La tolvanera se cuela entre los almendros, mangos y toda suerte de árboles frutales y de ornato, se desliza sinuosa entre las edificaciones e inmensos talleres donde reposan como orugas vencidas viejas maquinas locomotoras y vagones oxidados.
Ventistas anárquicas erizan la epidermis del vasto Rio de la Magdalena y bambolean como un bebé la voluntariosa Draga Colombia, pequeña, pero titánica en su trashumante ir y venir escarbando el denso y obcecado sedimento. El chapaleo que produce el golpe de las contraolas bajo los cimientos del vetusto muelle adormecen la conciencia y provocan una irremediable modorra vespertina.
Son las 5 de la tarde y todo el personal se ha marchado para sus hogares, todo lo que sobrevive es una incipiente guardia de polícias portuarios, una cuadrilla de perros que se mueven como pájaros migrantes tras la fragancia acechadora de una perra en celo. Por todo el vasto solario donde hay regado rieles en montones, travesías de tosca madera cruzadas entre si, fierros retorcidos y cubiertos con un manto de herrumbre y atrapados entre el follaje indómito.
Estoy aplatanado en mi sillón de la Estación de Radio y Télex. Cuatro ventanales teñidos con un polarizado verde nefando y mortalmente engañoso, reponsable del aterrizaje ingenuo y fatal de pájarillos convencido de haber avistado un follaje o jardín desde el remoto cenit,donde guarecerse de la canícula y de las ráfagas caprichosas de la ventisca ribereña.
En este momento de todos los días, comienza a desgranarse el espectáculo de colores en el horizonte que se recuesta sobre el lecho del río. Sobre ambos extremos nubes grises y compactas y en medio de ellas algunas vestidas de naranjas, rosadas, alargadas y en perspectiva, arropando al sol que se debilita y guarece lentamente en medio de la reverberación sobre la linea verde intensa de la orilla opuesta.
Entonces veo la mujer plantada de espalda, mirando el lecho del rio con los brazos extendidos a los lados, como en oración. Me llama la atención lo atípica de la escena y me levanto para tomar los binoculares. Al apuntar a mi objetivo, conocido como el muelle de traspaso, no veo nada. La imagen de la mujer se desvanece como por arte de aquelarre. Me tomo un tiempo intentando ubicarla por toda el área sin conseguirllo.
Salgo de la estación y camino hasta el muelle, llego justo al sitio donde vi parada la mujer y observo porlargo rato el sector, las aguas revueltas y policromadas del rio, me agacho y miro por entre los cimientos colosales que sostienen el muelle. Dirijo mis pasos hasta donde se encuentra atracada la Draga. Observo a un tripulante, a la distancia y le grito desde el muelle si vió a la dichosa mujer, me dice que no y sigue en su faena de tomarse un café y poner sus ojos en la pantalla de un televisor parapetado en una de las mamparas. Regreso al muelle de traspaso.Tozudo sigo buscando entre los recovecos del mismo, lo que veo son enormes pedazos de tarullas que derivan sin brújula, unas atrapadas entre sus ciclópeas bases y otras que revientan contra la  fangosa orilla y saltan espumosas rio abajo buscando la desembocadura con afán inapelable, en medio de ensordecedor estruendo de aguas vertiginosas y letales. 
Nada mas que eso, Ya para retirarme, resignado y confundido. Miro hacía la otra orilla, perplejo y tembloroso veo a la misma mujer detenida sobre un montículo de arena , de pie y con los brazos extendido, rígida y levitando. Recuerdo los binoculares y como la otra vez la dama se esfuma. Nunca mas la volví a ver.
Esa noche además de poner seguro a la puerta de la Estación de Radio, recosté un enorme y pesado anemómetro que nunca sirvió para un carajo.