LOS JINETES DE JERUSALEN
Publicado en Aug 08, 2009
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Los jinetes de Jerusalén
-¡Ahí vienen!...  ¡Ahí Vienen!...

Fue el grito pregonero de pájaro portador de nuevas frescas, como las tarde del poblado, en ocasión que la brisa del Norte trae rezagos de humedad de la lluvias lejanas, pero que le da tanta tos a José.

Muchos no entendieron el pregón, pensando que era para personas de otras ciudades, pues pocos sabían que los jinetes partieron a Jerusalén; sin embargo otros sí sabían a ciencia cierta de que se trataba y sacaron de baúles enmohecidos de olvido, artículos diversos, venidos en la carreta de Antaño, tirada por bueyes cansinos, conducida por duendes de paciente espera.

Uno sacó un clarinete sin brillo y destemplado a causa de la asonancia casi centenaria; de la mejor manera que pudo lo limpió con paños de lana, al soplarlo salieron de adentro bellas y frágiles florecillas amarillas y rojas de pequeñas, pero persistente plantas cuyo polen germinal fuera aprisionado en la huraña capa de tierra acumulada en  el tubo del instrumento. A Don Bonifacio Jacinto del Carril le dio lástima y no quiso matar las plantas con flores y se dijo para si mismo:

"Que vivan, este clarinete sonará destemplado pero florido", se puso el viejo uniforme, mejor dicho los despojos del uniforme cruelmente avasallado por las polillas y se ciñó la capa de caballero.

- Vienen, dijo y yo los espero.

Juan Antonio Vidal descolgó de la chimenea de la casa la espada; su filo se perdió en plebeyas tareas domésticas como cortar leña, trozar carne de cerdos o vacunos o empuñada por sus tataranietos dieron terribles batallas contra añosos troncos, formaron una constelación de estrellas fugaces cuando la golpeaban contra las rocas o perdía su bruñido en oportunidad en que enardecidos los párvulos la enterraban una y otra vez en el barro, matando fantasmas como en otras épocas el abuelito del abuelito. Como su amigo lo hizo con el clarinete también la limpió, se puso el casco con la cruz de caballero, se ciñó la espada y notó que la misma se arrastraba en el suelo; es que la vejez le dobló la espalda haciéndolo más bajo. Aún así sacando fuerzas de su lejana lozanía, la levantó con gallardía. Se puso en camino hacia la casa señorial.

- Vienen... -dijo- y yo voy a esperarlos.

A su turno Hipólito Álvarez sacó de una caja con tapa de vidrio, veinte medallas, las miró con nostalgias, cada una de ellas jalonaba un fracaso y se las dieron para recordar su tenacidad en los embates contra la adversidad, incluso fueron el motivo por el cual no pudo formar parte de la variopinta expedición que hoy, justo hoy, regresaba de Jerusalén.

Doña Marcela María Albarracín de Domínguez García, se colocó el vestido de fiesta; las joyas que desafiantes mantenían el brillo noble del oro y la plata, algo opacadas por un sarro viscoso; pero relucientes aún.

- Sabía que vendrían- murmuró - hoy no pasaron errantes las golondrinas de invierno.

Aquel cortejo, remedo de otro tiempo, surcó el aire del día esplendoroso del retorno, Doña Marcela pidió a la servidumbre,  reducida a una muy anciana ama de llaves, un mayordomo con bastón y una sirvienta que sacaran todo el polvo que pudieran.

- Con las telas de araña, no se metan, es en balde. No las podemos combatir, haría falta un regimiento para acabarlas.- Dentro de poco sería la alegre anfitriona.

Por un sendero rural venían los jinetes ataviados con yelmos, espadas, alabardas, trabucos.

Los rostros esculpidos en pizarra con tiempo indefinido, uno traía la cabeza totalmente calva, otros raídos pelos de choclos que sobresalían de los cascos y todos tenían una mirada imprecisa en cuanto haber cumplido o no su misión.

Montaban briosos perros y uno de ellos sin importar el absurdo cabalgaba un elegante caballito de madera, eso sin perder un palmo siquiera de la rancia hidalguía.

El único que disfrutaba como loco era Juan el loco de pueblo que dando saltos gritaba:
- Ahí vienen, ahí vienen: los jinetes de Jerusalén.
De tanto en tanto hacía sonar una ruidosa trompeta de plástico que llevaba en la mano derecha y un sonajero arrebatado al bebé de Estela, en la izquierda, el que agitaba con frenesí.
- Ahí vienen, ahí vienen...
José Augusto Patricio Domínguez y García era el jefe de los jinetes; a la vista se notaba esta condición: montaba el perro más esbelto, sano y sin garrapatas; pero era su prestancia  venida de un abolengo de mil años lo que lo distinguía del grupo; esa hidalguía que no se copia, sino que se ejerce por serle natural. Además era el que portaba la única escarcela con oro, la de los demás se agotaron en la larga odisea de la empresa colosal, y en el fondo de las mismas yacían solo un puñado de Tierra Santa, tal era el tesoro logrado.
Al grito de ahí vienen, ahí vienen... la gente se asomó a las ventanas y puertas pensando que era un circo que cruzaba y aplaudían a los jinetes creyéndolos artistas y los centauros saludaban al público con arcaicas reverencias aprendidas de sus mayores, pensando que eran ovaciones a su epopeya. Todos conformes y nadie notó la tremenda confusión. Para completar, cerraba la tropilla de perros herrados, un elefante el que montaba un bello joven.

