El largo temporal en las vitrinas
te hace saltar, friolenta, hacia las sábanas.
El cielo llora imperiosas necesidades:
Navecillas en las casas insurgentes.
En un instante llora el cielo sus asaltos.
Aquí, los hombres nos colmamos de idílios.
Trepamos por diluciones, militamos a ciegas.
En los disímiles territorios del combate
nos atascamos en valles de utopías.
Recorremos largamente los cuerpos.
Empapamos de hambres las bocas de las primas.
Luchamos por amarnos delicadamente.
Subimos promontorios de carne: Calideces
en que se pierde nuestro ser descalzo.
Pero el cielo llora arriba de sus nubes
mojando balaústres y tumbando puertas.
¿ Lágrimas de Dios o lágrimas de las nubes ?
No sabemos. Los hombres contaminados no atinan
a saber y entender las desgracias de los cielos.
Tú amada mía, con tu sábana,
acércate a la chimenea y aléjate del paraje.
Hasta que pasen los lloros apocalípticos
y el Sol vuelva a revolotear sobre las siembras.