El rezagado
Publicado en Nov 25, 2012
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            Vio a los lejos a los extraños descender por un camino de la colina y, fingiendo que desyerbaba unos cultivos fue buscando salir del ángulo de visión de ellos. Cuando estuvo seguro que no lo veían se ocultó entre unos arbustos, de deslizó por un declive y usando una ruta diferente, la de emergencias, se enrumbó hacia su casa.
            Ese era el plan que había diseñado previendo una situación como esa.  No había visto a nadie más en años; a los últimos se los topó lejos de allí, en una de sus exploraciones con el objeto primordial de obtener noticias frescas. Lo que vio en aquella ocasión le dijo que no debía guardar esperanzas. Lo mejor era ocultarse para siempre, ser muy precavido y olvidar.
            La ruta de que lo conducía a su refugio, le daba oportunidad en dos puntos de vigilar a los recién llegados. En el primero, sintió la seguridad de que no lo habían visto, sin embargo, ellos siguieron avanzando. Pero no parecían estar explorando, solo caminaban, como quien da un paseo. Sí, eso mostraba la tranquilidad de su marcha. Esto lo preocupó más que si su actitud hubiera sido otra. Uno de ellos incluso arrancó una brizna de hierba y se la llevó a su boca como señal de su total relajamiento.
            Se estremeció, un par de cientos de metros más y los visitantes encontrarían los primeros sembradíos de su huerta, que aunque no estaban muy desarrollados, eran evidencia obvia de su presencia.
            Avanzó un trecho más. La huerta se extendía lo bastante como para brindarle los alimentos necesarios. Justo después del maíz, disimulados entre unas plantas de flores y unos arbustos, se ocultaban el pequeño gallinero. Las gallinas y sus polluelos no tenían por qué disimular su propia existencia.
            Empezó a angustiarse. Ya no dudaba de una confrontación.
            En el siguiente punto de vigilancia, miró como aquellos individuos pasaron entre las plantas cultivadas sin prestarles atención. Supuso que así lo iban a hacer y que  empezarían a hablar y mirar alrededor con suspicacia y codicia y que se pondrían a buscar a los granjeros.
            Se deslizó un último trecho y luego se lanzó por un agujero disimulado que hacía como salida, o entrada, de emergencia de su refugio. Corrió hacia la entrada principal, otro agujero, mientras aferraba el rifle que allí tenía ubicado.
            Mientras vigilaba a los invasores con la mira telescópica,  de golpe su cabeza se llenó de recuerdos.
            Fue un proceso gradual que pasó desapercibido para la mayoría, sobre todo las primeras señales que se manifestaron con lentitud, para la humanidad, durante años o decenios. Luego vinieron eventos más extraordinarios, pero todavía disimulables dentro de la normalidad de la naturaleza, tales como tormentas inusitadas, erupciones volcánicas, terremotos, etc.  Además, un sentimiento colectivo y creciente de que el tiempo pasaba más rápido aunque el correr de las horas y los días fuese el mismo.
            Mientras las potencias económicas discutían si la industria mundial y la acción de hombre en realidad afectaba o no el ambiente, éste colapsó. El clima varió de forma súbita y drástica, y los ecosistemas fueron arrasados. Los fenómenos meteorológicos se desencadenaron barriendo con lo todo lo que tenían a su alcance.
            La vida continuó su lucha por adaptarse a los cambios y reorganizarse bajo una nueva dirección evolutiva y si le hubieran dado una tregua de unas pocas décadas, quizás lo hubiera logrado.
            Los que vivían más apegados a la tierra, a la naturaleza, fueron los testigos directos de aquella zozobra. Los que miraban desde la distancia y practicaban la explotación remota e indiscriminada, se apoyaban en los argumentos de otros que los acuerpaban con argumentos científicos fundamentados en el ego y el estatus.
