Hay hechos de la vida que a pesar de todo el tiempo pasado, de vez en cuando afloran en la mente, ocasionado quizás por algún mínimo detonante que sacan de nuevo a flote, a la superficie de la memoria, esos hechos como si acabaran de suceder. “En un lugar de la mancha (costa atlántica colombiana) de cuyo nombre no puedo acordarme… en los lejanos años de la década de los sesenta, había un profesor que daba sus clases muy dramatizadas y emotivas desde la tarima del salón. Tres docenas de niños atentos no perdían palabra de su disertación (es posible que hubiese uno más distraído que todos). Su nombre Hernán Baquero: profesor de historia. En una oportunidad nos refirió una anécdota de un maestro de la pintura italiano, Leonardo Da Vinci, quien poseía un grupo de aprendices en su taller y a quienes no solamente les enseñaba pintura, sino otra serie de conocimientos para que éstos les resultaran útiles en el transcurso de la vida. El maestro pintó una vez un cuadro de gran formato, en el cual dibujó intencionalmente varios detalles imperfectos que a los ojos de los legos quizás pasaba desapercibido, más no para los ojos ya entrenados de sus estudiantes. Uno de ellos le preguntó la causa de ese error cometido que a todas luces se veía a propósito, a lo que el maestro le comentó: Que muchas veces en la vida se iba a encontrar con ejemplos de esa naturaleza, pero la virtud no estaba en fijarse en las imperfecciones, sino retirarse un par de metros y tener la amplitud de espíritu y la suficiente tolerancia para disfrutar la obra en toda su magnitud. Vista desde allí, quizás era posible que esas imperfecciones sencillamente se diluyeran ante la observación de todo el conjunto. No recuerdo el contenido del ensayo que nos tocó escribir, esto se han perdido en la bruma de los recuerdos, pero sigo recordando con afecto la indeleble imagen, siempre amable, del profesor Baquero…
Posdata: Me acabo de enterar que nuestro querido profesor, falleció el siete de Octubre de 2012 a los setenta y un años.

Caracas, Marzo 2006