La tripona
Publicado en Nov 24, 2012
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 —¡A mi papá se lo dijo cuando venga, tú vajavé, gran carajo! 
 —Tan bonita y tan grosera, lástima que se perdieron esos potes de leche —le dijo Cirilo desde una esquina. 
 —Qué potes de leche ni qué niño envuelto, piazo ‘e gafo. A mí me criaron fue con pura teta. 
      Se llamaba Berta, tenía catorce años y un genio del demonio. Su padre estaba preso desde hacía once años y ya a punto de salir. Había matado a un hombre a puñetazos porque, borracho en un bar, le tocó el culo. Berta iba a la escuela en las mañanas y por la tarde ayudaba a su mamá con los oficios de la casa y a repartir los bollitos y cachapitas de maíz jojoto, que los vecinos le compraban por encargo. Cirilo era un vividor que se había criado en el barrio, pero que al hacerse hombre, se dedicó a “chulear” a viejas con plata, por el este de la ciudad. Decían que vivía con una veterana actriz de televisión. De vez en cuando pasaba por la casa materna para, como él mismo decía, no perder sus raíces. 
 —¿Y entonces qué primita, cuándo te animas a echarte un baño y ponerte ropa limpia para dar un paseíto conmigo en mi nave? —dijo señalando con los labios en punta, al reluciente Galaxie 500, 1962, recién sacadito de la agencia. 
 —Mira, Cirilo, yo no soy prima tuya ná’. La mae tuya es mi madrina de confirmación y hasta ahí. Además tú tienes muy mala fama por aquí, y si me ven siquiera hablando contigo, mi buena cueriza que me dan. Así que ¡zapatea pa’ otro lao! 
 —Bueno, de todos modos, tú solamente eres una tripona —dijo como en “La zorra y las uvas”. 
 —¡Tripona será tu agüela, desgraciao! Siguió su camino a la mamá el producto de la venta de esa tarde;              
      Berta sabía lo que buscaba Cirilo con ella. A pesar de su juventud, conocía más de la vida que la mayoría de las muchachas de su edad. Un hermano de su padre, quien venía a casa con frecuencia, se había encargado de aleccionarla desde hacía unos dos años. Les traía a ella y a su madre, rutas, pollo y otros comestibles. También traía unas cervecitas y el último disco de moda, para “alegrarles un poco la vida”. Se quedaba todo el fin de semana y por las noches, se acercaba al cuarto de Berta para arroparla, como cuando estaba chiquita y darle un besito de buenas noches; solo que de un tiempo acá, se lo daba en la boca y mientras lo hacía, le acariciaba el cuerpo con sus huesudas y callosas manos. Al principio, Bertica lo dejaba hacer por pura inocencia, pero ya después empezó a gustarle que su tío la tanteara en lo oscuro de la pieza. No sabía por qué, pero entre semana extrañaba las buenas noches de Anselmo. Mentira, sí sabía, y al acostarse, ella misma sobaba sus muslos y vientre como lo hacía él, hasta que después de un rato se quedaba dormida, luego de un profundo suspiro y ahogando los gemidos y estremecimientos con la almohada. Un sábado en la tarde llegó Anselmo con una mala noticia para la madre de Berta. 
 —Tu marido se metió en un peo allá en la Modelo. Parece que hubo un motín o algo parecido y lo involucraron en la trifulca. Ahora le van a dar dos o tres años más, porque ique le dio unos carajazos a un guardia. 
     En su fuero interno, Berta se alegró, ya que si su padre hubiese salido de la cárcel, los escarceos de su tío Anselmo se pondrían más difíciles. Esa noche... 
 —Berta, Bertica, mi amor, hoy tú también deberías tocarme a mí un poquito —le decía en susurros el tío, mientras le llevaba la mano de ella hasta la bragueta abierta.. 
Anselmo se estaba cansando de desahogar las ansias de su piel con la mamá de Berta, al salir excitado del cuarto de la niña. Ahora quería avanzar un poco más con su sobrina, quien definía formas día tras día y se estaba poniendo más “sabrosita”. Además, esa noche su cuñada estaba más borracha que de costumbre y ya dormía.
  Cierta tarde, al día siguiente de su cumpleaños diecisiete, Berta paseaba por el barrio enseñándole a unas amigas el vestido y los zapatos que le había regalado su tío Anselmo, cuando apareció Cirilo haciendo alarde de su nuevo Thunderbird ‘65. 
 —Hola Tripona, ¡qué bonita estás hoy! 
 —Gracias don Cirilo, usté siempre tan caballerosiento. 
 —¡Guá! ¿y de cuándo a dónde tú tan simpática conmigo? 
 —Bueno, es que ya soy una mujer y la antipatía contigo, eran puras niñerías mías. ¿O es que no se me nota que soy una mujer? 
 —¡Sí... rilo me llaman!, claro que se te nota, Tripona. Por eso te digo que andas muy bonita. Al chulo se le alborotó la testosterona al mil por uno. No contaba con esa reacción de Berta, a quien le tenía ganas desde hacía años.  
—Esa nave me gusta más que la otra —dijo Berta con inusual coquetería. 
 —Ah, entonces, ¿en esta sí darías un paseíto conmigo? 
 —¡Sí... rilo te llaman! —dijo la muchacha riendo a mares y subiéndose al carro. 
 Tiempo después andaba “Bertica” por el barrio saludando a las amigas, cuando una de ellas le preguntó:  
—¿Y ese carajito, Berta? 
 —¡Guá!, este es Cirilo Anselmo, mi tripón. 
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Foto del autor Hctor Estrada Parada
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Descripción

El tpico drama social de nuestra hispanoamrica.

Palabras Clave: tripona hijo chulo

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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