Enfadada consigo misma, ella se levantó de su asiento mirando con reproche a su acompañante, él giró sobre sus talones visiblemente airado y caminó en silencio antes de ser seguido por su novia.
El camino a casa era incomodo incluso para Liszt, una adorable chica de quince años quien estaba acostumbrada a entablar conversación aunque fuese de un bicho que encontró por la calle, pero para él era costumbre estar en silencio, aunque debía admitir su leve ansiedad porque su novia abriera la boca. Más de un año saliendo fue suficiente para acostumbrarse a las incesantes charlas de ella.
Cuando llegaron a casa de la muchacha, Erick, un adolescente de poco menos de diecisiete años le sonrió esperando un beso de despedida por mínimo que sea, pero Liszt pasó erguida y con la barbilla en alto por su enfrente para dirigirse a la puerta.
Puso las llaves y al abrir la entrada, él le agarró por un brazo. La hizo girar con delicadeza no muy propia de él y entonces sonrió de medio lado.
—Estás molesta; lo sé.
—No, no lo sabes. No tienes ni idea de lo furiosa que estoy contigo —respondió agitando las manos con furor.
Él la miró complacido.
—Estás celosa.
—¡Sí, y qué!
Lanzó una carcajada digna de crispar a cualquier mujer que pasase por su delante, pero ella estaba acostumbra a aquella muestra de burla. Lamentablemente por más costumbre que se tuviese, aquel no era el momento apropiado para aquel tipo de reacciones, por lo que con toda la fuerza que tenía le pisó uno de sus pies.
—¡Maldita sea! —Exclamó adolorido— No hagas eso, Liszt.
—Suerte es la que tienes —gruñó— de que te haya golpeado en el pie.
—¿Has pensado en mejores partes?
—Lárgate de mí vista; vete a casa, Erick.
Y luego de aquellas amigables palabras, el amor de su vida entró a casa, no sin antes tirarle la puerta en sus narices.
albersandiaz
Mayra Bayona