Con la vida a cuestas - al final del camino (1era parte)
Publicado en Nov 25, 2012
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"Contemplaré el mágico resplandor en las fronteras del universo y podré encontrar el significado de las cuestiones filosóficas que viven en lo más profundo de mi ser, inquieto en busca de la esencia de la vida misma y la supremacía universal" 
 
                                                                                                          El autor 
 
 
 
 
 

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                                          I PARTE - LA AURORA DEL OCASO

 
___ Es muy triste pensar que nos hemos quedado solos  en la vida.  Después de tanto tiempo, de tener unos hijos y verlos crecer, ahora terminamos  en la más completa soledad y abandono. No le parece que habemos personas que no valemos nada a los ojos de Dios, nos ha olvidado por completo y parece no importarle nuestras vidas, comentó don Gerundio.  Tenemos años  de andar vagando por las calles de esta ciudad buscando subsistir y aunque no nos hemos muerto de hambre pues ha faltado poco para hacerlo.
¿Y que hemos conseguido? nada bueno.  Ahora estamos enfermos y sin nadie que nos ampare y se preocupe por nosotros.  Qué habrán hecho nuestros padres para que el destino nos cobre de esta manera  ¡Ay  que vida! , si a esta miseria  se le puede llamar vida, agregó.
___ Ya no te quejes mas Gerundio, Le  dijo Matilde, su esposa.  Mira  que ya no tenemos ni alientos pa´caminar  y usted ahí matando cabeza para completar el dia.                            
___Pero mujer, como quieres que no me queje si la vida ha sido desagradecida con  nosotros.  Mira,  ya el sol se está ocultando  y apenas si hemos probado bocado  en el día.  Las tripas nos gruñen  y  carcomen el estomago, pero que podemos hacer, sobarnos la panza  ya que no hay na’ que comer. Ya hasta los vecinos se cansaron de ayudarnos y nosotros nada que despegamos aguja, ya hasta se nos perdió en medio de este pajar de la vida. No tenemos la misma fuerza que en la juventud  y las esperanzas han quedado marchitas; ahora solo somos un par de viejos  enfermos  esperando que se haga la voluntad de Dios para irnos de este mundo.

Recuerdas cuando  solíamos sentarnos a charlar por las tardecitas en la orilla del barranco, allá en nuestra finca; fueron  tiempos de paz y prosperidad, nada nos hacía falta; pero ahora, desechados por la sociedad, sumidos  en la mas completa miseria,  y  para completar, solos y enfermos.  ¿no le parece motivo suficiente para renegar?, le dijo ahora don Gerundio.

Aunque Matilde permanecía callada, escuchaba con atención los comentarios de su esposo; su mirada apagada se perdía allá en lo lejos y de vez en cuando tenía que respirar  profundo porque se le acababa el aire en los pulmones. Ella vestía igual que don Gerundio,  con trapos viejos, rotos y andrajosos, pero como siempre bien peinados, con la particularidad que siempre los caracteriza. Sus miradas tristes se compaginaban en  un cuadro de abandono  que se acomodaba perfectamente  con sus rostros viejos, arrugados y pálidos; sus cabellos ya cubiertos de canas,  por los años  y las preocupaciones en los tiempos vividos.
Don Gerundio Gonzales, de tez morena, ojos grandes y mediana estatura  solía ser quien  guardaba mayormente la esperanza se superar la miseria  en que vivían  y volver al campo  en donde crecieron; pero esta vez la esperanza  ya estaba quedando atrás, marchitas las ilusiones día a día. Pasaron los años, los sorprendió la vejez  y las enfermedades  antes de ver realizado su sueños.
 
___ ¿Qué habrá sido de Concepción , nuestra hija. Hace ya varios años que no sabemos de ella, si estará viva o como le habrá ido, si nos pensará de vez en cuando o ya se olvido de nosotros?  dijo Matilde.
___ Estuvo bien que se hubiera ido con esos señores, a nuestro lado  no le esperaba ningún futuro, a lo mejor y algún personaje de esos que andan en la calle le hubiera hecho alguna maldad  y la desviara a los vicios y las porquerías esas que ellos meten.
___ Pero lo dices como si no te importara, le reclamó su esposa.
___ Pero claro que si me importa, replico don Gerundio, ella es  nuestra única hija mujer, yo también la extraño  y quisiera volver  a verla antes de morirnos, pero no se si Dios nos haga el milagrito porque como nos tiene abandonados  desde hace tanto tiempo.
Una fresca brisa los envolvió, eran ya entradas las seis de la tarde, y el día empezaba a oscurecerse
___ Abríguese bien, no  vaya y sea que se engarrote del frió, le dijo don Gerundio a su esposa. Todavía es muy temprano,  esperemos un poco  haber si alguien  nos regala un poco de comer. Hoy no tengo ganas  de irme a meter en ese cucurucho donde vivimos.
___ Y pensar que no hemos conseguido la plata para  pagarle a doña Clemencia lo del arriendo  de este mes. Seguro que está como una fiera y nos vuelva a amenazar  con echarnos a la calle  a dormir como los perros, se lamentó Matilde.
___ Y acaso como cree que dormimos  en ese rancho, no será como unos reyes, o le parece  muy bueno dormir  encima de esas tablas peladas que al otro día le amanece a uno doliendo todo el espinazo, replico don Gerundio. Estamos mas cómodos  aquí sentados  en este parquecito  viendo pasar la gente, que allá encerrados  como en una ratonera.    
 ___ Mijo me siento muy débil, ya no tengo fuerzas ni para hablar. Porque no va y mira a ver si alguien le regala una monedita para comprarnos algo, aunque sea un panelita  pa´ este frió, le pidió Matilde a su esposo.
___ Y por que no me acompaña y vamos juntos, le dijo don Gerundio.
___ Ya le dije que no tengo ni un aliento, y además me quiere dar como mareó  y ganas de vomitar, le dijo ahora Matilde.
 ___ ¿Y que vas a vomitar?  si solo nos comimos un pan esta mañana, le dijo Don Gerundio. Eso ha de ser esa maldita anemia que la tiene fregada, agregó.
Y enseguida se puso en pie  y sacó  de entre el costal un cuaderno ya viejo  y un tanto sucio, su esposa lo miró y le preguntó.
___ ¿Y usted  para que se trajo el cuaderno  de mi niña concepción? usted sabe que es el único recuerdo que tenemos  de ella, y que tal que nos llegue a llover, se nos moje y se nos dañe, y ahí sí de donde vamos a sacar otro.
___ Pues precisamente por eso es que lo traje, porque es el único recuerdo de ella, y además para sentirnos acompañados ya que estamos tan solos, le dijo don Gerundio. El cuaderno está más seguro con nosotros  que dejandolo allá en el rancho, porque la vieja Clemencia es capaz que lo coje para  prender candela, y hasta ahí nos queda el recuerdo, agregó.
___ Bueno pase haber ese cuaderno y vaya  a ver  que puede conseguir. Ya que hoy nos fue tan mal  espero que ahora no nos vaya peor, le dijo su esposa.
___ ¿Pero que puede ser peor  que esta miseria  en la que estamos?,  comentó don Gerundio.
___ Pues como al caído hay que caerle, somos tan de malas  que nos  cae  un aguacero  así de sorpresa  y por aquí donde  nos vamos a escampar, le dijo Matilde.
___ Bueno, bueno, voy a ver que puedo  conseguir y regreso en un rato, dijo finalmente don Gerundio.

 Matilde se quedo sola, sentada sobre la silla de aquel parquecito  y echándole un hojeada al cuaderno de Concepción, su hija. Se extendió sobre el costado de la silla  y se arropò para que el frió no le provocara un ataque de tos, de esos que a ella le sabian dar.  Se puso a recordar viejos tiempos, cuando era joven y corría  por entre el potrero saltando los matorrales  tras un becerro arisco que no se dejaba coger  para el encierro, y còmo al otro día por la mañana ordeñaban la vaca  y sacaban la leche para venderla en el pueblo; ahh, que deliciosa es esa leche calientica que sale de la ubre de la vaca  y se vuelve espumosita  al caer el chorro dentro del balde.  Recordó también una ocasión que salieron   de cacería  a la sabana junto  con sus hermanos  y dos perros buenos, de esos berracos  que huelen  la senda del animal y saben que tan lejos està. Recuerda que salieron  en esa de las 6:00 con la caída del sol;  con los perros, la escopeta, un machete con su funda a la  cintura,  unos tiros, una pala  y un fiambre por si les atacaba mucho el  hambre.
 Era  noche  de mengüante y la luna salía  temprano de manera que podía  verse con claridad a los alrededores por donde caminaba. Ellos iban contando historias  de espantos, de pronto en un instante cualquiera  salieron  corriendo los perros  en la misma dirección.

 ___ Quietos, quietos  que parece que los perros ya encontraron algo, dijo uno de sus hermanos.
 Ellos eran cinco hermanos en total, pero ese día de la cacería solo habían ido dos  de ellos,  los demás estaban  en la casa. De pronto se habían ido al rió  a pescar por si ellos no lográbamos cazar algún bicho, pensó en ese entonces Matilde.
Y luego los perros  ladraron en una misma parte, después de haber corrido un buen rato por entre los matorrales  persiguiendo el animal.
 ___ Vamos rápido que ya lo encuevaron, no vaya y sea que se nos vuele, dijo  otro de sus hermanos.
 


Cuando llegaron al lugar donde estaban los perros, ellos estaban ladrando y escarbando  a la entrada de una cueva.  Mandú, el perro  mas grande,  era el que parecía estar mas interesado  en sacar el animal  porque metía  el hocico y ladraba  fuerte y desesperado porque no podía cogerlo. Trataron de halarlo entre dos de sus hermanos para que  se retirara  de la cueva  y los dejara  a ellos sacar  el animal  que a juzgar  por  la forma del hueco  era   razonable que se trataba de un  espuelon , una clase  de armadillo  gigante que suele habitar  en la sabana.
 
___ Hay que tapar la salida  de la cueva para que no se nos escape, dijo Matilde.
___ Pues vaya búsquela y métale  un trozo de palo, le dijo uno de sus hermanos.
 
Ella  buscò a  varios metros a la  redonda pero no podía encontrar la salida de emergencia del animal, su cueva secreta; le tomò un buen rato pero finalmente la halló a la pata de un chaparro.  Con el machete cortó una rama a aquel arbusto sabanero y la metió  por la cueva adentro para evitar la huida se su futuro banquete, porque la carne de armadillo sí que es bien apetecida en la región, carne jugosa, con sabor a monte.
 Cuando llegó donde sus hermanos  ya ellos tenían cavada con la pala  un buen pedazo de la cueva. Tenían que hacerlo con cuidado  para que el animal  no se les escapara y además  para no lastimar los perros que con frecuencia se acercaban   para meter el hocico y ladrar. 
 ___ Aliste pues la macheta  porque mañana vamos a comer  cosca asada y cola moquiada de gurre, ya este no se nos escapa, dijo el hermano mayor.             
             

A él le gustaba mucho la cosca asada ya que los pedacitos de carne que le quedaban   tenían  un sabor delicioso y a medida que se comían  daban màs deseos de seguir comiendo  y comiendo y asando y comiendo hasta que ya no quedara un pedacito màs.
 
