Con la vida a cuestas - al final del camino (1era parte)
Publicado en Nov 25, 2012
"Contemplaré el mágico resplandor en las fronteras del universo y podré encontrar el significado de las cuestiones filosóficas que viven en lo más profundo de mi ser, inquieto en busca de la esencia de la vida misma y la supremacía universal" El autor ___________________________ I PARTE - LA AURORA DEL OCASO ___ Es muy triste pensar que nos hemos quedado solos en la vida. Después de tanto tiempo, de tener unos hijos y verlos crecer, ahora terminamos en la más completa soledad y abandono. No le parece que habemos personas que no valemos nada a los ojos de Dios, nos ha olvidado por completo y parece no importarle nuestras vidas, comentó don Gerundio. Tenemos años de andar vagando por las calles de esta ciudad buscando subsistir y aunque no nos hemos muerto de hambre pues ha faltado poco para hacerlo. ¿Y que hemos conseguido? nada bueno. Ahora estamos enfermos y sin nadie que nos ampare y se preocupe por nosotros. Qué habrán hecho nuestros padres para que el destino nos cobre de esta manera ¡Ay que vida! , si a esta miseria se le puede llamar vida, agregó. ___ Ya no te quejes mas Gerundio, Le dijo Matilde, su esposa. Mira que ya no tenemos ni alientos pa´caminar y usted ahí matando cabeza para completar el dia. ___Pero mujer, como quieres que no me queje si la vida ha sido desagradecida con nosotros. Mira, ya el sol se está ocultando y apenas si hemos probado bocado en el día. Las tripas nos gruñen y carcomen el estomago, pero que podemos hacer, sobarnos la panza ya que no hay na’ que comer. Ya hasta los vecinos se cansaron de ayudarnos y nosotros nada que despegamos aguja, ya hasta se nos perdió en medio de este pajar de la vida. No tenemos la misma fuerza que en la juventud y las esperanzas han quedado marchitas; ahora solo somos un par de viejos enfermos esperando que se haga la voluntad de Dios para irnos de este mundo. Recuerdas cuando solíamos sentarnos a charlar por las tardecitas en la orilla del barranco, allá en nuestra finca; fueron tiempos de paz y prosperidad, nada nos hacía falta; pero ahora, desechados por la sociedad, sumidos en la mas completa miseria, y para completar, solos y enfermos. ¿no le parece motivo suficiente para renegar?, le dijo ahora don Gerundio. Aunque Matilde permanecía callada, escuchaba con atención los comentarios de su esposo; su mirada apagada se perdía allá en lo lejos y de vez en cuando tenía que respirar profundo porque se le acababa el aire en los pulmones. Ella vestía igual que don Gerundio, con trapos viejos, rotos y andrajosos, pero como siempre bien peinados, con la particularidad que siempre los caracteriza. Sus miradas tristes se compaginaban en un cuadro de abandono que se acomodaba perfectamente con sus rostros viejos, arrugados y pálidos; sus cabellos ya cubiertos de canas, por los años y las preocupaciones en los tiempos vividos. Don Gerundio Gonzales, de tez morena, ojos grandes y mediana estatura solía ser quien guardaba mayormente la esperanza se superar la miseria en que vivían y volver al campo en donde crecieron; pero esta vez la esperanza ya estaba quedando atrás, marchitas las ilusiones día a día. Pasaron los años, los sorprendió la vejez y las enfermedades antes de ver realizado su sueños. ___ ¿Qué habrá sido de Concepción , nuestra hija. Hace ya varios años que no sabemos de ella, si estará viva o como le habrá ido, si nos pensará de vez en cuando o ya se olvido de nosotros? dijo Matilde. ___ Estuvo bien que se hubiera ido con esos señores, a nuestro lado no le esperaba ningún futuro, a lo mejor y algún personaje de esos que andan en la calle le hubiera hecho alguna maldad y la desviara a los vicios y las porquerías esas que ellos meten. ___ Pero lo dices como si no te importara, le reclamó su esposa. ___ Pero claro que si me importa, replico don Gerundio, ella es nuestra única hija mujer, yo también la extraño y quisiera volver a verla antes de morirnos, pero no se si Dios nos haga el milagrito porque como nos tiene abandonados desde hace tanto tiempo. Una fresca brisa los envolvió, eran ya entradas las seis de la tarde, y el día empezaba a oscurecerse ___ Abríguese bien, no vaya y sea que se engarrote del frió, le dijo don Gerundio a su esposa. Todavía es muy temprano, esperemos un poco haber si alguien nos regala un poco de comer. Hoy no tengo ganas de irme a meter en ese cucurucho donde vivimos. ___ Y pensar que no hemos conseguido la plata para pagarle a doña Clemencia lo del arriendo de este mes. Seguro que está como una fiera y nos vuelva a amenazar con echarnos a la calle a dormir como los perros, se lamentó Matilde. ___ Y acaso como cree que dormimos en ese rancho, no será como unos reyes, o le parece muy bueno dormir encima de esas tablas peladas que al otro día le amanece a uno doliendo todo el espinazo, replico don Gerundio. Estamos mas cómodos aquí sentados en este parquecito viendo pasar la gente, que allá encerrados como en una ratonera. ___ Mijo me siento muy débil, ya no tengo fuerzas ni para hablar. Porque no va y mira a ver si alguien le regala una monedita para comprarnos algo, aunque sea un panelita pa´ este frió, le pidió Matilde a su esposo. ___ Y por que no me acompaña y vamos juntos, le dijo don Gerundio. ___ Ya le dije que no tengo ni un aliento, y además me quiere dar como mareó y ganas de vomitar, le dijo ahora Matilde. ___ ¿Y que vas a vomitar? si solo nos comimos un pan esta mañana, le dijo Don Gerundio. Eso ha de ser esa maldita anemia que la tiene fregada, agregó. Y enseguida se puso en pie y sacó de entre el costal un cuaderno ya viejo y un tanto sucio, su esposa lo miró y le preguntó. ___ ¿Y usted para que se trajo el cuaderno de mi niña concepción? usted sabe que es el único recuerdo que tenemos de ella, y que tal que nos llegue a llover, se nos moje y se nos dañe, y ahí sí de donde vamos a sacar otro. ___ Pues precisamente por eso es que lo traje, porque es el único recuerdo de ella, y además para sentirnos acompañados ya que estamos tan solos, le dijo don Gerundio. El cuaderno está más seguro con nosotros que dejandolo allá en el rancho, porque la vieja Clemencia es capaz que lo coje para prender candela, y hasta ahí nos queda el recuerdo, agregó. ___ Bueno pase haber ese cuaderno y vaya a ver que puede conseguir. Ya que hoy nos fue tan mal espero que ahora no nos vaya peor, le dijo su esposa. ___ ¿Pero que puede ser peor que esta miseria en la que estamos?, comentó don Gerundio. ___ Pues como al caído hay que caerle, somos tan de malas que nos cae un aguacero así de sorpresa y por aquí donde nos vamos a escampar, le dijo Matilde. ___ Bueno, bueno, voy a ver que puedo conseguir y regreso en un rato, dijo finalmente don Gerundio. Matilde se quedo sola, sentada sobre la silla de aquel parquecito y echándole un hojeada al cuaderno de Concepción, su hija. Se extendió sobre el costado de la silla y se arropò para que el frió no le provocara un ataque de tos, de esos que a ella le sabian dar. Se puso a recordar viejos tiempos, cuando era joven y corría por entre el potrero saltando los matorrales tras un becerro arisco que no se dejaba coger para el encierro, y còmo al otro día por la mañana ordeñaban la vaca y sacaban la leche para venderla en el pueblo; ahh, que deliciosa es esa leche calientica que sale de la ubre de la vaca y se vuelve espumosita al caer el chorro dentro del balde. Recordó también una ocasión que salieron de cacería a la sabana junto con sus hermanos y dos perros buenos, de esos berracos que huelen la senda del animal y saben que tan lejos està. Recuerda que salieron en esa de las 6:00 con la caída del sol; con los perros, la escopeta, un machete con su funda a la cintura, unos tiros, una pala y un fiambre por si les atacaba mucho el hambre. Era noche de mengüante y la luna salía temprano de manera que podía verse con claridad a los alrededores por donde caminaba. Ellos iban contando historias de espantos, de pronto en un instante cualquiera salieron corriendo los perros en la misma dirección. ___ Quietos, quietos que parece que los perros ya encontraron algo, dijo uno de sus hermanos. Ellos eran cinco hermanos en total, pero ese día de la cacería solo habían ido dos de ellos, los demás estaban en la casa. De pronto se habían ido al rió a pescar por si ellos no lográbamos cazar algún bicho, pensó en ese entonces Matilde. Y luego los perros ladraron en una misma parte, después de haber corrido un buen rato por entre los matorrales persiguiendo el animal. ___ Vamos rápido que ya lo encuevaron, no vaya y sea que se nos vuele, dijo otro de sus hermanos. Cuando llegaron al lugar donde estaban los perros, ellos estaban ladrando y escarbando a la entrada de una cueva. Mandú, el perro mas grande, era el que parecía estar mas interesado en sacar el animal porque metía el hocico y ladraba fuerte y desesperado porque no podía cogerlo. Trataron de halarlo entre dos de sus hermanos para que se retirara de la cueva y los dejara a ellos sacar el animal que a juzgar por la forma del hueco era razonable que se trataba de un espuelon , una clase de armadillo gigante que suele habitar en la sabana. ___ Hay que tapar la salida de la cueva para que no se nos escape, dijo Matilde. ___ Pues vaya búsquela y métale un trozo de palo, le dijo uno de sus hermanos. Ella buscò a varios metros a la redonda pero no podía encontrar la salida de emergencia del animal, su cueva secreta; le tomò un buen rato pero finalmente la halló a la pata de un chaparro. Con el machete cortó una rama a aquel arbusto sabanero y la metió por la cueva adentro para evitar la huida se su futuro banquete, porque la carne de armadillo sí que es bien apetecida en la región, carne jugosa, con sabor a monte. Cuando llegó donde sus hermanos ya ellos tenían cavada con la pala un buen pedazo de la cueva. Tenían que hacerlo con cuidado para que el animal no se les escapara y además para no lastimar los perros que con frecuencia se acercaban para meter el hocico y ladrar. ___ Aliste pues la macheta porque mañana vamos a comer cosca asada y cola moquiada de gurre, ya este no se nos escapa, dijo el hermano mayor. A él le gustaba mucho la cosca asada ya que los pedacitos de carne que le quedaban tenían un sabor delicioso y a medida que se comían daban màs deseos de seguir comiendo y comiendo y asando y comiendo hasta que ya no quedara un pedacito màs. Y efectivamente después de un rato de cavar lograron verle la cola al armadillo. Su hermano mayor la agarró como pudo y la haló fuertemente al tiempo que su otro hermano le daba con la pala en la cabeza. Matilde permanecía con el machete en la mano por si tenían algún improvisto, por si el animal se les lograba escapar, pero no tuvo necesidad de usarlo, fue muy efectiva la cacerìa. Y se fueron contentos para la casa, ya no querían cazar más, ay para que cazar màs con semejante animalote. … y entre