Oremos
Publicado en Nov 28, 2012
Oremos
-Ave María. -Sin pecado concebida. -¿Cual es tu pecado feligresa mía?... -... Así eran todos los días en la iglesia de Santa Gloria, y todo por culpa del popular párroco de la parroquia; Don Samuel, hombre comprensivo como pocos, se levantaba a las siete de la mañana y se dirigía a la iglesia, su sitio era el confesionario, lugar donde escuchaba, atendía y aconsejaba a su pueblo. Tanto para hombres como mujeres, él no era un simple sacerdote era más bien un amigo. Sin embargo, aquella población tenía un gran secreto escondido, un misterio que incluso desconocían sus propios habitantes. Cada vez que allí moría o nacía alguien sonaba una campanada a las doce de la noche del víspera de tal acontecimiento, que por muy bajito que sonase llegaba a los oídos de todos los nativos del lugar. Nadie sabía exactamente quién tocaba la campana, ni como sabía ese alguien lo que iba a suceder al día siguiente. Después de una jornada agotadora Samuel regresaba a la casa rectoral en su pequeño utilitario. Durante el trayecto el cansancio le venció y cayó preso en los brazos de Morfeo. Sorprendentemente su coche giró en redondo y regresó a la iglesia. Una vez allí, Samuel hizo sonar una fuerte badajada con la campana más grande. A la mañana siguiente todo era normal, él estaba metido en cama y su coche en el garaje. Media hora antes de la primera misa se despertó, sin acordarse de absolutamente nada de lo que había pasado esa noche. Al llegar al santuario lo estaban esperando los hijos del sacristán, para comunicarle la mala noticia de su pasamiento. Le contaron que había muerto al caer desde el alto del campanario cuando había ido a comprobar, por sí mismo, por qué tocaba la campana. En ese instante Samuel recordó un sueño muy extraño; en el que un hombre, sin cara, caía al vacío desde el campanario. Esta era la primera vez que él recordaba algo de lo soñado y se daba la coincidencia de que tanto en su imaginación como en la realidad él perdía a un buen amigo. Esa tarde lo enterraron, al último adiós de Juan acudieron todos sus conocidos y amigos. Durante los dos meses venideros se siguió repitiendo, todas las noches de miércoles, la campanada de media noche, pero siempre anunciando muerte. En este tiempo casi todas las familias perdieran un familiar y en los sueños de Samuel se había recreado calcado el fallecimiento de cada uno de sus vecinos. Una tarde durante uno del los funerales los ojos del cura se quedaron en blanco y se desmalló sobre el altar. Al reaccionar dijo a todos sus fieles que mientras estaba inconsciente se le aparecieran en la imaginación cuatro águilas que portaban en sus garras otras tantas calaveras y que las depositaban en los marcos de la puerta principal de las casas de la comunidad. Tanto él como los asistentes al funeral se marcharon preocupados para sus hogares y al llegar cual fue la sorpresa, al ver en sus fachadas cumplidas las palabras de Samuel. Desde ese día la campanada nocturna sonaría dos veces a la semana durante los próximos dos meses y así sucesivamente aumentando una badajada por semana cada dos meses más, hasta llegar a sonar todas las noches, pero nunca anunciaba nacimiento. De tal modo que la población descendiera un setenta y cinco por ciento en el último año. Llegó el momento en el que Samuel comunicó a la parroquia sus sueños. Pues el miedo le invadía el cuerpo. Todos se quedaron perplejos y asustados pensando quién sería el próximo en fenecer. Los nervios se alborotaron e incluso hubo quién gritó: "¡Matadlo a él !, es el culpable, ¡matadlo!" Pero no hizo falta, cinco minutos después de confesar su secreto, las campanas empezaron a sonar con fuerza, mientras el cuerpo de Samuel caía al suelo y empezaba a arder. Quedó despojado de sus carnes pero no de su osamenta, la cual se levantó y empezó a hablar en latín. Al mismo tiempo que desprendía un brillo cegador, que hizo que los ojos de los feligreses se volvieran rojos y se cristalizaran para luego estallar. Al momento que sus oídos escuchaban sus últimas palabras, procedentes de los vacíos gaznates del esqueleto de Samuel, estas eran "¡Memento mori!". La iglesia de Santa Gloria empezó entonces a arder y a ser engullida por la tierra a causa de una inmensa grieta que se abriera en el suelo y que paulatinamente pero sin pausa se tragó toda la isla. La noticia del desastre se reprodujo en todos los periódicos y medios de comunicación del mundo. En los que se contaba que un volcán se había despertado de su letargo y había acabado con la pequeña isla del Atlántico. Por lo que nunca nadie sabrá la verdad del por qué se produjera aquel castigo divino en tan agradable paraíso terrenal. ¿Nadie? Menos Samuel que acababa de nacer con otro cuerpo, pero con el mismo espíritu en otra pequeña población en el Índico.
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Carmen Veronica
Julin