Morir, más tarde
Publicado en Nov 28, 2012
Morir, más tarde
Es difícil tener una vida así, estresada, desubicada, fría, con limitaciones, recordando el exterior como un lejano pasado lleno de felicidad, armonía y amistad. Es difícil también que ya nadie te visite, que sientas ese vacío en tu oscura habitación, siempre lo mismo. Difícil que tus amigos se cansen de ti, claro a nadie le gustaría tener una amiga enferma, que es mucha obligación para ellos, que también tengo que comprenderlos y no siempre van a estar ahí. Que las flores que te hayan regalado se marchiten, que los adornos, esos adornos bonitos que te regalaban al principio se polveen, se dañen y que los dulces, los dulces importados de todos los sabores los echen a la basura por el simple hecho que no puedo ingerirlos. Envés de eso le regalé todo a mi sobrinita para que se ponga gorda y su autoestima baje. Esto de seguir aquí, leyendo novelas cada tarde para no morir más rápido, para morir lentamente, me aburre, me repudia, me cansa. Pero cansa más que te conecten esa sustancia en un dócil tubito al brazo, en esa bendita vena que depende mi vida de ella. Creo que no volveré a ver un vaso de agua por mucho tiempo, ya que no lo necesito, porque ahora tengo suero para toda mi vida, que es desayuno, almuerzo y cena, qué agobio. Y ahora. Ahora me marea, me marea que intenten llevarme con la excusa de cambiarme ese bendito suerito, porque ya se acabó, de llevarme al exterior, para respirar ese aire que ya creía extinto y de paso ver a alguien porque tengo visita y de seguro me gustará; me marea de una forma especial, un mareo al que ya me estoy acostumbrando por el tiempo que llevo aquí, para que las enfermeras suspiren y descansen al ya no verme en la habitación, en esa maltrecha y oscura habitación. Pero lo intentan, intentan llevarme en silla de ruedas por los pasillos. La señora enfermera con la peluca y los párpados exagerados, que no me cae bien ni me caerá, lo piensa dos veces si me tira por las escaleras, a ver si es tan cabrona y lo hace, pero su sueldo está en juego, la cárcel la aceptará gustosa, pero decide no hacerlo y seguir su camino, pero igual intenta porque en realidad no quiere, quiere verme muerta. Allá, al final de los interminables pasillos, en la puerta, me espera Aldair, mi novio, y me asombra seguir teniendo novio, soy la de esas que a estas alturas ya nadie se preocupa por mí, que me abandonan, pero Aldair no es así. Él siempre me cuidó, y lo hará hasta el final, según lo que me prometió el día que tuve que internarme, me cogió muy fuerte de la mano y me besó, sentí que iba morir pero no por mi enfermedad, sino sin él. Me acostumbré a que me consienta en todo, que lo deje todo por mí y ya me gustaba eso, tanto así que hasta empecé a abusar de él, a salir con amigos, a tener aventuras a sus espaldas, pero todo acabó cuando me enfermé. Ahora dependo de él. Dependo de Aldair, y me casaré con él apenas salga, si salgo. Le juraré amor eterno como él lo hace todos los días que sigo encerrada aquí. Él me ve, yo sonrío, ambos nos abrazamos fuerte y me alza, me siento nuevamente consentida, nuevamente de querer tener aventuras a sus espaldas, pero esos pensamientos terminan al dejarme caer como papel, como una piedra pero de la forma más delicada que hay. Al fin encuentro mi paz, mi libertad, mis ganas de pertenecer sólo a él y de que no haya nadie más que él que me consienta así. -Sabes, tengo miedo a mi operación. -Le digo, sentada en una de las bancas no tan cómodas que hay, siento que mi riesgo de perder la vida es inminentemente terrorífica. -No te preocupes, -me dice con ese tonito de voz que ya estaba empezando a olvidar, que lo recordaba con tanta devoción cada noche- toda va a estar bien. Es impresionante cómo esa frase puede causar en mí un revuelo en mi estómago, un latido fugaz y duradero en mi corazón, y eso es malo