Y efectivamente  después de un rato de cavar lograron  verle la cola  al armadillo. Su hermano mayor  la  agarró  como pudo y la haló fuertemente al tiempo que su otro hermano  le daba con la pala  en la cabeza.  Matilde permanecía  con el machete en la mano por si tenían algún improvisto, por si el animal se les lograba escapar, pero no tuvo necesidad de usarlo, fue muy efectiva la cacerìa.
 Y se fueron contentos para la casa, ya no querían cazar más, ay para que cazar màs con semejante animalote.
… y entre pensamientos  y recuerdos se fué quedando dormida  hasta que finalmente ya no tuvo conciencia de sí, el cansancio le había vencido.
 Cuando don Gerundio  regreso la encontró  tan tranquilamente dormida que no quiso despertarla, tomo su mano con la suya, la acaricio tiernamente y reflexionó:
 Matilde , compañera  de buenos y malos momentos, me entristece verte así en el abandono junto a mí, pero el cruel destino  nos trajo a esta ciudad  en busca de una nueva vida  y un mejor futuro  para nuestros hijos  pero lo único que hemos encontrado es miseria, humillación   y ahora una enfermedad  que nos esta matando poco a poco. Sin embargo y a pesar de las dificultades  y necesidades  siempre has permanecido  allí como mi brazo  de apoyo,  brindándome ese aliento  y valor que todo hombre  requiere para luchar  en la vida. Que hubiese sido de mi vida sin tu apoyo, si aunque has estado a  mi lado  nos han ocurrido tantas desgracias ¿como seria  que me hubiera  tocado solo  en la vida  para educar a nuestros hijos? a lo mejor el final  fuera mucho peor, ¿o quizás mejor? Bueno, por ahí dicen que el que nació pa´ tamal del cielo le caen las hojas, así que lo mejor es afrontar  la vida como  nos llega  pero  tratando de buscar lo mejor, aunque no siempre podamos lograrlo.
 
Ya hemos perdido a nuestros tres hijos, Juan Carlos el mayor por allá en la guerrilla sin saber que habrá sido de él, si habrá logrado sobrevivir  a esa vida de violencia  a la que le toco someterse sacrificándose por nosotros, Mario el menor  que lo mató esta maldita ciudad  por una bala traicionera  producto de las malas amistades  que lo incitaron  a robar y además viendo la necesidad  por la que  hemos pasado,  por intentar ayudarnos a sobrevivir, y finalmente nuestra hija Concepción  que se fué con esos señores  que le ofrecieron trabajo  ya hace  un buen tiempo,  y desde entonces  no hemos vuelto  a saber nada de ella.
 
Y nos hemos quedado solos,  ni siquiera  el gobierno quiso seguir  ayudándonos, nos prometió una tierritas en donde pudiéramos trabajar  y volver a ese pasado hermoso  en donde crecimos, pero qué, debiamos esperar hasta que  salieran los recursos  para comprarlas ó que el ejercito las recuperara de la  violencia de este país.  Y cada vez que fui siempre me salían con la misma respuesta, que tocaba seguir esperando que todavía no habia los recursos. Después me cansè y no volví más por allá, a lo mejor y sí compraron las tierras  y reubicaran  a las muchas personas  que estaban en la misma condicion  de desplazamiento  que nosotros, o  a lo mejor  nunca compraron nada y estan por ahí vagando tambièn en la vida  y viendo como sus hijos  se sumen en la perdicion  de los vicios que nos rodean.
 
___ Aahh, pero si ya llegastes,  ¿y porque no me había despertado? ¿Si pudo conseguir algo? o tendremos que pasar otra noche sin poder comer, pregunto Matilde.
 
                                         C O N T I N Ù A 1
 
___ Nó,  esta vez si tuve algo de suerte, allá en el asadero que queda frente  al semáforo  me regalaron  un poquito de pollo y una sopita, le contò don Gerundio.
 Y Matilde entonces se alegró con la noticia.
___ ¡Pero que bueno!, exclamó incoporandose en el asiento. Este parquecito nos trae como suerte, podría ser nuestro amuleto. Por fin vamos a poder comer una comida rica.
Y no  podía disimular la alegría  que le invadía;  las mujeres suelen alegrarse con mayor felicidad  por las pequeñeces de la vida, pensó don Gerundio. Y  mientras tanto la observaba, como ella  devoraba hambrienta  todo lo que había en el paquetico  que le habían regalado. Luego perdió la mirada a lo lejos  y sintió como su mente se desvanecía al  recostarse levemente  sobre el espaldar del asiento. También él estaba muy debil  y se sentía agotado.
 Matilde no pudo darse cuenta del estado  en que se encontraba don Gerundio, estaba demasiada ocupada como para percatarse que el viejo se estaba muriendo  ahí junto a  ella.
 Cuando terminó de comer  lo poco que había traído su esposo, le dijo: 
 ___ Estaba delicioso, ¿verdad? Hace ya rato que  no comíamos algo  así, repetía.
 Don Gerundio  movió su cabeza hacia ella.
___ Sí, estaba muy rico, comentó.
  Él no había probado bocado porque esperaba compartirlo con su esposa, pero ella  se comió todo. Debió haber pensado que  él ya había tomado su parte y que solo le traía la de ella, y pues además  como no era mucho  lo que le habian dado, finalmente argumentó para si.
 Sin embargo   permaneció  sereno, ya había pasado hambre tantas veces que una vez más  no sería  la gran novedad, en cambio si estaba feliz  porque su esposa   ahora se sentía satisfecha.
 Ella lo miró detenidamente  y se dio cuenta  de lo pálido  que estaba, sudaba frió  y parecía  un muerto. Le pregunto:   
___ ¿Que es lo que tienen Gerundio?,  te ves muy mal.
 Pero él no respondió, se sentía invadido por una gran espesura en su alma, sentía como caminaba por entre fieras y animales salvajes, atravesaba ríos y pasaba montañas, pero todo en medio de una completa oscuridad. Se sentía poderoso al caminar en medio del peligro y nada le pasaba, le era tan familiar  el panorama que le parecía estar viviendo su propia realidad; no era nada diferente  a lo que había  pasado durante  los últimos años.
 Allí a lo lejos, al otro lado de un gran lago se divisaba un gran resplandor  como de esos bellos arreboles que suelen verse  en el inmenso llano  en  los atardeceres o en la aurora.  Podía oír una melodía agradable  que lo atraía,   y caminaba sin darse cuenta, sin pensar  por qué lo hacía, solo se sentía atraído y su alma se llenaba de gozo   a medida que se acercaba   más al lago.
 Su mirada quedo fija en aquel resplandor, había quedado hipnotizado y ahora   caminaba entre las  aguas, sintió como su cuerpo  se refrescaba  liberándose  de las miserias  que le había traído la vida; por un  instante en muchos años  se sintió tranquilo. 
 Pero entonces sintió que le faltaba la respiración, que se estaba ahogando, y su alma volvió en si. Su esposa estaba atónita mirándolo  y sin idea  de que podía  estarle  pasando  porque en su mirada  notaba inseguridad.                   
___ Ahora te sientes  mejor,  pregunto Matilde
___ Solo cuando me muera estaré mejor, respondió.
 
Por un momento reinó el silencio en la ciudad, parecía desierta,  un cementerio  de  almas que   vagan  en la oscuridad.
 
Las personas  caminan con el rostro agachado, la espalda ya jorobada  por el peso de cargar con tantos problemas que suelen agobiar  el mundo civilizado, y sin embargo  parece no importarles  las grandes problemáticas  sociales   y se limitan a llevar  un vida de subsistencia y de imposición de poder sobre  los mas débiles.
 
Al rato paso uno de los amigos de la calle, conocido como ” el corcho”,  y se quedo viéndolos  ahí sentados,   el uno tan cerca del otro, y con la mirada perdida  por entre la viejas  casas de tablas  y de paroi y alguna que otra con ladrillo  ya  erosionado  por la lluvia  y el viento  en el paso de los años.
 
___ Que hacen ahí, Gerundio, Matilde, preguntó
 
Don Gerundio  ni siquiera se tomo la molestia  de llevar la mirada para ver  de quien se trataba.  Permaneció inmóvil y con los ojos puestos al lado de la montaña. Por un momento pensó en el resplandor   y quería volver  a caminar  hacia él, pero ya no lo veía, había desaparecido.
 
___ Por aquí, esperando que anochezca, respondió Matilde.
___ Pero si ya anocheció. Que les parece si nos vamos los tres  juntos para el agujero, yo voy para allá, replico.  
Pero esta vez no encontró respuesta.
 
Don Gerundio y Matilde estaban muy desilusionados   y tristes como para  entablar conversación  improductiva así  que los dos  permanecieron callados.
 
___ Mañana hay que ir donde el padre Reinaldo para ver si  nos tiene algún mercadito  de esos  que el acostumbra  regalarnos, dijo el corcho.
 
El padre Reinaldo  era el párroco  del barrio,  se preocupa bastante  por la situación  de los indigentes  y de la gente menos  favorecidas; frecuentemente realizaba  actividades para recaudar  dinero y poderles  ayudar con  mercado,  y en ocasiones  con   algo  de ropa  que los demás fieles  donaban.
 
La idea de que el padre Reinaldo  les obsequiara  un mercadito   siempre les había alegrado, pero esta vez parecía no importarles. Permanecían allí  con la misma actitud.
 
___ ¿Pero que les pasa? si es que no me quieren hablar  por lo menos díganme por qué. ¿Ya no les importa que el padre Reinaldo nos ayude? Ustedes saben que es un cura muy bueno.
 
Don Gerundio y Matilde sabían el especial aprecio  que les tenia el padre Reinaldo, el se preocupaba bastante por ellos  porque desde el principio  supieron ganarse  su confianza  y bondad ya que a pesar  de la condición  en que se hallaban  siempre eran  personas  muy honradas, sinceras, humildes y de muy buenos principios morales.
 
El corcho cambio su actitud, ahora se mostraba un tanto molesto porque sus amigos  no le querían hablar, pensó que estaban disgustados con él, pero no pudo encontrar una razón para tal hecho. Finalmente decidió marcharse, se fue por el mismo camino de Don Gerundio  y Matilde recorrían  todos los días para llegar al lugar donde vivían, una casa construida con tabla   y con una pared de arcilla y techo de zinc corroído y oxidado  en el que podían verse  los agujeros.    Tenían  que acomodarse en rinconcito para que cuando lloviera  no se mojaran. La casa estaba sin pintar   y las tablas tenían una coloración oscura  por el mugre y los años de estar ahí puesta. El piso era en tierra, la entrada a la casa   conducía por un largo pasillo  al fondo donde se encontraba  el patio y la cocina.  Solo había único  baño  y lo compartían ocho personas,  incluyendo el corcho.
 Don Gerundio  le parecía estar viendo la casa mientras  veía alejarse el corcho.
 La noche se tornó un tanto más fría   y ya los harapos no fueron suficientes  para calentarlos, de manera que Don  gerundio  Y Matilde  decidieron  abrazarse, y así permanecieron por un largo rato.
Matilde se que pronto dormida y recostada sobre su esposo.  Don  Gerundio   por su parte  se quedó  contemplando  las estrellas,  esta vez   las veía más hermosas  que nunca; debe ser el embrujo de la noche pensó.
 Le dio un beso en la frente  a su esposa   y dio las gracias a Dios  por haberle dado  una buena mujer. Y luego se fué quedando dormido, poco a poco  al tiempo que recordaba   toda la historia  de su vida, le parecía volver a vivirla y sentir todo que ya había sentido.
 