pensamientos y recuerdos se fué quedando dormida hasta que finalmente ya no tuvo conciencia de sí, el cansancio le había vencido. Cuando don Gerundio regreso la encontró tan tranquilamente dormida que no quiso despertarla, tomo su mano con la suya, la acaricio tiernamente y reflexionó: Matilde , compañera de buenos y malos momentos, me entristece verte así en el abandono junto a mí, pero el cruel destino nos trajo a esta ciudad en busca de una nueva vida y un mejor futuro para nuestros hijos pero lo único que hemos encontrado es miseria, humillación y ahora una enfermedad que nos esta matando poco a poco. Sin embargo y a pesar de las dificultades y necesidades siempre has permanecido allí como mi brazo de apoyo, brindándome ese aliento y valor que todo hombre requiere para luchar en la vida. Que hubiese sido de mi vida sin tu apoyo, si aunque has estado a mi lado nos han ocurrido tantas desgracias ¿como seria que me hubiera tocado solo en la vida para educar a nuestros hijos? a lo mejor el final fuera mucho peor, ¿o quizás mejor? Bueno, por ahí dicen que el que nació pa´ tamal del cielo le caen las hojas, así que lo mejor es afrontar la vida como nos llega pero tratando de buscar lo mejor, aunque no siempre podamos lograrlo. Ya hemos perdido a nuestros tres hijos, Juan Carlos el mayor por allá en la guerrilla sin saber que habrá sido de él, si habrá logrado sobrevivir a esa vida de violencia a la que le toco someterse sacrificándose por nosotros, Mario el menor que lo mató esta maldita ciudad por una bala traicionera producto de las malas amistades que lo incitaron a robar y además viendo la necesidad por la que hemos pasado, por intentar ayudarnos a sobrevivir, y finalmente nuestra hija Concepción que se fué con esos señores que le ofrecieron trabajo ya hace un buen tiempo, y desde entonces no hemos vuelto a saber nada de ella. Y nos hemos quedado solos, ni siquiera el gobierno quiso seguir ayudándonos, nos prometió una tierritas en donde pudiéramos trabajar y volver a ese pasado hermoso en donde crecimos, pero qué, debiamos esperar hasta que salieran los recursos para comprarlas ó que el ejercito las recuperara de la violencia de este país. Y cada vez que fui siempre me salían con la misma respuesta, que tocaba seguir esperando que todavía no habia los recursos. Después me cansè y no volví más por allá, a lo mejor y sí compraron las tierras y reubicaran a las muchas personas que estaban en la misma condicion de desplazamiento que nosotros, o a lo mejor nunca compraron nada y estan por ahí vagando tambièn en la vida y viendo como sus hijos se sumen en la perdicion de los vicios que nos rodean. ___ Aahh, pero si ya llegastes, ¿y porque no me había despertado? ¿Si pudo conseguir algo? o tendremos que pasar otra noche sin poder comer, pregunto Matilde. C O N T I N Ù A 1 ___ Nó, esta vez si tuve algo de suerte, allá en el asadero que queda frente al semáforo me regalaron un poquito de pollo y una sopita, le contò don Gerundio. Y Matilde entonces se alegró con la noticia. ___ ¡Pero que bueno!, exclamó incoporandose en el asiento. Este parquecito nos trae como suerte, podría ser nuestro amuleto. Por fin vamos a poder comer una comida rica. Y no podía disimular la alegría que le invadía; las mujeres suelen alegrarse con mayor felicidad por las pequeñeces de la vida, pensó don Gerundio. Y mientras tanto la observaba, como ella devoraba hambrienta todo lo que había en el paquetico que le habían regalado. Luego perdió la mirada a lo lejos y sintió como su mente se desvanecía al recostarse levemente sobre el espaldar del asiento. También él estaba muy debil y se sentía agotado. Matilde no pudo darse cuenta del estado en que se encontraba don Gerundio, estaba demasiada ocupada como para percatarse que el viejo se estaba muriendo ahí junto a ella. Cuando terminó de comer lo poco que había traído su esposo, le dijo: ___ Estaba delicioso, ¿verdad? Hace ya rato que no comíamos algo así, repetía. Don Gerundio movió su cabeza hacia ella. ___ Sí, estaba muy rico, comentó. Él no había probado bocado porque esperaba compartirlo con su esposa, pero ella se comió todo. Debió haber pensado que él ya había tomado su parte y que solo le traía la de ella, y pues además como no era mucho lo que le habian dado, finalmente argumentó para si. Sin embargo permaneció sereno, ya había pasado hambre tantas veces que una vez más no sería la gran novedad, en cambio si estaba feliz porque su esposa ahora se sentía satisfecha. Ella lo miró detenidamente y se dio cuenta de lo pálido que estaba, sudaba frió y parecía un muerto. Le pregunto: ___ ¿Que es lo que tienen Gerundio?, te ves muy mal. Pero él no respondió, se sentía invadido por una gran espesura en su alma, sentía como caminaba por entre fieras y animales salvajes, atravesaba ríos y pasaba montañas, pero todo en medio de una completa oscuridad. Se sentía poderoso al caminar en medio del peligro y nada le pasaba, le era tan familiar el panorama que le parecía estar viviendo su propia realidad; no era nada diferente a lo que había pasado durante los últimos años. Allí a lo lejos, al otro lado de un gran lago se divisaba un gran resplandor como de esos bellos arreboles que suelen verse en el inmenso llano en los atardeceres o en la aurora. Podía oír una melodía agradable que lo atraía, y caminaba sin darse cuenta, sin pensar por qué lo hacía, solo se sentía atraído y su alma se llenaba de gozo a medida que se acercaba más al lago. Su mirada quedo fija en aquel resplandor, había quedado hipnotizado y ahora caminaba entre las aguas, sintió como su cuerpo se refrescaba liberándose de las miserias que le había traído la vida; por un instante en muchos años se sintió tranquilo. Pero entonces sintió que le faltaba la respiración, que se estaba ahogando, y su alma volvió en si. Su esposa estaba atónita mirándolo y sin idea de que podía estarle pasando porque en su mirada notaba inseguridad. ___ Ahora te sientes mejor, pregunto Matilde ___ Solo cuando me muera estaré mejor, respondió. Por un momento reinó el silencio en la ciudad, parecía desierta, un cementerio de almas que vagan en la oscuridad. Las personas caminan con el rostro agachado, la espalda ya jorobada por el peso de cargar con tantos problemas que suelen agobiar el mundo civilizado, y sin embargo parece no importarles las grandes problemáticas sociales y se limitan a llevar un vida de subsistencia y de imposición de poder sobre los mas débiles. Al rato paso uno de los amigos de la calle, conocido como ” el corcho”, y se quedo viéndolos ahí sentados, el uno tan cerca del otro, y con la mirada perdida por entre la viejas casas de tablas y de paroi y alguna que otra con ladrillo ya erosionado por la lluvia y el viento en el paso de los años. ___ Que hacen ahí, Gerundio, Matilde, preguntó Don Gerundio ni siquiera se tomo la molestia de llevar la mirada para ver de quien se trataba. Permaneció inmóvil y con los ojos puestos al lado de la montaña. Por un momento pensó en el resplandor y quería volver a caminar hacia él, pero ya no lo veía, había desaparecido. ___ Por aquí, esperando que anochezca, respondió Matilde. ___ Pero si ya anocheció. Que les parece si nos vamos los tres juntos para el agujero, yo voy para allá, replico. Pero esta vez no encontró respuesta. Don Gerundio y Matilde estaban muy desilusionados y tristes como para entablar conversación improductiva así que los dos permanecieron callados. ___ Mañana hay que ir donde el padre Reinaldo para ver si nos tiene algún mercadito de esos que el acostumbra regalarnos, dijo el corcho. El padre Reinaldo era el párroco del barrio, se preocupa bastante por la situación de los indigentes y de la gente menos favorecidas; frecuentemente realizaba actividades para recaudar dinero y poderles ayudar con mercado, y en ocasiones con algo de ropa que los demás fieles donaban. La idea de que el padre Reinaldo les obsequiara un mercadito siempre les había alegrado, pero esta vez parecía no importarles. Permanecían allí con la misma actitud. ___ ¿Pero que les pasa? si es que no me quieren hablar por lo menos díganme por qué. ¿Ya no les importa que el padre Reinaldo nos ayude? Ustedes saben que es un cura muy bueno. Don Gerundio y Matilde sabían el especial aprecio que les tenia el padre Reinaldo, el se preocupaba bastante por ellos porque desde el principio supieron ganarse su confianza y bondad ya que a pesar de la condición en que se hallaban siempre eran personas muy honradas, sinceras, humildes y de muy buenos principios morales. El corcho cambio su actitud, ahora se mostraba un tanto molesto porque sus amigos no le querían hablar, pensó que estaban disgustados con él, pero no pudo encontrar una razón para tal hecho. Finalmente decidió marcharse, se fue por el mismo camino de Don Gerundio y Matilde recorrían todos los días para llegar al lugar donde vivían, una casa construida con tabla y con una pared de arcilla y techo de zinc corroído y oxidado en el que podían verse los agujeros. Tenían que acomodarse en rinconcito para que cuando lloviera no se mojaran. La casa estaba sin pintar y las tablas tenían una coloración oscura por el mugre y los años de estar ahí puesta. El piso era en tierra, la entrada a la casa conducía por un largo pasillo al fondo donde se encontraba el patio y la cocina. Solo había único baño y lo compartían ocho personas, incluyendo el corcho. Don Gerundio le parecía estar viendo la casa mientras veía alejarse el corcho. La noche se tornó un tanto más fría y ya los harapos no fueron suficientes para calentarlos, de manera que Don gerundio Y Matilde decidieron abrazarse, y así permanecieron por un largo rato. Matilde se que pronto dormida y recostada sobre su esposo. Don Gerundio por su parte se quedó contemplando las estrellas, esta vez las veía más hermosas que nunca; debe ser el embrujo de la noche pensó. Le dio un beso en la frente a su esposa y dio las gracias a Dios por haberle dado una buena mujer. Y luego se fué quedando dormido, poco a poco al tiempo que recordaba toda la historia de su vida, le parecía volver a vivirla y sentir todo que ya había sentido. ___________________________ Todo había empezado cuando llegò la violencia al llano y la guerrilla se apodero de la situación controlando e imponiendo sus leyes a todos los campesinos. Don Gerundio vivía con su esposa y tres hijos, Juan Carlos, el mayor, Concepción, la única hija, y Mario, el menor; tenían su propia finca y vivían de cultivar la tierra. Por allá todo era muy tranquilo; en el campo se respiraba mucha paz y alegría; los vecinos solían ayudarse entre si y con frecuencia organizaban parrandos llaneros y toda la vereda estaba invitada. Los problemas no dejaban de ser normales, cosas de la cotidianidad decía don Marcos Aurelio, el vecino más cercano de la familia. Los días solían estar ocupados en las labores de la finca; Matilde era quien se ocupaba de la casa y de hacer