Las Buenas Mujeres, captulo I.
Publicado en Nov 24, 2012
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Cali, la hermosa Cali, la que siempre tuvo el cabello rojo como el fuego, rizado, suave y brillante. Cali, la que se esforzaba por enorgullecer a todos. La que fuera una niña perfecta, y hoy es toda una mujer. Una vez más complaciendo a sus padres, ésta vez, frente al altar.
Nada de esto es como ella hubiese querido. Nada. Ni el marido, ni el vestido, ni siquiera la religión. Cali es la menor de dos hijas. Quien está por desposarla es Sebastián. Un buen hombre, pero ni más ni menos que eso. Jamás hubo pasión, si quiera amor. Ni amistad. A tal punto que ella está segura de que no lo conoce ni un poquito. Sólo le agradeció los dos años de flores en la puerta de su casa. Sólo se limitó a aceptar contraer nupcias bajo la presión de sus padres, luego de que éstos se enteraran del futuro prometedor de Sebastián en el mundo de las Ciencias Económicas. Cali no podría asegurar qué rol tenía Sebastián en la empresa llamada... Ambers Co. o  D’Ambers Company, o qué diablos, a ella siempre le dio igual. Si su prometido de todos modos trabajaba en una gris empresa, de esas que manejan masas inmensas de dinero y no se detienen a sentir el mundo que tienen a sus pies. 
El imponente y pesado vestido que lleva Cali es horrendamente antiguo. El olor a naftalina que desenvainó cuando lo sacaron de su caja, mientras a su madre se le llenaban los ojos de lágrimas, la mareó. Se enteró que era de su tatarabuela, la Tana, y que ‘por tradición’ como todo en su vida, ella debía usarlo. Esos encajes artesanales estaban de más. Ella no querría ni botones de perlas, ni broches de oro con esmeraldas, ni el corsé que no le dejaba respirar, ni las veinticuatro capas de tela que había sobre el miriñaque, ni la cola de seis metros de género francés elaborado con hilos de plata.
Tampoco quería casarse en una iglesia cristiana, pero su madre se hubiese infartado de enterarse que hace más de quince años, ella eligió ser budista.
Ésa no era la vida que había soñado, y todo estaba perdido. Los años de obediencia a fuerza de horribles castigos, habían obligado a Cali a deshacerse de su carácter rebelde y extrovertido.
La espantosa iglesia repleta de lúgubres gárgolas, ángeles, santos, y velas de muy mal gusto y con olor a entierro le revolvió el estómago. Antes de entrar habló entre sollozos con Fermina, su hermana.
- Fer,  sabes que esto no se parece en nada a lo que quiero.
- Lo sé, hermanita, y estás a tiempo de cambiar las cosas, nada es para siempre. Pero piénsalo, mira a mamá y a papá. Ellos tampoco quisieron casarse, y lo hicieron porque yo venía al mundo... Y aún están juntos, y las cosas no están tan mal entre ellos, ¿Verdad? Ya deja de sollozar, que vas a manchar el vestido... Y supone que yo tengo que usarlo también algún día, ¿No? –Hizo un ademán de ahorcarse con las manos, ambas rieron y Cali tomó su ramo-.
- ¿Vas a estar conmigo siempre, hermana?
- Ni me lo vuelvas a preguntar. ¡Te amo!
Cerraron la charla con un abrazo y se pararon frente a las puertas de la antigua iglesia.
Ella caminó hacia el altar amarrada a su padre. Lo amaba. Él la había protegido, aunque a veces pensaba que también le había cortado las alas. Todo lo que habría querido ser... Todo se había perdido en la Medicina. ¿Dónde guardaba a la artista que de un lápiz y una servilleta creaba magia y maravillas? Aún lo hacía, cada tanto, claro, cuando no estaba atendiendo a algún anciano afiebrado, o trayendo un niño al mundo, o algo por el estilo.
Y ahí está ella. Camina mientras piensa cómo huir sin que sus padres se avergüencen, sigue caminando y piensa que no hay escapatoria, que su vida siempre será igual de deprimente y aburrida siempre. Camina hasta llegar.
Sebastián ni la ha mirado. Siquiera se molestó en girar su cuerpo hacia ella, que lucía bellísima a pesar de la angustia. Tampoco se molestó en escribir sus votos. Se limitaron a que el Padre recitara de memoria ese verso que termina en un “Que hable ahora o calle para siempre”. Cali pensó, que para desgracia de ella, nadie había hablado. Todo se detuvo en su mente, pero al volver a la realidad ella tenía un anillo dorado en su mano.
Vio llorar a sus padres y a su hermana, vio a su profesora de francés con una inmensa sonrisa. No encontró el rostro de su única amiga. Y buscó con la mirada. ¿Dónde se había metido Anna? Cuando la encontró casi ni la reconoció. Ella, siempre tan vivaz y sonriente, miraba el piso de brazos cruzados. Ella más que nadie, sabía que Cali no se sentía feliz en lo más mínimo.
 
 
[Continuará...]
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Foto del autor Membrilla Rose Schneewittchn
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Descripción

"Las Buenas Mujeres (Captulo I)" Relata la historia de Cali, mujer que ha cedido las alegras de su vida por complacer a los demas, y quien acaba de cometer un terrible error.

Palabras Clave: Cali Las Buenas Mujeres Parte I Boda Casamiento Sebastin Frustracin

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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