Cuento para niñas solitarias y perversas…
Ángel Vallarta.
 
Una tarde, en un mundo que los humanos no imaginan, una indefensa Princesa se encontró un sapo. Y le dio cinco besos y el cuerpo regordete verdoso y resbaladizo del batracio no sufrió la metamorfosis de la que hablaban los cuentos de hadas.
 
La Princesa siguió siendo indefensa y el sapo continuó siendo quien era. Y ella, desilusionada, al borde del estanque, se puso a llorar sus penas. Y tantas lágrimas salieron de sus tiernos ojos, que no se dio cuenta del momento en que la mirada del sapo cambió. Y la ternura se volvió maldad.
 
Y el sapo, de paciente escucha pasó a ser perverso explorador y subió suavemente por sus manos, exploró sus brazos, llegó a sus hombros, y pasó su lengua golosa de moscas por el suave cuello aromático de inocencia de la Princesa llorona. Y como las lágrimas la dejaron ciega por un momento cuenta no se dio que el sapo ya no estaba frente a ella sino en las costuras de su corpiño.
 
Y el malvado ser deforme se puso a jugar, travieso y pervertido, en los pezones duros de esos pequeños senos. Y ella, inocente, pensaba, en su ceguera, que los recuerdos de los que hablaba los sentía tan cercanos que hasta podía sentir aquellas caricias olvidadas.
 
Y se dejó llevar hasta dejarse caer en la alcoba de su pequeño palacio. Y el sapo perverso, debajo de las costuras halló la forma de deshilvanar los hilos hasta deshacer los vestidos, los fondos, las medias y los corpiños.
 
Y ya con la piel descubierta la Princesa se dio cuenta que no eran sus recuerdos, que no era un sueño, y que el inocente sapo que soñaba príncipe, seguía sin ser príncipe, pero ya no lo sintió tan inocente.
 
Y entonces, porque las Princesas son humanas también, decidió dejarse llevar y se acostó para ofrendar al sapo la única cueva disponible para guarecerse y juntos hicieron brotar el agua necesaria para mantenerlo resbaladizo.
 
Ahora el reino de la princesa se reduce una sola cama en donde manda el perverso sapo. Donde ella se entrega sin voluntad en su mirada. Y ya no piensa siquiera en besarlo. Ya sabe que no es un príncipe.