la comida para ellos y para los trabajadores que en ocasiones contrataban. Don Gerundio solía irse a limpiar la yuquera, la platanera o la maizera, a veces debía remendar la cerca que el ganado rompía y se escapaba a donde los vecinos. También solía sembrar cuando era la época apropiada para hacerlo. Al amanecer, Juan Carlos y Mario se encargaban de ordeñar las vacas y Concepción le ayudaba a su mama en los quehaceres. Juan Carlos partía para el pueblo a vender la leche mientras que sus hermanos salían para la escuela de la vereda. Él ya no estudiaba, le había gustado mas el trabajo que la escuela y solía decir que ya estaba muy viejo para estudiar, además ¿quien iba ayudar con los oficios de la finca? afirmaba. Ya no lo obligaban a ir ala escuela, era un hombre crecido y formado y había trazado ya el rumbo de su vida. Don Gerundio debía ocuparse solo de los oficios de la finca, al menos hasta la hora del almuerzo cuando ya toda la familia se reunía en casa. En la tarde, solía ir a trabajar acompañado de Juan Carlos; Mario y Concepción se quedaban en casa para hacer las tareas y buscar la leña que se necesitaba para hacer la comida. Cuando ya caía el sol solían ir a pescar, a Mario le gustaba mucho timbiliar porque siempre le iba bien y lograba pescarse algún capaz, curbinata, nicuro o algún otro pez común en el rió. También solían tejer tarrayas y mayas en las horas libres y cuando bajaban al pueblo las vendían, y así ganaban algún dinero extra. En la tardecita , cuando llegaba Don Gerundio y su hijo Juan Carlos, salían todos a rodear, a arrear el ganando hacia el sitio destinado para el encierro de los becerros, para que las vacas madres de los becerros acumularan la leche durante la noche y al siguiente día ordeñarlas. A concepción le gustaba mucho montarse en “la sabanera” una yegüa que ellos tenían y que era muy mansita; ella solía montarla para ayudar a arrear las vacas que se hallaban mas retiradas del grupo. Pero definitivamente el que mejor tenía destreza para montar a caballo era Juan Carlos, él tenía al “Copetes” su caballo querido, hijo de la Sabanera; él lo había cuidado desde que nació y se encargó de domarlo a su gusto. Cuando llegaba del trabajo, se paraba encima de un tronco grande que había en el patio y chiflaba melódicamente a los vientos; a los pocos minutos llegaba al trote “ el copetes” a la casa. La finca era de unas 800 hectáreas entre potrero y montañas, estaba ubicada en el pie de la serranía. El rio pasaba por en frente, era allí donde solían ir a pescar, también era la ruta más cercana para llegar al pueblo. La casa era grande, de dos pisos y construida en cedro mayormente, una clase de árbol de calidad excelente en madera y muy buena apariencia exterior. El techo era de moriche, una palma muy común del estero y que le daba la casa un estilo propio de ranchón llanero. En frente tenía una grande y bonita chambrana en la que solían recostarse por las tardes mientras observaban el paisaje y charlaban en familia. Ya en la noche, antes de sentarse a la mesa para la cena, Don Gerundio siempre le preguntaba a Mario y a Concepción por sus tareas, para saber si las habían hecho y ver que cosas nuevas aprendieron en la escuela. A veces esa era la conversación en la cena; Mario solía contar alguna anécdota que le había ocurrido con sus compañeros, y todos reían alegremente. En alguna en ocasiones, Juan Carlos solía salir de cacería en las noches y casi siempre llegaba, con una lapa, y en ocasionas con un chigüiro o una danta; animales muy comunes y abundantes por la región. Juan Carlos se había convertido en la mano derecha de la familia, fiel reflejo de la educación impartida por sus padres, Gerundio y Matilde. Así que eran tiempos bonitos, donde todo era bueno y no había la malicia. Pero tristemente llego el día en que debían marcharse porque así lo habían decidido; pensaron que era la mejor manera parar estar tranquilos; alejarse de la violencia y opresión de la cual estaban sometido por parte del grupo armado. ____________________ Allá alo lejos se oía una fuerte algarabía, el pueblo estaba de fiesta celebrando con gran alborozo la tradicional llegada del año nuevo. Al parecer todo era alegría y lleno de la magia que por estas épocas suele invadir a las personas; se oían claramente las explosiones de la pólvora, y el firmamento se adornaba con las luces colores de las diferentes clases de juegos artificiales. El susurro del viento solía traer ocasionalmente algunas voces, risas y melodías que de alguna manera tranquilizaban el ambiente que se tornaba muy tenso. Doblaron las campanas y su sonido pudo establecerse claramente, incluso a pesar de la distancia; deberían ser alrededor de las 11:00 p.m. El cantar de los grillos y de las ranas se oían ahora con mayor claridad e intensidad, podía diferenciarse el sonido del agua que chocaba fuerte contra las grandes rocas que yacen en medio del rio, justo a la salida del cajón, una estreches del cauce hecho de pura roca y con una forma excepcional, como si alguien hubiese construido sus grandes y macizas paredes; pero no, eran de origen natural y el rio pasaba por medio de el. En el transcurso del día había llovido por las cabeceras aumentado el nivel del agua y el torrencial, que ahora se tomaba amenazadora para quienes no conocían o se aventuraban a navegarlo en tales condiciones. ___ Muévase con la escopeta y empaque rápido esas cosas que ya nos tenemos que ir, le dijo Don Gerundio a su esposa con tono fuerte. Ahora vestía con camisa arremangada, pantalón oscuro y botas pantaneros; las que siempre usaba para sus correrías tras el ganando por entre los matorrales y los chucuales, expansiones de agua que se forman en medio de las palmeras. Tenía la piel curtida y quemada por los rayos del sol en su trabajo diario de la finca, su cabello ya comenzaba a cubrirse de canas y su vejez hacia juego con las marcadas arrugas que ahora se veían en su rostro. Estaba muy preocupado, podía sentirse su respiración un tanto agitada y lo invadió la zozobra y el pánico por lo que pudiera pasar. Mario ahora se había despertado pero permanecía aún en la cama. Concepción dormía profundamente. Vio a su madre Matilde que corría apresurada de un lado para otro y empacaba cosas en una maleta grande que ellos tenían. Él la observaba pero no entendía nada de lo que estaba ocurriendo, sin embargo no se atrevió a preguntar y prefirió continuar observando al tiempo que sacaba sus propias conjeturas y conclusiones. Vio a don Gerundio que estaba allá afuera con la escopeta y acompañado de Káiser y Yiyo, dos perros buenos para la cacería y las correrías tras el ganado. Su hermano Juan Carlos estaba ensillando el caballo; la yegüa “la sabanera” permanecía ahí al lado esperando su turno. Se preguntó que podía estar pasando, él había escuchado rumores a los peones acerca de las incursiones de de la guerrilla y las represiones que habían tomado en contra de los campesinos desde que habían llegado a la región. Pedían que se les pagara vacuna por cabeza de ganado, de cerdos y números de gallinas, así como por hectárea de yerva cultivada, refiriéndose a la coca que por ese entonces comenzaba a cultivarse en mayor proporción. Mario no entendía bien lo de la vacuna pero sabia que no era nada bueno por la forma en la que se referían sus vecinos. Los muchachos, como comúnmente se les llamaba, solían llegar a las casas pidiendo que se les matara gallina y les prepararan de comer. A veces pasaban con anticipación y avisaban cuando regresaban para que se les matara un cerdo o un becerro, y los campesinos tenían que hacerles caso porque de lo contrario los amenazaban y les decían que si era que estaban en contra de la revolución; además como ellos eran bastantes y estaban armados pues ni modo de que se les enfrentaran. Ellos preguntaban por cuantas personas vivían en la casa y a que se dedicaban, que si había muchachas y si asistían a la escuela. Afirmaban que eran amigos, que si les colaboraba y atendían bien nada les iba a pasar, que lo ellos estaban haciendo era luchando por una causa noble de liberar al pueblo de la opresión del gobierno; pero a juzgar por sus actos parecía todo lo contrario. Cuando ya se iban dejaban siempre recomendaciones de no decir nada en el pueblo y menos a hablar con el ejército, porque esto les podía salir muy caro. Mario, también recordó el relato de los peones en alguna ocasión, cuando decían que los muchachos habían violado la hija menor de don Marcos Aurelio cuando ella venia de la escuela para su casa. Era tan solo una niña de unos 14 años, alta de una linda cabellera rubia, de rostro angelical y de cuerpo torneado. Ella venia por el camino hacia su casa, montada sobre una yegüa, la misma que días antes había tumbado a doña Rosaura, la esposa de Don Yohanny, el amigo más allegado a Don Marcos Aurelio. De pronto de entre los matorrales salió un grupo de muchachos que le cerraron el camino y la obligaron a bajarse de la yegüa, la llevaron a la fuerza detrás de una ceiba grande que servia de lindero entre dos fincas. Allí la recostaron sobre el pasto y le rasgaron la ropa mientras le manoseaban su intimidad y el cuerpo en general. Ellos impulsados por el instinto, ahora salvaje, abusaron despiadadamente de ella y marcaron su vida para siempre, la obligaron hacer toda clase de obscenidades sexuales dejándola casi muerta. Aunque la muchacha quiso resistirle no le fue posible evitar este terrible suceso, si a cambio recibió varios golpes y le taparon la boca para que nadie pudiera oír sus gritos de lamento y dolor pidiendo auxilio. Al mucho rato pudo llegar a su casa, llevaba el rostro cubierto de sangre y llena de moretones por todo el cuerpo. Apenas si tuvo valor para contar lo sucedido, pero ya nunca volvió a tener la misma alegría de antes, tampoco regreso a la escuela. Ahora su vida parecía estar sumida en otro mundo, se tornaba siempre distraída, con la mirada puesta en un solo punto allá en la distancia, ya no volvió a sonreír ni a jugar, ni a ayudar a su madre con los quehaceres de la casa. Mario acostumbraba ir a visitarla y salían juntos al rio a pescar, aprovechando que compartían los mismos gustos. Pero de un tiempo para acá noto que ella no le mostraba agrado a su visita, tampoco era desagrado, simplemente le daba igual si viniera o no. Él estaba un tanto inquieto por el motivo de su cambio de actitud pero no le hallaba una explicación coherente. Solo entonces cuando escucho la historia de boca de los peones fué que pudo comprender el verdadero motivo de su conducta y el por qué su vida no había vuelto a tener la misma alegría de antes. Aunque Don Marco Aurelio estuvo reclamando al jefe del grupo guerrillero para que castigara a los culpables, esto nunca se llevo a cabo porque negaron toda participación en este hecho. ___ Pudo haber sido alguno de los vecinos, y lastima por la muchacha porque sí es muy bonita, le