para mi enfermedad, pero igual me gusta, me encanta, me enamora, así es Aldair, tan encantador, tan irresistible. Me besa, y yo siento que son los últimos besos que recibo, que le regala a la chica que no ha sido tan honesta con él, que ha amado y respetado siempre, desde la primera vez. Despierto, sigo anestesiada, me marea todo, casi no veo nada. No siento nada, no siento mi cuerpo, mis manos, ni mis ojos, me es difícil levantarlos. No recuerdo qué pasó después que Aldair se despidió, pero asumo que ha pasado lo que tenía que pasar. Ese momento que estaba esperando por mucho tiempo, ese anhelado sueño. En un principio creí estar en el cielo o en el infierno por serle infiel a mi novio, pero aún no. Sigo aquí, al parecer han terminado mi operación, escucho la voz del doctor diciéndome que todo ha estado bien, tal como lo pronosticó Aldair, y me alegra, me alivia, me anima a seguir adelante y ahora imagino ser una futura esposa de un marido encantador que puede que me deje tener aventurillas por las noches, a sus espaldas, pero él no tiene que enterarse, así tiene que ser. Escucho "Sonia" al fin, según parece una voz ronca, poco melodiosa y muy conocida, ha estado articulando el mismo nombre por varios minutos y yo ni enterada. Puede que haya pasado mi adormecimiento en el oído y ya pueda escuchar, puede que haya estado ahí conmigo todo el tiempo y yo perdida en mis pensamientos, suele pasar. Abro mis ojos, ya los puedo mover, pero mi cuerpo aún no se mueve, esto cansa de verdad. -Sonia -repite una vez más un hombre viejo, canoso pero humilde, es mi padre. Todo este tiempo que he estado internada aquí, no lo he olvidado y siento un nuevo alivio, un alivio paternal. Recuerdo siempre sus chistes amargos, sus burlas, su capacidad de sacar siempre a alguien una sonrisa a pesar de estar pasando por malos momentos. Y a mi madre le hacía reír mucho, pero lo que mi padre no sabía era que mi madre se cansaba de sus chistes, que eso era lo único bueno de él decía y por las noches o cuando no estaba, aprovechaba para ir a conocer nuevas personas, nuevos tipos y nuevas aventuras. -Pa-pá -silabeo, y me alegro de que mis cuerdas vocales hayan despertado- papá, ¿dónde está Aldair? Papá no responde, y me molesta que no lo haga, por un momento pienso que ya no está, que se ha ido, que nunca ha estado ahí, que por mi anestésica imaginación lo vi, lo escuché, pero luego de un rato, lo siento cerca nuevamente, su voz ronca, su espeso silabeo me cosquillea en todo mi frágil oído. - ¿Acaso no sabes quién te donó el corazón? Lo escucho de mi padre y no lo creo. Estoy helada, mi cuerpo regresa a la realidad con fuerza pero mis cuerdas vocales se apagan nuevamente, se congelan como se congela mi mente, así lo tengo, sin nada. No puedo hacer nada, la presión me sube, ¿será qué? No puede ser. Quiero llorar. -Mentira, se ha ido a cagar, ya viene. -Me dice conchudamente, con el tono más satírico que puede, imitando al Chato Barraza, su ídolo, del que aprendió muchos chistes y muchos dolores de cabeza, así es mi padre, todo un Chato Insensible. 27.11.12 Joderick Morgan
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Pierina Anziani
XDDDDDDDDDDDDDDDDDDD !!!
Morí de la risa! está buenísimo! me encantó! amo el humor negro! aunque soy una novata ._. y, según mis amigos, que el humor negro no me queda porque soy demasiado linda y tierna para eso... AÚN ASÍ LO AMO!! xddd
Joderick Morgan
Gracias por comentar :)
jaime donado solano
Jota
De todas maneras, está genial.
Joderick Morgan
Laura Camila
Joderick Morgan
Sebastian David
Muy buen texto, preciso en la extensión y en las frases, sarcásticas de a ratos, que utilizas. Como ves, soy nuevo aqui, asi que te doy puntito, y espero que te pases por alguno de mis escritos.
Un saludo entre lineas, continua como vas :D
Joderick Morgan
Qwali Yzcka
Joderick Morgan
Pierina Anziani
Joderick Morgan