EL INGRVIDO
Publicado en Aug 10, 2009
EL INGRÁVIDO
Me desperté, y en apenas un segundo, y mediante un paso que se transformó por arte de magia en un gran salto, me encontré de repente, parado en la puerta de mi dormitorio. Miré para atrás sin entender cómo había llegado a hacer más de cinco metros en un instante. Pensé que estaba soñando, no sería la primera vez que mediante este artilugio de la mente uno se inventaba cosas para luego, en realidad, seguir durmiendo, como un simple mecanismo de defensa contra la vigilia. Pero éste no parecía ser el caso. Abrí la puerta de mi dormitorio, di un paso como de cinco metros, atravesé el pasillo y aterricé suavemente en el baño. Confundido, me tomé de las paredes para no salir volando nuevamente. Lo primero que pensé es que me encontraría, quizás, en los albores de una rara enfermedad de la percepción. Algo había leído alguna vez al respecto. El tiempo y el espacio se distorsionan, a veces, en este extraño tipo de padecimientos. También cabía la posibilidad de haber ingerido, mediante un descuido, alguna sustancia alucinógena de dudosa procedencia. Esto era lo menos probable, porque yo no conocía ni siquiera la nicotina. Opté por la primera de las hipótesis. Seguí caminando tomado de las paredes hacia el living donde se encontraba un teléfono para discar a mi médico personal; me sentía muy liviano, mis brazos ejercían una fuerza inversamente proporcional a la que me hacía volar. No se trataba, concluí, de un desorden de la percepción. Telefoneé sin éxito a mi médico, el aparato estaba algo lento. Luego me dirigí nuevamente al lugar que dio origen a todo esto: el baño de mi casa. Lo ejecuté de un salto y encontré la verdad cuando hice uso del inodoro. Los fluidos quedaban flotando en el aire como si estuviese en la luna. De chico siempre me decían eso, pero nunca pensé que efectivamente algún día se llegaría a cumplir. Comprobé más tarde, que todos los objetos que yo lanzaba al aire sufrían el mismo destino: flotaban como cuerpos celestes en el espacio sideral. Las cosas se ponían cada vez peor esa ingrávida mañana. Huí del baño, catapultado por los fluidos flotantes, hacia la cocina. Antes del incidente, yo solía desayunar a esa hora y prepararme para salir a trabajar, pero esta vez me fue imposible verter el café en la taza: quedaba sujetado en el aire como una densa nube negra a la que ningún viento se negaba a mover. Decepcionado, me senté a pensar en una solución, aferrado de los respaldos, en el sillón del living. Me percaté que mis pensamientos también eran más lentos; mi cabeza, aligerada de gravedad, se sentía más liviana, como un globo aerostático. De pronto, me surgió la inocente travesura de jugar con los objetos. Lo hice y convertí mi casa en un gigantesco móvil como aquellos que una vez conocí. Las cosas se deslizaban por un corredor ingrávido de una pieza a otra con sólo mover un dedo. Descubrí más adelante, que la condición de ingravidez de los objetos era de una gran utilidad para la vida doméstica. Varias tares se podían realizar al mismo tiempo. Leía, mientras me vestía y almorzaba mientras me peinaba, como si tuviese una obsecuente e invisible secretaria a mi lado. Con el tiempo aprendí un montón de nuevas habilidades que envidiarían hasta al más osado de los astronautas. La que más me hacía feliz era ciertamente la de volar, pero siempre sufría la intimidación de las paredes y la limitación de los circunscritos techos. Decidí un día, que ya era hora de enseñarle al mundo mis nuevas capacidades y usarlas en mi beneficio y en el de todos. Un abanico de posibilidades se me presentaba con sólo abrir la puerta de mi casa y salir al mediocre mundo de la gravidez, ese mundo de cosas establecidas, sin vuelo y sin libertad. Lo realicé bien temprano; al principio camine tomándome de las paredes, para que el impacto de mi superioridad entre la gente sea menor. No había nadie en las calles, y sin embargo el indicio de sus presencias se sentía por todos lados. ¿Dónde están?, me preguntaba yo. Cuando alzo mi cabeza en busca de una respuesta, descubro que el cielo se había convertido en un amplio corredor de autos y gentes que volaban por doquier a gran velocidad y que me miraban como sorprendidos de que yo no intentase volar. GABRIEL FALCONI
Página 1 / 1
|
raymundo
gabriel falconi
no te contestè antes porque he estado un poco ausebte de textale
pero alùn idìa retornarè porque es mi primer lugar donde yo publiquè
saludos
gabriel falconi
un placer tenerte por aca
Jose Oliva
gabriel falconi
encantodo de conocerte
ilishia
Julin Negromanti
gabriel falconi
este fue mi primer relato en textale
gabriel falconi
no sabia que habia un relato parecido
ojala fuera alguno de esos genios
saludos
DANIEL MORON
Ese salto lo conozco de un relato anterior, de la decada del 40.
Siga en esa linea, va bien.
Un abrazo
gabriel falconi
ojala pudieramos volar aunque sea con la mente y salir un poco de la realidad
besos y gracias por leerme