La única diferencia que tenían aquellos perros montados por los hidalgos con los comunes cuzcos que ladraban a la absurda caravana, era que los primeros relinchaban en vez de ladrar.

El principal del grupo se apeó del perro que montaba, se persignó ceremoniosamente, sacó la espada, llamó a su ayudante, le instó a hacer lo mismo con la suya, entre ambas formaron una cruz, ante la cual dieron Gracias a Dios, por el feliz retorno y entraron en la casa señorial.

Sentados a lo largo de la mesa los anfitriones y los aparecidos se servían vinos de sepas de añoranzas, servidas en jarras de espera y escuchaban absortos los relatos fabulosos.

Don José presentó a todos al joven que montaba el elefante:

- Señores les presento a Esperanza, lleva una vida muy triste, es que muere y renace a cada rato. Por eso está condenado por los siglos de los siglos a verse siempre igual, sin tiempo de envejecer.

Luego hurgó en las alforjas ajadas de melancolías y cansadas de viajar un libro diciendo:

- La Biblia, madre.

Doña Marcela que tenía el rostro adeltado lujuriosamente por arrugas, y las lágrimas de la emoción y la alegría serpenteaban los meandrazos surcos y por eso demoraban en gotear sobre el polvo de la mesa con la capa de polvo que cada año reclamaba, tomó con gracia de princesa el cuaderno; en realidad no era la Santa Escritura, sino un libro del Hidalgo Quijote de la Mancha, tenido por lo jinetes como Escritura Santa.

- Suerte hijo, que dan por finalizada la cruzada. 

Esperanza dio un gemido, se quebró un instante, pero luego floreció su rostro con una lozana sonrisa.

Con la faz sumida en la duda Don José exhalando un suspiro con el aire de un siglo dijo:

- Madre, tendremos que iniciar otra larga cabalgata, esta vez contra las brujas y magos que con sus hechizos, encantos, alquimias y mejunjes crearon carros que andan solos sin caballos ni bueyes que los tiren, o los tienen bien  escondidos, oí decir a uno de esos plebeyos que viajan en ellos que tienen 200 caballos de potencia. Estos monstruos, madre, surcan calles de ciudades y caminos de la campaña ruidosamente haciendo sonar extrañas trompetas.

-¡Dios los ampare! Exclamó aflijida doña Marcela.

Dos horas más tardes mientras un sonoro timbre de lata llamaba a misa, reemplazando vilmente a las campanas de bronce, afinadas por  Chopín, en un rincón de la amplia nave sagrada, 7 ancianos muy ancianos y una mujer de más de un siglo de vida, junto a un  joven que a cada rato se moría y renacía, velaban las armas para la nueva cruzada.
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Foto del autor Diego Luján Sartori
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Descripción

Ahí vienen… - Ahí Vienen… Fue el grito pregonero de pájaro portador de nuevas frescas, como las tarde del poblado, en ocasión que la brisa del Norte trae rezagos de humedad de la lluvias lejanas, pero que le da tanta tos a José.

Palabras Clave: Jinetes pasado imposible de olvidar absurdo espera personajes extraños pintorescos

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Derechos de Autor: Diego Luján Sartori

Enlace: dielusa@hotmail.com


Comentarios (3)add comment
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LUIS VILLASEOR MARTINEZ

DIEGO: ME GUSTÓ TU CUENTO.

ES SENCILLO Y CORTO. LLENO DE NOSTALGIA E IMACINACIÓN, ASÍ COMO DE INGENUIDAD.

AUNQUE PAREZCA PARA NIÑOS, LO ES PARA NIÑOS COMO YO

GRACIAS POR LA INVITACIÓB A LEER TAN BELLA PIEZA.

LUIS











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August 09, 2009
 

Julio Camargo

Diego:
He leído el cuentto que has escrito con pluma fina, tiene alegrìa y armonía las palabras de su contenido, inclusive le das cierta melodìa en cada oración y aún usando palabras poco sencillas encierras al lector en una intrga por saber lo ocurrido. Has puesto un tono picaresco en algunas partes inclusive cuando hablas de las viehjas espadas desgastadas por plebeyas tareas domésticas como cortar leña, trozar carne de cerdos o vacunos.
La nota saltante del loco que disfrutaba de la llegada y hacía sonar su trompeta, así como las personas que asomaban sus cabezas y apludían pensado que era un circo nuevo.
El libro Quijote de la Mancha renace, disimuladamente confundido con una biblia, en fin realmente es atrapador tu cuento, sin embargo parece que le al final falta el verdadero final... ¿cierto?
Saludos.
Responder
August 09, 2009
 

LUIS VILLASEOR MARTINEZ

DIEGO: MI CORREO ES luisvm1940@yahoo.com.mx.

WAPERO TU MENSAJE

TAMBIÉN ESPERO TENER TIEMPO PARA SEGUIR LWYENDOTE.

LA VERDAD HE TENIDO MUCHO TRABAJO
PERO ESPERO QUE MAÑANA NO TENGA PROBLEMAS PARA DISPONER DE UN POCO DE TIEMPO.

LUIS


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August 08, 2009
 

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