La última vez que alguien se molestó en observar, no había pasado nada. O al menos no para el observador. La mayoría de los observadores no se dan cuenta de ese detalle. Obvian que lo más relevante suele pasar en el fondo, no en la superficie del estanque.
Y pasaban muchas cosas en semejante inmensidad. Desde el movimiento imperceptible de amores viejos nunca dichos a las tempestades de la furia aun por desatar. Crecen las emociones como crece la pleamar, pausadamente, constante. Sin llegar a desbordarse nunca. Sin dar siquiera muestra de movimiento salvo para quien hace de la vigilancia su forma de habitar. Para quien habitar no es vivir una farsa que no le satisfaga y no entiende que uno valga lo que haga y no lo que su ser puede aportar. La clase de persona que siendo un lago, envidia el mar. Porque éste embiste y se encabrita y rebota y rasga y vuelca y se calma; todo ello como parte de una vida normal. Y el "ser-lago" es, pues una balsa, que al ojo engaña y oculta en su profundidad su buen fondo o su maldad, la indiferencia -que no siente, pero aparenta-, el interés -que no aparenta, pero siente-, y su diferencia fundamental con todo lo que le rodea, pensándose a si mismo y convenciendose de que es igual.
Todo eso un observador lo pasa por alto, salvo que este preparado para observar con algo que si no se desarolla no se puede enseñar. Es un aprendizaje exclusivo, que produce desgaste, desventuranza, tristeza y abroga la conciencia de la pieza, que hasta darse cuenta del encaje ni pensaba en tener lugar. Un observador no encuentra la paz necesaria para ver eso en el mar. Si acaso el mar, que se sabe oceano en potencia tiene la suficiente paciencia para intentar enseñar a los neofitos sus secretos, sabiendo que semejante reto no es sencillo de lograr. Pero asi es el mar y ese su juego. El estanque por contra, solo puede esperar.