Factor sorpresa
Publicado en Nov 28, 2012
Laura va caminando de su trabajo hacia su casa. Su bolso está algo pesado, pero no le importa. Se lo acomoda. Había salido más temprano de lo habitual, pero si bien su reloj marcaba las 8:40 p.m., la atmósfera de su barrio podría bien aparentar sin problemas que son las 11 de la noche. Y mientras ella caminaba, alguien se lavaba las manos apresuradamente, intentando quitarse las manchas que tenía fuertemente impregnadas.
Laura nunca se percató de aquellos sujetos que esperaban en medio de la oscuridad a que otro hombre con las manos todavía manchadas les abriera la puerta trasera de una casa, ni del charco oscuro que comenzaron a limpiar cuando entraron, ni de la extraña soga a medio colgar del techo de la sala, ni de la chorreante bolsa negra que estaba siendo arrastrada afuera de la casa para luego deshacerse de ella, y ni siquiera se percató de ese cuchillo que estaba fuera de su lugar, clavado en el mesón de la cocina… Laura no tenía idea de lo que se avecinaba a un par de cuadras. Ella sólo seguía caminando. Media cuadra más tarde, Laura logra divisar su casa. Hogar dulce hogar. Las luces están apagadas… Jorge estaría durmiendo, piensa ella. Debió llegar rendido de la oficina tras ese ajetreo de anoche. Sigue caminando y al faltar unos cuantos pasos para entrar a su hogar, Laura nota algo extraño que yace junto a su puerta: una chorreante bolsa negra. No sabe si el escalofrío que acaba de sentir fue causado por la bolsa o por la extraña sensación de creer haber visto a un hombre con un cuchillo por la ventana de la cocina. Se acomoda su bolso. Se devuelve a la calle y piensa en llamar al teléfono de la casa. Seguro Jorge despertaría de su siesta y se molestaría un poco, pero al menos ella podría calmar sus nervios y tal vez quitarse de encima esa sensación de que aquel ojo que se está asomando por la cortina de la sala la está observando a ella. A lo mejor mira a otro lado, a cualquier lado excepto hacia ella; o mejor aún, que ese ojo solo haya sido producto de su imaginación. El teléfono suena desconectado. Laura se vuelve a acomodar el bolso. Empieza a caminar paso a paso hacia su casa. Ignora el ligero movimiento que hace la cortina, ignora esa sombra que pasó por la ventana de la cocina, e incluso ignora aquel cuchicheo que parece proyectarse desde el otro lado de la puerta. Saca sus llaves. Abre la puerta. Ve un charco de color rojo oscuro, ve un par de manos impregnadas del mismo tinte y ve un par de ojos sorprendidos que la observan fijamente a medio metro de distancia. – ¿Amor? Q… ¿Qué haces? – dice Laura, balbuceante. Jorge no dice nada. Sabe que ya es la hora. Rápidamente se voltea para coger algo. Laura estuvo casi inmóvil. Lo único que le quedó de voluntad fue lo suficiente para poder levantar su mano y alcanzar el interruptor de la luz. Y en menos de 10 segundos, Laura alcanza a ver a Jorge, y a varios de sus amigos, encajando perfecto en medio de varias bolsas negras de confites, de la extraña piñata que medio colgaba del techo de la sala, del trapeador teñido del contenido de la botella rota de vino tinto, y una torcida torta sujetada por las manos de Jorge, que todavía tenía incrustado aquel cuchillo untado de salsa de mora; al tiempo que se eschucha el bramido de un "¡FELIZ CUMPLEAÑOS!" y el sonido de un pesado bolso que cae al suelo, junto con su dueña.
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