            “El clima se ha vuelto loco”. Recordó que eso se decía en las calles. “El fenómeno de El Niño, esto… el fenómeno de La Niña, aquello…
            Huracanes, ciclones y tifones ahogaban un parte del mundo, mientras la otra sufría de sequías. Luego a la inversa.
            Temporales, que no lo eran tanto, no duraban un poco, se extendían por meses. Frentes fríos que asolaban los trópicos, llegando a emblanquecer las cumbres de los montes más altos en aquellas -tiempo atrás- cálidas regiones, mientras los polos se resquebrajaban y los glaciares rodaban de las cordilleras hacia los fértiles valles.
            Se dieron migraciones masivas de animales, en su mayoría aves que eran las más abundantes, solo para extraviarse mar adentro. Los habitantes de las poblaciones,  en una guerra abierta, confrontaban las especies que buscaban refugio.
            Las epidemias se desataron con voracidad por el combustible, que era la vida humana. Las enfermedades mutaban con velocidad asombrosa. Las viejas plagas dejadas en el olvido, regresaron renovadas y contundentes.
            Sus recuerdos fueron muy profundos o los recién llegados se había movido muy rápido. Los tenía a unos cuantos metros de la entrada bien disimulada de su madriguera, habían subido el suave declive desde la huerta sin prestar atención a las gallinas y avanzaron como si conocieran muy bien el camino hasta su refugio.
            Los tenía al alcance de su rifle.
            Se detuvieron y miraron en su dirección como si lo miraran a los ojos, pero no era posible.
            La siguiente catástrofe fue la caída del meteoro.
            Sí, el tan profetizado choque de un cuerpo celeste contra la Tierra se dio y sin previo aviso. Los vigías lo habían detectado y siguieron con mucho cuidado su trayectoria. El alivio era la enorme distancia, en escala astronómica, que lo separaba del planeta. Pero se dio un efecto aleatorio que involucró la fluctuación gravitacional de un acercamiento hasta ese momento invisible, algo de tormenta solar y ocurrió el ligero desvío para poner al asteroide en camino a la Tierra. El impacto fue colosal, era la primera vez que la humanidad podía documentar con amplitud una catástrofe de esta índole, pero no tanto como siempre se había especulado. Sin embargo; la calamidad fue grave.
            Impactó de plano en el hemisferio norte del océano Atlántico. No era grande de tamaño, pero levantó marejadas lo bastante poderosas que barrieron con las costas de Norteamérica, Europa y cubriendo la mayoría de las islas de ese océano. Produjo una enorme nube de vapor que recorrió el hemisferio norte. Mas lo peor, fue que activó toda la red sísmica y volcánica del planeta, que se vio resquebrajado a lo largo y ancho por terremotos y erupciones violentísimas.
            Desde mucho antes la economía global había sucumbido y la conmoción civil ante la pérdida de millones de vidas y la falta de recursos, hizo que muchos gobiernos desistieran y empezara a reinar el caos y la anarquía. Los grupos humanos se organizaron en hordas que buscaban alimentos y agua, y se desplazaban según las noticias que tuvieran de boca en boca o por los escasos medios de comunicación.
            Los países, como las antiguas potencias, que salieron mejor librados de estos embates se organizaron en ciudades estado con alguna concentración de fuerzas armadas que se dedicaban a proteger los que les quedaba de recursos de supervivencia.
            Sin embargo; muchas armas y laboratorios secretos quedaron sin protección y en las guerras locales se hicieron uso de ellos. El uso de armas nucleares no fue tan generalizado según el potencial de cada nación, pero sí se cumplió aquel miedo y algunas fueron lanzadas. No hubo un alcance intercontinental, pero fueron detonadas varias, no se registraron cuantas (ya a nadie le interesaban las estadísticas).
