Atiendo la ultima llamada a las 6:38 de esta tarde soporífera. Cuelgo el teléfono y empiezo como un zombie a guardar en mi maletín documentos para revisar en casa, mis lentes para leer, mis cigarrilllos y el estílografo que recibí de regalo en la última Navidad con Diana. Hizo grabar la letra "D" en su lomo, como todo lo de ella: con su toque de deliciosa y comprometedora perversidad. Me levanto de mi escritorio y se acerca como una tromba Antonio Perlaza, compañero de labores y lunático hincha del Real Madrid que hoy disputa la final de la Liga, por puro trámite porque la suerte ya está echada, y a su favor; para variar. "¿Me acompañas al bar?" -pregunta- "No creo, tengo cosas que hacer en casa" -le contesto sin mirarlo y haciendole un quite hacía el ascensor- Se me viene encima con una de sus peroratas sobre mi vida aburrida y mi ingratitud con él por no compartir su afición al fútbol a pesar de su estoicismo para soportar hasta cuatro horas bizcos y fijos los ojos sobre un maldito tablero de ajedrez, mi única afición deportiva. "Muchas veces te he acompañado, incluso he padecido empujones e insultos cuando voy al Estadio a ver a 22 maricones en calzoncillos correteando un balón" - le contesto sin esperanza de aplacarlo- Entramos al ascensor e iniciamos el descenso con media docenas de rostros conocidos por la rutina, pero sin nombres y sin destinos. Aliviado por el silencio reprimido de Antonio. Ésa fragancia Acqua di gio de Armani, su señuelo imperdible, muy de ella y a pesar de ella; estalla en mis sentidos provocando lo de siempre: una abrasadora nostalgia y la autoflagelación a cuerpo desnudo que me propino con sal y limón por no retenerla, cuando pude hacerlo. Pues nada ni nadie lo impedía. Miro a mi alrededor, en medio del silencio, carraspeos , miradas de reojo y gestos de impaciencia para descubrir sin éxito, la dueña del olor que me tortura sin compasión. Me despido de Antonio a la salida del enorme y congestionado edificio, resignado por mi determinación me propina un suave golpe en la espalda. Al salir busco un cigarro en mi maletín y lo enciendo sin mucho entusiasmo. El gélido viento me golpea el rostro recordandome el advenimiento de un largo y tedioso otoño al igual que estos paquidérmicos nueves meses viviendo mi vida sin ella. Diana, una niña-mujer, capaz de ser dulce sin perder la brújula, capaz de incinerarse de amor sin soltar la vara que la mantiene polo a tierra. La mejor amiga, consejera letal, el mas absorvente pañito de lágrimas para conjurar los despechos del cuerpo y el alma. Nunca se quejó por mis ocasionales dispersiones, jamás me reprochó las burdas e imperdonables traiciones "expres" a las que pretendía bajarles el perfil, por obvia conveniencia, matizandolas con una argumentación sin tino e improbable destino. Diana se cansó de esperar, se hizo vieja esperando que la hiciera parte de mi vida, con las formalidades que nos impone la sociedad. Esas condiciones que miraba de soslayo y aborrecia basandome en consideraciones machistas, pero sobretodo: egoistas.Hoy, en esta tarde brumosa y otoñal, este viento que me crispa el cuerpo y a quien acudo para que se lleve mi grito por los aires y espacios de esta ciudad sin fin, que atraviese las paredes, hormigones y vidrieras, que silencie el rumor caótico del tráfico y la algarabia delas gentes y quede suspendido sobre ella y escuche cuando le pregunto: "Diana... donde estás"? Es en vano, todas las tarde es lo mismo, la veo en medio de la muchedumbre, la reconozco conduciendo un vehículo, la descubro trémulo abrazada a un hombre, me sorprende en la carcajada de otra, la de ella. En ocasiones tomo un café y observo por la vidriera los rostros, los abrigos,los ojos, las maneras de caminar, los gestos, como lo de ellas para disciplinar su pelo. No la veo pero la presiento. A veces me salta el corazón por un segundo al creer reconocerla en un rostro ajeno y al final descubrir que Diana, la mujer de mi vida se cansó de esperar y se fué como vino sin reproches y sin dejar huellas. Me tumbo en la cama, fijo mis ojos en el techo y repito lo que hago desde hace 9 meses: "Otro día sin ella." Antonio quien es la antítesis mía. Hombre de hogar, apegado a las tradiciones que asimiló de sus ancestros. Me aconsejó en repetidas ocasiones que formalizara mi relación con Diana, que ella y yo nos merecíamos una vida juntos, tener hijos y "pagar impuestos" y terminaba su diagnostico invencible con una carcajada porque intuía por mi mirada que no lo había escuchado. Asi fué, sí lo oí; pero no lo escuché. Como la vez que me dictó la sentencia terminal que hoy padezco: "cuando la pierdas, lo vas a lamentar."Que ironia, Diana pasó años esperando una señal mía para realizarnos como pareja.Hoy estoy destinado a pasar años esperando una señal de Diana para ser feliz.
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