Ahí estaba ella, tratando de ocultar con una sonrisa los nervios, que como a mi, la inundaban. Mi mirada, por instinto, respondiendo a la necesidad de admirarla de pies a cabeza, se fue perdiendo lentamente en un viaje sin retorno, en un camino que me llevaría hacia el infierno. Y fue así, sus labios desataron las cadenas de la pasión y encendieron la chispa que terminaría por quemar nuestra piel. Era inevitable, somos el uno para el otro, su cuerpo encaja con el mio como un perfecto rompecabezas…de lujuria.
Dejamos que las lenguas se enredaran y que nuestras manos hicieran de nosotros su patio de juegos, alargando la delicia de lo que sería la expedición en busca de algo que siempre estuvo ahí. Y lentamente, la habitación se torno en un horno y cada roce nos quemaba, pero fundía nuestros cuerpos en uno solo. Y llovió dentro de nosotros, tanto, que hasta nuestras almas se humedecieron…
Y si en ese entonces, ceder fue pecado, con gusto pido que me reserven un puesto en el infierno, porque volverá a suceder.