Nuestro encuentro
Publicado en Nov 25, 2012
El reloj daba las tres en punto. Comenzaba a impacientarme, estaba a punto de ponerme los audífonos cuando lo veo venir, la gente desapareció a mí alrededor, ya no había más personas en aquella estación de metro más que nosotros dos. Su pelo caía sobre su frente tan ligero y hermoso, sus ojos eran completamente hermosos, mejor que en las fotos, y su sonrisa, su sonrisa me deslumbró. No podía creer que estuviera con él, yo un tipo no muy agraciado, aunque puede ser que solo sea yo quien piense eso, pues él me había dicho anteriormente que era lindo. Lo saludé dándole la mano, la mía estaba un tanto sudorosa por los nervios, la de él emanaba calor e inseguridad. Abrió so boca y al momento de decir “hola”, mi mente desvaneció cada mal recuerdo que haya tenido, sustituyéndolo por el sonido incomparable de su voz grave y un tanto aguda a la vez. Nos encaminamos a la escalera de unos diez peldaños máximo, que daba a un corredor y este a su vez daba a otra escalera donde en lo alto se podía ver la luz del día. En el trayecto le pregunté dos o tres cosas, las preguntas de rutina protocolares que se usan siempre: un ¿Cómo estás? Y un ¿Qué has hecho? Son algunas de ellas. Al salir de la estación “Universidad Católica”, seguimos conversando acerca de la vida, aunque sentía que se me agotaban las palabras con él. Al llegar al cerro santa lucía me maravillé al verlo, puesto nunca había estado más de un minuto contemplándolo, y ahora que lo tenía en frente, quedé boquiabierto.
- Siempre había querido visitar el cerro Santa Lucía- dije en tono de felicidad. - ¿no habías venido nunca?- pregunto extrañado, pero sin mirarme a los ojos. - No, en realidad había estado por este lugar antes pero jamás tan cerca del cerro. - No es la gran cosa- dijo con voz desinteresada- paso todos los días por aquí. - ¿sí? - Si. En este lugar transita mucha gente y las gitanas son el pan de cada día. Miré delante de mí, dos gitanas con faldas largas y poleras desteñidas esperaban a los transeúntes para poner en práctica el llamado “cuento del tío”. La más rechoncha de las dos se me acercó a pedirme una dirección y yo respondí que no sabía pues no conocía este lugar y menos la calle que ella me solicitaba. - Por tu buena voluntad te leeré la mano, paisano- dijo la gitana haciendo uso de su penetrante voz para engatusar mi mente inocente. Me detuve como un estúpido a hablar con la mujer que a plena vista parecía estar embarazada. Mi hermoso acompañante miraba como la gitana efectuaba conmigo, lo que parecía ser una verdadera lectura quiromántica. No me demoré mucho en captar que lo que estaba haciendo era solo una falsa imitación. Por otro lado la segunda mujer se le acercó a mi bello compañero para hacer exactamente lo mismo que la primera estaba haciendo conmigo. Las gitanas se observaban mutuamente y de vez en cuando intercambiaban palabras en Romané, no sé exactamente lo que se decían, puesto que no se hablar en ese idioma, pero intuía que podrían estar hablando de lo tontos que fuimos. La gitana me pidió una hoja de cuaderno para envolver unas “semillas” para la buena fortuna y aprovechó de inspeccionar mi mochila con solo miradas. Le pasé una hoja (quería ver hasta qué punto podía llegar para intentar sacarme algo) la mujer arrugó la hoja haciendo alusión a que había guardado aquellas semillas mágicas dentro, me la entregó y me dijo que cerrara los ojos y pidiera un deseo con la mano aferrando la bola de papel. Yo lo hice (a ratos pensaba: está loca si piensa que caeré, y luego pensaba ¿y si fuera verdad?) fue ahí cuando mi deseo resonó en mis pensamientos, lo que quería mas allá que cualquier posesión material era que resultara todo bien con mi guapo conocido y que al fin pudiera encontrar el amor. La rechoncha mujer se acercó a mí y me preguntó cuál había sido mi deseo y yo sin pensarlo dos veces le dije: encontrar el amor, omití cualquier comentario que involucrara a aquel muchacho que me acompañaba, sabía que no debía confiar en ella, sacó de mi mano el papel vacío y lo metió en mi bolso nuevamente. Luego me hizo saber que ella sabía que yo traía dinero (efectivamente traía $32.000 en una chauchera de cuerina negra que mi madre me había regalado, la había guardado en el bolsillo de afuera del bolso, pero al tener el bolso abierto, aquel bolsillo se volvió prácticamente invisible, ya que quedó escondido entre la parte de atrás del mismo y mi cuerpo, ahora la parte de adelante no llevaba nada más que mis cuadernos y una receta) luego de esto me mostró su morral diciendo que ella no necesitaba dinero puesto que ya tenía (si, como no) y que si podía sacar lo que tuviera de