Vetulio el aliengena.
Publicado en Nov 23, 2012
A Vetulio Almansa le fue indiferente las greguerías que se escuchaban en Riofrío a costa de su rostro parecido a un alienígena cinematográfico.
Como nunca le importó el remoquete perverso de: “mira pa`l cielo” que le gritaban los vagos sobrios o beodos de cualquier esquina, por su inveterada manía de pasarse la vida mirando la “bóveda celeste” como solía llamar al cielo. Lo que nadie le puede reconvenir es ser el amo absoluto de un cerebro redomadamente metódico e enciclopédico, su tiesura conceptual y el mantener su polo a tierra bien afincado, sin por ello, dejar de rozar con sus ojos las estrellas. Jamás se trepó en un artefacto volador, menos orbitó el planeta encaramado en estación espacial alguna. Sin embargo conocía los detalles diminutos del ABC de la cosmonáutica y sus arandelas. Conocía por convicción su lugar pleno en el mundo, y esa vigilia hipnótica y testaruda le apuntaba a la certidumbre terminal de que no estamos solos en el dilatado universo. Como un alucinado o un adelantado a su era la pequeñez del mundo nunca encajó al tamaño de su portentosa visión. Había nacido en Bonda a orilla del Rio Manzanares. Por una complicada eclampsia su frágil madre fue internada en el Hospital San Juan de Dios, un antiguo claustro de estilo artdeco, donde falleció sin tener un solo minuto con su hijo. Dicen que es la razón de su enigmática soledad y su afán depredador de textos de toda índole. No había pregunta que no fuera capaz de responder, había un dejo de apatía en la respuesta y una mirada de regaño al terminar. Si querías saber cómo nacen las estrellas del universo hasta como se ducha un astronauta, si existe sonido en el espacio o como localizan los misiles su objetivo. O porqué los huevos podridos huelen tan mal, hasta de donde procede el kiwi. No había por donde cogerlo. Un poblado a orillas del Rio Manzanares, con algunos 40 bohíos habitados por vástagos del pueblo indígena Chimila, de carácter apacible de dejo parsimonioso y sentencioso al hablar, fue el amor de su vida. Está desplegado a los pies de un modesto cerro que fue consagrado por Vetulio y su esquizofrenia mortal como una especie de aeródromo interplanetario y un portal pluridimensional, donde se comunica con seres galácticos que en la tierra y en algunas de sus culturas o etnias no les eran extrañas. Como el caso de los Chimilas y Tayronas en la Sierra Nevada, o los mayas y aztecas, o los voluntariosos egipcios constructores de las pirámides o aquellos pobladores egregios y prefectos de la abstraída Atlántida. El cachondeo de los considerados “herejes” que con sorna se burlaban de sus afirmaciones quijotescas de apariciones de naves espaciales que hacen escalas en las cercanías al poblado y en ocasiones llevan de paseo a los mamos y niños de la tribu quienes en su código genético reposan trazas de ancestros alienígenas de inteligencia superlativa, lo sacan de quicio, lo llenan de tristeza y lo condenan al aislamiento. Toda vez que en un pueblo tan pequeño y tan lleno de palurdos el debate es un ejercicio tan estéril como inútil. Entonces no volvió a hablar con nadie que no fuera el mismo, gesticulaba sin pudor, sin tener en cuenta si había una chacotera multitud, sentado en el parque se inventaba un improbable interlocutor y gesticulaba haciendo énfasis al final del fraseo, cruzando una pierna sobre la otra como un Chaplin caribeño. Ya era para entonces uno de los dementes preferidos de los mocosos del pueblo para lanzarle piedras y hacerle trampas infantiles, les hace creer que es presa fácil. Con el solo propósito de quitárselos de encima. Camina encorvado, bajo su brazo derecho carga libros y papeles, que revisa con sobresaltada ansiedad sentado en un parque. Llegan las 5 de la madrugada,es un sábado lánguido, de esos que se escabullen en el tiempo, sinuoso y embebido en el silencio. Vetulio corre por todas las calles aledañas a la plaza mayor, gritando voz en cuello el advenimiento de una colosal nave espacial. Las mujeres dejan los fogones a medio prender, el cura cierra el grifo de la ducha para escuchar la impertinencia del loco Vetulio, Don Jiracho, el alcalde, gordo y redondo como un bombo se asoma por el enorme ventanal de su palacio municipal y no ve nada, los policías en su eterna modorra se levantan de sus literas, en calzoncillos y rascándose las bolas, le bembean y le mientan la madre, el sereno se le cruza y sin decirle nada suelta una carcajada que resuena por toda la calle. De pronto. Todo comenzó a tronar, el tenue alumbrado callejero comenzó a parpadear y una fuerte ventisca, con ráfagas mortales, arranca arboles y destecha casas, el Manzanares comenzó a crisparse y se desborda hasta la última de las callecitas del poblado. Los bocachicos saltan y caen rendidos en las ollas y cacerolas de todos los patios anegados, los platanales caen con sus racimos en flor como fichas de dominó. El silbido de la brisa de muerte se cuela entre las rendijas de la casa cural, mientras, desnudo y titiritando tanto de frío como de pavor, el hombre de Dios, eleva una plegaria a gritos y el crucifijo se viene a tierra y cae frente a él, arrodillado y con la cara llena de moco. Vino un silencio y la oscuridad. Todos comenzaron a salir, primero los de la plaza mayor, y después los de las calles aledañas, todos chapoteando agua hasta los tobillos, se miran lelos, preguntándose sin abrir la boca que carajos fue eso. El desorden dejado por el vendaval, los cables tirados sobre el piso todavía energizado chispean como chispitas de navidad. Vetulio no apareció mas. El eterno escudriñador de horizontes se fue, quizás a un carnaval de alienígenas, quizás a la Capital de los sueños indomables. Buen viaje avistador de elfos, convocante de meditadores transcendentales, de fotógrafos de fantasmas, de médicos energéticos, de diagnosticadores de auras, de turistas esotéricos en bermudas y chanclas. De los inefables de la nueva era y los irredimibles ecólatras. Buen viaje maestro del cosmos demencial. QUIEN COMO TÚ.
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