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Todo había empezado  cuando llegò la violencia  al llano  y la guerrilla se apodero  de la situación controlando   e imponiendo sus leyes  a todos los campesinos.
 Don Gerundio vivía con su esposa y tres hijos, Juan Carlos, el mayor, Concepción, la única hija, y Mario, el menor; tenían su propia finca y vivían de cultivar  la tierra.
 Por allá todo era muy tranquilo; en el campo se respiraba mucha paz  y alegría; los vecinos solían ayudarse entre si y con frecuencia organizaban   parrandos  llaneros y toda la vereda estaba  invitada. 
Los problemas no dejaban de ser normales, cosas de la cotidianidad  decía don Marcos Aurelio, el vecino más cercano de la  familia. Los días solían estar ocupados en las labores de la finca; Matilde era quien se ocupaba   de la casa y de hacer la comida  para ellos y para los   trabajadores que en ocasiones contrataban.
Don Gerundio    solía irse  a limpiar la yuquera,  la platanera  o la maizera, a veces  debía remendar  la cerca  que el ganado rompía  y se escapaba a donde los vecinos.  También solía   sembrar cuando   era la época apropiada para hacerlo.
Al amanecer, Juan Carlos y Mario se encargaban  de ordeñar las vacas  y Concepción le ayudaba  a su mama en los quehaceres.
Juan Carlos partía para el pueblo a vender la leche mientras  que sus hermanos  salían  para la escuela   de la vereda. Él ya no estudiaba, le había gustado  mas el trabajo  que la escuela  y solía decir que ya estaba muy viejo   para estudiar, además  ¿quien iba ayudar   con los oficios de la finca? afirmaba.
Ya no lo obligaban  a ir ala escuela,  era un hombre  crecido y formado   y había trazado  ya el rumbo de su vida.
Don  Gerundio debía ocuparse  solo  de los oficios  de la finca,  al menos hasta la hora  del almuerzo cuando ya toda  la familia se reunía  en casa. En la tarde, solía ir a trabajar   acompañado de Juan Carlos; Mario  y  Concepción   se quedaban   en casa para hacer las tareas  y buscar la leña   que se necesitaba  para hacer  la comida.
Cuando ya caía el sol solían ir a pescar, a Mario le gustaba   mucho timbiliar porque siempre   le iba bien  y lograba  pescarse   algún capaz,  curbinata, nicuro o algún   otro pez  común en el rió.
También solían  tejer tarrayas  y mayas  en las horas libres y cuando bajaban al  pueblo las vendían,  y así ganaban   algún dinero extra.
En la tardecita , cuando llegaba  Don Gerundio   y su hijo Juan Carlos,   salían todos   a  rodear, a arrear  el ganando  hacia el  sitio destinado para el encierro de los becerros,  para que las  vacas  madres de los becerros acumularan  la leche   durante  la noche    y al siguiente día ordeñarlas.
A concepción  le gustaba mucho   montarse en “la sabanera”   una yegüa   que ellos tenían   y que era   muy mansita; ella solía   montarla para ayudar    a arrear    las vacas   que se hallaban    mas retiradas  del grupo. Pero definitivamente el que mejor tenía  destreza   para montar   a caballo  era Juan Carlos,  él tenía al “Copetes”  su caballo querido, hijo de la Sabanera; él lo había cuidado   desde que nació   y se encargó de domarlo  a su gusto. Cuando llegaba  del trabajo,  se paraba  encima de un tronco  grande  que había en el  patio   y chiflaba melódicamente a los vientos; a los pocos minutos llegaba al trote   “ el copetes” a la casa.
La finca era de unas 800 hectáreas   entre potrero y montañas, estaba ubicada  en el pie de la serranía. El rio pasaba por en frente, era allí donde solían ir a pescar, también era la ruta más cercana para llegar al pueblo.  La casa era grande, de dos pisos y construida   en cedro mayormente,  una clase de árbol  de calidad excelente  en madera  y muy buena apariencia exterior. El techo era   de moriche, una palma muy común   del estero y que le daba la casa  un estilo  propio de ranchón llanero. En frente tenía   una grande  y bonita chambrana   en la que solían recostarse   por las tardes mientras observaban el paisaje  y charlaban en familia.
Ya en la noche, antes de sentarse a la mesa para la cena, Don Gerundio  siempre le preguntaba   a Mario  y a Concepción   por sus tareas,  para saber si las habían hecho y  ver que cosas nuevas  aprendieron en la escuela. A veces esa era la conversación   en la cena;  Mario  solía  contar alguna anécdota  que le había ocurrido con sus compañeros, y todos  reían alegremente.
En alguna en ocasiones, Juan Carlos  solía salir de cacería  en las noches  y casi siempre  llegaba,  con una lapa,   y en ocasionas con  un chigüiro  o una danta; animales  muy comunes   y abundantes por la región.  Juan Carlos se había convertido en la mano derecha   de la familia, fiel reflejo   de la educación   impartida por sus padres, Gerundio y Matilde.
Así que eran tiempos bonitos, donde todo era bueno y no había la malicia.
Pero tristemente llego  el día  en que  debían marcharse   porque  así lo habían  decidido; pensaron que era  la mejor manera  parar estar tranquilos;  alejarse de la violencia   y opresión de la cual  estaban  sometido por parte   del grupo armado.
 
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Allá  alo lejos  se oía  una fuerte  algarabía,  el pueblo  estaba de fiesta   celebrando  con gran alborozo la tradicional  llegada del año nuevo.  Al parecer todo era alegría  y lleno de la magia que por estas épocas suele invadir  a las  personas; se oían claramente   las explosiones  de la pólvora,  y   el firmamento se adornaba   con las luces colores de las diferentes  clases de juegos artificiales.
 El susurro  del viento solía traer  ocasionalmente   algunas voces, risas y melodías   que de alguna manera   tranquilizaban   el ambiente  que se tornaba  muy tenso.  
Doblaron las campanas  y su sonido  pudo establecerse   claramente,  incluso  a pesar   de la distancia; deberían ser alrededor de las  11:00 p.m.
El cantar de los grillos   y de las ranas  se oían  ahora  con mayor claridad   e intensidad, podía   diferenciarse el sonido  del  agua    que chocaba  fuerte  contra las grandes rocas   que yacen en medio   del rio, justo   a la salida   del cajón, una estreches del cauce   hecho  de pura roca y con una forma excepcional, como si alguien hubiese construido  sus grandes y macizas paredes;  pero no, eran de origen  natural y el rio  pasaba   por  medio de el. En el transcurso  del día  había  llovido  por las  cabeceras  aumentado el nivel  del agua  y el  torrencial, que ahora  se tomaba amenazadora   para quienes    no                         conocían o se aventuraban a navegarlo   en tales condiciones.
___ Muévase con la escopeta   y empaque rápido   esas cosas   que ya nos tenemos   que ir, le dijo Don Gerundio   a su esposa   con tono fuerte.
Ahora  vestía  con camisa arremangada, pantalón  oscuro   y botas pantaneros; las que siempre usaba para sus correrías   tras el ganando   por entre   los matorrales   y  los chucuales,  expansiones  de agua que se   forman en medio de las  palmeras.
Tenía la piel curtida   y quemada  por los rayos   del sol  en su trabajo diario  de la finca,   su cabello  ya comenzaba   a  cubrirse   de canas  y su vejez    hacia juego con las marcadas arrugas   que ahora    se  veían  en su rostro. Estaba muy preocupado, podía sentirse   su respiración   un tanto agitada  y lo invadió la zozobra   y el pánico por  lo que  pudiera pasar. Mario  ahora  se había  despertado  pero permanecía aún en la cama.  Concepción   dormía profundamente.
Vio a su madre Matilde que corría  apresurada  de un lado  para otro y empacaba cosas   en una  maleta grande   que ellos tenían. Él  la observaba   pero no entendía nada de lo que estaba ocurriendo, sin embargo no se atrevió   a preguntar   y prefirió  continuar  observando al tiempo que sacaba sus propias conjeturas y conclusiones.
Vio a don Gerundio  que estaba allá afuera con la escopeta  y acompañado de Káiser y Yiyo, dos perros buenos para la cacería y las correrías tras el ganado. Su hermano Juan Carlos estaba ensillando el caballo; la yegüa “la sabanera” permanecía ahí al lado esperando su turno. Se preguntó que podía estar pasando,  él había escuchado rumores a los peones acerca de las incursiones de  de la guerrilla y las represiones que habían tomado en contra de los campesinos  desde que habían llegado   a la región. Pedían que se les  pagara vacuna   por cabeza    de ganado,  de cerdos y números de gallinas, así como por hectárea de yerva cultivada,  refiriéndose a la coca  que por ese entonces    comenzaba  a cultivarse   en mayor   proporción.  Mario no  entendía  bien lo de la  vacuna   pero sabia  que no era  nada bueno  por la  forma en la que se  referían sus vecinos.
Los  muchachos, como comúnmente se les llamaba, solían llegar a las  casas pidiendo que se les matara gallina   y les prepararan de comer.  A veces pasaban  con anticipación   y avisaban   cuando regresaban   para que se les   matara   un cerdo o un becerro, y los campesinos tenían que hacerles caso porque de lo contrario los amenazaban  y les decían que si era que estaban   en contra  de la revolución; además como ellos eran bastantes   y estaban   armados  pues ni modo   de que se les enfrentaran. Ellos preguntaban por cuantas personas vivían  en la casa y a que se dedicaban, que si había muchachas y si asistían a la escuela.  Afirmaban   que eran amigos, que si les colaboraba y atendían bien   nada les iba  a pasar, que lo ellos estaban haciendo era  luchando por una causa  noble  de liberar al pueblo  de la opresión del gobierno; pero a juzgar  por sus actos  parecía  todo lo contrario.
Cuando ya se iban  dejaban siempre recomendaciones  de no decir  nada en el pueblo  y menos a hablar  con el ejército, porque esto les podía salir muy caro.
Mario, también recordó el relato de los peones en alguna ocasión, cuando decían que los muchachos  habían violado  la hija menor de  don  Marcos Aurelio cuando ella venia de la escuela para su casa.  Era tan solo una niña de unos 14 años, alta de una linda cabellera rubia, de rostro angelical  y de cuerpo torneado. Ella venia por el camino   hacia su casa,   montada sobre una yegüa, la misma que días antes  había tumbado  a doña Rosaura, la esposa de Don  Yohanny, el amigo más allegado a Don Marcos Aurelio.  De pronto de entre los matorrales salió un grupo de muchachos que le cerraron el camino y la obligaron  a bajarse  de la yegüa, la llevaron  a la fuerza detrás de una ceiba   grande   que servia de lindero  entre  dos fincas. Allí la recostaron sobre el pasto  y le rasgaron la ropa  mientras le manoseaban su intimidad y el cuerpo en general. Ellos impulsados por el instinto, ahora salvaje, abusaron despiadadamente de ella y marcaron su vida para siempre, la obligaron hacer toda clase de obscenidades sexuales  dejándola casi muerta. Aunque la muchacha  quiso resistirle no le fue posible   evitar este terrible suceso, si a cambio recibió varios golpes y le taparon la boca para que nadie   pudiera oír sus gritos de lamento y dolor pidiendo auxilio.
Al mucho rato pudo llegar a su casa, llevaba el rostro cubierto de sangre y llena de moretones por todo el cuerpo.  Apenas si tuvo  valor para contar lo sucedido, pero ya nunca volvió a tener la misma alegría  de antes,  tampoco regreso a la escuela. Ahora su vida  parecía estar sumida  en otro mundo,   se tornaba siempre distraída, con la mirada puesta  en un solo punto  allá en la distancia, ya no volvió a sonreír ni a jugar, ni a ayudar a su madre con los quehaceres de la casa.
Mario acostumbraba  ir a visitarla y salían juntos al rio   a pescar,   aprovechando que compartían los mismos gustos.  Pero de un tiempo para acá  noto que ella   no le mostraba agrado a su visita, tampoco era desagrado, simplemente le daba   igual si viniera o no.  Él estaba un tanto inquieto por el motivo de su cambio de  actitud   pero no  le hallaba una explicación coherente. Solo entonces cuando   escucho la historia de boca  de los peones fué que pudo comprender el verdadero   motivo de su conducta   y el  por qué su vida  no había vuelto a tener la misma alegría  de antes.
Aunque Don Marco Aurelio estuvo reclamando al jefe  del grupo guerrillero para que castigara  a los culpables, esto nunca se llevo a cabo   porque negaron    toda participación en este hecho.
___ Pudo haber sido alguno de los vecinos,  y lastima  por la muchacha porque sí es muy bonita, le dijo el jefe.  ¿Cómo cree usted que nosotros haríamos algo así?  si somos sus amigos, afirmó.
Él sabía que le estaban mintiendo, que ninguno de sus vecinos sería capaz de cometer  tal barbaridad.  Él gozaba   de mucho  respeto y aprecio  en la región, porque  era una buena  persona  y  además el más antiguo de los pobladores de la región.
___ ¿y será que  por eso  están  empacando las  cosas para irnos de la casa? ¿será que papá teme que a mi hermana  le pueda pasar algo semejante?, sí, puede ser posible , pensó el pequeño Mario.
También recordó que relataron lo sucedido el 14 de noviembre cuando  asesinaron a toda la familia Herrera   y luego le prendieron    fuego  a la casa   para  que los vecinos    pensaran que habían   muerto   producto del incendio, pero por aquí   en los alrededores todos sabían   que habían sido ellos   y que lo habían hecho por que los Herrera  se habían negado a pagarles la vacuna o  a cambio  entregarles un hijo  para apoyar la revolución.
Al siguiente día, luego del incendio aparecieron  haciéndose   los que  no sabían nada  argumentando  que ellos habían  estado  desde hace varios días   ausentes por la serranía y que solo hasta ahora  que bajaron se habían enterado. Dijeron que como los Herrera  nunca habían   pagado su vacuna  ellos tenían  derecho  a apropiarse de los animales  que habían dejado, y día tras día   iban desapareciendo las reses, las gallinas y los cerdos hasta que  ya no quedó  nada.
El perro más anciano   y que había  permanecido  con la familia  durante toda su vida   no quiso irse del lugar. Se acostó justo en el centro de lo que fue la casa  y  que ahora solo eran escombros  y no fue posible convencerlo  para que se fuera de allí  con alguno de los vecinos. Don Gabriel solía mandar a sus hijos   para que  le llevaran  algo de comida al perrito, pero este no se movía de allí,  permaneció acostado   y solo apenas levantaba  su cabeza toda llena de lagañas   manifestando tristeza,  para  mirar quien llegaba. La última vez   que fueron a llevarle  comida   lo encontraron muerto;  estaba  flaco, en su cara reflejaba   gran dolor  y sufrimiento. El animalito había muerto de pena moral diez  días después del asesinato  de sus amos.
Los muchachos habían estado hace pocos días  por la casa.  Matilde  mandó a sus hijos Mario y Concepción  a esconderse, tan pronto  como los vio venir. Don Gerundio estuvo hablando con ellos durante varios minutos  les dijo que como  era posible que  pidieran algo así  si  ellos con mucho esfuerzo    habían pagado siempre   a tiempo las vacunas.    
___ Pero esta vez ya no queremos  la vacuna. Estamos  faltos de hombres  porque  hemos perdido a varios camaradas en combate,  de manera  que su hijo nos seria  de gran ayuda  y nosotros le vamos  a estar muy agradecidos,  la revolución le va a estar agradecido, le dijo el comandante del grupo.
 Mario y Concepción no pudieron oír  esta parte   de la conversación   porque su mamá  les alentó en ese mismo instante  para que no tuvieran miedo. Solo están hablando de negocios, les dijo. Juan Carlos no estaba en ese momento, había  bajado al pueblo como de costumbre, a vender la leche.
___ No me digan que  prefieren correr con la misma suerte  de los Herrera, no se hagan los difíciles que así sea por las malas  nos vamos a llevar al muchacho, volvió a decir el comandante  en tono amenazador. Y luego se fueron.
Hace ya dos días  que  volvieron, recordó Mario. Estuvieron nuevamente hablando con don Gerundio, sentados a la orilla del barranco. Esta  vez  se demoraron un poco más en la conversación. Cuando   ya se habían  marchado, don Gerundio  quedo   muy preocupado y aunque  quisiera, no podía disimularlo.   En su rostro se reflejaba   desconcierto e impotencia. Permaneció sentado en el barranco y mirando como bajaba  el agua a lo largo  del rió, después entró a la casa   sin pronunciar una sola palabra. 
Y  ahora Mario seguía  preguntándose  ¿que le habrán dicho esos hombres  a su padre para haberlo dejado tan nervioso y preocupado?, y además  para que  ahora  pensara  en marcharse, porque eso es lo que él pensaba, o de otra manera Juan Carlos  no estuviera ensillando   el caballo  y la yegüa  ni su mamá empacando  una maleta; es mas, ni siquiera  estuvieran levantados.
 ___ Y qué tal que Concepción se haya enfermado y tengan que llevarla   al centro de salud del pueblo, pensó.
Su mente  se llenó  de interrogantes  que lo confundían. Entonces decidió preguntar:
___  Mamá, ¿Que es lo que esta pasando?
Matilde se quedo mirándolo y no sabia  que responderle, su cara estaba sudorosa   e  igualmente agobiada   por la preocupación. Al fin respiro profundo   y le respondió:
___ Nada, todavía  no ha pasado nada.
Pero eso no era una respuesta que pudiera convencer a Mario, de manera que volvió a preguntar:
___ ¿y entonces por que este empacando en esa maleta y Juan Carlos ensillando las bestias?
___ Porque nos vamos. Ya por aquí no nos espera nada bueno, respondió.
Y fueron interrumpidos   por el  ladrar de los perros   que salieron   corriendo hacia la orilla del rió. Por un momento don Gerundio  y Matilde quedaron  paralizados, miles de imágenes pasaron por su mente  y temieron lo peor,  pero rápidamente don Gerundio reaccionó, empuñó fuerte la escopeta y caminó decidido  hacia  el barranco  para averiguar   lo que ocurría.

