Al borde del abismo.
Publicado en Dec 03, 2012
Seguí caminado, al borde del abismo. El viento mecía mi cabello, se colaba por piel hasta mis huesos. El aire denso y brumoso, nublaba mi mente. Seguí caminando, el frío cemento bajo mis pies. Con mi mirada al frente, caminé. Peligrosamente cerca del abismo.
Así era amarlo, era caminar al borde del abismo. Confiar en sus promesas, era dejar mi corazón colgando de solo un hilo sobre púas deseosas de enterrarse en él. Aceptar sus caricias, era inyectar droga de la más dañina y poderosa en mis venas. Porque cada vez que me miraba, yo me quedaba allí. Arriesgando mi vida. Sin detenerme a pensar. Sin siquiera mirar mis pies, seguí caminando al borde del abismo. Y, ¿por qué? Arriesgando tanto. ¿Siquiera valía la pena? Ni siquiera era capaz de responder esa pregunta. Porque el aire denso y brumoso, nublaba mi mente. Pero sólo me bastaba escuchar su voz, para anular todas esas preguntas. Para anular las respuestas que me amenazaban. Él me sostenía. Sostenía mi mano mientras yo caminaba al borde del abismo. Él era la razón por la qué no caía. Pero no estaría al borde del peligro de no ser por él. Y aún tenía mis dudas. ¿Debería alejarme y correr hacia un lugar seguro? Pero sólo escuchar su corazón latiendo en su pecho me bastaba para seguir allí. Sin siquiera mirar mis pies, seguí caminando al borde del abismo. Era una estupidez. Una locura y yo lo sabía. Yo sabía que cada vez me envenenaba más. Lentamente, pudriendo mi alma desde adentro. Yo sabía que era él el culpable de todo esto. Yo sabía que era él quién me causaba este daño. Pero, ¿acaso estaba tan dañada que se había anulado cualquier fuerza de voluntad? ¿Acaso su droga era tan adictiva, que era dependiente? Dependiente de sus ojos, de sus labios, de su cabello, de su voz. El viento se enfureció y me azotó con más fuerza. Frío, mortal. Me detuve para recuperar el aliento, pero él tiró de mi mano, obligándome a seguir. Así que lo hice. Sin razón alguna, más que mi enferma obsesión por él. Sin siquiera mirar mis pies, seguí caminando al borde del abismo. De a poco, las dudas y la incertidumbre se fueron apagando. Dejando un vacío en mí. Un vacío silencioso que no hacía preguntas con respuestas amenazadoras, que no ponía en duda mi actuar, que no gritaba constantemente que corriera. Un vacío, un silencio. Reconfortante. Sonreí y seguí caminando. Más relajada. Comencé a caminar más rápido, confiando en que si mis pies fallaban el me atraparía. El viento seguía corriendo con fuerza, dificultando mi avanzar. Pero no me importaba. Sin siquiera mirar mis pies, seguí caminando al borde del abismo. Para cuando me di cuenta, ya era muy tarde. El viento, haciendo alarde de su fuerza, me golpeó una vez más y yo, ligeramente, perdí el equilibrio. Si él hubiera mantenido su mano allí, yo no habría caído. Traté de sujetarme, buscando su apoyo, pero encontré rechazo. Me empujó hacia el lado contrario, hacia el abismo. Estaba cayendo. Cayendo a una velocidad impresionante. Tan sorprendida que ni siquiera noté cuando él saltó detrás de mí. Saltó y me atrapó ágilmente en el aire, abrazándome con dulzura. Pero nuestra caída no disminuyó. Caímos, juntos. Tenía miedo, pero a la vez me sentía segura. Quería llorar, reír y todo al mismo tiempo. No me había traicionado, no estaba envenenándome. Estaba aventurándose conmigo, estaba al borde al igual que yo. Él era tan adicto a mí, como yo a él. Él también dejó su corazón colgando de solo un hilo sobre púas deseosas de enterrarse en él. Él también se inyectaba la droga más dañina y poderosa en sus venas. El suelo se avecinaba bajo nosotros, amenazando con matarnos. Me abrazo con más fuerza y yo cerré los ojos, esperando por el impacto. No me encontré con un suelo frío, duro e inhóspito. Me encontré con un lecho de rosas esperándome. Suave, esponjoso y cómodo. Abrí los ojos y él me sonreía. Podía ver en sus ojos que había tenido tanto miedo como yo, y ahora que estaba sano y salvo junto a mí, estaba igual de feliz. Lo entendí todo. Esa caída, había sido enamorarnos el uno del otro. Había sido yo entregándole mi corazón, y él entregándome el suyo. Y cuando caímos al lecho de rosas, supimos que habíamos aceptado nuestros corazones mutuamente. Supimos que él otro lo cuidaría por la eternidad. Supimos que nuestro amor era verdadero. Nuestro amor era eterno.
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