dijo el jefe. ¿Cómo cree usted que nosotros haríamos algo así? si somos sus amigos, afirmó. Él sabía que le estaban mintiendo, que ninguno de sus vecinos sería capaz de cometer tal barbaridad. Él gozaba de mucho respeto y aprecio en la región, porque era una buena persona y además el más antiguo de los pobladores de la región. ___ ¿y será que por eso están empacando las cosas para irnos de la casa? ¿será que papá teme que a mi hermana le pueda pasar algo semejante?, sí, puede ser posible , pensó el pequeño Mario. También recordó que relataron lo sucedido el 14 de noviembre cuando asesinaron a toda la familia Herrera y luego le prendieron fuego a la casa para que los vecinos pensaran que habían muerto producto del incendio, pero por aquí en los alrededores todos sabían que habían sido ellos y que lo habían hecho por que los Herrera se habían negado a pagarles la vacuna o a cambio entregarles un hijo para apoyar la revolución. Al siguiente día, luego del incendio aparecieron haciéndose los que no sabían nada argumentando que ellos habían estado desde hace varios días ausentes por la serranía y que solo hasta ahora que bajaron se habían enterado. Dijeron que como los Herrera nunca habían pagado su vacuna ellos tenían derecho a apropiarse de los animales que habían dejado, y día tras día iban desapareciendo las reses, las gallinas y los cerdos hasta que ya no quedó nada. El perro más anciano y que había permanecido con la familia durante toda su vida no quiso irse del lugar. Se acostó justo en el centro de lo que fue la casa y que ahora solo eran escombros y no fue posible convencerlo para que se fuera de allí con alguno de los vecinos. Don Gabriel solía mandar a sus hijos para que le llevaran algo de comida al perrito, pero este no se movía de allí, permaneció acostado y solo apenas levantaba su cabeza toda llena de lagañas manifestando tristeza, para mirar quien llegaba. La última vez que fueron a llevarle comida lo encontraron muerto; estaba flaco, en su cara reflejaba gran dolor y sufrimiento. El animalito había muerto de pena moral diez días después del asesinato de sus amos. Los muchachos habían estado hace pocos días por la casa. Matilde mandó a sus hijos Mario y Concepción a esconderse, tan pronto como los vio venir. Don Gerundio estuvo hablando con ellos durante varios minutos les dijo que como era posible que pidieran algo así si ellos con mucho esfuerzo habían pagado siempre a tiempo las vacunas. ___ Pero esta vez ya no queremos la vacuna. Estamos faltos de hombres porque hemos perdido a varios camaradas en combate, de manera que su hijo nos seria de gran ayuda y nosotros le vamos a estar muy agradecidos, la revolución le va a estar agradecido, le dijo el comandante del grupo. Mario y Concepción no pudieron oír esta parte de la conversación porque su mamá les alentó en ese mismo instante para que no tuvieran miedo. Solo están hablando de negocios, les dijo. Juan Carlos no estaba en ese momento, había bajado al pueblo como de costumbre, a vender la leche. ___ No me digan que prefieren correr con la misma suerte de los Herrera, no se hagan los difíciles que así sea por las malas nos vamos a llevar al muchacho, volvió a decir el comandante en tono amenazador. Y luego se fueron. Hace ya dos días que volvieron, recordó Mario. Estuvieron nuevamente hablando con don Gerundio, sentados a la orilla del barranco. Esta vez se demoraron un poco más en la conversación. Cuando ya se habían marchado, don Gerundio quedo muy preocupado y aunque quisiera, no podía disimularlo. En su rostro se reflejaba desconcierto e impotencia. Permaneció sentado en el barranco y mirando como bajaba el agua a lo largo del rió, después entró a la casa sin pronunciar una sola palabra. Y ahora Mario seguía preguntándose ¿que le habrán dicho esos hombres a su padre para haberlo dejado tan nervioso y preocupado?, y además para que ahora pensara en marcharse, porque eso es lo que él pensaba, o de otra manera Juan Carlos no estuviera ensillando el caballo y la yegüa ni su mamá empacando una maleta; es mas, ni siquiera estuvieran levantados. ___ Y qué tal que Concepción se haya enfermado y tengan que llevarla al centro de salud del pueblo, pensó. Su mente se llenó de interrogantes que lo confundían. Entonces decidió preguntar: ___ Mamá, ¿Que es lo que esta pasando? Matilde se quedo mirándolo y no sabia que responderle, su cara estaba sudorosa e igualmente agobiada por la preocupación. Al fin respiro profundo y le respondió: ___ Nada, todavía no ha pasado nada. Pero eso no era una respuesta que pudiera convencer a Mario, de manera que volvió a preguntar: ___ ¿y entonces por que este empacando en esa maleta y Juan Carlos ensillando las bestias? ___ Porque nos vamos. Ya por aquí no nos espera nada bueno, respondió. Y fueron interrumpidos por el ladrar de los perros que salieron corriendo hacia la orilla del rió. Por un momento don Gerundio y Matilde quedaron paralizados, miles de imágenes pasaron por su mente y temieron lo peor, pero rápidamente don Gerundio reaccionó, empuñó fuerte la escopeta y caminó decidido hacia el barranco para averiguar lo que ocurría. Mientras que caminaba se preguntaba, ¿será que llegaron los muchachos?, pero no puede ser, ellos dijeron que regresarían pasada la fiesta del año nuevo y aún falta màs de un dìa para eso, y ni modo que vengan a darnos el feliz año, pero y entonces, por que ladran intensamente los perros. Cuando ya estuvo cerca del barranco escuchó un ruido en el agua, como el chapuceo de un gran pez cuando ha caído en la trampa del anzuelo, y entonces recordó que esa tarde él mismo había guindado una cuerda en un tronco que estaba en medio del rio, como era la costumbre. Pero no se confió y solo estuvo tranquilo hasta darse cuenta que no había ninguna persona al rededor. ___ Es solo un pescado que ha caído en la cuerda, gritó desde allá. A juzgar por el fuerte chapuceo, debía ser un valentón lo que había caído en el anzuelo. El valentón es un pez de cuero, de color grisáceo que puede pesar unas 15 arrobas y medir unos tres metros de longitud, al menos ese era el más grande que se había logrado pescar en la región. Su carne suele ser muy apetecida por su sabor. ___ Que lástima no poder ir a sacarlo, dijo, habría comida para toda la semana Ya Concepción se había despertado por el ruido y se había levantado inquieta, estaba parada al lado de Matilde y Mario. Don Gerundio comprendió que había llegado la hora de partir, ya todo estaba listo para el viaje. En ese momento volvió a oírse la algarabía en el pueblo, sonaban los voladores al explotar la pólvora con que estaban hechos, volvieron los juegos artificiales. La familia se abrazó, hicieron una oración y dieron gracias a Dios por la oportunidad de recibir unos nuevos años juntos. Se felicitaron entre si y degustaron unos buñuelos que Matilde había preparado previamente para la ocasión. Cuando ya todo había terminado, Don Gerundio se puso en medio de ellos, y les dijo, con la voz un tanto melancólico: ___ Últimamente hemos tenido controversias de opinión con los muchachos, y nos han amenazado. Yo no voy a permitir que le hagan daño a mi familia, de manera que con Matilde hemos decidido que lo mejor es marcharnos a buscar nuevos rumbos en la capital. Dios nos ayudará a encontrara el mejor camino. Me da mucha tristeza tener que dejar abandonada la finquita que hemos sacado adelante con tanto esfuerzo, aquí es donde ustedes nacieron y los hemos visto crecer –refiriéndose a sus hijos- y todo va quedar botado por culpa de unos miserables bandoleros que han venido a dañarnos la vida y acabar con la paz y tranquilidad de la región, agregó un tanto malhumorado. Entonces que no se hable más del asunto y vámonos ya, dijo finalmente. Cada uno de los hermanos se miraban entre si, ninguno de ellos, ni siquiera el propio Juan Carlos conocía el verdadero motivo por el cual iban a irse de su propia casa, de su propia tierra, de su propia vida. ___ ¿puedo llevar a mi gato? Pregunto Concepción. ___ No, respondió Matilde. Que vamos hacer con ese animal por el camino si a toda hora toca llevarlo alzado. Concepción se puso un poco triste, le daba lastima dejar el pobre gatico a su suerte, a que alguno de los vecinos quisiera llevarlo, o en el peor de los casos a que el búho viniera y le sacara los ojos. Lo tomó en sus brazos y lo acarició por un momento, el gato comenzó con ese ronroneo encantador que ellos suelen hacer cuando alguien los acaricia, luego camino hasta su cuarto y lo acostó en su cama arropándolo para que no le diera frió, y allí lo dejo. Todos partieron de la casa, atrás quedaba una vida hermosa, de bonitos recuerdos para ir en busca de un nuevo rumbo, de un nuevo destino desconocido y desconcierto. “La sabanera” llevaba en su lomo a Mario y a Concepción mientras que “el copetes” cargaba con la mayoría de maletas que habían empacado para tan largo viaje. Debían atravesar la selva, hasta el otro lado de la serranía donde se encontraba el poblado más cercano. Allí tomarían la flota que los llevaría a la capital. El viaje duraría el rededor de 3 días. Cuando los muchachos lleguen a la casa ya no nos encontraran, y tampoco podrán alcanzarnos porque ya le habremos tomado dos días de ventaja, pensó Don Gerundio. Pero lo que él no sabía es que los muchachos madrugarían a buscar a Juan Carlos, para llevárselo. Al principio avanzaron muy lentamente porque la selva hacía más oscuro el camino; se veía poco y como además debían avanzar con la luz apagada para evitar ser visitos por los vecinos o algún grupo que estuviese rondando los alrededores, esto les dificultaba el paso. Luego de cuatro horas de viaje lograron llegar a la sabana, aquí ya se podía ver mejor y avanzar un poco más rápido, pero estaban cansados y decidieron detenerse, también para que los animales descansaran. La luna estaba en su cuarto menguante y dejaba caer su reflejo de luz sobre la tierra dándole apariencia de una noche de velada sabanera, pronto amanecería y debían atravesar toda la sabana antes que el clima se pusiera muy fuerte y pudieran ensolarlos. Una vez estuvieran en el piedemonte de la serranía ya todo el resto del camino era selva, por lo que el clima seria más fresco. Y reanudaron su viaje Al poco tiempo brotaron los primeros rayos de sol en la aurora, allá en el horizonte se veía el cielo de distintos colores abarcando un amplio espacio y mostrando una vista maravillosa del paisaje, se detuvieron un poco para contemplar el espectáculo que solo es apreciable para los habitantes de los llanos, donde la tierra es casi plana y la mirada se pierde muy en la distancia sin una variación significativa del entorno. Y continuaron su viaje sin descanso y por un paisaje un tanto distinto al que acababan de apreciar, subiendo peñascos y atravesando pequeños valles hasta lograr llegar al piedemonte de la serranía. Don Gerundio miró un momento al sol. Deben ser poco más