 
Mientras que caminaba se preguntaba, ¿será que llegaron los muchachos?, pero no  puede ser, ellos dijeron que regresarían pasada la fiesta del año nuevo  y aún falta màs de un dìa para eso, y ni modo que vengan a darnos el feliz año,  pero y entonces, por que ladran intensamente los perros. Cuando ya estuvo cerca del barranco escuchó un ruido en el agua,  como el chapuceo de un gran pez   cuando  ha caído   en la trampa  del anzuelo,   y entonces recordó   que esa tarde él mismo había guindado una cuerda en un tronco   que estaba en medio del rio, como era la costumbre.  Pero no se confió  y solo estuvo tranquilo  hasta darse cuenta que no había ninguna persona   al rededor. 
 
___ Es solo un pescado  que ha caído  en la cuerda, gritó desde allá.

A juzgar  por el fuerte  chapuceo, debía ser un valentón   lo que había caído  en el anzuelo. El valentón es un pez de cuero, de color grisáceo  que puede  pesar  unas   15 arrobas  y medir unos tres metros de longitud, al menos  ese era el más grande   que se había logrado pescar en la región. Su carne suele ser muy apetecida  por su sabor.
___ Que lástima no poder ir a sacarlo, dijo, habría comida para toda la semana
Ya  Concepción  se había despertado por el ruido y se había levantado inquieta,  estaba  parada al lado  de Matilde  y Mario. Don Gerundio comprendió  que había llegado  la hora  de partir,  ya todo estaba listo  para el viaje.    
En ese momento volvió a oírse la algarabía en el pueblo, sonaban los voladores al explotar la pólvora con que estaban hechos, volvieron los juegos artificiales.  La familia se abrazó, hicieron una oración   y dieron   gracias a Dios por la oportunidad   de recibir  unos nuevos años juntos. Se felicitaron entre si y degustaron unos buñuelos  que Matilde había preparado previamente  para la ocasión.
Cuando ya todo había terminado, Don Gerundio  se  puso en medio de ellos, y les dijo, con la voz un tanto melancólico:
___ Últimamente  hemos tenido   controversias de opinión   con los muchachos, y nos han amenazado. Yo no voy a permitir que le hagan daño  a mi familia,  de manera   que con Matilde hemos decidido   que lo mejor   es marcharnos   a buscar   nuevos rumbos en la capital.  Dios nos ayudará   a encontrara  el mejor camino. Me da mucha tristeza   tener que dejar abandonada   la finquita    que hemos sacado adelante con tanto esfuerzo, aquí es donde   ustedes nacieron  y los hemos visto crecer –refiriéndose a sus hijos-  y todo va quedar  botado por culpa   de unos miserables  bandoleros   que han venido  a dañarnos   la vida  y acabar  con la paz   y tranquilidad de la región, agregó un tanto malhumorado. Entonces que no se hable más del asunto y vámonos ya,  dijo finalmente.
Cada uno de los hermanos  se miraban entre si, ninguno de ellos,  ni siquiera el propio Juan Carlos  conocía  el verdadero  motivo por el cual  iban  a irse de su propia  casa, de su propia tierra, de su propia vida.
___ ¿puedo llevar a mi gato? Pregunto Concepción.
___ No, respondió Matilde. Que  vamos  hacer con ese animal   por el camino  si  a toda hora toca llevarlo alzado.
Concepción se puso un poco triste, le daba lastima  dejar  el pobre gatico  a su suerte, a que alguno  de los  vecinos quisiera  llevarlo, o en el peor  de los casos a que el búho viniera y le sacara los ojos. Lo tomó en sus brazos  y lo acarició  por un momento, el gato comenzó con ese ronroneo encantador que ellos suelen hacer cuando alguien los acaricia, luego camino hasta su cuarto   y lo acostó en su cama  arropándolo para que no le diera frió,  y allí lo dejo.
Todos partieron  de la casa,  atrás quedaba  una vida  hermosa, de bonitos recuerdos para ir en busca   de un nuevo rumbo, de un nuevo destino desconocido y desconcierto. “La sabanera” llevaba  en su lomo a Mario  y a Concepción  mientras  que “el copetes”   cargaba con la mayoría   de maletas   que habían  empacado   para tan largo viaje. Debían atravesar  la selva, hasta el otro lado  de la serranía  donde se  encontraba  el poblado  más cercano. Allí tomarían   la flota  que los llevaría a la capital. El viaje duraría   el rededor de 3  días. Cuando los muchachos lleguen a  la casa  ya no nos  encontraran, y tampoco podrán alcanzarnos   porque   ya le habremos tomado dos días de ventaja, pensó Don Gerundio. Pero lo que él no sabía  es que los muchachos   madrugarían a buscar a Juan Carlos, para llevárselo.
Al principio avanzaron muy lentamente porque  la selva  hacía más oscuro  el camino; se veía poco y como además debían avanzar con la luz  apagada  para evitar  ser visitos por los vecinos o algún grupo   que estuviese  rondando   los alrededores, esto les dificultaba  el paso.
Luego de cuatro horas  de viaje  lograron  llegar  a la sabana,  aquí ya se podía ver mejor y avanzar un poco más rápido, pero estaban cansados   y decidieron  detenerse, también para que los  animales descansaran.
La luna  estaba  en su cuarto menguante   y dejaba  caer  su reflejo de luz   sobre la tierra  dándole apariencia   de una noche   de velada   sabanera, pronto amanecería  y debían   atravesar   toda  la sabana   antes  que el clima   se pusiera muy fuerte y pudieran ensolarlos. Una vez estuvieran en el piedemonte de la serranía ya todo el resto del camino  era selva,  por lo que el clima  seria más fresco.
 Y reanudaron su viaje