            De los temores, sobre cataclismos que padecía la humanidad moderna, el de la inteligencia artificial que se rebelaba se vio cumplida de sobra con la plaga gris. No se supo con exactitud cómo empezó, si hubo una fuga o fue usada como arma en uno de los ataques internos, pero cierta generación de nanobots empezó a disolver todo a su paso desde el sureste de Norteamérica. Lo único que contuvo su velocidad exponencial fueron los códigos de seguridad implantados desde su fase de diseño, los nanobots mutaron a una variedad que gustaba del frío y emigraron hacia las regiones heladas que pudieron encontrar.
            Él estaba informado de todo esto por las noticias que traían los movimientos migratorios que venían del norte.
            Sin medios de comunicación, había pocas noticias habían de una región a otra. Pero los rumores, tienen una energía muy particular que los hace capaces de propagarse a grandes distancias. Las suposiciones de cada quien, como siempre, eran que el “otro lado” por alguna razón se había salvado de las catástrofes y que la cosas iban mejor por allí. Así grupos organizados del norte -a veces de unos cuantos, a veces de miles- iniciaron migraciones hacia el sur, hacia la Amazonia que fue señalado como un nuevo Edén. Lo mismo con Europa que buscó África. El sur industrializado de Asia, buscó las estepas del norte. A su vez, multitudes de los países subdesarrollados buscaron, como siempre lo habían hecho, el norte con aquel sueño de un poderío del pasado que los había ayudado, en apariencia, a sobrevivir.
            Por esta razón, grupos de gentes se movilizaban del sur hacia el norte y viceversa a lo largo del continente. El istmo centroamericano fue el lugar donde se hizo más notorio, pues ambos flujos de gentes se topaban y trataban de convencer al otro del error. Él fue testigo de pequeñas batallas donde los emigrantes, a veces armados como pequeños ejércitos, lucharon para apoderarse de los bienes de otros grupos de viajeros o de saquear las ciudades y pueblos que encontraban en su marcha.
            Dichos movimientos fueron mermando con el paso del tiempo, hasta que se volvieron esporádicos y muy pequeños. Por eso su actitud defensiva ante aquellos recién llegados, que para su desconcierto seguían de pie mirando hacia su refugio. Él había permanecido tranquilo pero atento, sin delatarse y sin mostrar tensión.
            Fue alguien de uno de aquellos últimos grupos quien vino con el más sorprendente de los acontecimientos, respaldado por un coro de testigos a su alrededor.
            El contacto fue en algún desierto mejicano, cuando el grupo era más numeroso, un año atrás. Las luces en el cielo eran tan frecuentes como su variedad, por lo que al principio creyeron que se trataban de restos del meteorito o aviones militares o civiles en un esfuerzo inútil por llegar a algún lugar seguro. Las noches eran ahora tan oscuras como a principios del siglo veinte y el cielo se había vuelto un espectáculo extraño. Los astros no parecían estar donde siempre habían estado. Había mucha lluvia de estrellas y la luna se mostraba rojiza. Incluso era posible observar auroras boreales muy al sur. Pero todo eso, a pesar de su rareza, estos fenómenos tenían mucho de natural. Lo que vieron en aquella zona en particular, no.
            Decenas de objetos brillantes empezaron a mostrase a cualquier hora del día o por las noches. Se veían en cualquier dirección y se movían en patrones regulares. El cielo nocturno era el más generoso en estos avistamientos, pero siempre se mantenían en lo alto. Se desplazaban veloces por todas partes y eran muy variados en sus formas. Se desconocía su origen e intenciones. Al principio, la esperanza era que se tratara de ayuda proveniente de algún país sobreviviente, pero no había constancia de comunicaciones o contacto directo con lo que pudiera quedar de las autoridades.
            Luego vino la histeria. El rumor que más se difundió, como era de esperarse, es que se trataba de invasores extraterrestres. Con todo lo ocurrido al planeta y a la humanidad entera, esto podría ser el cierre ideal para afirmar que se habían cumplido los temores albergados desde un principio. Fueran o no invasores del exterior, los extenuados sobrevivientes, estuvieran en el rincón que fuera, no querían saber nada al respecto.
