El Chico de Ojos Grisáceos I.
Publicado en Nov 26, 2012
¿Puedo amar a una persona que no conozco?. Lo sueño, lo imagino, sus virtudes, sus defectos, imagino su sonrisa, sus lágrimas de tristeza y de emoción.
Me aferro a la idea de que existe, en alguna parte, mi persona imaginada, está esperando a que la descubra, a que la encuentre. Tal vez esté en mí la mínima esperanza de encontrarlo, de que me encuentre, hablar, y saber que podré contar contar con él por el resto de mis días. Ese chico, estatura mediana, cabello castaño y ojos grisáceos, entra e invade mis sueños cada noche. Su boca despide, con un dulce tono de voz, palabras que no llego a captar. Sus pestañas son finas y largas, bien negras, que por alguna forma extraña no se enredan unas con otras. La mueca de su sonrisa trasmite confianza. Realiza un perfecto movimiento de manos cuando habla. Se lo nota nervioso, quiere decirme algo, pero se da cuenta que no lo escucho. Hay una larga distancia entre nosotros, pero aún así lo veo con claridad. Sus ojos se agrandan, la expresión en su cara cambia completamente, ya no está sonriendo, solo hay un rostro preocupado y sorprendido. Por un momento dejó de mirarme a los ojos, nuestra conexión se rompe en ese segundo, su mirada va más allá de mis hombros. Estoy asustada, lo se, pero no logro moverme, no puedo girar para ver detrás de mí. Mis ojos siguen clavados a los suyos, aunque a él en este momento no le importe demasiado. Otra vez, su boca se mueve, sé que grita algo, pero como antes no logro oírlo. Empieza a correr, hacia mí. Pero nunca llega, siemrpe se encuentra a la misma distancia, muy lejos de mí. Mi mirada se desprende y por primera vez miro algo más que el y la distancia que nos separa. Miro a mi alrededor. Nada. Todo está oscuro, sólo se puede ver un piso gris que se aleja de mí volviéndose negro por la oscuridad. Volteo y lo busco, pero ya no está, no hay nadie, no siento nada, no escucho ruidos. Nada. Me dejo caer sobre el suelo de rodillas, me rodeo a mi misma y estoy fría. Una, dos, tres cuatro lagrimas brotan de mis ojos, estos hacen borrosa mi vista. Me siento sola, desprotegida y frágil y la poca esperanza ya se quebró. Tengo miedo, no, miedo es poco. Por primera vez necesito un abrazo suyo, que me diga que nada pasa y que se quedará conmigo pase lo que pase. Pero nadie llega. Cierro los ojos, aprieto mis puños con fuerza golpeándose contra el suelo. Nada. No siento nada. Entonces una imagen es enviada a mis pensamientos, es él, y sonríe con su perfección completa, más brillante que nunca. Sonrío. Sujeto mis mejillas con fuerza y río. Puedo escuchar el eco de mi escandalosa risa; pero no me importa. Me detengo cuando siento una brisa fresca sobre mi piel, aprieto mis ojos cerrándolos con fuerza nuevamente. Solo se que estoy en mi lugar favorito; esas paredes tan familiares y esos cuadros, el suave colchón de mi cama, he despertado y sé que fué un sueño, como siempre una ilusión. Todavía el sol no despertó, mi reloj marca las cuatro y cuarto, tengo tiempo de volver a dormir y descubrir qué es lo que el chico de ojos grisáceos tiene para decirme. Karen Paulsen
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