Al poco tiempo  brotaron los primeros  rayos de sol  en la  aurora, allá en el horizonte se  veía el  cielo de distintos colores  abarcando un amplio espacio  y mostrando una vista maravillosa del paisaje, se detuvieron un poco para contemplar   el   espectáculo que  solo  es apreciable  para los habitantes   de los llanos, donde  la tierra   es casi plana y la mirada se pierde muy en la distancia sin una variación significativa del entorno.
Y continuaron  su viaje  sin descanso y por un paisaje un  tanto distinto al que acababan de apreciar, subiendo peñascos y atravesando  pequeños valles  hasta  lograr llegar al piedemonte de la serranía. Don Gerundio miró un momento al sol. Deben ser poco  más de las once de la mañana, dijo al estimar la posición del astro rey en el espacio visible. Después descargaron las bestias para que pudieran descalzar y beber tranquilamente  un poco de agua   del caño que pasaba   por el lugar. Ellos también descansaron y luego decidieron   nadar  para refrescar   sus cuerpos   un   tanto maltratados   por el viaje   que aún   no llegaba si quiera a la mitad. Estaban  en el punto  exacto   donde   la vegetación   cambia del tipo  de sabana  al de bosque  tropical y que mejor   que un caño de agua   fresca  para  relajarse, descansar un poco y luego reanudar el viaje. El sitio era   muy silencioso, lejos de la perturbación del  hombre; solo se oía  el trinar  de los pájaros, el contacto del agua que bajaba por entre las rocas y  el cantar   de las chicharras.
Y luego de haber calmado el hambre, que a esas horas ya hacia presencia,   continuaron su camino, todos parecían   muy tranquilos, como si de un simple  paseo se tratara.
Cuando ya estaba bien caída  la tarde  se encontraron con un grupo de vaqueros   que venían   con un lote   de unas doscientas reces  arriándolas por la trocha y haciendo  una fuerte algarabía  entre olée, jóoo y àkkaa. Tuvieron   que hacerse a un lado  para que  pudieran pasar. Káiser y yiyo  comenzaron a ladrarles por lo que el ganado  se  desparpajó en varias  direcciones, tuvieron   que regañarlos  para que dejaran de ladrar. Los vaqueros con suma habilidad volvieron a controlar la situación. Los viajeros saludaron y continuaron su ruta
___ ¿Y donde vamos a dormir esta noche?, pregunto Mario  un tanto atemorizado, ya hemos caminado todo el día  y por aquí  no hay  señas  de una  casa cercana.
___ Pues  tendremos que  caminar   hasta  el próximo  valle que esta  como  unas tres horas   y media   según lo dijeron los vaqueros. Aquí en la montaña no podemos acampar   porque el tigre viene y se nos come  los caballos, y si nos   descuidamos  también a nosotros, respondió Don Gerundio  
Esto atemorizó  aun más  a Mario  y ahora  también a Concepción; ellos no eran muy amantes  de la oscuridad  por lo que solo en muy pocas ocasiones  salían de noche, excepto para pescar en el rio   o cuando salían de cacería.
Cuando llegaron al pequeño valle acamparon al lado de una roca, allí  guindaron sus hamacas, prendieron fuego para socavar el frio, comieron y se                                                                                                                  quedaron dormidos. Mientras conciliaba el sueño,  don Gerundio  pensaba en la reacción  que tendrían   los muchachos   cuando   fueran  a buscarlos a la casa, que según lo dicho sería el día siguiente, y la encontraran deshabitada; también pensaba en los vecinos, cuando fueran a darles el feliz año  y a llevarles la prueba de los tamales, la natilla  y los buñuelos,  y no encontraran a nadie ¿qué pensarían?  Ellos se habían   venido sin avisarle   a ninguno,  ni siquiera le dijeron a su compadre Eusebio  para no preocuparlo.  Y entre pensamientos, por fin se quedo dormido  ignorando que los muchachos ya habían ido a la casa   y preguntado  a los vecinos por su paradero, enterándolos de parte de la situación.
 El comandante del grupo armado  estaba furioso  no podía creer  que se atrevieran a burlarse de él de tal manera.  Como ninguno supo darle razón,   pues que más,  se habían escapado, habían huido como perros cobardes.
___ Pero no deben de estar  muy lejos, los vecinos dijeron que ayer  estaban  en su casa, así que tuvieron   que haberse marchado  al anochecer, y claro aprovechándose   que era noche de fiesta   para que nadie   los viera.  Malditos miserables agregó.
___ Qué hacemos  entonces, mi comandante, preguntó uno de los camaradas.
___ Pues vamos a ir  tras esas sabandijas  y les mostramos que de nosotros  nadie se burla.  Vamos a cobrárnoslas   todas con su hermosa hijita, y delante de ellos para que les duela, luego los matamos  a todos y nos llevamos al muchacho.
Consiguieron algunos caballos   y partieron  en su búsqueda,  ya sabían hacia donde se dirigían  por lo que el camino estaba con las pisadas  frescas de los cascos de los caballos  y de los que iban caminando, además la de los perros, por lo que sería cuestión de tiempo  alcanzarlos, además ellos  caminaban mas despacio.
Para cuando Don Gerundio  y su familia  estaban  durmiendo su primera noche  de viaje, los bandoleros ya estaban llegando  al piedemonte de la serranía, allí pasaron la noche  y al  día siguiente muy de madrugada continuaron su persecución.
A la madrugada el primero en despertarse  fué Juan Carlos, estaba orinando cuando Don Gerundio se despertó   y levantando a su familia  para reanudar el viaje. El fuego estaba  ya apagándose  por lo que Matilde lo atizó un poco. Hacia mucho frió, la brisa les helaba los huesos  por lo que tuvieron  que acomodarse durante un rato  alrededor  de llama para así calentarse un poco. La  brisa traía consigo  ese increíble  olor a naturaleza   que purifica los pulmones y   llena de energía el alma, dándoles entusiasmo y alegría  pese a las adversidades de la  vida. Se oía trinar de muchos pájaros, cada uno con una melodía diferente, revoleteaban de un lado hacia otro saludando el nuevo día. Solía llamar la atención el cantar de las guacharacas que se  agrupaban en diferentes  árboles.
Esa mañanita, todo parecía estar lleno de alegría, era tan fascinante poder relacionarse directamente con la naturaleza. Que privilegiados somos, Pensó don Gerundio, al estar aquí en medio de esta selva  y apreciar tantos arboles, tanta montaña, tanto pájaro,  y respirar ese olor a naturaleza  fresca, cuando hay muchos en la ciudad  que anhelan   un momento como estos  y desean sentir  como el alma   se alboroza con tanta maravilla .
___ ¡Que bonita es la mañana en la selva! Exclamó Concepción
___ Y menos mal que amaneció  pronto, porque anoche el rugir del tigre no quería dejar dormir, replicó Matilde.
___ Menos mal, pero que no llegó hasta donde  nosotros, o sino quien sabe como  hubiera sido la mano, dijo Juan Carlos.
Y mientras tanto Don Gerundio  pensaba   en lo sabroso que se vive en el campo, que no falta el plátano, la yuca, el maicito, los huevos de las gallinas, la leche calientica recién ordeñada de la vaca y el pescado; lo único que estaba faltando por esos días era la tranquilidad. Y entonces comenzó a extrañar la finca, a pensar en los animalitos  que había dejado  y como toda una vida  que trabajó  se  quedó allá  abandonada.
 Y luego continuaron su travesía, calcularon que si caminaban un poco mas a prisa era probable  que alcanzaran a llegar ese mismo día, con la noche  bien entrada, hasta el poblado  al otro lado de la serranía. Y mientras tanto los muchachos también continuaban su persecución.
Cerca de las once de la mañana se detuvieron para observar un espectáculo único de la selva; una manada de micos titís atravesando la espesura, de rama en rama, de árbol en árbol  y justo en frente  de ellos.
Y entonces saltó uno de los micos, desde lo alto de un árbol hasta uno más pequeño, dejando ver por completo como su cuerpo se movía por los aires.                  
___ Mamá, mira, ¡es una mica!  lleva un miquito sobre su espalda, dijo Mario un tanto maravillado.
Y efectivamente la mica estaba en lo alto de un árbol  mirándolos y  movía su cabeza suavemente  hacia un lado y luego hacia el otro.
___ Se ha quedado mirándonos, dijo Concepción.
Pero el instante fue interrumpido por un mico que cayó sobre  la rama donde estaba la mica con su miquito, obligándola  a saltar hacia otro árbol y luego hacia otro y así continuó   has que se les perdió de vista.
___Que chévere poder saltar como los micos, dijo Mario entusiasmado.          
___ La vida de los  micos, es para los micos.  Nosotros vivimos   diferente y  no tenemos  necesidad de andar de rama en rama,  replicó don Gerundio. Así que mejor sigamos que se nos hace tarde.
Serian cerca de las tres de la tarde, ellos estaban sentados en el camino descansando   cuando los perros comenzaron a ladrar  y salieron corriendo   por el camino  como devolviéndose. Don Gerundio   se levantó  rápidamente   y tomó la escopeta  para echar   un  vistazo, pero no vio nada raro, sin embargo los perros continuaron ladrando como a veinte metros   de donde estaban ellos, pero ya no les hicieron caso.
___A lo mejor es algún animal   que anda por ahí, y  como los perros están cansados por eso no lo corretean, dijo Juan Carlos.
___  Ya nos ventearon esos malditos perros, replico una de los muchachos del grupo.  Pero ya los alcanzamos y no tienen por donde escapar. Y gritaron de la emoción por lo que estaban por llegar. La sola  idea  de hacerle daño a Concepción les excitaba el pensamiento. Don Gerundio y su familia  alcanzaron a oír los gritos  y  se alertaron, temieron lo peor. Don Gerundio alcanzó a reconocer  que se trataba de los muchachos  por lo que le dijo  a Juan Carlos   que se escondiera rápido entre los arboles, y aunque él quiso preguntar el por qué, su padre no le dio tiempo, volvió a insistir que se  escondiera, así que corrió un poco  y se perdió  entre  la  espesura.
Los perros continuaron ladrando y ahora mas fuerte.  Don Gerundio estaba   tras ellos  con la escopeta  apuntando al frente cuando vio venir  hacia sí un grupo como de  quince hombres  armados y montados  a caballo. Y no lo pensó dos veces  si no que disparó su arma para  que ellos se detuvieran.
Ja, ja, ja,  rió uno del grupo y dijo:
___ Oiga anciano,  esa sola escopetica  no puede contra nosotros.
Y apenas si había acabado de pronunciar palabra cuando una bala le atravesó  el pecho derribándolo  del caballo y  dándole muerte al instante. Todos los muchachos alistaron sus armas con un solo movimiento; el ambiente se puso tenso y don Gerundio sentía como le temblaban las piernas, pero estaba lleno de valor para defender  su familia.
___ Tranquilo don Gerundio que solo hemos venido a hablar, le dijo el comandante  mientras se bajaba del caballo.
Todos los demás apuntaban hacia Don Gerundio  a la espera  de la orden  del comandante  para disparar.  El muerto continuaba ahí tirado  boca abajo  a los pies del caballo.
___ baje esa arma hombre  que no le vamos hacer nada, y en cambio usted ya se bajó a unos de los nuestros, dijo ahora el comandante.
Y se acercó  a don Gerundio con suma confianza, y entre palabra y palabra le quitó el arma.  Dos de los  jinetes  se adelantaron   un poco para   vigilar  que ninguno viniera.
___ Y cuénteme para donde van  tan apurados, porque nos costó mucho trabajo alcanzarlos. ¿Por qué se vinieron sin avisar? Yo les hubiera dado permiso sin mayor problema.
Don Gerundio permaneció inmóvil  y sin pronunciar palabra. Su esposa y sus dos hijos   estaban abrasados   y temblando  del miedo,  Juan Carlos presenciaba  lo ocurrido desde  lo alto de un árbol.
Y luego de pensarlo, al fin respondió con voz temblorosa:
___ Pues vamos a visitar a un hermano   que hace tiempo  no vemos y a estarnos unos días con él,  aprovechando que es época de fiesta.
El comandante riò irónicamente. Ya los muchachos se habían bajado de sus caballos y ahora rodeaban a don Gerundio, a su esposa y sus dos hijos. El comandante caminó hacia donde Matilde  y le pregunto:
___ ¿Por qué están temblando niña? y luego agrego al tiempo que le tocaba la cabeza a concepción. 
___ Tranquila mi niña, que todo lo que vamos a hacer le va a gustar
 
Don Gerundio quiso golpear al comandante, pero lo sujetaron dos de los muchachos   y no le fue posible acercarse a él. Presentía lo que le iban hacer a su hija, y entonces dijo con voz fuerte, como gritando:
 
___ A ella déjenla tranquila partida de miserables, por qué nos han perseguido has aquí, déjenos en paz. Y gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas.
 