            El miedo fue superior a cualquier curiosidad. Muy bien lo había inculcado años tras años de cultura popular. El contacto con la vida inteligente proveniente del espacio sólo podía significar el fin de la humanidad. Si venían a destruirnos, no sería raro que tuvieran que ver con la caída del meteorito, porque codiciaban nuestra paneta, por nuestra agua y resto de los recursos o, sólo porque sí. Ahora, sin gobiernos y ejércitos organizados, la mesa estaba servida para que dispusieran a placer.
            Esas fueron las noticias que transportaban consigo todos los emigrantes, sin que nadie pudiera asegurar que se hubiera dado un contacto oficial con cualquiera que hubiese asumido la representación del planeta.
            Todo eso había sido muchos años atrás. Cayó en cuenta que aquellos recién llegados eran las primeros que veía en casi veinte años. Tanto tiempo viviendo en soledad, repasando sus recuerdos, quizás lo habían llevado a actuar mal.
            Mucho más tranquilo empezó a incorporarse, aunque no quiso soltar el rifle.
            Quizás ya todo aquel largo final del mundo se había acabado e iniciaba una nueva etapa para la humanidad.
            Mientras buscaba la puerta recogió una botella con agua.
            Al salir, fue como si el sol del ocaso le diera en la cara. Ellos quedaron a contraluz por lo que no pudo distinguir sus rostros. Supuso que le sonreían. Les invitó a acercarse y sentarse en unos improvisados asientos: rocas y troncos.
            No podía obviar la turbación, mezcla del temor y muchas interrogantes.
            Uno de aquellos empezó a hablar y fueron turnándose, casi sin que mediaran pausas.
            —Te hemos buscado desde hace mucho —dijo el primero—. Nos ha costado encontrarte. Todo y todos esperan por vos.
            —¿Cuándo fue tu última comida?
            —¿Tu última enfermedad?
            —¿La última vez que dormiste?
            —¿Hace cuánto no observás las estrellas?
            “¿Por qué esas preguntas tan absurdas? Se dijo. “¿Acaso era la obvia evaluación médica por tratarse de una partida de rescate?” Pero fue respondiéndose las preguntas. Tenía una huerta y unas gallinas pero no recordaba cuando tomó su último alimento, la verdad desde hace mucho tiempo el hambre dejó de ser un problema para él. No sabía cuándo fue la última vez que sintió un malestar, la mínima sensación de debilidad. Trabajaba día y no… ¿Noche? ¿Hace cuánto no veía un anochecer o las estrellas?
            —¿Por qué trajiste una botella vacía?
            —¿Por qué cargás un rifle oxidado?
            Levantó la botella. Estaba seguro de haberla llenado con agua para ofrecerles un trago. Pero, estaba vacía. Y en rifle con que les había apuntado desde su escondite, no sólo estaba oxidado sino que carecía de gatillo y culata, y la mira estaba destrozada.
            —Todo acabó.
            Por alguna razón, durante años, ¿pocos, muchos?, quizás un milenio, no se había dado cuenta de algo muy importante. Ese tiempo lo pasó luchando por sobrevivir, esconderse, siempre sigiloso para quizás permanecer como uno de los últimos. Las palabras de aquellos recién llegados le hicieron reaccionar, captando de golpe lo que ahora podía llamarse la realidad.
            —Sí, eras el último.
            Y la tierra a su pies y todo a su alrededor se volvió un mar de vidrio.
           
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Descripción

El ltimo habitante de la Tierra ignora que el humanidad ya lleg a su final.

Palabras Clave: Final Humanidad Ultimo hombre Tierra Ciencia Ficcion

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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Angel Vallarta

Leerte, estimado W. A. Flores, ha sido un gusto. Me recuerdas, por el estilo a Federico Andahazi, porque uno se enriquece de conocimiento y de vocabulario. Da gusto leer a quien se nota que ha leído y por tanto sabe vaciarse en ideas y conceptos. Un saludo.
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November 25, 2012
 

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busy