de las once de la mañana, dijo al estimar la posición del astro rey en el espacio visible. Después descargaron las bestias para que pudieran descalzar y beber tranquilamente un poco de agua del caño que pasaba por el lugar. Ellos también descansaron y luego decidieron nadar para refrescar sus cuerpos un tanto maltratados por el viaje que aún no llegaba si quiera a la mitad. Estaban en el punto exacto donde la vegetación cambia del tipo de sabana al de bosque tropical y que mejor que un caño de agua fresca para relajarse, descansar un poco y luego reanudar el viaje. El sitio era muy silencioso, lejos de la perturbación del hombre; solo se oía el trinar de los pájaros, el contacto del agua que bajaba por entre las rocas y el cantar de las chicharras. Y luego de haber calmado el hambre, que a esas horas ya hacia presencia, continuaron su camino, todos parecían muy tranquilos, como si de un simple paseo se tratara. Cuando ya estaba bien caída la tarde se encontraron con un grupo de vaqueros que venían con un lote de unas doscientas reces arriándolas por la trocha y haciendo una fuerte algarabía entre olée, jóoo y àkkaa. Tuvieron que hacerse a un lado para que pudieran pasar. Káiser y yiyo comenzaron a ladrarles por lo que el ganado se desparpajó en varias direcciones, tuvieron que regañarlos para que dejaran de ladrar. Los vaqueros con suma habilidad volvieron a controlar la situación. Los viajeros saludaron y continuaron su ruta ___ ¿Y donde vamos a dormir esta noche?, pregunto Mario un tanto atemorizado, ya hemos caminado todo el día y por aquí no hay señas de una casa cercana. ___ Pues tendremos que caminar hasta el próximo valle que esta como unas tres horas y media según lo dijeron los vaqueros. Aquí en la montaña no podemos acampar porque el tigre viene y se nos come los caballos, y si nos descuidamos también a nosotros, respondió Don Gerundio Esto atemorizó aun más a Mario y ahora también a Concepción; ellos no eran muy amantes de la oscuridad por lo que solo en muy pocas ocasiones salían de noche, excepto para pescar en el rio o cuando salían de cacería. Cuando llegaron al pequeño valle acamparon al lado de una roca, allí guindaron sus hamacas, prendieron fuego para socavar el frio, comieron y se quedaron dormidos. Mientras conciliaba el sueño, don Gerundio pensaba en la reacción que tendrían los muchachos cuando fueran a buscarlos a la casa, que según lo dicho sería el día siguiente, y la encontraran deshabitada; también pensaba en los vecinos, cuando fueran a darles el feliz año y a llevarles la prueba de los tamales, la natilla y los buñuelos, y no encontraran a nadie ¿qué pensarían? Ellos se habían venido sin avisarle a ninguno, ni siquiera le dijeron a su compadre Eusebio para no preocuparlo. Y entre pensamientos, por fin se quedo dormido ignorando que los muchachos ya habían ido a la casa y preguntado a los vecinos por su paradero, enterándolos de parte de la situación. El comandante del grupo armado estaba furioso no podía creer que se atrevieran a burlarse de él de tal manera. Como ninguno supo darle razón, pues que más, se habían escapado, habían huido como perros cobardes. ___ Pero no deben de estar muy lejos, los vecinos dijeron que ayer estaban en su casa, así que tuvieron que haberse marchado al anochecer, y claro aprovechándose que era noche de fiesta para que nadie los viera. Malditos miserables agregó. ___ Qué hacemos entonces, mi comandante, preguntó uno de los camaradas. ___ Pues vamos a ir tras esas sabandijas y les mostramos que de nosotros nadie se burla. Vamos a cobrárnoslas todas con su hermosa hijita, y delante de ellos para que les duela, luego los matamos a todos y nos llevamos al muchacho. Consiguieron algunos caballos y partieron en su búsqueda, ya sabían hacia donde se dirigían por lo que el camino estaba con las pisadas frescas de los cascos de los caballos y de los que iban caminando, además la de los perros, por lo que sería cuestión de tiempo alcanzarlos, además ellos caminaban mas despacio. Para cuando Don Gerundio y su familia estaban durmiendo su primera noche de viaje, los bandoleros ya estaban llegando al piedemonte de la serranía, allí pasaron la noche y al día siguiente muy de madrugada continuaron su persecución. A la madrugada el primero en despertarse fué Juan Carlos, estaba orinando cuando Don Gerundio se despertó y levantando a su familia para reanudar el viaje. El fuego estaba ya apagándose por lo que Matilde lo atizó un poco. Hacia mucho frió, la brisa les helaba los huesos por lo que tuvieron que acomodarse durante un rato alrededor de llama para así calentarse un poco. La brisa traía consigo ese increíble olor a naturaleza que purifica los pulmones y llena de energía el alma, dándoles entusiasmo y alegría pese a las adversidades de la vida. Se oía trinar de muchos pájaros, cada uno con una melodía diferente, revoleteaban de un lado hacia otro saludando el nuevo día. Solía llamar la atención el cantar de las guacharacas que se agrupaban en diferentes árboles. Esa mañanita, todo parecía estar lleno de alegría, era tan fascinante poder relacionarse directamente con la naturaleza. Que privilegiados somos, Pensó don Gerundio, al estar aquí en medio de esta selva y apreciar tantos arboles, tanta montaña, tanto pájaro, y respirar ese olor a naturaleza fresca, cuando hay muchos en la ciudad que anhelan un momento como estos y desean sentir como el alma se alboroza con tanta maravilla . ___ ¡Que bonita es la mañana en la selva! Exclamó Concepción ___ Y menos mal que amaneció pronto, porque anoche el rugir del tigre no quería dejar dormir, replicó Matilde. ___ Menos mal, pero que no llegó hasta donde nosotros, o sino quien sabe como hubiera sido la mano, dijo Juan Carlos. Y mientras tanto Don Gerundio pensaba en lo sabroso que se vive en el campo, que no falta el plátano, la yuca, el maicito, los huevos de las gallinas, la leche calientica recién ordeñada de la vaca y el pescado; lo único que estaba faltando por esos días era la tranquilidad. Y entonces comenzó a extrañar la finca, a pensar en los animalitos que había dejado y como toda una vida que trabajó se quedó allá abandonada. Y luego continuaron su travesía, calcularon que si caminaban un poco mas a prisa era probable que alcanzaran a llegar ese mismo día, con la noche bien entrada, hasta el poblado al otro lado de la serranía. Y mientras tanto los muchachos también continuaban su persecución. Cerca de las once de la mañana se detuvieron para observar un espectáculo único de la selva; una manada de micos titís atravesando la espesura, de rama en rama, de árbol en árbol y justo en frente de ellos. Y entonces saltó uno de los micos, desde lo alto de un árbol hasta uno más pequeño, dejando ver por completo como su cuerpo se movía por los aires. ___ Mamá, mira, ¡es una mica! lleva un miquito sobre su espalda, dijo Mario un tanto maravillado. Y efectivamente la mica estaba en lo alto de un árbol mirándolos y movía su cabeza suavemente hacia un lado y luego hacia el otro. ___ Se ha quedado mirándonos, dijo Concepción. Pero el instante fue interrumpido por un mico que cayó sobre la rama donde estaba la mica con su miquito, obligándola a saltar hacia otro árbol y luego hacia otro y así continuó has que se les perdió de vista. ___Que chévere poder saltar como los micos, dijo Mario entusiasmado. ___ La vida de los micos, es para los micos. Nosotros vivimos diferente y no tenemos necesidad de andar de rama en rama, replicó don Gerundio. Así que mejor sigamos que se nos hace tarde. Serian cerca de las tres de la tarde, ellos estaban sentados en el camino descansando cuando los perros comenzaron a ladrar y salieron corriendo por el camino como devolviéndose. Don Gerundio se levantó rápidamente y tomó la escopeta para echar un vistazo, pero no vio nada raro, sin embargo los perros continuaron ladrando como a veinte metros de donde estaban ellos, pero ya no les hicieron caso. ___A lo mejor es algún animal que anda por ahí, y como los perros están cansados por eso no lo corretean, dijo Juan Carlos. ___ Ya nos ventearon esos malditos perros, replico una de los muchachos del grupo. Pero ya los alcanzamos y no tienen por donde escapar. Y gritaron de la emoción por lo que estaban por llegar. La sola idea de hacerle daño a Concepción les excitaba el pensamiento. Don Gerundio y su familia alcanzaron a oír los gritos y se alertaron, temieron lo peor. Don Gerundio alcanzó a reconocer que se trataba de los muchachos por lo que le dijo a Juan Carlos que se escondiera rápido entre los arboles, y aunque él quiso preguntar el por qué, su padre no le dio tiempo, volvió a insistir que se escondiera, así que corrió un poco y se perdió entre la espesura. Los perros continuaron ladrando y ahora mas fuerte. Don Gerundio estaba tras ellos con la escopeta apuntando al frente cuando vio venir hacia sí un grupo como de quince hombres armados y montados a caballo. Y no lo pensó dos veces si no que disparó su arma para que ellos se detuvieran. Ja, ja, ja, rió uno del grupo y dijo: ___ Oiga anciano, esa sola escopetica no puede contra nosotros. Y apenas si había acabado de pronunciar palabra cuando una bala le atravesó el pecho derribándolo del caballo y dándole muerte al instante. Todos los muchachos alistaron sus armas con un solo movimiento; el ambiente se puso tenso y don Gerundio sentía como le temblaban las piernas, pero estaba lleno de valor para defender su familia. ___ Tranquilo don Gerundio que solo hemos venido a hablar, le dijo el comandante mientras se bajaba del caballo. Todos los demás apuntaban hacia Don Gerundio a la espera de la orden del comandante para disparar. El muerto continuaba ahí tirado boca abajo a los pies del caballo. ___ baje esa arma hombre que no le vamos hacer nada, y en cambio usted ya se bajó a unos de los nuestros, dijo ahora el comandante. Y se acercó a don Gerundio con suma confianza, y entre palabra y palabra le quitó el arma. Dos de los jinetes se adelantaron un poco para vigilar que ninguno viniera. ___ Y cuénteme para donde van tan apurados, porque nos costó mucho trabajo alcanzarlos. ¿Por qué se vinieron sin avisar? Yo les hubiera dado permiso sin mayor problema. Don Gerundio permaneció inmóvil y sin pronunciar palabra. Su esposa y sus dos hijos estaban abrasados y temblando del miedo, Juan Carlos presenciaba lo ocurrido desde lo alto de un árbol. Y luego de pensarlo, al fin respondió con voz temblorosa: ___ Pues vamos a visitar a un hermano que hace tiempo no vemos y a estarnos unos días con él, aprovechando que es época de fiesta. El comandante riò irónicamente. Ya los muchachos se habían bajado de sus caballos y ahora rodeaban a don Gerundio, a su esposa y sus dos hijos. El comandante caminó hacia donde Matilde y le pregunto: ___ ¿Por qué están temblando niña? y luego agrego al tiempo que le tocaba la cabeza a concepción. ___ Tranquila mi niña, que todo lo que vamos a