El comandante lo miró fijamente, luego  le preguntó:
___ ¿Y donde esta  su hijo  Juan Carlos?
___ El no ha venido con nosotros, lo enviamos donde su tío  en un yate, por el rio  abajo, respondió don Gerundio.
___ Usted sabe que venimos por ese muchacho, que él se tiene que irse con nosotros  a luchar  por la causa revolucionaria,  y me voy a enfadar mucho si no aparece, agregó el comandante.
 
Don Gerundio estaba ahora en medio de  una encrucijada, el amaba a su hijo Juan Carlos pero también a sus otros dos hijos  y a su esposa y por lo tanto  no sabía qué hacer.  Pero lo más difícil  de la situación es que era consciente de que estaba  en manos  de esos bandoleros  y que no tenía forma de defenderse.
Y si no les entrego  a Juan Carlos, pues son capaces de violar a Concepción  y luego matarnos, pero y si lo entrego, también pueden hacer lo mismo  porque ellos son muchos además están armados, y no hay forma de defendernos, pensó  don Gerundio. Mientras tanto, Juan Carlos  presenciaba  sorprendido  el cuadro,  solo hasta ahora comprendía el verdadero motivo por el cual estaban huyendo, su padre estaba protegiéndolo para que no se lo llevaran  la guerrilla.
 
___ Tráiganla, dijo el comandante
 
Y tres de los muchachos  caminaron  hacia Matilde, la empujaron  y a la fuerza   le quitaron a su hija Concepción. Ella intentaba soltarse con sus pocas fuerzas y el valor que guardaba, pero no le fue posible, lloraba y gritaba sin resultado alguno.  La condujeron entonces hasta donde el comandante  y la obligaron  a arrodillarse  al frente de él y mirándolo a la cara.  Matilde y Mario lloraban  desesperadamente mientras ella suplicaba por su hija, los perros ladraban, Juan Carlos presenciaba indeciso  y a don Gerundio lo invadía  la tristeza  más grande en toda su vida hasta ese momento,  y le enfurecía la impotencia de no poder hacer nada ya que dos hombre le sujetaban fuertemente.
___ ¿Que es lo que van hacer a mi hija?, pregunto  casi llorando Don Gerundio.
 
___ Pues como usted  no nos quiere   entregar a su hijo, tendremos que llevarnos a la muchacha, ya esta grande y crecidita y  nos puede ser de gran utilidad, respondió el comandante.
 
Y entonces fue el propio Juan Carlos quien  tomo la decisión,   y con vos fuerte dijo  a sus espaldas:
___ Aquí estoy.
Los muchachos cruzaron la mirada, Juan Carlos estaba parado ahora  frente a ellos   y apuntando con una carabina de cerca al comandante.
___ Ahora suelte a mi hermana  o le vuelo la tapa de los sesos  como cazando venados, le ordenó Juan Carlos.
 
Un silencio profundo reino por un momento, todo estaban atónitos porque no habían sentido acercarse a Juan Carlos. Pero fué él quién volvió a interrumpir.
___ Dudo mucho que ustedes quieran quedarse  sin patrón  y  a usted -dirigiéndose al comandante-  que quiera dejar  a sus muchachos.
 
Entonces soltaron a Concepción  y a  Don Gerundio   quienes  se reunieron junto con Mario.
___ Baje esa arma muchacho, no somos el enemigo.  Si  llegas a disparar mis hombres también lo harán y terminarás muerto, dijo el comandante.
 ___ Se le olvidó  un detalle, replico Juan Carlos
___  ¿Si, Cuál?, preguntó  el comandante.
___ Que  usted sería el primero en morir.
___ Es usted  un muchacho inteligente, dijo el comandante ¿y ahora que piensa hacer?
___ Usted venía por mí porque necesita hombres  para la  revolución, pues bien,  le propongo  un trato.
 
 Juan Carlos sabía que cualquiera de los muchachos le podía dispara  en un descuido  y que ya no era posible prolongar por más tiempo la situación  de amenaza   al comandante.  Más que nada   deseaba   salvar  a su familia   aun a cuestas de su propia vida.
___ Ustedes  dejan libre a mi familia, que se vayan  y yo a cambio me uno a ustedes, le propuso Juan Carlos.
 
Don Gerundio y Matilde trataron de persuadirlo de que no hiciera tal sacrificio, que esos bandoleros no tenían piedad ni de Dios, que con ellos no se podía ni se debía hacer tratos, pero Juan Carlos continuó diciendo.
___ Y entonces que dice, le pregunto  al comandante. Qué dice pues.
___ Digo que bajes esa carabina y dejes de apuntarme, respondió el comandante.
___ Si me impaciento se me puede disparar, le dijo Juan Carlos. A veces suelo sufrir de nervios pero nunca de mala puntería, replicó.
El comandante se detuvo a pensar un momento y a evaluar la situación; por un lado tenía   un arma apuntándole   en la cabeza, una  familia que lloraba  amargamente; y por otra parte, un grupo que lo apoyaba pero que en esta situación, él perfectamente sabia que  podía  resultar muerto, además tenía un trato  en el que  él resultaba bien librado  y además   ganaba  un miembro  mas  para  apoyar la revolución. Fue fácil darse cuenta que tenía mayor beneficio aceptando el trato.
___ Está bien muchacho, dejaremos libre a tu familia, y usted a cambio se unirá  a nosotros.
 ___ Pero…  y  lo de la niña qué,  le reclamó unos de los camaradas.
___ La  muchacha también se va y ustedes se van a tener que quedar  con los crespos hechos,  le dijo Juan Carlos.
___ No tiene porque hacer tratos con este campesino, comandante, le volvieron a reclamar los muchachos con una actitud desagradable.
___ Y qué más quiere que haga,  carajo, dijo con voz fuerte   el comandante, ya como enfurecido. 
___ Y ustedes, lárguense  pero rápido   antes  que me arrepienta, les dijo a la familia sollozante.
 
Juan Carlos sabía que el comandante tenía palabra,   él había  sabido ganarse ese respeto en la región y cuando daba su palabra siempre la cumplía, para bien o para mal, de manera que bajó la carabina y fue a despedirse de su familia. Ese día comenzaría una nueva vida,  y   muy probablemente nunca volvería   a ver a sus padres   y a sus hermanos,  pero pensó que era la única forma   de que ellos  salieran vivos   de esa situación.
 
Y don Gerundio  partió  con su esposa,  sus hijos, sus caballos y sus perros y Juan Carlos vio como   se alejaban  por el camino   para nunca  mas saber de  de ellos. Se le agüaron los ojos  y le fue imposible   contener el llanto, fué muy difícil  para él separarse de su familia   en esas condiciones. Todas las ilusiones   que se había hecho  de la capital   y de tener algún día una familia   ahora estaban  quedando atrás   porque seguramente   en la guerrilla   moriría  en algún combate   o de paludismo.
 
Matilde y Concepción  lloraron  todo el resto de tarde  hasta que entró la noche  y  se durmieron   muy  tristes  por la pérdida   de su hermano. Que mi Dios me lo Bendiga   y lo proteja,   que logré salir con bien de todas las situaciones  y que logre escaparse   en la mejor ocasión, rogaba Don Gerundio y su esposa. Allá  con esa gente no le espera nada bueno, la muerte es lo único seguro. Y esa noche fue  la mas  triste que antes hayan vivido. Juan Carlos era el hijo mayor, quien trajo la primera alegría  al hogar,  lo vieron nacer, crecer y formarse  como todo un hombre, aprendió   la  esencia del buen vivir en valores,  le enseñaron a trabajar  y a ganarse la vida honradamente,  a ser una persona  útil a la sociedad. Y pensar que  ahora lo habían   perdido  de una forma miserable, daba coraje  saber  el camino que el destino le había obligado a tomar.
 
Y continuaron con una gran pena en sus  espaldas, con  una gran  desilusión más que una ilusión, con el alma fría  y una gran tristeza en el corazón. Pero la vida seguía, tenían dos hijos más por sacar adelante,  una nueva situación a la cual  enfrentarse en la capital  y un gran reto que superar; adaptarse a un nuevo estilo,  a nuevas costumbres, a nuevas personas, a un nuevo clima,  a un nuevo ambiente  a un nuevo  mundo para ellos   ya que toda su vida   la habían vivido  en el campo.
 
Llegaron al pequeño poblado del otro lado de la serranía, pasaron la noche allí y con el primer rayo del sol partieron en bus hacia la capital, como si quisieran dejar atrás de una vez y para siempre la amarga experiencia con el grupo armado y “disque revolucionario”.
 
Cuando llegaron a al capital  por el extremo sur, quedaron sorprendidos. Desde lo alto de una colina   sobre la carretera, podía verse la inmensa ciudad,  nunca habían visto  una ciudad tan grande y con  tantos vehículos rodando  como hormigas   por las calles. Estaban  fascinados  con el espectáculo y daba gusto apreciarlo; sin embargo,  vieron con gran tristeza   la gran cantidad de casas  a medio construir y muchas de ellas en extrema miseria, hechas de palo, hojas de zinc y en el peor de los casos con paroy, las calles en extremo destruidas,   huecos por todo lado   y una polvadera capaz de cubrir un camión entero.
 
 Y se miraron entre si, ellos tenían la mejor imagen de la capital. Entre otras cosas eso los había motivado   para viajar hasta ella  y ahora esta se veía seriamente    amenazada por lo que estaban apreciando.
 
___ ¿Y nos vamos a comprar otro caballo? Pregunto Mario.
Don  Gerundio había que tenido que vender  el cabalo y la yegua  cuando llegaron al pueblo   que estaba al otro lado de la serranía, no podían traerlo hasta la capital,  de manera  que aunque los tuvieron que dejar  a  bajo precio,  pues se  trajeron   un  dinero adicional.  Los perros si venían todavía con ellos aunque fue una odisea que los dejaran subir al bus en su viaje a la capital.
 
___  No, respondió a secas don Gerundio.
___ Aquí no se puede montar a caballo como en la finca, aquí se monta  uno en los carros, agrego Matilde.
___ ¿Y entonces  nos vamos a comprar un carro?, volvió a preguntar Mario.
 
Pero esta vez no obtuvo respuesta, no tenía sentido seguir hablando del tema.
 
Se detuvieron por unos instantes a admirar las construcciones; todo les parecía hermoso, realmente era algo nuevo para ellos, nunca se imaginaron estar algún día en la capital. A pesar de todo lo ocurrido estaban tan felices   y ni  siquiera se  preocuparon por no tener un sitio donde llegar, ni tampoco por la forma en que los citadinos se quedaban viéndoles.  Sus almas estaban llenas  de alborozo  y nada  perturbaba su alegría, caminaban  enmudecidos  viendo  pasar los vehículos  frente ellos; nunca habían  visto  tantos autos   juntos   y la sola  idea  de subirse a uno de ellos  les excitaba la imaginación. Y entonces deambularon   por las calles  de un lado  a otro  y sin   un rumbo fijo, solo querían caminar y conocer la ciudad.
 
Después de mucho caminar, ahora sí con hambre y cansados, se detuvieron en un parquecito a pensar  que era lo que ahora iban  a hacer.
___ Papá, ¡mire ese niño como hecha candela   por la boca!,  exclamo Mario, asombrado por tal suceso.
 
