La visita
Publicado en Nov 23, 2012
Estaba solo en casa. La perra a veces subía hasta el segundo piso, se metía debajo de mi silla y se enroscaba no sin antes emitir un suspiro quien sabe porque. Mientras, me desgastaba la vista y alimentaba mi juicio leyendo de todo en periódiccos y revistas virtuales de cuanta orientaciones hay en este mundo, como un alucinado, sin percibir el tiempo, ni sentir hambre, o calor.
Detrás de mi hay una silla tipo descanso playero, metálica y con un diseño urbano y mediterráneo. De pronto, la perra levantó la cabeza y lanzó un gruñido, al tiempo, la silla vacía produjo un ruido, como si alguien la rodara hacía la pared, donde hay una Virgen de cerámica con el niño Jesús entre sus brazos y sobre ellos un estante llenos de códigos y libros de leyes de mi hija mayor. Personalmente la cara del niño me resulta intimidante, si lo miro de cerca, sus ojos me recuerdan la mirada de Hitler. Su severidad contrasta con la dulzura del lenguaje corporal de la virgen quien tiene sus ojos cerrados. La cabellera del niño es rubia, parece un pequeño vikingo a punto de abofetearme. El caso es que miro hacía atrás y me quedo unos segundos observando la silla e intentando definir razonablemente de donde pudo haberse originado el ruido. No pasó nada. A lo lejos, en la casa del infaltable vecino guapachoso, como para variar, se escuchaba el grito lastimero de Alejo Duran: " ...Este pedazo de acordeón donde tengo el alma mía.Allí tengo mi corazón y parte de mi alegría.Muchachos si yo me muero, les voy a pedir un favor¡ Ay me llevan al cementerio este pedazo de acordeón..." Volví a la lectura, entonces estaba sumido en una de las crónicas del maestro Alberto Salcedo Ramos quien escribe semanalmente en el Colombiano. Y les juro, por encima de mi fama de embustero compulsivo, que sentí tras de mi la presencia de alguien, pero una presencia sutil -por decirlo así- y lo raro es que, lo percibía tras de mi y no me asustaba, el miedo consistía en voltear a ver que era, si es que era algo o alguien fuera de este mundo.Además una fuerza sobrenatural impedía hacer mi voluntad. No miré. Decidí dejar que el o la acompañante se quedara allí hasta cuando lo decidiera. Mientras la perra, seguía gruñendo sin levantarse, miraba con persistencia y plantando sus ojos negros con un brillo metálico sobre el espacio vacío de la silla. De repente un efluvio a Jean Marie Farina invadió la habitación. al principio no le presté atención, pero después y por la razón estremecedora de su intensidad en el ambiente, resolví enfrentar el miedo y me di vuelta.Tanto el aroma, como la percepción de la presencia en la habitación desapareció como por arte de aquelarre. La perra se volvió a enroscar, suspiró de nuevo y se durmió. Entonces me levanté, me tronó el esqueleto y salí a un balcón que da a la calle y la suave brisa, preludio de Diciembre, resbaló por mi rostro y el coro de unos niños que pasaban por el andén me afincó al planeta por enésima vez.
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