ESTEBAN
Publicado en Nov 23, 2012
Sólo tres horas. Tres horas y te conocí como nadie. Tres horas y develaste hasta mi último secreto. Sólo tres horas, aunque el tiempo nunca existió. Miré en tus ojos y vi el verde de la esperanza que tenias de cambiar, de dejar atrás ese pasado que respiraba detrás de tu cuello y te helaba la espalda. Tus gestos frenéticos, nerviosos, tus manos que se deslizaban por el azabache de tus cabellos, por las gruesas líneas de tus labios, por tus espesas cejas. Sentándote, murmuraste algo que no entendí. Te miré. Repetiste de nuevo con la misma gravedad en la voz. Y esta vez si te entendí, y Dios, ¡Cómo desee no haberlo comprendido! Hablamos. Entendí desde el porqué de esa cicatriz al lado izquierdo de tu nariz, hasta la razón de esas manchas granate en tus viejos jeans y tu franela favorita, esa que trajiste de uno de tus viajes a México, y Dios, ¡Cómo desee no haberlo comprendido! Te paraste, paseaste tu atlético pero asustado cuerpo por la cocina. Me dijiste como extrañabas la comida de tu mamá, y tus verdes ojos se empañaron. Pero tú no eres de los que lloran. Sentado, respiraste profundo, una, dos, tres veces. "Utopía". Así titule mi mejor fotografía, la viste y comenzaste a hablar de ella. Cómo te gustaba el arte, pero más aún el dinero, por eso decidiste ser odontólogo. Tomé tus manos y te pregunté: -¿Por qué?-... Un silencio tan tenso, acompañado de esas miradas profundas y evasivas de las que hacías siempre que algo te avergonzaba. -¿Por qué?- pregunté de nuevo. Llegabas a exasperar. Filosofaste de amor, desilusión, trabajo, de tu madre... Y Dios, ¡Cómo deseé no haberlo comprendido! Parecía absurdo por complicado. Pero no lo era. Tenías razón. Yo también lo hubiese hecho. Eras abstemio, pero tomaste un gran trago, y en tu cara noté por qué eras abstemio. Te arrodillaste, abrazaste mis piernas. Y lloraste, por primera vez delante de alguien. Develaste para mí tu alma, y me contaste cada razón por la que alguna vez quisiste llorar, y tu orgullo no te dejó... Todo lo que llegaste a aparentar en algún momento, se extinguió y te mostraste como realmente eras. Realmente humano, tan complejo que nunca lo imaginé. Quince años de amistad y sólo tres horas para conocerte de verdad. Te paraste, un beso en mi frente, como solías hacerlo cuando el mundo se me hacía demasiado pesado y me convencías de que todo iba a estar bien. Abriste la puerta y te detuviste. Tal vez tu pasado te encontró de frente. Pensaste, me miraste, y a pesar de que tu grave voz me dijo: -Todo va a estar bien-, ya no había más esperanza en el verde, sólo vi miedo, y supe que mentías. Horas después, escuche el teléfono. Tu profunda voz había cambiado. Engañándote y engañándome, te dije: -Mañana será diferente-. Los dos sabíamos que mentía. -Tengo que pedirle perdón- y tu voz se quebró en medio de esa frase. Y Dios, ¡Cómo desee no haberlo comprendido! Colgaste. Así siempre hacías cuando no querías oír palabras en tu oído, solo en tu cabeza. Te busqué. Pero era tarde. Lo que eras y lo que aparentaste se había ido. Solo quedaba ese verde, inerte, que ya no decía nada, esas manos frías que ya no pasarían por tus cejas, por tus labios, por tu cabello. Solo había más granate en tu ropa, en la pared, en el suelo. Y Dios, ¡Cómo deseé no haberlo comprendido!
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Miguel Hernndez
Anamara Aguirre
Enrique Dintrans A:
Mara Ester Rinaldi
Un abrazo, Anamarìa.
Hydra
Saludos!
Marcelo Sosa Guridi
Laura Torless