dinero en ese momento para hacer un encantamiento o algo parecido, yo muy inteligente saqué del bolsillo derecho de mi pantalón $40 que equivalen a nada, la mujer me preguntó si andaba con más y yo le respondí un rotundo no. Ahí bajo su revolución y comenzó a hablar de otras cosas mientras veía como su hermana timaba a mi pobre acompañante. Me dejó esperando un buen rato a que mi maravilloso muchacho se desocupara, me pidió que no lo mirara (reflexionando, debía haberlo hecho) solo unas cuantas miradas le dediqué para observar su sonrisa, que hermoso templo de felicidad contenía aquel rostro celestial. Al terminar, el joven apuesto se retiró junto conmigo sin mirar hacia atrás. Te quiero pedir disculpas, creo que nos demoramos mucho en esto- dije avergonzado. - No importa- sonrió- ¿Qué fue lo que te dijo? Que encontraría el amor, que iba a tener fortuna, cosas así. ¿Y a ti? - Bueno… De pronto una voz se asomó en nuestra conversación. - Oigan chiquillos, como pueden estar hablando con esa gente, ¿no saben acaso, que lo único que hacen es engañar? Quedé totalmente helado. La mujer que nos hablaba era de experiencia, 45-50 años más no tenía y su compañera a simple vista bordeaba los 30 y tantos. - Si, chiquillos- dijo la segunda mujer- tengan cuidado, nosotras estábamos esperando a que se fueran para que ustedes pudieran salir de ahí. A esas alturas, mi bello muchacho estaba muy callado, había quedado mudo. Yo comencé a intuir el porqué. - ¿les quitaron algo?-dijo la mujer de 40 y tantos. - No, a mí no por lo menos- dije, con voz segura- ¿y a ti? - No a mí tampoco- dijo el joven, su voz sonaba algo inestable. - Tengan cuidado para la otra, chiquillos, que esta gente no es de los trigos limpios. Ahí mi acompañante logró sacar la voz. - A mí me quitaron la cadena de oro. Mi rostro comenzó a decaer y mi corazón inició un palpitar veloz. Habían comenzado los problemas. - ¿Cómo?- se apresuró la segunda mujer. - Bueno, dijo algo de que iba a hacer un “abracadabra” para que me fuera bien y se me cumpliera el deseo, pero para eso le tenía que entregar algo de valor, y yo me saqué la cadena y la deje en sus manos. Mi rostro se volvió a su estado natural, pero por dentro quería morir. ”Trágame tierra”. - Deben ir a hacer la denuncia de inmediato- dijo la primera mujer- miren, ahí hay un móvil de carabineros, vayan, no se queden con los brazos cruzados. En la siguiente hora transcurrida, nos dedicamos a hacer la denuncia y “patrullar” por el lugar con un carabinero. El joven estaba muy callado, cuando lo miraba sentía que realmente estaba afectado, tal vez diciendo ¡que bobo fui! No dijo nada hasta que terminamos de buscar, sin éxito, a las malditas gitanas. No dirigimos en dirección al metro. Le pregunté si estaba dispuesto a seguir con esta “cita”, me respondió un sí un tanto dudoso, le di a entender que podríamos dejarlo para otro día, que esta experiencia había matado un poco el ambiente. Dudó en decir que no, que siguiéramos, pero al decirlo, sabía en mi interior que no sería lo mismo. Nos dirigimos en dirección a la plaza san Borja; que majestuoso lugar, lleno de arboles, césped, una infinidad de parejas tanto hétero como homosexuales (incluyendo a lesbianas) era el paraíso para gente como nosotros, al menos eso pensé yo. Lo que nos quedó de tiempo lo pasamos conversando, aunque él seguía con la mirada perdida y un tanto callado, pero le logré sacar varias sonrisas (¿les dije que me encanta su sonrisa? Creo que mil veces). El reloj marcó las 17:30, el debía partir. Lo acompañé hasta el microbús, volví a estrechar su mano, ahora con ganas de no soltarla, y al hacerlo vi como sus pasos se alejaban de mí y recorrían el camino hasta estar dentro del transporte. Lo seguí observando hasta que posó sus ojos en mí, y con mi mano derecha le dije adiós, mientras él me dedicaba una sonrisa. La vuelta a casa fue angustiosa, me quedé solo con la imagen desconcertante de su rostro al saber que había sido engañado, y también con el recuerdo de una cita que no se concluyó del todo bien. Una lágrima cayó por mi rostro sin previo aviso, y los sollozos formaron parte del sentimiento de culpa, rabia e impotencia. Este día debía haber sido perfecto, pues era nuestro primer encuentro (analizando todos los sucesos tal vez exageré mucho al ponerme a llorar y quedarme solo con lo malo de ese día, en vez de rescatar su voz, su rostro, su mirada.) la angustia se apoderó de mí y no pude hacer nada, no paré de sollozar hasta que se conectó a Messenger. Hablamos durante horas, hasta que el texto que leí a continuación fue una luz: "Espero volver a vernos"
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Catriona Endriz