Todos voltearon a mirar. Era de esos niños que suele salir a los semáforos  a hacer alguna actividad   para que las personas   de los autos les regalen alguna moneda. Para este caso en particular  se trataba de un niño   que debía tener   la misma edad de Mario, alrededor de los once años; en su mano derecha sujetaba  una antorcha de fuego   y caminaba hasta un poste donde   tenía un tarrito con gasolina que luego se lo llevaba a la boca llenándola con este liquido inflamable.  Luego esperaba   el cambio  de luz del semáforo, a rojo, para   correr  justo en medio  de la avenida   y comenzaba  entonces su presentación. El niño movía con gran destreza   la antorcha, dándole giros   y haciendo alguna acrobacia, luego ponía la antorcha cerca de su cuerpo, a  la altura de la cara  y soplaba fuerte expulsando  la gasolina ahora  pulverizada  que se encendía  al contacto  con  el fuego mostrando una larga cabellera   de color amarrillo-rojizo.
 
Don Gerundio y  su familia, están atónitos  admirando al niño, nunca había  visto en vivo un espectáculo de tal magnitud, solo en alguna ocasión en la televisión. La ciudad si que encierra cosas fascinantes, pensó Don Gerundio mientras veía al niño caminar entre los carros para ver si alguien premiaba con una moneda su arte. Luego el semáforo cambio y siguieron los carros.  
 
Estaban tan emocionados   que el hambre  que tenían se desvaneció  por un momento. Se esperaron hasta el próximo cambio de luz del  semáforo  para ver nuevamente  el espectáculo, pero esta vez fue distinto, tan pronto como se encendió la luz roja, una niña corrió  a la mitad de la  avenida, hizo un gesto de  reverencia y luego  inicio  su show  de malabares; primero con dos, luego con tres, con cuatro  y finalmente con cinco  peloticas de distintos colores. Nuevamente quedaron fascinados con lo que veían. Don Gerundio, no podía creer  como una niña con tan poca vida  tenia tal destreza con sus manos, y él, con más del cuádruple de su edad nunca siquiera lo había intentado.         
                 
Luego de varias presentaciones ya se les volvió  monótono el show  y decidieron pensar en que  era lo que  iban a hacer.
 
 Y luego de almorzar,  y felices de estar sentados en un vehiculo, le pidieron al conductor que los llevara a un barrio del sur  donde pudieran tomar   una habitación   en arriendo. Don Gerundio  tenía   entendido    que en el sur  de la ciudad el costo   de vida   era más bajo y se podían familiarizar mejor con el ambiente  y las personas.  El taxista los llevó por la autopista  a uno de los barrios que quedan en la periferia   de la ciudad, desviándose después por una  colina en donde las calles estaban  sin pavimentar y dejándolos cerca de la iglesia del barrio,  tal como ellos se lo había solicitado. Luego caminaron hasta la iglesia   para dar  gracias a Dios por su llegada a la capital, además para encomendarle  a Juan Carlos, por el amparo  en la nueva vida que él y ellos comenzaban a llevar. Preguntaron entonces por el sacerdote.
___Buenas tardes, saludó el señor cura,  ¿que se les ofrece?, preguntó.
 
Don Reinaldo era el sacerdote del barrio, un hombre que reflejaba bondad en su rostro  y tranquilidad en su alma.  Estaba ya entrado en años, un tanto mayor que don Gerundio. Tenía una voz suave  y fresca como  la brisa veranera  a las riveras del rio.
___ Pues  padre, dijo don Gerundio  con voz humilde, venimos desplazados por la violencia del llano, llegamos hace apenas algunas  horas  a la capital   con mi esposa  y mis dos hijos;  el mayor nos lo quito la guerrilla por el camino. Resulta que no tenemos un sitio en donde alojarnos  porque aquí no conocemos a nadie.
___ ¿Y que es lo que desean?, hijo, pregunto  el cura Reinaldo que ya comenzaba  a simpatizarles.
___ Pues sino es mucha molestia y usted nos podría  recomendar un sitio donde pudiéramos  arrendar  una habitación, dijo don Gerundio, no queremos alojarnos  en cualquier parte porque uno no sabe con que clase de personas se va a encontrar y pues como se dio cuenta todavía tenemos dos hijos por sacar adelante.
 
Por la actitud de la familia y la manera de proceder el sacerdote supo que eran personas muy humildes y además campesinas, que no tenían mas a quien recurrir, que él era el único que los podía ayudar  en ese momento.  La gente del campo suele ser muy creyente  y generalmente deja sus actos en las manos de Dios, pensó don Reinaldo, de manera que no extrañó que hayan recurrido a él   para solicitarle ayuda.
___ Pues casualmente, por aquí cerca la señora Mercedes tiene  una habitación   disponible que le desocuparon en estos días. Habrá que ir a verla para hablar  con ella, respondió el sacerdote luego de haber meditado un momento.
 
Y de inmediato salieron  acompañados  por el sacerdote  a la casa de la señora Mercedes. Por el camino  estuvieron contando la historia de sus vidas   y como  se habían  visto obligados  a escapar de su tierra  dejando abandonado todo lo que tenían.
___ Buenas tardes señora Mercedes que Dios la bendiga, saludó el sacerdote  al tiempo  que  veían salir una anciana   de la casa a donde  ellas iban.
___ Qué lo trae por estos lados padre,  preguntó la anciana.
 
Y luego de exponerle el caso y llegado a un acuerdo, la familia Gonzales se instalo en su habitación, una habitación para todos ellos, agradeciendo la colaboración al sacerdote y prometiendo visitarlo al día siguiente. La señora Mercedes trató de ayudarles  en lo que estuvo a su alcance; prestándoles algunas cobijas  y abriéndoles un espacio en la estrecha cocina  para que ellos pudieran preparar los alimentos. 
 
Ella vivía con Esteban, su nieto, se había hecho cargo de él desde   que era tan solo un niño; y a pesar  de que ya era un joven crecido  todavía  la  acompañaba y le ayudaba.
 
Hasta entonces, salvo la pérdida de su hijo Juan Carlos, todo había sido favorable; estaban en la capital, tenían ahora un techo donde pasar la noche  y no se les había presentado ningún problema  con los habitantes de la ciudad. Había sido un día único en sus vidas, nunca habían viajado tanto ni tenían tantas emociones encontradas. Estaban exhaustos y ahora solo querían descanzar.  
___ Abríguense  bien, les recomendó la señora Mercedes,  porque aquí hace mucho frio de noche.
 
Y se acostaron todos en la misma cama, compartiendo el calor de sus cuerpos  y el amor de hogar. Se  quedaron dormidos  hasta que  la luz de un nuevo día iluminó  sus caras.
___ Que pronto amanece en esta  ciudad, y que frio tan verraco el que está haciendo, dijo Matilde.
Pero ninguno quería levantarse. Toda su vida habían tenido que madrugar porque así es la costumbre  en el campo, de manera  que fué la primera vez que los sorprendió la mañana aún acostados, como también   era el primer amanecer   que pasaban   en la gran ciudad.
___ Hoy tenemos que ir a recorrer el barrio para conocerlo, y además saludar el padre, de pronto él nos puede ayudar  a conseguir trabajo, dijo don Gerundio. Y ya casi entrando el medio día se alistaron para salir en familia.  Una dulce melodía que salía del lado izquierdo de la casa hacia agradable el ambiente, daba tranquilidad y alegría.
___ Quién estará tocando el piano, pregunto Concepción  muy animada. Siempre he querido aprender a tocarlo, pero nunca he tenido la oportunidad.
___ Es mi nieto, interrumpió la señora Mercedes, él estudia música en la universidad y le gusta mucho tocar organeta y la guitarra, él quiere un piano pero de donde flores sino hay jardín.
 
Y enseguida lo llamo para presentarles a los nuevos inquilinos. Esteban era un joven alto, bien parecido y de tez clara. Saludó formalmente mostrado  especial atención en Concepción, ya que ella le felicitaba por tocar tan bonito.
___ Gracias señorita, me alaga con tus palabras, dijo el joven un tanto intimidado ante la belleza de Concepción. Si de verdad deseas aprender yo puedo enseñarte. Para mi sería un gusto, mas que una molestia, dijo el joven ahora  con mas confianza.
 
Concepción saltaba de alegría, estaba feliz; apenas  acababan de llegar y ya iba  a comenzar  a aprender  organeta, casi piano,  muy cerca se sintió de lograr uno de sus grandes deseos.
 
___ Pero seria bueno que primero aprendieras a tocar primero la guitarra, puede serte de gran ayuda  más que aprender  al piano, replico Esteban.
___ Lo que tú quieras enseñarme primero, dijo aún feliz Concepción,  yo le hare caso a lo que usted diga.
 
 Y así lo convinieron, al siguiente día sería su primera lección. Concepción  estuvo  feliz durante todo el resto de día y esperaba ansiosa a que  anocheciera y pronto  amaneciera parar recibir su primera instrucción.  Durante la tarde ya de regreso en casa se dedico a escribir. Ella solía componer poesías, le gustaba mucho hacerlo y además siempre era la mejor en los concursos que se organizaban en el colegio de la vereda.  El joven Esteban   se acercó parar preguntarle por lo que estaba haciendo, y además para ganarle    un poco mas de  confianza.  La muchacha  le había  gustado   y quería  conocerla  mejor.
 
Mientras  tanto, don Gerundio continuaba paseando por las calles  reconociendo   el barrio  y viendo  los posibles lugares   donde  le pudieran dar trabajo. Debía estar muy atento por donde  caminaba, el cura ya le había advertido que el sector  era muy  peligroso,  que robaban y atracaban   mucho.  Le recomendó en lo posible no salir de noche. Don Gerundio sabia  que aunque   el costo de vida   era menor  en los barrios del sur, también eran muy peligroso, que los muchachos cogían malos pasos y se enviciaban, pero él estaba convencido  de  que sus hijos eran diferentes, que ya les había dado  el mejor ejemplo por lo que  no escogerían malas amistades ni aprenderían malas costumbres, además lo tenían a él y a su mamá,  para corregirlos y guiarlos  como hasta  ahora, por el buen camino.
 
Y llego el día siguiente, era el 6 de Enero y en su pueblo acostumbraban celebrar la llegada de los reyes magos, de la tradición católica. En la ciudad, el día pasó como desapercibido. Mientras en su pueblo hacían fiesta y era motivo de celebración, de paseo, bebían licor y se emborrachaban, aquí sí apenas  se sabia que era 6 de Enero. Pero la señora mercedes hizo unos buñuelos con natilla y repartió a todos los de la casa, unieron lazos de amistad en  una larga    y agradable  conversación que  duró toda la tarde.
 
Concepción  inicio su primera clase de guitarra  muy entusiasmada.  Mario  hizo nuevos amigos en la cuadra.
___ Mañana iré a buscar un empleo dijo Don Gerundio, confiando en Dios  podre    trabajar  en  algo. Y salio muy  optimista  a la mañana siguiente  a tocar puertas,   inicialmente en lugares cercanos  a la casa.  Preguntó en una carpinterías, en talleres industriales, en una zapatería, incluso en una lavandería   pero en ningún lado   fue posible   que le  dieran trabajo, por un lado porque no  había vacantes,  y en el  mayor de los casos, la edad  y la falta  de experiencia. En su correría   vio en varios  ocasiones  a personas  trabajando en zorras; vehículos de tracción  animal. Si no hubiese vendido   el caballo, aquí podría   trabajar  así como ellos,  pensó.  Pero igual, traerlo hasta aquí hubiera sido  muy costoso y complicado, se consoló.  Y llego en la noche a su casa con las manos vacías y desconcertado;  y cada día que pasaba, seguía  buscando   en diferentes barrios   y para diferentes oficios, pero llegada   la noche, seguía volviendo   a su casa   con las manos   vacías   y desconcertado.
 
Concepción seguía  muy aplicada aprendiendo   a tocar la guitarra, en ocasiones   solía mostrarle   a su papá lo  que Estaban  le estaba enseñando   y  a cambio recibía   un beso en  la frente   y una felicitación. Estaban  ahora estaba practicando la poesía, le había   gustado por la influencia de Concepción, y en ocasiones   solía mostrarle a ella  para que le ayudara  a mejorar el léxico    y  hacerlas   más bonitas y llamativas.  En una ocasión   el le  escribió una poesía  a cambio de que  ella  le escribiera una a él. Se habían hecho buenos amigos  y a veces hasta   parecían un par de  buenos hermanos.
 