hacer le va a gustar Don Gerundio quiso golpear al comandante, pero lo sujetaron dos de los muchachos y no le fue posible acercarse a él. Presentía lo que le iban hacer a su hija, y entonces dijo con voz fuerte, como gritando: ___ A ella déjenla tranquila partida de miserables, por qué nos han perseguido has aquí, déjenos en paz. Y gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas. El comandante lo miró fijamente, luego le preguntó: ___ ¿Y donde esta su hijo Juan Carlos? ___ El no ha venido con nosotros, lo enviamos donde su tío en un yate, por el rio abajo, respondió don Gerundio. ___ Usted sabe que venimos por ese muchacho, que él se tiene que irse con nosotros a luchar por la causa revolucionaria, y me voy a enfadar mucho si no aparece, agregó el comandante. Don Gerundio estaba ahora en medio de una encrucijada, el amaba a su hijo Juan Carlos pero también a sus otros dos hijos y a su esposa y por lo tanto no sabía qué hacer. Pero lo más difícil de la situación es que era consciente de que estaba en manos de esos bandoleros y que no tenía forma de defenderse. Y si no les entrego a Juan Carlos, pues son capaces de violar a Concepción y luego matarnos, pero y si lo entrego, también pueden hacer lo mismo porque ellos son muchos además están armados, y no hay forma de defendernos, pensó don Gerundio. Mientras tanto, Juan Carlos presenciaba sorprendido el cuadro, solo hasta ahora comprendía el verdadero motivo por el cual estaban huyendo, su padre estaba protegiéndolo para que no se lo llevaran la guerrilla. ___ Tráiganla, dijo el comandante Y tres de los muchachos caminaron hacia Matilde, la empujaron y a la fuerza le quitaron a su hija Concepción. Ella intentaba soltarse con sus pocas fuerzas y el valor que guardaba, pero no le fue posible, lloraba y gritaba sin resultado alguno. La condujeron entonces hasta donde el comandante y la obligaron a arrodillarse al frente de él y mirándolo a la cara. Matilde y Mario lloraban desesperadamente mientras ella suplicaba por su hija, los perros ladraban, Juan Carlos presenciaba indeciso y a don Gerundio lo invadía la tristeza más grande en toda su vida hasta ese momento, y le enfurecía la impotencia de no poder hacer nada ya que dos hombre le sujetaban fuertemente. ___ ¿Que es lo que van hacer a mi hija?, pregunto casi llorando Don Gerundio. ___ Pues como usted no nos quiere entregar a su hijo, tendremos que llevarnos a la muchacha, ya esta grande y crecidita y nos puede ser de gran utilidad, respondió el comandante. Y entonces fue el propio Juan Carlos quien tomo la decisión, y con vos fuerte dijo a sus espaldas: ___ Aquí estoy. Los muchachos cruzaron la mirada, Juan Carlos estaba parado ahora frente a ellos y apuntando con una carabina de cerca al comandante. ___ Ahora suelte a mi hermana o le vuelo la tapa de los sesos como cazando venados, le ordenó Juan Carlos. Un silencio profundo reino por un momento, todo estaban atónitos porque no habían sentido acercarse a Juan Carlos. Pero fué él quién volvió a interrumpir. ___ Dudo mucho que ustedes quieran quedarse sin patrón y a usted -dirigiéndose al comandante- que quiera dejar a sus muchachos. Entonces soltaron a Concepción y a Don Gerundio quienes se reunieron junto con Mario. ___ Baje esa arma muchacho, no somos el enemigo. Si llegas a disparar mis hombres también lo harán y terminarás muerto, dijo el comandante. ___ Se le olvidó un detalle, replico Juan Carlos ___ ¿Si, Cuál?, preguntó el comandante. ___ Que usted sería el primero en morir. ___ Es usted un muchacho inteligente, dijo el comandante ¿y ahora que piensa hacer? ___ Usted venía por mí porque necesita hombres para la revolución, pues bien, le propongo un trato. Juan Carlos sabía que cualquiera de los muchachos le podía dispara en un descuido y que ya no era posible prolongar por más tiempo la situación de amenaza al comandante. Más que nada deseaba salvar a su familia aun a cuestas de su propia vida. ___ Ustedes dejan libre a mi familia, que se vayan y yo a cambio me uno a ustedes, le propuso Juan Carlos. Don Gerundio y Matilde trataron de persuadirlo de que no hiciera tal sacrificio, que esos bandoleros no tenían piedad ni de Dios, que con ellos no se podía ni se debía hacer tratos, pero Juan Carlos continuó diciendo. ___ Y entonces que dice, le pregunto al comandante. Qué dice pues. ___ Digo que bajes esa carabina y dejes de apuntarme, respondió el comandante. ___ Si me impaciento se me puede disparar, le dijo Juan Carlos. A veces suelo sufrir de nervios pero nunca de mala puntería, replicó. El comandante se detuvo a pensar un momento y a evaluar la situación; por un lado tenía un arma apuntándole en la cabeza, una familia que lloraba amargamente; y por otra parte, un grupo que lo apoyaba pero que en esta situación, él perfectamente sabia que podía resultar muerto, además tenía un trato en el que él resultaba bien librado y además ganaba un miembro mas para apoyar la revolución. Fue fácil darse cuenta que tenía mayor beneficio aceptando el trato. ___ Está bien muchacho, dejaremos libre a tu familia, y usted a cambio se unirá a nosotros. ___ Pero… y lo de la niña qué, le reclamó unos de los camaradas. ___ La muchacha también se va y ustedes se van a tener que quedar con los crespos hechos, le dijo Juan Carlos. ___ No tiene porque hacer tratos con este campesino, comandante, le volvieron a reclamar los muchachos con una actitud desagradable. ___ Y qué más quiere que haga, carajo, dijo con voz fuerte el comandante, ya como enfurecido. ___ Y ustedes, lárguense pero rápido antes que me arrepienta, les dijo a la familia sollozante. Juan Carlos sabía que el comandante tenía palabra, él había sabido ganarse ese respeto en la región y cuando daba su palabra siempre la cumplía, para bien o para mal, de manera que bajó la carabina y fue a despedirse de su familia. Ese día comenzaría una nueva vida, y muy probablemente nunca volvería a ver a sus padres y a sus hermanos, pero pensó que era la única forma de que ellos salieran vivos de esa situación. Y don Gerundio partió con su esposa, sus hijos, sus caballos y sus perros y Juan Carlos vio como se alejaban por el camino para nunca mas saber de de ellos. Se le agüaron los ojos y le fue imposible contener el llanto, fué muy difícil para él separarse de su familia en esas condiciones. Todas las ilusiones que se había hecho de la capital y de tener algún día una familia ahora estaban quedando atrás porque seguramente en la guerrilla moriría en algún combate o de paludismo. Matilde y Concepción lloraron todo el resto de tarde hasta que entró la noche y se durmieron muy tristes por la pérdida de su hermano. Que mi Dios me lo Bendiga y lo proteja, que logré salir con bien de todas las situaciones y que logre escaparse en la mejor ocasión, rogaba Don Gerundio y su esposa. Allá con esa gente no le espera nada bueno, la muerte es lo único seguro. Y esa noche fue la mas triste que antes hayan vivido. Juan Carlos era el hijo mayor, quien trajo la primera alegría al hogar, lo vieron nacer, crecer y formarse como todo un hombre, aprendió la esencia del buen vivir en valores, le enseñaron a trabajar y a ganarse la vida honradamente, a ser una persona útil a la sociedad. Y pensar que ahora lo habían perdido de una forma miserable, daba coraje saber el camino que el destino le había obligado a tomar. Y continuaron con una gran pena en sus espaldas, con una gran desilusión más que una ilusión, con el alma fría y una gran tristeza en el corazón. Pero la vida seguía, tenían dos hijos más por sacar adelante, una nueva situación a la cual enfrentarse en la capital y un gran reto que superar; adaptarse a un nuevo estilo, a nuevas costumbres, a nuevas personas, a un nuevo clima, a un nuevo ambiente a un nuevo mundo para ellos ya que toda su vida la habían vivido en el campo. Llegaron al pequeño poblado del otro lado de la serranía, pasaron la noche allí y con el primer rayo del sol partieron en bus hacia la capital, como si quisieran dejar atrás de una vez y para siempre la amarga experiencia con el grupo armado y “disque revolucionario”. Cuando llegaron a al capital por el extremo sur, quedaron sorprendidos. Desde lo alto de una colina sobre la carretera, podía verse la inmensa ciudad, nunca habían visto una ciudad tan grande y con tantos vehículos rodando como hormigas por las calles. Estaban fascinados con el espectáculo y daba gusto apreciarlo; sin embargo, vieron con gran tristeza la gran cantidad de casas a medio construir y muchas de ellas en extrema miseria, hechas de palo, hojas de zinc y en el peor de los casos con paroy, las calles en extremo destruidas, huecos por todo lado y una polvadera capaz de cubrir un camión entero. Y se miraron entre si, ellos tenían la mejor imagen de la capital. Entre otras cosas eso los había motivado para viajar hasta ella y ahora esta se veía seriamente amenazada por lo que estaban apreciando. ___ ¿Y nos vamos a comprar otro caballo? Pregunto Mario. Don Gerundio había que tenido que vender el cabalo y la yegua cuando llegaron al pueblo que estaba al otro lado de la serranía, no podían traerlo hasta la capital, de manera que aunque los tuvieron que dejar a bajo precio, pues se trajeron un dinero adicional. Los perros si venían todavía con ellos aunque fue una odisea que los dejaran subir al bus en su viaje a la capital. ___ No, respondió a secas don Gerundio. ___ Aquí no se puede montar a caballo como en la finca, aquí se monta uno en los carros, agrego Matilde. ___ ¿Y entonces nos vamos a comprar un carro?, volvió a preguntar Mario. Pero esta vez no obtuvo respuesta, no tenía sentido seguir hablando del tema. Se detuvieron por unos instantes a admirar las construcciones; todo les parecía hermoso, realmente era algo nuevo para ellos, nunca se imaginaron estar algún día en la capital. A pesar de todo lo ocurrido estaban tan felices y ni siquiera se preocuparon por no tener un sitio donde llegar, ni tampoco por la forma en que los citadinos se quedaban viéndoles. Sus almas estaban llenas de alborozo y nada perturbaba su alegría, caminaban enmudecidos viendo pasar los vehículos frente ellos; nunca habían visto tantos autos juntos y la sola idea de subirse a uno de ellos les excitaba la imaginación. Y entonces deambularon por las calles de un lado a otro y sin un rumbo fijo, solo querían caminar y conocer la ciudad. Después de mucho caminar, ahora sí con hambre y cansados, se detuvieron en un parquecito a pensar que era lo que ahora iban a hacer. ___ Papá, ¡mire ese niño como hecha candela por la boca!, exclamo Mario, asombrado por tal suceso. Todos voltearon a mirar. Era de esos niños que suele salir a los semáforos a hacer alguna actividad para que las personas de los autos les regalen alguna moneda. Para este caso en particular se trataba de un niño que debía tener la misma edad de Mario, alrededor de los once años; en su mano derecha sujetaba una antorcha de fuego