillo, moviendo los dedos para dejar todas las migas en su interior y antes de tocarla otro recuerdo lo llevo al pasado. - Patricio, ven a tomar de la oreja la cabeza pa" la foto... El siempre se arrancaba con sus primos al final de la hijuela cuando se sabía que iban a matar un animal para hacer el famoso asado. No le gustaba sentir los gemidos del animal y mucho menos ver sus ojos. Sus ojos, que terrible. Siempre pensaba que algún día alguien entraría al corral en la noche anterior y le avisaría a la chancho que lo matarían al día siguiente. Tal vez si así tuviese tiempo y se fuera lejos, allí donde el cuchillo del viejo Gile no lo alcanzara. Eso nunca fue. Eso nunca sucedió. Lo peor se vino cuando el turno fue el del Napoleón. No se supo el porque del nombre siendo una chancha; pero era el Napoleón. Lo cruzaron de la casa de los tíos, en otro pueblo, al otro lado del río. El animal era tan grande que más que matarlo había que venerarlo. Su muerte se trasformó en un espectáculo. Era más que llegada del circo anual. Los hombres sudaron gordas gotas de vino tinto para poder subir al "Napo" sobre el mesón que lo llevaría a la muerte. Era su cadalso. Desde lo lejos vio como su padre preparaba una antigua grabadora, con micrófono externo de esas Phillip holandesa con funda de cuero. Perforado para que saliera el sonido. La idea le repugnaba; era guardar para siempre los sonidos de la muerte. Nunca supo que paso con la cinta pero se perdió. Lamentablemente el no fue el responsable. El rito de muerte seguía y el espectáculo debía continuar. Se juntaron formándose como un equipo de futbol y se fotografiaron con la cabeza sangrante de la "Napo". Atrás, el vapor del fondo de agua hirviendo le daba una ambientación terrorífica. Recuerda de ese momento el vapor bañando su cara y ese exquisito olor que salía del cocimiento. La foto se mantuvo guardada por años en casa de su madre. Quizás ahora donde este. Comenzó a abrir el nudo con el cuidado de un cirujano salvando una vida. Se notaba extrema habilidad en el manejo; todo era para no tocar el plástico con nada que no fuera la punta de los dedos. - Sírvete mas carne pu cabro, pa" que crescai grande y fuerte a ver si despue tu mismo te volteai al animal.... Comió tanto pero tanto chancho, que según dicen sus tíos se empacho y se fue derechito a la cama un par de días, con todo el calor del verano encima. En el fondo el sabía que con eso no le volverían a pedir que comiera chancho de nuevo. Menos a la "Napo". Comió la sopa del cocimiento y unos buenos trozos de lomo, hartas ensaladas y papas cocidas y litros y litros de bebidas heladas, pero fueron los arrollados que estaban cubiertos con la grasa del cuero de la "Napo" los que le cayeron mal, fue mucha grasa para su hígado y no aguanto. Mejor que así fuera. Todo estaba oscuro, como su campo de niño, como en su infancia de velas e historias de misterio, de miedo como decían los vecinos que se juntaban a sentarse en la escalera para poder arrancar rápido. Su papá asustaba a los cabros con el famoso hombre del guante rojo o con otro invento del momento. A veces por el fondo del patio, entre los matorrales, se veían luces cruzar después de un ruido fuerte que les llamara la atención. Muchas veces el mismo se asusto. Nunca los niños supieron que se trataba de fósforos que su padre encendía cuando bajaba calladito al baño. Ahhora viejos lo deben suponer si se recuerde de ello. Es que su padre, el tío Humberto, era lo más divertido del verano. Que circo anual ni que mierda, el tío Humberto era lo mas divertido para los solo para los niños del pueblo. Terminó de abrirla y lo primero que vio fue un hueso de pollo, volvió a su mente la imagen de su cuerpo enfermo de empacho sorbiendo sopitas de gallina; para mejorarse según la abuela. Según él era mas grasa la que comía en la sopa. Tenían una capa amarilla arriba, ahí donde flotaba el condimento y que no se juntaba nunca con el resto de la sopa. Se le pegaba a la papa. Estaba claro que así no se mejoraría nunca, pero se dejaba regalonear. Se subió las mangas y comenzó a hundir la mano en esa infinidad de texturas húmedas y malolientes. Había desarrollado con la experiencia, la propia del tiempo de ejercicio, la capacidad de descubrir lo que le seria útil sin mirarlo. Sacó unos cuescos de durazno con algo aún de pulpa. Los años en el campo fueron los mejores. No sabe en que momento su vida giro en sentido contrario, ¿tan rápido seria que no pudo parar antes? Que comidas eran las de esos tiempos. Por ahora todavía tenia trabajo que hacer, irguió su columna, tomo la media docena de bolsas de plástico llenas hasta reventar con todas sus pertenencias y camino por el medio de la calle... se metió los dedos a la boca y tiro el cuesco del durazno antes de que la luz del semáforo cambiara. ¿Que importancia tenía? En su mente sólo estaba el encontrar lo que le faltaba de su cena.
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Glen E Lizardi F.
Verano Brisas