Mario, en cambio se mostró   mas abierto al mundo  exterior;  con el transcurso   del día  seguía haciendo amigos   con gran facilidad, le gustaba  contar historias  de espantos  y leyendas   que se escuchaban   en el llano. En una ocasión narro “La historia del duende“ que le había contado   su abuela   hace muchos años, antes de morirse.
 
Conto  que cuando  su abuela Ester   apenas estaba  criando  a los hijos, entre ellas a su mamá,  aparecía el duende  en la casa,   pero nadie   los había visto.
 
En las noches, la abuela solía dejar  organizada  la cocina, con  la loza limpia  y organizada en su puesto; y en eso de la media noche  se oían ruidos como cuando alguien  quiere  cocinar, pero nadie se atrevía  a bajar  a averiguar   que era  lo que ocurría .  A la mañana siguiente  la cocina   aparecía  en un desorden total, los platos en el suelo, las ollas sucias  la  loza desorganizada y hasta aparecía mierda regada. De manera   que a la abuela le tocaba nuevamente   ponerse a organizar  la cocina. Llegada la noche, dejaba nuevamente la cocina organizada, pero igualmente se oían  los mismos ruidos  a la media noche,  y  a la mañana siguiente  todo amanecía  en un completo desorden.
 
Así  pasaron los días, el  abuelo decidió colocar  un trampero  cerca del fogón  y apuntando hacia donde estaban   las ollas   y los platos  para que cuando los duendes   comenzaran con su desorden, al pasar pues halaran el hilo y se disparara el arma. Pero la sorpresa fue en la mañana, el trampero estaba sin accionar, la cuerda suelta, la munición que había quedado en el cañón ahora estaba a un lado  del trampero.  La cocina seguía estando patas arriba.
 
Ya se cansó  la abuela   Ester  de estar lavando   la cocina  en la noche y en la mañana, de manera que en  una ocasión antes de acostarse, no lavó la loza, no organizo la cocina, lo dejo todo sucio después de la cena y se acostaron como de costumbre.  A la media noche volvió a oírse el ruido aunque esta vez con menos intensidad, y a la mañana siguiente, la sorpresa  fué aún mayor;  todo estaba  perfectamente organizado, la loza sucia ahora estaba limpia y en su puesto,  la cocina aseada   y el piso bien barrido. Y  entonces  a  la noche siguiente   se volvió  a repetir  la misma historia,  lo hacia para que pagaran por todos  las veces  que  revolcaron la cocina y la hicieron trabajar dos veces para la misma labor.  En una noche, la abuela no se aguanto la curiosidad, se llenó de valor y descendió del segundo piso de donde dormían al primer piso, donde estaba la  cocina, para percatarse que era lo que ocurría durante la media noche. Se quedó asombrada  viendo varias personas  pequeñitas  vestidas con trajes de colores  que se movían  con gran destreza  de un lado  para otro   en la cocina,  mientras la organizaban. Al día siguiente contó lo observado pero ninguno le creyó, acordaron bajar esa noche con ella  para comprobar que lo que decía era cierto, pero se quedaron  esperando que llegaran  los duendes a la media  noche, ya no se oyó ningún ruido, y a la mañana siguiente la cocina amaneció tal cual la había dejado  en la noche anterior,  y a partir de esa ocasión  nunca mas volvieron   a parecer los duendes   de la cocina.  El incognito y el misterio es el alimento de los duendes.
 
Y es que los duendes son enamoradizos, una vez a  Ricardo, un tío, cuando estaba  pequeño  casi se lo llevan. Él tenía una larga cabellera rubia  y además estaba sin recibir el sacramento del bautismo.
 
Él estaba tranquilo   por ahí   sentado   y luego   se ponía  a jugar  muy alegre, como si alguien   se le acercara   a hacerle jueguitos, solo que nunca se veía a ese alguien. Ocurría que el niño en un instante cualquiera y en un descuido salió corriendo  hacia la orilla del rio ya que este quedaba cerca. La abuela lo llamaba, pero él seguía corriendo sin escucharla, de manera que tenía  que correr a traerlo  y esto ocurría casi todos los días  a la misma hora.  En una ocasión  la abuela   lo volvió a ver  jugando   entretenido,   pero esta vez estaba    muy ocupada  y se le olvido ponerle cuidado, así que cuando se acordó de Ricardo, él ya no estaba por ahí, de manera que  corrió     para el rio porque  para allí él siempre cogía. Cuando llegó a la orilla del barranco,  el niño ya estaba pisando el agua  y caminaba hacia lo profundo.
___ Ricardo, Ricardo para donde va, le dijo la abuela.
Pero igual que en las veces   anteriores,   el la ignoraba  y seguía caminando despacito  y muy tranquilo, y además se reía  y estiraba el brazo  como queriendo coger algo. Ella corrió nuevamente y logró sacarlo del agua antes  que esta lo arrastrase y lo ahogara.
 
 Así que el fin de semana inmediato, lo llevaron al pueblo para hablar  con el sacerdote, esta vez ya había estado  a punto de ahogarse  y no sabían porque lo hacia,  de irse caminando  hacia el rio y no atender de llamado.
___ Es el duende que se lo quiere llevar, dijo el Sacerdote.
 
Los abuelos quedaron sorprendidos, no comprendían  que un duende se quisiera llevar a su hijo. Ya estaban   cansados de    duendes.  Primero con la cocina  y ahora con su hijo.
___ Y que debemos hacer padre, preguntó la abuela.-
___  Pues ¿ya bautizaron  el niño?  Preguntó el sacerdote.
___ No,  todavía no,  agregó la abuela.
___ Mire, el duende  o la duende   porque  seguramente  es mujer, está es encantada  con el niño, y yo supongo que es por esa cabellera tan bonita  que tiene, de manera que lo primero que van hacer, es llevarlo a al a peluquería  y hacérsela quitar. Luego consíganse unos padrinos para el niño  y vienen juntos para bautizarlo en la misa de mañana, les dijo  ahora el sacerdote.
 
Y así lo hicieron, y desde entonces  no volvió  a saberse nada de duendes  por la casa.
 
Y todos  sus nuevos amiguitos  estaban fascinados con sus historias,  y querían que siguiera contando mas, pero Mario solo les contaba de a una.
 
Y los días siguieron. Concepción continuaba escribiendo poesías; Estreno una linda guitarra como regalo de cumpleaños. Mario aprendió el arte de los malabares  gracias a sus amigos.  Matilde se ocupaba de los asuntos   de la casa y don Gerundio continuaba  sin encontrar  un empleo  y ya cansado de buscar  y no encontrar.  Esteban se había  enamorado de Concepción  pero no se atrevía decirle.  El dinero de los ahorros  comenzó a escasearse  y se avecinaba la crisis.
___ Tranquilo gerundio,  a lo mejor   mañana  sí puede   conseguir un trabajo. No siempre lloverá, le dijo el cura.
 
Don Gerundio en cambio no era tan  optimista, sabía que estaba viejo  y que era difícil  que lo emplearan.  Él no sabía de trabajos diferentes a los del campo, ni siquiera aprendió a leer y a escribir  a si que la situación era difícil  para emplearse. Se le sumaba lo poco que conocía de la ciudad  y la falta de referencias. Reinaldo el sacerdote, en una ocasión   logró ayudarle  para que lo contrataran   de celador, pero fue un completo  fracaso, las personas que vivían en el conjunto  cerrado donde   lo emplearon, reprocharon su estilo  de hablar  y de vestir, completamente campesino por lo que  solo  duro  dos días allí.
 
Extrañaba el campo, recordaba  con nostalgia  las épocas bonitas que vivió donde corría tras el ganado  en los atardeceres  para el encierro de los becerros o tras de un animal del monte  en medio de la selva. También extrañaba   su finca   y sus animales,  el ordeño   por las mañanas,  cuando  se tomaba un vasado  de leche calientita recién salida de la ubre de la vaca; las veces que salía  con su hijo  de pesca   al  raudal   que se formaba en el rio. Por un momento pensó en sus vecinos  y en su compadre, cómo habrán seguido  marchando las cosas   por allá en la  vereda. Extrañó  las jugarretas   en la cancha  de futbol  cuando   solían salir   a mirar los partidos   y recordó los bazares   que reunían a la mayoría  de personas de la vereda. Le fue inevitable pensar en su hijo Juan Carlos,  en como le habrá ido con la guerrilla   y si de pronto habrá decidido escaparse. Que pensarían los vecinos  cuando lo vieran andando con los muchachos, claro que ellos dijeron  que eso lo enviaban para otro pueblo para evitar las amistades.
 
Y que habrá sido de los animalitos   que dejaron,  el gatico que tanto quería Concepción, los cerdos, las gallinas  y un poco de ganado que quedaba. Seguramente se lo comieron los muchachos, pensó, igual que como hicieron    después   de que mataron  a los Herrera.
 
Con todo y a pesar  de las circunstancias    no se arrepentía  de haber  tomado  la decisión   de huir  a la capital,   lo único malo  es que de todos   modos se habían  llevado  a Juan Carlos; pero hubiese sido peor si nos hubiéramos quedado allá, pensó. Después se hubieran  llevado a Concepción  y a Mario luego   quien sabe   que  harían con nosotros  cuando no tuviéramos con que pagarles la vacuna. Pero ahora estaban en la  ciudad y las condiciones  eran diferentes,  pronto se  acabaría el dinero  y vendría la escasez, y él seguía sin conseguir trabajo. Ya pasaba la época   en que los pela´os  entran a estudiar   a  sus colegios   y por esta vez no tenia   la forma de poner  a los suyos a que continuaran   adelantando sus estudios.  Le preocupaba notablemente la situación.  Mario se había vuelto ahora mas impulsivo, desobediente, estaba  casi todo el tiempo con sus amigos  y parecía no  preocuparse  por regresar pronto   a  la casa. Solia salir por las mañanas y solo ocasionalmente  regresaba al medio día  a almorzar, casi siempre lo traía la noche.
Ya en varias ocasiones  le habia preguntado por sus actos, el por qué se demoraba tanto por la calle,  que a qué se estaba dedicando,  que si había cogido malos hábitos con sus amigos; pero él solo decía que no estaba haciendo nada malo, que estaba aprendiendo trucos   para hacer en los semáforos  y recoger algunas monedas; que de ahí sacaba para el almuerzo  y para èl, de manera que  en la  casa  gastaran menos dinero  en su comida.  Y  entonces  no le  reprochaba nada, porque era cierto,  no había  vuelto a pedirle   para los dulces   o para los helados; y ya en varias   ocasiones  había colaborado con algo en la casa.  
 
Concepción por su parte, se veía muy entusiasmada  con Esteban,  ya don Gerundio había notado   que el  muchacho  la trataba de una forma más especial   que a los otros miembros  de la familia, y que pasaba más tiempo con ella que con su abuela. Se habían hecho buenos amigos   y le preocupaba  que él  se pudiera aprovechar  de   la inocencia  de su hija.
 
Pero  lo bueno es que ahora Concepción  tocaba  muy bien   a la guitarra  y pertenecía  al grupo  del coro de la Iglesia, allí  cantaba en la tradicional misa de los domingos. 
 
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________ [continùa___ Estoy pendiente de subir la continuaciòn]__________

 
 
 
 
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Descripción

Novela colombiana que recoge muchas vivencias sociales. Es de tipo constumbrista-realista.

Palabras Clave: amor violencia sociedad vida existencia social historias cuentos relatos colombia cuesta krushian imbus

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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Krushian Imbus

He publicado un nuevo fragmento de la novela, desde donde dice CONTINUA 1
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April 29, 2013
 

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