y caminaba hasta un poste donde tenía un tarrito con gasolina que luego se lo llevaba a la boca llenándola con este liquido inflamable. Luego esperaba el cambio de luz del semáforo, a rojo, para correr justo en medio de la avenida y comenzaba entonces su presentación. El niño movía con gran destreza la antorcha, dándole giros y haciendo alguna acrobacia, luego ponía la antorcha cerca de su cuerpo, a la altura de la cara y soplaba fuerte expulsando la gasolina ahora pulverizada que se encendía al contacto con el fuego mostrando una larga cabellera de color amarrillo-rojizo. Don Gerundio y su familia, están atónitos admirando al niño, nunca había visto en vivo un espectáculo de tal magnitud, solo en alguna ocasión en la televisión. La ciudad si que encierra cosas fascinantes, pensó Don Gerundio mientras veía al niño caminar entre los carros para ver si alguien premiaba con una moneda su arte. Luego el semáforo cambio y siguieron los carros. Estaban tan emocionados que el hambre que tenían se desvaneció por un momento. Se esperaron hasta el próximo cambio de luz del semáforo para ver nuevamente el espectáculo, pero esta vez fue distinto, tan pronto como se encendió la luz roja, una niña corrió a la mitad de la avenida, hizo un gesto de reverencia y luego inicio su show de malabares; primero con dos, luego con tres, con cuatro y finalmente con cinco peloticas de distintos colores. Nuevamente quedaron fascinados con lo que veían. Don Gerundio, no podía creer como una niña con tan poca vida tenia tal destreza con sus manos, y él, con más del cuádruple de su edad nunca siquiera lo había intentado. Luego de varias presentaciones ya se les volvió monótono el show y decidieron pensar en que era lo que iban a hacer. Y luego de almorzar, y felices de estar sentados en un vehiculo, le pidieron al conductor que los llevara a un barrio del sur donde pudieran tomar una habitación en arriendo. Don Gerundio tenía entendido que en el sur de la ciudad el costo de vida era más bajo y se podían familiarizar mejor con el ambiente y las personas. El taxista los llevó por la autopista a uno de los barrios que quedan en la periferia de la ciudad, desviándose después por una colina en donde las calles estaban sin pavimentar y dejándolos cerca de la iglesia del barrio, tal como ellos se lo había solicitado. Luego caminaron hasta la iglesia para dar gracias a Dios por su llegada a la capital, además para encomendarle a Juan Carlos, por el amparo en la nueva vida que él y ellos comenzaban a llevar. Preguntaron entonces por el sacerdote. ___Buenas tardes, saludó el señor cura, ¿que se les ofrece?, preguntó. Don Reinaldo era el sacerdote del barrio, un hombre que reflejaba bondad en su rostro y tranquilidad en su alma. Estaba ya entrado en años, un tanto mayor que don Gerundio. Tenía una voz suave y fresca como la brisa veranera a las riveras del rio. ___ Pues padre, dijo don Gerundio con voz humilde, venimos desplazados por la violencia del llano, llegamos hace apenas algunas horas a la capital con mi esposa y mis dos hijos; el mayor nos lo quito la guerrilla por el camino. Resulta que no tenemos un sitio en donde alojarnos porque aquí no conocemos a nadie. ___ ¿Y que es lo que desean?, hijo, pregunto el cura Reinaldo que ya comenzaba a simpatizarles. ___ Pues sino es mucha molestia y usted nos podría recomendar un sitio donde pudiéramos arrendar una habitación, dijo don Gerundio, no queremos alojarnos en cualquier parte porque uno no sabe con que clase de personas se va a encontrar y pues como se dio cuenta todavía tenemos dos hijos por sacar adelante. Por la actitud de la familia y la manera de proceder el sacerdote supo que eran personas muy humildes y además campesinas, que no tenían mas a quien recurrir, que él era el único que los podía ayudar en ese momento. La gente del campo suele ser muy creyente y generalmente deja sus actos en las manos de Dios, pensó don Reinaldo, de manera que no extrañó que hayan recurrido a él para solicitarle ayuda. ___ Pues casualmente, por aquí cerca la señora Mercedes tiene una habitación disponible que le desocuparon en estos días. Habrá que ir a verla para hablar con ella, respondió el sacerdote luego de haber meditado un momento. Y de inmediato salieron acompañados por el sacerdote a la casa de la señora Mercedes. Por el camino estuvieron contando la historia de sus vidas y como se habían visto obligados a escapar de su tierra dejando abandonado todo lo que tenían. ___ Buenas tardes señora Mercedes que Dios la bendiga, saludó el sacerdote al tiempo que veían salir una anciana de la casa a donde ellas iban. ___ Qué lo trae por estos lados padre, preguntó la anciana. Y luego de exponerle el caso y llegado a un acuerdo, la familia Gonzales se instalo en su habitación, una habitación para todos ellos, agradeciendo la colaboración al sacerdote y prometiendo visitarlo al día siguiente. La señora Mercedes trató de ayudarles en lo que estuvo a su alcance; prestándoles algunas cobijas y abriéndoles un espacio en la estrecha cocina para que ellos pudieran preparar los alimentos. Ella vivía con Esteban, su nieto, se había hecho cargo de él desde que era tan solo un niño; y a pesar de que ya era un joven crecido todavía la acompañaba y le ayudaba. Hasta entonces, salvo la pérdida de su hijo Juan Carlos, todo había sido favorable; estaban en la capital, tenían ahora un techo donde pasar la noche y no se les había presentado ningún problema con los habitantes de la ciudad. Había sido un día único en sus vidas, nunca habían viajado tanto ni tenían tantas emociones encontradas. Estaban exhaustos y ahora solo querían descanzar. ___ Abríguense bien, les recomendó la señora Mercedes, porque aquí hace mucho frio de noche. Y se acostaron todos en la misma cama, compartiendo el calor de sus cuerpos y el amor de hogar. Se quedaron dormidos hasta que la luz de un nuevo día iluminó sus caras. ___ Que pronto amanece en esta ciudad, y que frio tan verraco el que está haciendo, dijo Matilde. Pero ninguno quería levantarse. Toda su vida habían tenido que madrugar porque así es la costumbre en el campo, de manera que fué la primera vez que los sorprendió la mañana aún acostados, como también era el primer amanecer que pasaban en la gran ciudad. ___ Hoy tenemos que ir a recorrer el barrio para conocerlo, y además saludar el padre, de pronto él nos puede ayudar a conseguir trabajo, dijo don Gerundio. Y ya casi entrando el medio día se alistaron para salir en familia. Una dulce melodía que salía del lado izquierdo de la casa hacia agradable el ambiente, daba tranquilidad y alegría. ___ Quién estará tocando el piano, pregunto Concepción muy animada. Siempre he querido aprender a tocarlo, pero nunca he tenido la oportunidad. ___ Es mi nieto, interrumpió la señora Mercedes, él estudia música en la universidad y le gusta mucho tocar organeta y la guitarra, él quiere un piano pero de donde flores sino hay jardín. Y enseguida lo llamo para presentarles a los nuevos inquilinos. Esteban era un joven alto, bien parecido y de tez clara. Saludó formalmente mostrado especial atención en Concepción, ya que ella le felicitaba por tocar tan bonito. ___ Gracias señorita, me alaga con tus palabras, dijo el joven un tanto intimidado ante la belleza de Concepción. Si de verdad deseas aprender yo puedo enseñarte. Para mi sería un gusto, mas que una molestia, dijo el joven ahora con mas confianza. Concepción saltaba de alegría, estaba feliz; apenas acababan de llegar y ya iba a comenzar a aprender organeta, casi piano, muy cerca se sintió de lograr uno de sus grandes deseos. ___ Pero seria bueno que primero aprendieras a tocar primero la guitarra, puede serte de gran ayuda más que aprender al piano, replico Esteban. ___ Lo que tú quieras enseñarme primero, dijo aún feliz Concepción, yo le hare caso a lo que usted diga. Y así lo convinieron, al siguiente día sería su primera lección. Concepción estuvo feliz durante todo el resto de día y esperaba ansiosa a que anocheciera y pronto amaneciera parar recibir su primera instrucción. Durante la tarde ya de regreso en casa se dedico a escribir. Ella solía componer poesías, le gustaba mucho hacerlo y además siempre era la mejor en los concursos que se organizaban en el colegio de la vereda. El joven Esteban se acercó parar preguntarle por lo que estaba haciendo, y además para ganarle un poco mas de confianza. La muchacha le había gustado y quería conocerla mejor. Mientras tanto, don Gerundio continuaba paseando por las calles reconociendo el barrio y viendo los posibles lugares donde le pudieran dar trabajo. Debía estar muy atento por donde caminaba, el cura ya le había advertido que el sector era muy peligroso, que robaban y atracaban mucho. Le recomendó en lo posible no salir de noche. Don Gerundio sabia que aunque el costo de vida era menor en los barrios del sur, también eran muy peligroso, que los muchachos cogían malos pasos y se enviciaban, pero él estaba convencido de que sus hijos eran diferentes, que ya les había dado el mejor ejemplo por lo que no escogerían malas amistades ni aprenderían malas costumbres, además lo tenían a él y a su mamá, para corregirlos y guiarlos como hasta ahora, por el buen camino. Y llego el día siguiente, era el 6 de Enero y en su pueblo acostumbraban celebrar la llegada de los reyes magos, de la tradición católica. En la ciudad, el día pasó como desapercibido. Mientras en su pueblo hacían fiesta y era motivo de celebración, de paseo, bebían licor y se emborrachaban, aquí sí apenas se sabia que era 6 de Enero. Pero la señora mercedes hizo unos buñuelos con natilla y repartió a todos los de la casa, unieron lazos de amistad en una larga y agradable conversación que duró toda la tarde. Concepción inicio su primera clase de guitarra muy entusiasmada. Mario hizo nuevos amigos en la cuadra. ___ Mañana iré a buscar un empleo dijo Don Gerundio, confiando en Dios podre trabajar en algo. Y salio muy optimista a la mañana siguiente a tocar puertas, inicialmente en lugares cercanos a la casa. Preguntó en una carpinterías, en talleres industriales, en una zapatería, incluso en una lavandería pero en ningún lado fue posible que le dieran trabajo, por un lado porque no había vacantes, y en el mayor de los casos, la edad y la falta de experiencia. En su correría vio en varios ocasiones a personas trabajando en zorras; vehículos de tracción animal. Si no hubiese vendido el caballo, aquí podría trabajar así como ellos, pensó. Pero igual, traerlo hasta aquí hubiera sido muy costoso y complicado, se consoló. Y llego en la noche a su casa con las manos vacías y desconcertado; y cada día que pasaba, seguía buscando en diferentes barrios y para diferentes oficios, pero llegada la noche, seguía volviendo a su casa con las manos vacías y desconcertado. Concepción seguía muy aplicada aprendiendo a tocar la guitarra, en ocasiones solía mostrarle a su papá lo que Estaban le estaba enseñando y a cambio recibía un beso en la frente y una felicitación. Estaban ahora estaba practicando la poesía, le había gustado por la influencia de Concepción, y en ocasiones solía mostrarle a ella para que le ayudara a mejorar el léxico y hacerlas más bonitas y llamativas. En una ocasión el le escribió una poesía a cambio de que ella le escribiera una a él. Se habían hecho buenos amigos y a veces hasta parecían un par de buenos hermanos. Mario, en cambio se mostró mas abierto al mundo exterior; con el transcurso del día seguía haciendo amigos con gran facilidad, le gustaba contar historias de espantos y leyendas que se escuchaban en el llano. En una ocasión narro “La historia del duende“ que le había contado su abuela hace muchos años, antes de morirse. Conto que cuando su abuela Ester apenas estaba criando a los hijos, entre ellas a su mamá, aparecía el duende en la casa, pero nadie los había visto. En las noches, la abuela solía dejar organizada la cocina, con la loza limpia y organizada en su puesto; y en eso de la media noche se oían ruidos como cuando alguien quiere cocinar, pero nadie se atrevía a bajar a averiguar que era lo que ocurría . A la mañana siguiente la cocina aparecía en un desorden total, los platos en el suelo, las ollas sucias la loza desorganizada y hasta aparecía mierda regada. De manera que a la abuela le tocaba nuevamente ponerse a organizar la cocina. Llegada la noche, dejaba nuevamente la cocina organizada, pero igualmente se oían los mismos ruidos a la media noche, y a la mañana siguiente todo amanecía en un completo desorden. Así pasaron los días, el abuelo decidió colocar un trampero cerca del fogón y apuntando hacia donde estaban las ollas y los platos para que cuando los duendes comenzaran con su desorden, al pasar pues halaran el hilo y se disparara el arma. Pero la sorpresa fue en la mañana, el trampero estaba sin accionar, la cuerda suelta, la munición que había quedado en el cañón ahora estaba a un lado del trampero. La cocina seguía estando patas arriba. Ya se cansó la abuela Ester de estar lavando la cocina en la noche y en la mañana, de manera que en una ocasión antes de acostarse, no lavó la loza, no organizo la cocina, lo dejo todo sucio después de la cena y se acostaron como de costumbre. A la media noche volvió a oírse el ruido aunque esta vez con menos intensidad, y a la mañana siguiente, la sorpresa fué aún mayor; todo estaba perfectamente organizado, la loza sucia ahora estaba limpia y en su puesto, la cocina aseada y el piso bien barrido. Y entonces a la noche siguiente se volvió a repetir la misma historia, lo hacia para que pagaran por todos las veces que revolcaron la cocina y la hicieron trabajar dos veces para la misma labor. En una noche, la abuela no se aguanto la curiosidad, se llenó de valor y descendió del segundo piso de donde dormían al primer piso, donde estaba la cocina, para percatarse que era lo que ocurría durante la media noche. Se quedó asombrada viendo varias personas pequeñitas vestidas con trajes de colores que se movían con gran destreza de un lado para otro en la cocina, mientras la organizaban. Al día siguiente contó lo observado pero ninguno le creyó, acordaron bajar esa noche con ella para comprobar que lo que decía era cierto, pero se quedaron esperando que llegaran los duendes a la media noche, ya no se oyó ningún ruido, y a la mañana siguiente la cocina amaneció tal cual la había dejado en la noche anterior, y a partir de esa ocasión nunca mas volvieron a parecer los duendes de la cocina. El incognito y el misterio es el alimento de los duendes. Y es que los duendes son enamoradizos, una vez a Ricardo, un tío, cuando estaba pequeño casi se lo llevan. Él tenía una larga cabellera rubia y además estaba sin recibir el sacramento del bautismo. Él estaba tranquilo por ahí sentado y luego se ponía a jugar muy alegre, como si alguien se le acercara a hacerle jueguitos, solo que nunca se veía a ese alguien. Ocurría que el niño en un instante cualquiera y en un descuido salió corriendo hacia la orilla del rio ya que este quedaba cerca. La abuela lo llamaba, pero él seguía corriendo sin escucharla, de manera que tenía que correr a traerlo y esto ocurría casi todos los días a la misma hora. En una ocasión la abuela lo volvió a ver jugando entretenido, pero esta vez estaba muy ocupada y se le olvido ponerle cuidado, así que cuando se acordó de Ricardo, él ya no estaba por ahí, de manera que corrió para el rio porque para allí él siempre cogía. Cuando llegó a la orilla del barranco, el niño ya estaba pisando el agua y caminaba hacia lo profundo. ___ Ricardo, Ricardo para donde va, le dijo la abuela. Pero igual que en las veces anteriores, el la ignoraba y seguía caminando despacito y muy tranquilo, y además se reía y estiraba el brazo como queriendo coger algo. Ella corrió nuevamente y logró sacarlo del agua antes que esta lo arrastrase y lo ahogara. Así que el fin de semana inmediato, lo llevaron al pueblo para hablar con el sacerdote, esta vez ya había estado a punto de ahogarse y no sabían porque lo hacia, de irse caminando hacia el rio y no atender de llamado. ___ Es el duende que se lo quiere llevar, dijo el Sacerdote. Los abuelos quedaron sorprendidos, no comprendían que un duende se quisiera llevar a su hijo. Ya estaban cansados de duendes. Primero con la cocina y ahora con su hijo. ___ Y que debemos hacer padre, preguntó la abuela.- ___ Pues ¿ya bautizaron el niño? Preguntó el sacerdote. ___ No, todavía no, agregó la abuela. ___ Mire, el duende o la duende porque seguramente es mujer, está es encantada con el niño, y yo supongo que es por esa cabellera tan bonita que tiene, de manera que lo primero que van hacer, es llevarlo a al a peluquería y hacérsela quitar. Luego consíganse unos padrinos para el niño y vienen juntos para bautizarlo en la misa de mañana, les dijo ahora el sacerdote. Y así lo hicieron, y desde entonces no volvió a saberse nada de duendes por la casa. Y todos sus nuevos amiguitos estaban fascinados con sus historias, y querían que siguiera contando mas, pero Mario solo les contaba de a una. Y los días siguieron. Concepción continuaba escribiendo poesías; Estreno una linda guitarra como regalo de cumpleaños. Mario aprendió el arte de los malabares gracias a sus amigos. Matilde se ocupaba de los asuntos de la casa y don Gerundio continuaba sin encontrar un empleo y ya cansado de buscar y no encontrar. Esteban se había enamorado de Concepción pero no se atrevía decirle. El dinero de los ahorros comenzó a escasearse y se avecinaba la crisis. ___ Tranquilo gerundio, a lo mejor mañana sí puede conseguir un trabajo. No siempre lloverá, le dijo el cura. Don Gerundio en cambio no era tan optimista, sabía que estaba viejo y que era difícil que lo emplearan. Él no sabía de trabajos diferentes a los del campo, ni siquiera aprendió a leer y a escribir a si que la situación era difícil para emplearse. Se le sumaba lo poco que conocía de la ciudad y la falta de referencias. Reinaldo el sacerdote, en una ocasión logró ayudarle para que lo contrataran de celador, pero fue un completo fracaso, las personas que vivían en el conjunto cerrado donde lo emplearon, reprocharon su estilo de hablar y de vestir, completamente campesino por lo que solo duro dos días allí. Extrañaba el campo, recordaba con nostalgia las épocas bonitas que vivió donde corría tras el ganado en los atardeceres para el encierro de los becerros o tras de un animal del monte en medio de la selva. También extrañaba su finca y sus animales, el ordeño por las mañanas, cuando se tomaba un vasado de leche calientita recién salida de la ubre de la vaca; las veces que salía con su hijo de pesca al raudal que se formaba en el rio. Por un momento pensó en sus vecinos y en su compadre, cómo habrán seguido marchando las cosas por allá en la vereda. Extrañó las jugarretas en la cancha de futbol cuando solían salir a mirar los partidos y recordó los bazares que reunían a la mayoría de personas de la vereda. Le fue inevitable pensar en su hijo Juan Carlos, en como le habrá ido con la guerrilla y si de pronto habrá decidido escaparse. Que pensarían los vecinos cuando lo vieran andando con los muchachos, claro que ellos dijeron que eso lo enviaban para otro pueblo para evitar las amistades. Y que habrá sido de los animalitos que dejaron, el gatico que tanto quería Concepción, los cerdos, las gallinas y un poco de ganado que quedaba. Seguramente se lo comieron los muchachos, pensó, igual que como hicieron después de que mataron a los Herrera. Con todo y a pesar de las circunstancias no se arrepentía de haber tomado la decisión de huir a la capital, lo único malo es que de todos modos se habían llevado a Juan Carlos; pero hubiese sido peor si nos hubiéramos quedado allá, pensó. Después se hubieran llevado a Concepción y a Mario luego quien sabe que harían con nosotros cuando no tuviéramos con que pagarles la vacuna. Pero ahora estaban en la ciudad y las condiciones eran diferentes, pronto se acabaría el dinero y vendría la escasez, y él seguía sin conseguir trabajo. Ya pasaba la época en que los pela´os entran a estudiar a sus colegios y por esta vez no tenia la forma de poner a los suyos a que continuaran adelantando sus estudios. Le preocupaba notablemente la situación. Mario se había vuelto ahora mas impulsivo, desobediente, estaba casi todo el tiempo con sus amigos y parecía no preocuparse por regresar pronto a la casa. Solia salir por las mañanas y solo ocasionalmente regresaba al medio día a almorzar, casi siempre lo traía la noche. Ya en varias ocasiones le habia preguntado por sus actos, el por qué se demoraba tanto por la calle, que a qué se estaba dedicando, que si había cogido malos hábitos con sus amigos; pero él solo decía que no estaba haciendo nada malo, que estaba aprendiendo trucos para hacer en los semáforos y recoger algunas monedas; que de ahí sacaba para el almuerzo y para èl, de manera que en la casa gastaran menos dinero en su comida. Y entonces no le reprochaba nada, porque era cierto, no había vuelto a pedirle para los dulces o para los helados; y ya en varias ocasiones había colaborado con algo en la casa. Concepción por su parte, se veía muy entusiasmada con Esteban, ya don Gerundio había notado que el muchacho la trataba de una forma más especial que a los otros miembros de la familia, y que pasaba más tiempo con ella que con su abuela. Se habían hecho buenos amigos y le preocupaba que él se pudiera aprovechar de la inocencia de su hija. Pero lo bueno es que ahora Concepción tocaba muy bien a la guitarra y pertenecía al grupo del coro de la Iglesia, allí cantaba en la tradicional misa de los domingos. ______________________________________________________________ ________ [continùa___ Estoy pendiente de subir la continuaciòn]__________
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Krushian Imbus